Capítulo 22

Tate había vivido solo durante mucho tiempo, pero desde que Joy llegó a su vida cada día era diferente. Para ella, había días buenos en los que lograba cumplir con sus tareas de terapia, o al menos se esforzaba por salir de casa durante unos minutos. También había días no tan buenos, en los que se quedaba en casa todo el tiempo, sin ánimos ni fuerzas para salir.

Habían retomado la tarea de visitar a los vecinos y frecuentar Tippecanoe en varias ocasiones. Con cada salida, la ansiedad de Joy disminuía poco a poco y sus períodos fuera de casa se alargaban. Ahora era capaz de caminar sola por el vecindario; la presencia reconfortante de sus peculiares vecinos le infundía la suficiente confianza para hacerlo. Sin embargo, Tate no estaba seguro de que fuera igual cuando llegara el momento de que Joy tuviera que enfrentarse al centro de la ciudad sola por primera vez.

Él observaba los patrones en la vida diaria de Joy y notaba su conexión con la jardinería y el árbol Rowan en el jardín. No encontraba esto peculiar, sino más bien curioso. Además, se dio cuenta de que Joy frecuentaba el estudio de sus padres, pero rara vez la veía escribir algo nuevo. Se preguntaba si había renunciado a ser escritora, lo cual sería una realidad amarga, ya que creía firmemente en su talento.

Tate posó su atención en Joy, quien se encontraba reclinada en el largo sillón frente a su escritorio. Un libro abierto reposaba sobre su pecho mientras leía en silencio. Ya llevaba casi una hora en esa posición desde que había llegado después de la cena, ataviada con una larga bata de seda anudada en la cintura.

Aunque él había estado trabajando allí antes que ella, ya se habían acostumbrado a compartir el espacio sin necesidad de hablar al respecto. Mientras Joy estaba inmersa en su lectura, Tate escribía un informe sobre un proyecto anterior, pero le lanzaba miradas furtivas de vez en cuando. Marigold los observaba desde lo alto de una estantería.

La noche era apacible; una brisa suave y floral entraba desde el jardín, llenando el estudio de un aroma fresco. El silencio envolvía todo en una calma reconfortante. Tate no pudo evitar comparar esta tranquilidad con las noches en Londres, incluso en su departamento solitario. Valoraba enormemente aquel momento de serenidad compartida.

—¿Qué estás leyendo? —preguntó él cuando terminó de trabajar.

El enigma de las estrellas.

—¿Kathy Adams?

Joy asintió.

—Ayer estabas leyendo Mar en llamas.

—Lo terminé anoche —comentó ella en tono indiferente.

Tate entrecerró los ojos, lleno de intriga.

—Y la semana pasada leíste El susurro del viento.

—Sí.

—¿Y de casualidad tu siguiente lectura será Tiempo muerto?

Joy hizo una breve pausa.

—Tal vez.

Tate cruzó los brazos sobre su pecho.

—¿Por qué lees los libros que edité? ¿Aún buscas referencias de mi trabajo?

Ella cerró la novela y se sentó para mirarlo.

—Quería saber qué viste en estos autores. Tú los descubriste.

Su respuesta lo intrigó aún más.

—Solo leí sus historias y les di una oportunidad.

—No minimices tu trabajo —lo regañó Joy—. Si no los hubieras ayudado a publicar su primera novela, no habrían tenido la posibilidad de ser tan reconocidos.

—La verdadera razón de su reconocimiento es que son buenos escritores.

Y era cierto. Elizabeth Adams, Keith Anderson, Peter Clarkson y Tessa Mercier ya eran talentosos novelistas en sus respectivos géneros mucho antes de que Tate se cruzara en sus caminos. Tate se sentía orgulloso de ellos y del éxito que habían logrado.

—Admite que hiciste un buen trabajo —insistió Joy—. ¿O nunca aceptas el crédito?

Tate exhaló con suavidad, relajando la postura. Sabía que ella tenía razón.

—Hice un buen trabajo.

Los labios de Joy se curvaron en una pequeña sonrisa de satisfacción. Luego levantó el libro y lo colocó sobre la mesa baja frente a ella.

—Tienes razón, son buenos autores. ¿Por qué no siguen en Grupo Sterling?

Él consideró la pregunta en silencio.

—Para ellos, Grupo Sterling fue solo una primera parada, una entrada para iniciar sus carreras de escritores. Pero la editorial cuenta con muchos autores y, tarde o temprano, serían opacados por el resto. El mejor consejo fue que buscaran su propio camino, y eso los llevó a mejores oportunidades.

No solía reflexionar mucho sobre el pasado, pero recordaba cada momento vivido con los autores con los que había trabajado. En esos cuatro novelistas, había descubierto un potencial que sabía que Grupo Sterling no apreciaría ni sabría aprovechar. Theodore era un hombre más enfocado en lo comercial. Para él, los números eran más importantes que cualquier otra cosa; por lo tanto, no mostraba mucho interés en los autores menos conocidos.

—¿Tú mismo les diste ese consejo?

—¿No es lo que haría un buen editor? —replicó él con firmeza—. Volvería a hacerlo sin dudarlo. Tuve suerte de conocerlos.

—Yo diría que ellos tuvieron la suerte de conocerte. Cambiaste sus vidas.

Tate sonrió, un tanto sorprendido por la vehemencia de Joy al querer hacerlo el héroe.

—¿Dices que yo fui la razón de su éxito? —Él negó con la cabeza—. Nadie puede afectar tanto la vida de otras personas. Creo que cada quien forja su propio camino. No me podría atribuir ese esfuerzo y el coraje que se requiere.

A través de la habitación, Joy lo miró fijamente y Tate sostuvo su mirada. Parecía como si ella estuviera buscando algo en su expresión, y aunque no podía estar seguro de qué se trataba, Joy debió encontrarlo, porque sus labios se curvaron en una sonrisa sincera y cálida.

—Eres un buen hombre, Tate Graham. Y tienes un poder maravilloso.

—¿A qué te refieres? —inquirió, frunciendo el ceño.

Joy se acomodó en el sillón, girando su cuerpo hacia él y se mordió el labio. Tate siguió el movimiento con su mirada de manera distraída.

—¿Puedo seguir haciendo preguntas?

Su interés era inesperado, pero a él no le molestaba en absoluto. De hecho, le resultaba natural hablar con Joy ahora que ya no eran desconocidos. La familiaridad había reemplazado la incomodidad de sus primeros encuentros.

Tate se levantó de su silla y caminó hacia el mueble para sentarse junto a Joy.

—¿Qué quieres saber?

Un brillo de emoción y anticipación atravesó los ojos castaños de Joy.

—¿Por qué decidiste ser editor?

—Esa es fácil. Dos razones: los libros y mi tía —sonrió—. Te lo dije antes, era un niño tranquilo y callado. Los libros eran el mejor refugio. Luego mi tía vio interés en mí y me preparó. Siempre pensé que tenía un trabajo maravilloso. De alguna forma, siempre supe lo que quería hacer.

Joy meditó su respuesta.

—Creo que mi situación fue muy similar. Siempre supe que quería convertirme en novelista, como mamá. Ella me animó a escribir desde muy pequeña.

—¿Y tú papá? Imaginé que él querría que fueras fiscal, abogada o te dedicaras a la política.

—Papá solo quería que fuera feliz —respondió ella, con voz honesta.

Tate pensó en dejar el tema, pero Joy hablaba poco de su padre y no había ido a visitarla. Sentía curiosidad. Lo único que conocía sobre Iver Chapman era su labor en el Parlamento a través de las noticias y los periódicos. La gente decía que era un hombre serio e impasible, pero honorable y justo.

—¿Ustedes se llevan bien?

—Claro que sí. Amo a mi padre. Hablamos cuando podemos. Él no es muy bueno con las palabras, pero sé que intenta apoyarme y ser comprensible con mi condición. Suele tener días ocupados, pero siempre está pendiente de mí y de que no me falte nada.

Entonces lo que había escuchado era cierto: Iver Chapman era un buen hombre y un buen padre. Pero la muerte de su esposa debió haber sido difícil de manejar. Eso podría explicar su distanciamiento y, al mismo tiempo, su instinto de protección hacia Joy.

—Seguro le agradarías —comentó ella, mostrando una sonrisa brillante.

Tate no estaba tan seguro, ya que su padre no sabía que Tate era un editor que estaba tratando de publicar la última novela de su esposa y que era un desconocido viviendo con su hija. Sin embargo, decidió no mencionar ese hecho.

—¿Tienes alguna otra pregunta?

Él asintió, complacido por captar la atención de Joy. Con gesto decidido, se giró hacia ella, apoyando uno de sus brazos en la cabecera del sillón y una chispa de anticipación apareció en sus ojos.

—Cuando nos conocimos y me pediste publicar el libro, dijiste que querías hacerlo para convertirte en jefe editorial. ¿Por qué aún no lo eres? Es claro que tienes el talento y los méritos necesarios.

Tate dejó escapar una sonrisa amarga, consciente de que esta pregunta no era nueva para él. De hecho, se la había formulado a sí mismo en repetidas ocasiones. Sin embargo, desde que había entrado en competencia con Olivia, las dudas sobre su propósito se habían intensificado.

—Porque Theodore Sterling podrá ser un hombre poco conocedor de literatura, pero no es un tonto. Sabe que reconocer el valor de alguien podría hacer que lo abandone.

La expresión de Joy se volvió contrariada. Tate también estaba acostumbrado a ver esa expresión en otras personas cuando hablaba de su trabajo.

—Eso es...

—¿Tóxico?

De nuevo, ella se mordió el labio inferior, y eso distrajo la atención de Tate por unos segundos.

—La industria editorial no es perfecta, Joy. Y, sin duda, encontrarás personas mejores o peores que Theodore Sterling en el camino.

»Aunque podría renunciar, convertirme en el jefe editorial de Grupo Sterling ha sido mi objetivo. He sacrificado mucho para lograr ese ascenso. Si me fuera ahora, sentiría que he desperdiciado mis esfuerzos y los de aquellos que confiaron en mí.

Las palabras de Evelyn resonaban en la mente de Tate, tachando sus pensamientos de ridículos e idiotas. Además, lo acusaba de tener miedo al fracaso, de comenzar de nuevo y de decepcionar a los demás. Y tal vez tenía razón en ambas acusaciones, pero Tate se había comprometido con ese sueño y no podía rendirse. Se lo había prometido a su tía, y también algo muy dentro de él lo obligaba a cumplirlo. No podía dejar su meta a medias, debía llegar hasta el final del camino.

—¿Te volverás jefe editorial con este trabajo?

—Confío en que así será.

—¿No es seguro?

Tate se preguntaba lo mismo cada día.

—No soy el único que está interesado en ese puesto. Una colega, Olivia Rivers, ha estado presionando durante semanas para conseguir el ascenso desde que el anterior jefe editorial se retiró. Entonces Theodore decidió que el primero en publicar un bestseller se llevaría el puesto. Fue en ese momento cuando utilicé mi as bajo la manga con la última novela de tu madre.

Joy cruzó los brazos y adoptó una expresión pensativa.

—¿A quién pretende publicar Olivia?

—A Thomas Blake.

—¿El que utiliza muchos adverbios?

Tate sonrió, cada vez más convencido de que Joy y él compartían pensamientos y opiniones en muchas cosas.

—De cualquier forma, ahora Olivia y yo estamos compitiendo por el puesto. Ambos trabajamos en nuevos proyectos, así que solo las ventas luego de la publicación revelarán el ganador.

—No creo que ella tenga oportunidad.

—¿Eso crees? —preguntó él con una sonrisa.

Sus miradas se encontraron y Joy asintió con determinación. Tate sintió una oleada de satisfacción recorriendo su pecho. Contar con el apoyo de Joy le otorgaba una confianza inesperada y lo hacía sentir increíblemente bien.

—Estoy seguro de que Olivia se llevará una sorpresa cuando la novela se publique y tú lo presentes. Tendrá que reconocer que estaba equivocada sobre ti.

Cuando terminó de hablar, Tate supo que había cometido un error.

—¿Por qué? ¿Qué dijo sobre mí?

Tate titubeó un instante, sintiendo una leve incomodidad. Sin embargo, en lugar de mostrar decepción o reproche, Joy le regaló una cálida sonrisa.

—Puedes decirme. Está bien.

Aunque no quisiera decir algo que la entristeciera, siempre había sido directo con ella. No podía empezar a distorsionar la realidad ahora. Así que, con determinación, se aclaró la garganta y mantuvo su mirada fija en sus ojos mientras comenzaba a hablar.

—Olivia creía que no podrías haber terminado el libro. Decía que eras un riesgo porque tu mente se había deteriorado luego del atentado y habías causado un alboroto en la presentación de tu libro frente a un montón de niños.

Cuando terminó, un prolongado silencio se apoderó de la habitación, y Joy desvió la mirada, como si el relato hubiera evocado recuerdos que la transportaban a tiempos lejanos.

—Suena como una mujer muy simpática —soltó Joy con ironía.

Tate colocó su mano sobre su delicado hombro y le dio un suave apretón.

—Lo siento.

—No te disculpes. No es como si no hubiera escuchado eso antes. De hecho, se dijeron cosas peores. Después del atentado, me volví una víctima, la sobreviviente. Perdí mi propia identidad. Me reconocían como la hija de Iver y Gwendolyn Chapman. Estaba en todos los medios. Recibí muchas llamadas para entrevistas, correos y peticiones que jamás respondí. Por supuesto que se dijeron muchas cosas. Cada persona tenía un punto de vista diferente y lo expresó, aun cuando no conocían la verdad.

Joy se encogió de hombros en un gesto que aparentaba indiferencia, pero sus ojos y su rostro dejaban entrever un rastro de amargura y tristeza oculta. Su cuerpo tenso y ligeramente encorvado revelaba una vulnerabilidad disimulada, como si estuviera protegiéndose de posibles heridas. Tate experimentó un inesperado torrente de ira y rencor que hizo que su sangre ardiera con intensidad.

—Debería arrepentirme de haber asistido a aquella presentación del libro. Tal vez las cosas habrían tomado un rumbo distinto. Nadie habría cuestionado mi cordura ni me habría señalado como una amenaza para los demás, pero no me arrepiento.

Tate sintió un profundo orgullo. Con cada pequeño fragmento del pasado de Joy que conocía, más admiración sentía hacia ella. Era evidente que había enfrentado dolor y heridas, pero su valentía y determinación brillaban a través de su esfuerzo en la terapia y en su próxima publicación. Sabía que su novela volvería a captar la atención de todos y demostraría una vez más su talento indiscutible.

Él se desplazó hacia Joy, arrodillándose frente a ella, y con ternura buscó sus manos, entrelazando sus dedos delgados y cálidos. Fue un gesto inesperado, pero Joy respondió aferrando su mano con fuerza, como si aceptara el consuelo y el apoyo que él intentaba brindarle. Una sonrisa se dibujó en el rostro de Tate, iluminando el ambiente y disipando cualquier rastro de tristeza.

—No debes arrepentirte de nada.

Joy correspondió a su sonrisa.

—Pero te diré otra cosa que me confió mi tía hace mucho tiempo: no siempre tendrás que luchar sola —pronunció con convicción—. Así que haré todo lo posible. Trabajaremos juntos para publicar la mejor versión de El último testigo, y aquellos que dijeron cosas negativas sobre ti tendrán que tragarse sus propias palabras.

Tate no hizo ningún intento por disimular el tono peligroso en su voz, y Joy, lejos de mostrarse afectada, lo miró. Ambos se encontraban en un estado de conexión mutua, sin pronunciar una sola palabra. Tate admiró cada rasgo delicado del rostro de Joy: sus pómulos altos, su nariz recta, sus labios definidos y el camino de pecas sobre sus mejillas. La proximidad entre ellos era tal que Tate podía vislumbrarse reflejado en esos ojos grandes y oscuros, como si fueran el más dulce chocolate.

La intensidad de sus miradas era evidente, y aunque Tate intentaba recordarse a sí mismo que no debía dejarse llevar, no podía apartar los ojos de Joy. Por su parte, ella parecía igualmente cautivada, como si tratara de descifrar sus pensamientos en silencio.

En un instante que los tomó por sorpresa, Joy fue la primera en reaccionar. Se inclinó más cerca y depositó un suave beso en la mejilla de Tate. Él se estremeció ante aquel gesto, pero antes de que pudiera asimilarlo o responder, Joy soltó sus manos y se levantó del sillón, creando una distancia física entre ellos.

—Buenas noches —se despidió.

Cuando el sonido de la puerta del estudio cerrándose llegó a sus oídos, Tate sintió que podía respirar de nuevo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top