Capítulo 31
—Las pesadillas regresaron. —La voz de Joy se quebró, llena de angustia, impotencia y una tristeza insondable que no podía expresar con palabras.
En ese instante, anhelaba dejar de pensar. Que el caos en su mente se detuviera. Que los pensamientos recurrentes alimentados por las pesadillas dejaran de aferrarse a ella, así podría recuperar el control de sus emociones y encontrar descanso.
Ansiaba tanto descansar.
—Quiero ignorarlas, pero no puedo —admitió derrotada—. Es difícil mantener el miedo a raya, sobre todo cuando están ahí para torturarme y recordarme que aún estoy enferma.
Joy anhelaba ignorar las pesadillas y el reciente ataque de pánico. Deseaba eludir los efectos paralizantes del miedo y la ansiedad. Quería escapar de todo ello porque Tate confiaba en ella. Todos tenían fe en su capacidad. Joy no quería defraudarlos, pero resultaba extremadamente difícil.
No podía controlar cómo se sentía.
—La ansiedad no te define, ni ningún otro trastorno. Y no debes olvidar que las pesadillas son solo sueños. No pueden hacerte daño real. Podrán producir miedo y angustia, y es eso lo que debes aprender a controlar.
—Lo sé, pero... estoy muy cansada, mamá —murmuró Joy, y sus labios temblaron—. No sé si pueda hacer esto. Quiero hacerlo, pero... estoy cansada de vivir con tanto miedo, de sentirme culpable y de ser una inútil. Estoy cansada de las pesadillas, de pretender que los recuerdos de ese día no existen, de creer que podré escapar de todo y volver a ser normal. Estoy cansada de estar enferma, de que todo duela. Los recuerdos duelen, las pesadillas duelen, la oscuridad que consume mis pensamientos duele, la forma que me siento cuando estoy afuera duele. No sé si podré seguir sin romperme en pedazos que irán desapareciendo hasta perderme a mí misma.
—Mi niña...
—Lo siento tanto —sollozó—. Si solo fuera más fuerte...
Joy lloró desconsoladamente, no podía contener los sollozos que sacudían su cuerpo. Había sido difícil admitir su debilidad, pero la idea de perder a su madre para siempre debido a esa debilidad resultaba abrumadora. Sentía que esta segunda oportunidad se le escapaba entre los dedos y la decepción la invadía.
Su madre siempre había creído en ella y la había alentado a cumplir su promesa, pero ahora Joy no podía evitar sentir que la había defraudado. La culpa y la vergüenza se cernían sobre ella por eso, haciéndola llorar aún más intensamente.
—Respira.
Las lágrimas fluyeron con libertad mientras Joy se aferraba a la mano de Gwendolyn, sin querer soltarla.
—Joy... —Su madre sostuvo su mentón y la obligó a mirarla—. Vas a estar bien.
Había algo poderoso en la mirada de su madre. Joy no estaba segura de qué era exactamente, pero desde que era muy pequeña esa mirada siempre había logrado calmarla. Tal vez era el amor, o la sinceridad que emanaban de sus ojos, o la esperanza que nunca abandonaba. Sea cual fuera la razón, esa mirada la transportó de vuelta a aquellos momentos.
Joy parpadeó y un par de lágrimas rodaron por sus mejillas. Sentía cómo su corazón latía con fuerza, resonando en sus oídos. Tragó saliva y obedeció, tomando respiraciones profundas para intentar tranquilizarse.
—Respira —murmuró Gwendolyn en un tono íntimo—. Respira y recuerda que has estado en esta situación antes. Te has sentido incómoda, ansiosa y asustada, pero has sobrevivido. No olvides eso. Lo que sientes ahora no tiene el poder de romperte. Son sentimientos dolorosos y debilitantes, pero quiero que sepas que eres fuerte. Puedes lidiar con ellos. Puede que no desaparezcan de inmediato, pero con el tiempo se desvanecerán. Sé que se siente insoportable ahora y duele, pero pasará, Joy. Te prometo que pasará.
Gwendolyn acarició con suavidad la mejilla de Joy y con ternura secó las lágrimas de su rostro, regalándole una cálida sonrisa. Joy aspiró por la nariz, soltando un suave sonido, y parpadeó con los ojos aún húmedos. En ese instante, una oleada de cariño imparable hacia su madre la invadió y anheló poder enterrar su rostro en su pecho, buscando consuelo y refugio.
—No te rindas. Sin importar lo que diga el miedo, no estás sola —dijo como si estuviera tejiendo palabras llenas de esperanza—. Confía en Tate y deja que te conozca. No finjas que el pasado no existe y cuéntale lo que has guardado. Sabes que no podrás sanar si no compartes un poco de tu luz y tu oscuridad, ¿verdad?
Joy asintió, de acuerdo con ella.
Sabía que su madre tenía razón, ya que Nora también le había transmitido un mensaje similar; sin embargo, hablar sobre su pasado era una tarea ardua. Las palabras parecían quedar atrapadas dentro de ella, alimentando la oscuridad y desencadenando sus pesadillas. Además, enfrentar ese pasado era aterrador, pues durante mucho tiempo había huido de él fingiendo que no era una sombra que la perseguía.
—Mi valiente Joy... —Su madre sostuvo sus manos y depositó un beso contra sus dedos—. Algún día, cuando las cosas estén bien, recordarás este momento y te sentirás orgullosa de no haberte dado por vencida. Yo estaré feliz por ti y protegerte habrá valido la pena.
Los ojos de Joy se abrieron cuando sintió las gotas cayendo sobre su rostro. Observó las ramas enredadas de la copa del árbol Rowan que la protegían de la inesperada lluvia. Bajó los dedos, sintió la tierra húmeda y aspiró el aroma floral y dulzón de los frutos.
Despacio, se sentó entre las raíces y sus ojos se perdieron en la nada mientras reflexionaba sobre las palabras de su madre. La carga en sus hombros todavía era pesada, pero el dolor en su corazón parecía menos intenso y sus pensamientos estaban en calma.
Marigold aterrizó a su lado, después de descender de una rama alta, y apoyó su cabeza contra su pierna. Joy acarició distraídamente sus orejas. Suaves pétalos rosados comenzaron a caer de las ramas y el viento los hizo flotar en una danza imaginaria, aún bajo la tormenta, hacia el oscuro cielo. Era como si su madre estuviera tratando de transmitirle un mensaje: incluso lo que aparenta ser débil y frágil puede enfrentarse a algo oscuro, impredecible e implacable como la tormenta si cuenta con ayuda.
Joy observó el espectáculo. El viento la rodeaba, agitando el dobladillo de su camisón contra sus piernas y empujándola hacia adelante. La lluvia caía sobre ella, empapando su rostro, sus brazos y todo su cuerpo hasta los pies descalzos.
No supo cuánto tiempo permaneció allí, desafiando a la tormenta, pero respiró y se sintió en calma, libre y poderosa. En ese instante, era tan frágil como un pétalo, pero a la vez tan poderosa como la voluntad de elevarse hacia el cielo.
En primer lugar, escuchó los maullidos insistentes de Marigold, luego un murmullo de sorpresa. Joy abrió los ojos y dirigió su mirada hacia las puertas del jardín, donde Tate había aparecido de repente. Su expresión era tan perpleja que casi le arrancó una sonrisa. Marigold estaba junto a él y maullaba molesta por su pelaje mojado.
Estaba claro que a ella no le había resultado divertido mojarse.
—¡Joy! —gritó él bajo la lluvia mientras corría hacia ella—. ¡Estás empapada!
Joy observó fascinada cómo el agua aplastaba los rizos de su cabello contra su rostro y empapaba su pijama.
Tate extendió su brazo y ella agarró la mano que le ofrecía. Juntos corrieron bajo la lluvia hasta refugiarse en la casa. Él murmuró una maldición entre dientes por el frío y le dijo que esperara allí antes de desaparecer por las escaleras. Ella no se movió, permaneció en medio del pequeño charco de agua que se formaba a sus pies con su cabello mojado y la tela de su camisón. Poco después, Tate regresó con un par de toallas gruesas. Envolvió a Joy con una de ellas antes de llevarla a la cocina.
—¿Estás bien?
Joy asintió.
En medio de la penumbra, Tate encendió la luz.
—¿Qué hacías en el jardín a esta hora? —preguntó él, secando su propio cabello con una toalla.
Joy se percató de que su camisón continuaba mojando el suelo y frunció el ceño. Decidió dejar la toalla sobre el mesón y, con determinación, bajó los tirantes de la prenda por sus hombros, dejando al descubierto sus pechos. Tate carraspeó y se volteó, dándole la espalda mientras ella se deshacía del camisón.
—Quería asegurarme de que el Rowan estuviera bien —respondió Joy mientras envolvía la toalla alrededor de su cuerpo, sobre su piel pálida y helada.
Tate asintió, sin decir una palabra más. No insistió en obtener otra respuesta, ni la desafió, ni le reprochó su actitud. Por el contrario, se puso manos a la obra para preparar el té. Joy ocupó una de las sillas junto al mostrador y esperó pacientemente.
—Toma un poco de té, te calentará.
Joy susurró un agradecimiento, apreciando el gesto de Tate. Era una taza de té de lavanda, su favorito. El primer sorbo reconfortante envolvió su estómago con su cálido abrazo, trayéndole un alivio instantáneo.
—¿No podías dormir?
—Tuve una pesadilla.
Casi había dejado de lado el sueño, pero seguía siendo la razón suficiente para que saliera de su habitación y buscara a su mamá.
—¿Quieres hablar de eso?
Tate se sentó a su lado, y después de unos latidos, Joy negó con la cabeza.
—Está bien.
Ambos se sumieron en un silencio reconfortante. Solo se oían sus suaves respiraciones y el susurro de la lluvia golpeando el techo, las ventanas y las puertas de cristal del jardín.
Joy fijó la mirada en la taza de té que sostenía entre sus manos, observando el líquido. De alguna manera, le proporcionaba la serenidad necesaria para expresar lo que daba vueltas en su mente.
—Tate...
Él la miró, luego de beber un sorbo de su taza de té.
—Perdí la lista de compras.
—¿De qué hablas?
Esa noche, antes de acostarse, Joy había buscado en sus notas de terapia lo que Nora le había recomendado hacer después de un ataque de pánico. Eran solo unos simples pero necesarios pasos a seguir: tomarse un tiempo para sí misma, reflexionar sobre el ataque de pánico, beber agua o un té reconfortante, compartir lo sucedido con alguien de confianza y tratar de identificar el desencadenante.
Joy sentía que era el momento adecuado y no podía dejar pasar esa oportunidad.
—El día que fui al supermercado, no me sentía bien —admitió, tragando con fuerza—. Había tenido una pesadilla y estaba muy ansiosa. Entonces perdí la lista y no sabía qué hacer.
—¿Eso te provocó el ataque de pánico?
Ella reflexionó sobre ese momento y negó con la cabeza.
—Hubo un ruido. Creo que algo cayó al suelo por accidente y se produjo un ruido inesperado, muy fuerte y alarmante, como...
—¿Un disparo? —adivinó Tate.
Joy no se sorprendió de que él pudiera adivinar. Teniendo en cuenta su pasado, la respuesta parecía lógica.
—¿Ese fue el desencadenante?
Ella asintió y atrapó su labio inferior entre sus dientes, ignorando el estremecimiento que bajó por su espalda.
—Nada de lo que ocurrió fue tu culpa. Lo sabes, ¿verdad?
Sus miradas se encontraron. Los ojos azules de Tate reflejaban preocupación y su rostro estaba tenso.
—No fue tu culpa perder la lista de compras. Incluso podrías haber regresado sin un solo producto, y habría sido una tarea exitosa. Tampoco podrías predecir que un ruido iba a asustarte. No había nada que pudieras hacer. Es natural sentir miedo.
Tate tenía razón y Joy se sintió agradecida de que él le recordara que no era su culpa.
—Al menos esta vez no tuve un ataque de pánico frente a niños.
Ese momento no solo había sido aterrador, sino que Joy recordaba haberse sentido impotente, avergonzada y decepcionada consigo misma. Había perdido el control, y esa debilidad había impactado negativamente en su carrera y su reputación. Sin embargo, lo que más había herido a Joy había sido ver los rostros temerosos y confundidos de los niños.
—¿Cuál fue el desencadenante en esa ocasión?
—No puedo recordarlo. Tal vez fue un pensamiento o un sonido. De lo que sí estoy segura es que ambas experiencias fueron activadas por los recuerdos de aquel día. —Las últimas palabras salieron de sus labios de forma trémula. Joy desvió la mirada hacia la lluvia que caía a través de las puertas del jardín.
—No tienes que hablar de eso si no quieres —dijo Tate con tono comprensivo.
—Mamá dice que no sanaré si no hablo de eso y afronto el pasado.
Un breve vistazo bastó para notar la expresión confundida en el rostro de Tate al mencionar a su madre, y en ese instante Joy se dio cuenta de su equivocación.
—Me refiero a que es lo que mi madre diría.
—Ella tendría razón —coincidió Tate—. Lo que ocurrió en el pasado hace que tengas miedo de vivir el presente, así que tiene sentido empezar por ahí. Pero no debes presionarte, puedes tomarte tu tiempo.
Joy asintió, sintiéndose aliviada y agradecida, no solo por las palabras reconfortantes de Tate, sino también por su presencia constante a pesar de todo. La forma en que él la miraba con calidez y la sonrisa amable que adornaba su rostro hacía que su corazón latiera más rápido, llenándola de una sensación indescriptible.
«No seas tonta».
Ella bajó la mirada y terminó de beber su té en silencio, sumergiéndose en sus pensamientos.
Tate se levantó de repente, soltando una queja de dolor mientras se tocaba uno de sus hombros, evidenciando su malestar.
—¿Te duele el hombro? ¿Qué sucedió?
—Estuve trabajando en el jardín y en el invernadero —respondió, y se aclaró la garganta.
A Joy le pareció que se ruborizaba bajo su mirada.
—¿Por qué lo hiciste?
Tate se encogió de hombros.
—Rae sugirió que te gustaría mi ayuda mientras descansabas.
Joy se quedó sin palabras, su corazón lleno de gratitud y cariño hacia Tate. El hecho de que él se hubiera agotado cuidando sus plantas mientras ella luchaba con sus demonios era una muestra de amor incondicional.
Y, como estaba sensible, decidió abrazarlo para frenar sus lágrimas.
—Gracias —susurró contra su pecho.
A pesar de la incomodidad y la peculiaridad del abrazo, Joy se aferró a Tate. Su corazón se apretaba al pensar que podría estar siendo una molestia para él, pero, al mismo tiempo, sentir su calidez y su familiaridad la reconfortaba y la hacía sentir segura. La dualidad de sus emociones creaba un conflicto en su interior, pero, en ese momento, el abrazo era su refugio y no quería dejarlo ir.
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