Capítulo 29
—¡Joy, escóndete!
El grito de su madre resonó en los confines de los sueños de Joy, arrancándola de un sueño profundo. Con el corazón desbocado y las manos temblorosas, se sentó en la cama, y sintió cómo el aliento se escapaba de sus pulmones.
En medio de la penumbra, sus ojos se adaptaron al entorno familiar.
Aturdida y asustada, Joy cubrió su rostro con las manos, inclinándose hacia adelante, vencida por el peso aplastante que cargaba sobre sus hombros. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas en un lamento silencioso.
La humedad en sus dedos, el sabor amargo en sus labios y el sudor frío que empapaba su cuerpo eran señales incómodas pero inquebrantables de que había sobrevivido y de que las pesadillas habían regresado.
En ese instante, sintió algo suave rozando su pierna. Levantó la mirada y se encontró con los ojos brillantes de Marigold en la oscuridad. La gata se frotó una y otra vez contra su pierna, como si intentara brindarle consuelo. Una sonrisa temblorosa se asomó a los labios de Joy mientras se estiraba para abrazar el cálido cuerpo de la pequeña criatura contra su pecho.
Acarició las orejas de Marigold y esta comenzó a ronronear con suavidad, enviando vibraciones reconfortantes que ayudaron a calmar la ansiedad de Joy.
La joven volvió a recostarse sobre la almohada, pero no pudo conciliar el sueño nuevamente. Dio vueltas y vueltas en la cama, su mente se negaba a desconectarse.
No deseaba enfrentarse a otra pesadilla.
El amanecer la encontró en un estado de vigilia, despierta pero exhausta, y plagada de una ansiedad abrumadora.
Aunque anhelaba quedarse en la cama, olvidarse de todo y recuperar sus fuerzas, los pensamientos intrusivos inundaron su mente, y la culpa la empujó a abandonar la comodidad de las sábanas. Tenía tareas por cumplir: abrir y atender la florería, revisar el invernadero, limpiar el jardín y salir. Además, debía visitar el supermercado, pero esta vez lo haría sola.
La mera idea provocó que un temblor se deslizara por su espalda y retorció su estómago, pero hizo todo lo posible por ignorarlo mientras se vestía. No podía permitir que la ansiedad y el miedo se apoderaran de ella. Después de todo, ya había visitado el supermercado tres veces junto a Tate, y aunque no había sido una experiencia agradable, tampoco había ocurrido nada malo. Así que no tenía excusas. Era momento de enfrentar sus temores y continuar adelante.
Tate se encontraba en la cocina cuando Joy descendió de su habitación. Como de costumbre, sostenía una taza de café en la mano y su cabello ondulado lucía algo despeinado. Joy sintió su mirada penetrante examinando su rostro. Sabía que él era lo suficientemente perspicaz como para notar las sombras bajo sus ojos, las líneas tensas en su rostro y la rigidez de sus hombros.
—¿Estás bien?
El silencio se alargó mientras esperaba la respuesta de Joy.
—Estoy bien —replicó ella con sequedad.
Joy se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta turquesa que llevaba a la florería. Tate la siguió en silencio. El ambiente entre ellos estaba cargado de amargura y palabras no expresadas.
Su relación volvía a ser incómoda, como si un muro invisible se hubiera levantado entre ellos.
Desde aquella noche en el estudio, apenas habían intercambiado palabras y Tate evitaba cualquier contacto o cercanía. Esto enfurecía a Joy y, al mismo tiempo, hería su corazón. La distancia que existía entre ellos era un recordatorio constante de su rechazo y la hacía darse cuenta de cuán sola se sentía en realidad.
—No tienes que salir hoy si no quieres.
Joy había abierto la puerta y se estaba colocando su abrigo cuando él habló.
—Tengo que hacerlo —lo contradijo. Su tono sonaba más duro de lo que había esperado—. Si no cumplo las tareas, me estancaré y retrasaré la planificación.
«Fallaré y será mi culpa».
Tate no insistió.
Joy contempló la calle con un nudo en la garganta. Sus pies titubearon. Su mente se incendió con pensamientos contradictorios. Quiso retroceder y correr a su habitación, pero Tate estaba allí. No quería que él viera que era débil, una cobarde. Sentía vergüenza de su vulnerabilidad.
«Ni siquiera puedes dar un paso afuera».
«No eres normal. Estás enferma».
—¿Tienes la lista de víveres que necesitas comprar?
Joy reaccionó, buscó dentro del bolsillo de su pantalón y le enseñó el papel.
—Todo estará bien —aseguró él.
Tate esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos y aumentó el nerviosismo de Joy. Ella no se despidió ni él dijo que la esperaría. Ella no miró hacia atrás, por lo que no supo si él estaba allí, observándola partir.
Algo no se sentía bien, no era correcto. Al menos, eso era lo que Joy no podía dejar de pensar mientras caminaba con rapidez por la calle, con los latidos de su corazón resonando en todo su cuerpo. Le estaban advirtiendo, gritándole que se detuviera, que volviera, mientras que su mente daba vueltas en una espiral sin fin, moviéndose tan de prisa que no podía capturar ninguno de sus pensamientos para entender qué estaba mal.
Quería detenerse y entender sus emociones, pero si se detenía ahora, si se acobardaba, sentiría que nunca más saldría de su casa. Así que se presionó a sí misma, haciendo caso omiso de todo.
No estaba segura de cómo llegó al supermercado. Un hombre chocó con ella en la entrada y Joy murmuró una disculpa antes de entrar. El lugar no estaba tan lleno como en sus visitas anteriores, pero eso no hizo que su miedo no se disparara. No estaba segura de poder lidiar con mucha gente, y menos aún en un sitio tan pequeño.
Miró a su alrededor y tragó saliva. Trató de no hacer contacto visual con nadie y se mantuvo alejada de los grupos de personas. Tomó una cesta y se detuvo en un rincón del pasillo para leer la lista de alimentos que tenía que comprar. Si no cumplía con el objetivo de la tarea, el viaje habría sido inútil.
Sería una inútil.
Joy se mordió el labio y repitió la lista en su mente para controlar sus pensamientos. «Pan, leche, queso, huevos, arroz, carne, verduras, frutas».
Levantó la mirada, sin saber por dónde empezar. ¿Era solo ella o hacía mucho calor allí? Estaba sin aliento y sudaba. Sus dedos pegajosos humedecían la nota, lo que le dificultaba la lectura.
«Pan, leche, queso, huevos, arroz... ¿pollo?».
Agitó la cabeza. Estaba muy confundida y avergonzada. No quería fallar. Necesitaba cumplir la tarea.
«Pan, leche, queso...».
Decidió empezar por lo que recordaba. Encontró el pasillo de los lácteos y tomó queso y un cartón de leche. Eso le dio ánimos y esbozó una ligera sonrisa.
«Todo está bien», susurró para sí misma, una y otra vez, pero sintió que su corazón caía al suelo cuando se dio cuenta de que no podía encontrar la nota. Buscó en su bolso, en los bolsillos de su pantalón y en el suelo a su alrededor.
La nota había desaparecido.
Y no podía recordar la lista.
«¿Por qué eres tan inútil?».
Joy apretó con fuerza la empuñadura de plástico de la canasta y se apresuró a retroceder, desesperada por encontrar la nota. Su necesidad de completar la tarea la consumía por dentro. Tenía que... Tenía que...
De repente, un sonido estridente y abrupto rasgó el aire, provocando exclamaciones sorprendidas entre los compradores. La reacción fue instantánea: Joy dejó caer la canasta y se agachó en el suelo, protegiendo su cabeza con los brazos.
Debido a que mantenía los ojos cerrados, Joy no sabía que una pareja de adolescentes se había tropezado con una encimera, haciendo que una lata explotara al caer. Mientras la mayoría de las personas continuaban como si nada hubiera ocurrido, Joy quedó inmovilizada en su lugar.
No, no podía estar pasando de nuevo...
La repetición del sonido en su mente hacía eco una y otra vez, pero también había más sonidos: los gritos, los llantos desesperados, la gente en estampida. Incluso Joy percibía el olor metálico de la sangre impregnando el aire.
Su corazón se aceleró y los latidos retumbaron en sus oídos. Sentía que le faltaba el aliento, su pecho se apretaba con dolor. Estaba convencida de que estaba sufriendo un infarto o que algo terrible estaba a punto de suceder. El sudor comenzaba a resbalar por su frente y sus palmas estaban empapadas de sudor.
La tienda parecía girar a su alrededor mientras luchaba por ponerse en pie. Deseaba recoger su canasta y continuar con las compras, pero sus piernas parecían pesadas como plomo. Solo podía quedarse allí, temblando y jadeando en busca de aire. Sus pensamientos se agolpaban, intentando recuperar la conexión con la realidad y comprender lo que estaba sucediendo.
Nuevos recuerdos intentaron abrirse paso en su memoria, pero Joy apretó con fuerza su cabeza, tratando de aliviar el repentino dolor. Todo parecía girar sin control. La respiración se le hacía cada vez más difícil.
Sus piernas cedieron y, cuando intentó levantarse, volvió a caer al suelo.
Era consciente de que estaba sufriendo un ataque de pánico, pero no podía recordar las instrucciones de Nora para controlarlo. Se sentía aturdida, confundida.
A su alrededor, algunas personas se detuvieron, algunas sorprendidas y otras curiosas. Podía sentir sus miradas, algunas indiferentes, otras cargadas de temor o rechazo.
Estaba muy asustada.
Sus ojos se empañaron con lágrimas.
—¡Joy!
A través de sus ojos nublados, Joy distinguió los rostros de sus vecinos Erin y Douglas, quienes se abrieron paso entre la pequeña multitud y se acercaron preocupados. Aunque las palabras se atascaron en su garganta, logró asentir con la cabeza y su mirada se aferró angustiada a la de Erin.
—Estás a salvo —dijo ella, sosteniendo una de sus manos con fuerza.
Con gentileza, Douglas agarró el brazo de Joy y la ayudó a ponerse de pie. Sus piernas se sentían extrañas, adormecidas e inestables, pero, con el apoyo de sus vecinos, logró moverse lentamente. Juntos, caminaron hacia una banca en el exterior del supermercado mientras el señor Stewart distraía a los demás.
—Todo está bien, querida. Es solo un ataque de pánico —musitó la mujer con voz suave y tranquila—. Yo misma he experimentado algunos antes. Sé que dan miedo, pero pasarán. Todo estará bien.
Joy asintió, todavía incapaz de articular palabras. Su corazón seguía latiendo descontrolado en su pecho, lo que dificultaba su capacidad para respirar. Erin no soltó su mano, brindándole un apoyo sólido y reconfortante. Con un gesto tranquilizador, alentó a Joy a enfocarse en su respiración y tratar de relajarse.
—Así es. Lo estás haciendo muy bien.
Poco a poco, Joy empezó a notar que el pánico disminuía gradualmente. La presencia de sus vecinos la ayudó a comprender que estaba a salvo, que no existía un peligro inminente. Su ritmo cardíaco se desaceleró y su respiración se volvió más regular. Fue capaz de inhalar profundamente y sintió cómo la opresión en su pecho comenzaba a disiparse.
Aunque aún se sentía aturdida y abrumada, experimentaba también una profunda sensación de vergüenza y tristeza. Sin embargo, el agotamiento predominaba sobre todas las emociones. Sus ojos apenas podían mantenerse abiertos, y la fachada del supermercado se volvía cada vez más difusa ante su mirada.
Con impotencia y desilusión, contempló la entrada del establecimiento.
Había fallado.
No era fuerte. No era normal. Estaba enferma.
«Lo siento».
—Quiero... ir a... casa —susurró con dificultad, antes de que todo se volviera oscuro.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top