Capítulo 21
Una nueva semana, una nueva tarea.
Tate y Joy caminaron por la misma cuadra que ya conocían de memoria. Saludaron amablemente a algunos vecinos y se detuvieron a conversar con otros, pero no se distrajeron por mucho tiempo. Tenían un objetivo en mente.
Cuando llegaron al punto donde habían dejado pendientes algunas tareas, Joy aferró con más fuerza el brazo de Tate, su corazón latiendo acelerado. Sabía lo que venía a continuación. Un simple giro a la izquierda y comenzarían a adentrarse en el corazón del pueblo, donde les esperaba Tippecanoe, la tienda de regalos y galería de arte.
Esa era su nueva misión: recorrer la calle principal de Portree, visitar Tippecanoe y no tener un ataque de pánico.
Joy hizo un esfuerzo consciente para distraerse y alejar los pensamientos sobre las posibles consecuencias de estar tan lejos de su hogar. Observó de manera fugaz a su alrededor, pero tomando nota de los detalles. Portree era un pueblo pequeño y su centro estaba ubicado en el corazón de la comunidad, que era el principal punto de actividad comercial y social.
Era un lugar encantador y animado; pintorescos edificios históricos albergaban una variedad de negocios locales, como panaderías, cafeterías y librerías. La calle principal estaba adornada con árboles y flores, creando un ambiente acogedor.
En el centro del pueblo, había una combinación de edificios residenciales y comerciales que incluían viviendas, tiendas y restaurantes. Además, se encontraban el ayuntamiento, la oficina de correos y la biblioteca, accesibles para todos los miembros de la comunidad.
También había varios espacios públicos donde los residentes podían reunirse y disfrutar del tiempo juntos, como parques, plazas y centros comunitarios que ofrecían parques infantiles, canchas deportivas y áreas de picnic. Asimismo, se llevaban a cabo eventos y reuniones regulares, como mercados de agricultores, festivales y desfiles.
Aunque Joy no había visitado el centro de Portree desde su regreso, recordaba algunos lugares que había explorado con sus padres cuando era niña, y tenía un mapa en casa que le servía de guía. Sabía que las tareas que debía realizar se encontraban a tan solo cinco o diez minutos a pie de su casa, en caso de necesitar regresar rápidamente.
O huir.
Mentiría si dijera que no había trazado de manera meticulosa todas las rutas de escape en caso de cualquier eventualidad. Comprendía la importancia de estar preparada ante lo inesperado, ya que situaciones inesperadas como un incendio, un accidente, un robo e incluso un... atentado podrían ocurrir en cualquier momento.
Joy tragó con fuerza.
Había una multitud de personas a su alrededor, pero todas parecían sumidas en su propia rutina, ajenas a la posibilidad de que algo pudiera ocurrir. Así que Joy tenía que estar alerta por esas personas, para ayudarlas. Sin embargo, también se planteaba la idea de buscar un refugio seguro en caso de emergencia. ¿Quizás detrás de esos arbustos? ¿O tal vez debajo de esa banca en la parada de autobús? ¿O acurrucada junto a ese letrero? No, pensó de nuevo. Tal vez lo mejor sería pasar desapercibida. ¿Mezclarse entre la multitud? ¿Permanecer quieta y sin llamar la atención?
—Joy...
¿Alguien estaba diciendo su nombre?
Se sintió desconcertada al darse cuenta de que sus pies continuaban en movimiento, pero sin tener una dirección clara. No podía recordar hacia dónde se dirigía, pero en ese momento entendió que lo más importante era contar con un plan de emergencia.
—Joy.
Sus pasos se detuvieron abruptamente cuando sintió un agarre inesperado en los hombros que la hizo retroceder. Giró el rostro hacia la voz que la llamaba por su nombre y levantó la mirada. Fue en ese momento cuando se percató de que se encontraba parada en un estrecho espacio entre dos locales, un lugar estrecho y resguardado del bullicio de la calle principal.
—Apenas estás respirando.
¿Ella?
Joy abrió los labios para hablar, pero solo logró liberar una bocanada de aire. Su respiración se volvió agitada y entrecortada, como un remolino de movimientos rápidos y desesperados.
—Eso es, despacio. Tómalo con calma. —Joy sintió una caricia reconfortante en la espalda—. ¿Sabes dónde estás? ¿Quién soy?
Enfocó el rostro frente a ella y reconoció sus ojos.
—Tate.
Él asintió con una sonrisa alentadora y acarició su cabello.
—Creo que te perdiste en tus pensamientos.
Aunque su pecho se sintió más ligero, la tensión y la ansiedad seguían presentes en su cuerpo. Estaba luchando por encontrar las palabras adecuadas mientras intentaba controlar su respiración y recuperar la calma.
—¿Conoces la técnica de grounding? —inquirió Tate con una pausa—. Es para la ansiedad. Te ayudará a volver a la realidad y a reconectar con el presente y con la situación que estás viviendo.
Pese a que Joy había escuchado sobre la técnica de control de la respiración, en ese momento le resultaba difícil concentrarse en aplicarla. Su corazón latía desbocado y la única realidad que parecía existir era el hombre frente a ella.
—Primero, trata de calmarte y balancear tu respiración.
Ella obedeció, realizando inhalaciones y exhalaciones pausadas hasta que sus latidos se relajaron.
—Ahora mira a tu alrededor y dime cinco cosas que puedes ver.
Desde adentro de aquel espacio y, con Tate bloqueando con su cuerpo parte de la entrada, Joy no tuvo más opción que inclinar la cabeza hacia un costado para inspeccionar la calle.
—Hay una casa al otro lado de la calle, un letrero con letras amarillas, un farol, una mujer con un coche de bebé y... a ti. Te veo a ti —concluyó.
Tate hizo un gesto afirmativo, animándola.
—Ahora dime cuatro cosas que puedes tocar.
Joy se concentró un poco más. Primero sintió la textura de su jeans de mezclilla contra sus dedos, la textura de lana de su suéter, la delicadeza y firmeza de uno de los frutos del Rowan que había traído con ella para protección. Y, al final, estiró su mano para tocar la mandíbula de Tate. Era rasposa al tacto por su barba.
Él atrapó su mano y le dio un suave apretón.
—¿Qué puedes oír? —continuó él con voz serena y grave—. Dime tres sonidos que puedas oír.
Esta vez, Joy cerró los ojos para incrementar sus sentidos. Reconoció el pitido de un carro a lo lejos, el murmullo de una conversación mezclada con risas y el suave sonido de sus respiraciones al unísono.
—¿Y puedes oler algo? Dime dos cosas que puedes oler.
Joy mantuvo los ojos cerrados y se esforzó por tomar una exhalación profunda. Mientras lo hacía, captó el irresistible aroma del pan recién horneado que parecía envolver el ambiente. De forma instintiva, se acercó lentamente a Tate, hasta que su nariz rozó el cuello del abrigo que él llevaba.
—Tu colonia huele a sándalo. —Sus ojos se encontraron—. Es un aroma suave, amaderado y relajante.
Joy siempre había pensado que ser una chica alta tenía más inconvenientes que beneficios, desde los pantalones que le quedaban cortos hasta los golpes constantes en la cabeza con los marcos de las puertas. Sin embargo, había descubierto una ventaja que ahora agregaba a su breve lista: al ser casi tan alta como Tate, sus rostros siempre estaban a la misma altura. En lugar de hacerla sentir incómoda, ahora le brindaba tranquilidad.
—Dime algo que puedas saborear —pidió Tate con suavidad.
¿Contaría el miedo?
Porque podía sentirlo como un sabor metálico y amargo en la boca.
—Tengo algo para ti —dijo Tate ante su silencio, como si detectara su intranquilidad.
Joy lo miró con expectación mientras él sacaba un pequeño caramelo de uno de sus bolsillos y se lo entregaba. Ella recibió el regalo y sostuvo el pequeño envoltorio rosa entre sus manos, experimentando una sensación de alivio inesperada. Para cualquier otra persona, podría haber sido solo un detalle simple, incluso insignificante, pero para Joy, se sentía como un salvavidas, como una muestra de apoyo y comprensión en medio de su lucha interna.
—Gracias —dijo, expresando su gratitud, antes de abrir la envoltura y llevar el caramelo a su boca. El sabor dulce y delicioso de fresa se desplegó en su lengua, brindándole un alivio momentáneo y suficiente para contrarrestar el sabor amargo que había sentido anteriormente.
—¿Ahora te sientes un poco mejor?
Joy reflexionó sobre su pregunta y se dio cuenta de que, en efecto, se sentía mejor. Ya no parecía haber corrido un maratón: su respiración se había calmado, su corazón no latía desbocado y la sensación de agitación se había disipado. Ya no sudaba ni se sentía mareada o desorientada.
Quizá, después de todo, sí podía lograr esa tarea.
—Todo estará bien —aseguró Tate con su usual calma—. Tippecanoe está en la siguiente cuadra. Querías ir, ¿lo recuerdas? —Joy asintió—. ¿Puedes mantener la calma y enfocarte por un rato más?
Ella bajó la mirada, sintiendo una mezcla de emociones que incluía vergüenza, enojo y frustración consigo misma. ¿Cómo podría lograr ser independiente si apenas podía mantener el control?
—¿Joy?
—Estaré bien —contestó, respirando profundo.
—Continuemos.
Avanzaron unos metros y, tal como Tate había indicado, allí estaba Tippecanoe, ubicado en un encantador edificio histórico en el corazón de la pequeña ciudad.
Joy había visto fotografías del lugar vintage en internet, pero estar allí de cerca era aún más cautivador. La fachada presentaba una pared de color beige con llamativos letreros azules y letras doradas. El nombre «Tippecanoe» estaba escrito con elegantes letras góticas. El establecimiento contaba con dos puertas de entrada enmarcadas en azul y dos amplios ventanales que permitían a los transeúntes admirar las obras de arte y los regalos exhibidos en el interior.
Tate sostuvo la puerta abierta y una oleada de emoción recorrió el vientre de Joy mientras sus ojos exploraban el interior del negocio. Sentía nerviosismo y ansiedad, pero, al mismo tiempo, una sensación de irrealidad. Habían pasado meses desde la última vez que visitó un lugar simplemente porque lo deseaba. Durante meses, había anhelado conocer Tippecanoe en persona.
Podría parecer ridículo, pero la simple idea de visitar una tienda de regalos la llenaba de felicidad.
—Es una tienda pintoresca —comentó Tate, luego de saludar a la encargada—. ¿Por qué querías venir? ¿Necesitas comprar algo?
Joy esbozó una suave sonrisa.
—Mis padres se conocieron aquí. Papá vino con un amigo a visitar la galería y mi mamá estaba comprando tarjetas de felicitaciones para los adornos de la florería. Tropezaron en la entrada y empezaron a conversar.
—Como en una novela romántica —sugirió Tate.
Ella consideró la situación y se encogió de hombros.
—Supongo que sí.
Joy recorrió la tienda sin prisas, disfrutando de cada rincón. El interior era amplio y acogedor, estaba bañado por la luz natural que se filtraba a través de las ventanas. Una gran variedad de arte contemporáneo y regalos llamaban su atención en cada esquina. Tippecanoe constaba de dos locales conectados, con un espacio que permitía pasear entre ambos. El primero albergaba la tienda de regalos, mientras que el segundo presentaba una pequeña galería.
El arte en exhibición abarcaba diferentes medios, desde pintura y escultura hasta fotografía, y destacaba obras de talentosos artistas locales. Junto al arte, la tienda ofrecía una cuidada selección de regalos a la venta. Entre ellos se encontraban artículos fabricados localmente, como joyas, artículos de decoración para el hogar, artículos de papelería, grabados, libros, velas, cerámica y peluches, así como otros pequeños obsequios.
Joy se detuvo frente a una pizarra donde se anunciaban los eventos regulares: charlas de artistas, clubes de lectura y talleres. Consideró la posibilidad de participar en alguno de ellos, a pesar de su aprehensión hacia los grupos de personas. Sabía que era lo que Nora le sugeriría hacer, ya que le ayudaría a superarse y mejorar en ese aspecto.
En ese momento, la campanilla de la entrada sonó, y Joy notó cómo su corazón se aceleraba al ver a un grupo de turistas ingresando. Una mezcla de miedo y ansiedad se retorció en su vientre. Buscó a Tate con la mirada, pero al no verlo de inmediato, su ansiedad se intensificó. Aunque deseaba quedarse petrificada y pasar desapercibida, el impulso de encontrarlo fue más fuerte. Así que, esquivando a las personas a su paso, se dirigió hacia él y lo encontró detrás de un exhibidor giratorio.
—¿Estás bien? —preguntó al verla.
Joy asintió emocionada y se aferró a su brazo. Aunque él debía haber notado la tensión en sus hombros y las emociones reflejadas en su rostro, decidió no mencionarlo. En su lugar, le regaló una cálida sonrisa y señaló el estante frente a ellos. Sus ojos se posaron en un estuche que contenía una exquisita colección de plumas estilográficas.
—¿Te gustan?
Tate asintió y levantó una para estudiarla con más precisión. Era una pluma elegante y delicada, con un diseño de flores y apliques dorados sobre una base negra y brillante.
—Esta es muy linda, pero creo que ya tengo suficientes —dijo, y colocó la pluma de vuelta sobre el estuche—. Evelyn dice que tengo una obsesión con este tipo de pluma.
Evelyn, su mejor amiga. La mujer que lo había visto semidesnudo.
De pronto, Joy sintió interés por conocer más sobre ella.
—¿Evelyn trabaja en la editorial? ¿O se conocen de antes?
—Trabaja conmigo en la editorial, es la directora de Marketing. Nos conocemos desde la universidad.
La curiosidad de Joy seguía ardiendo en su interior, pero, al mismo tiempo, sentía que no tenía el derecho de hacer más preguntas sobre Evelyn o indagar en la vida personal de Tate. Por eso, decidió guardar silencio y apartar la mirada.
—Podría presentarte a Evelyn, si quieres.
—¿De verdad? —Joy estaba segura de que su mirada debía ser brillante.
Tate sonrió.
—Sí, seguramente ella nos ayudará con la campaña de lanzamiento de tu libro. Además, estoy seguro de que también quiere conocerte.
—Me encantaría conocerla.
Acordaron agendar una videollamada con su amiga Evelyn en los próximos días.
Después de explorar la tienda, se dirigieron hacia la caja para pagar los artículos de oficina que habían seleccionado. Joy sintió una mezcla de satisfacción y emoción mientras esperaba su turno, mirando los diversos objetos expuestos cerca de la caja registradora. Mientras tanto, Tate conversaba con el amable empleado que atendía en el mostrador.
Al salir de Tippecanoe, Tate sugirió que podían disfrutar de un helado. Al otro lado de la calle, se encontraba la pequeña heladería de la Isla de Skye; conos de helado decoraban su fachada blanca. Joy recordó vagamente haber estado allí en el pasado, pero la memoria era borrosa.
Mientras Tate ordenaba los helados, Joy esperaba en la acera. Él regresó con dos helados en la mano y le ofreció uno a Joy. Él había elegido menta con chocolate, mientras que Joy se decantó por un sabor más creativo y único, como la miel de lavanda, que tenía un sabor cálido y relajante.
—Este tiene que ser el mejor helado de mi vida —comentó Tate.
Joy lo miró mientras estaban sentados en una solitaria banca en medio de una calle desierta cerca de casa.
—¿Te gustó? —preguntó él.
Ella asintió con entusiasmo, y Tate le devolvió una amplia sonrisa que hizo que su corazón diera un salto inesperado.
Continuaron saboreando sus helados en silencio.
En ese instante, sentada en la banca junto a él, Joy sintió que todo estaría bien. Los momentos simples como aquel tenían un poderoso efecto que podía combatir cualquier miedo que pudiera sentir.
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