Capítulo 20
Decidieron recrear una escena clave: la intensa discusión entre los protagonistas, Aryn y Meribeth. Se acomodaron en sus escritorios y, juntos, leyeron en voz alta el diálogo. Después, se sumergieron en la tarea de ajustar y mejorar las palabras intercambiadas. Una vez satisfechos con los cambios, se embarcaron en el desafío de aprenderse las líneas de memoria.
—No son muchas líneas, así que debería ser sencillo —comentó Tate.
Joy asintió en acuerdo. Siendo la autora de la novela, le resultaba más sencillo comprender y empatizar con las escenas que había escrito, en especial aquella narrada desde la perspectiva de Meribeth, donde había plasmado sus pensamientos y emociones. Sin embargo, admitía que la subtrama romántica requería mejoras. Aunque le frustraba un poco, entendía que no debía tomarlo como una crítica personal. Durante la escritura, su enfoque había sido desarrollar de manera sólida el conflicto principal, y en eso había tenido éxito. Sentía una satisfacción por el logro alcanzado en la trama de suspenso.
—¿Lista? —preguntó Tate.
Joy lo miró con atención, estudiando su expresión tranquila y segura. Su presencia siempre le transmitía calma, y en ese momento no era la excepción.
—Lista.
Ella se levantó de su escritorio y se acercó.
—Podrías soltarte el cabello —sugirió Tate de repente—. Meribeth tiene el cabello similar al tuyo y siempre lo lleva suelto.
Joy acarició su cabello suavemente con los dedos, un tanto sorprendida. Él tenía razón. Meribeth tenía el cabello rizado y largo, al igual que ella, pero era pelirroja mientras que Joy era castaña.
Y ahí terminaban las similitudes entre ella y la protagonista de la novela.
Meribeth Fraser, una mujer fuerte e independiente, era despreciada por la sociedad debido a su origen ilegítimo como hija de un duque fallecido y una cortesana. Sin embargo, era objeto de deseo por parte de los hombres y de envidia por parte de las mujeres. Meribeth desafiaba todas las convenciones de la época victoriana: era impetuosa, aventurera, inteligente, obstinada y hábil en la lucha.
Con determinación, Meribeth logró convertirse en detective y abrir su propio despacho, cumpliendo así el deseo de su difunto padre. Esto fue posible gracias a la ayuda de un juez, amigo de su madre, quien también le presentó a Aryn con la esperanza de que un compañero la mantuviera alejada de los peligros.
Aryn McLeod, el protagonista masculino, también era un personaje complejo. Criado en la soledad de su infancia en Irlanda, era un hombre cínico, misterioso, frío, perspicaz, ingenioso y letal. Conocido como el hijo ilegítimo de un importante líder de un clan, poseía habilidades en armas y actividades delictivas heredadas de su abuelo materno. Aryn había llegado a Londres para trabajar con un juez, pero el destino lo llevó a cruzarse con la problemática Meribeth.
Estos dos personajes opuestos tenían una característica en común: una curiosidad desbordante que los impulsaba a entrometerse donde no eran llamados, llevándolos a investigar crímenes y convirtiéndolos en una de las duplas de detectives más famosas de Londres.
Mientras perseguían a un asesino en serie, debían enfrentarse a sus propios demonios personales y lidiar con una complicada historia de amor.
—Empecemos —sentenció Tate.
Joy se mantuvo de pie frente al escritorio mientras él retrocedía unos pasos. La escena transcurría en el despacho de los detectives, por lo que el escenario era bastante apropiado.
Tate hizo una cuenta regresiva final y, al terminar, ambos quedaron en silencio. Joy recordó la escena: Aryn y Meribeth de pie frente a frente en el estudio, él paseándose sobre la alfombra mientras ella lo miraba con el ceño fruncido. La tensión entre ellos era densa y palpable, el aire estaba cargado de ira y frustración.
Joy respiró profundamente, sintiendo expectación.
—No puedes seguir arriesgando tu vida de esta manera —empezó Tate, con la voz tensa por la emoción—. No puedo seguir viendo cómo te pones en peligro por otras personas. No es justo ni para mí ni para nosotros.
Joy suspiró y apoyó su peso contra el escritorio, sosteniendo su mirada.
—Entiendo tu preocupación, Aryn —dijo, su voz firme reflejaba determinación—. Pero no puedo simplemente sentarme y no hacer nada cuando veo a alguien en apuros. Tengo que ayudarlos. Es lo que soy.
Tate se pasó una mano por el cabello, la frustración estaba grabada en su rostro. Caminó de un lado a otro como un lobo enjaulado.
Joy estaba impresionada. Quizás él no había actuado en algún tiempo, pero era bueno. Era evidente que había tomado clases, las emociones se transparentaban en su rostro.
—Lo sé, pero también tienes que empezar a pensar en ti misma. No puedes ignorarme cada vez que decides salir corriendo y hacer algo peligroso.
Joy entrecerró los ojos mientras cruzaba los brazos sobre el pecho, a la defensiva.
—Tú me quisiste así, Aryn. Me escogiste. No quise lastimarte. Pero no puedo cambiar quién soy.
Él negó con la cabeza y detuvo sus pasos, mirándola con frustración. El ambiente tenso flotaba en el aire mientras se enfrentaban con la mirada.
—Nunca dije eso. Sé que no puedes cambiar quién eres, pero podrías empezar a ponerte en mi lugar y considerar mis sentimientos.
Tate hizo una breve pausa y, en ese instante, Joy se preguntó si él había olvidado el diálogo. Sin embargo, Tate continuó con determinación:
—Hay un asesino afuera. Es despojado, inteligente y está detrás de ti. ¿Y si te atrapa esta vez? ¿Y si no puedes escapar? ¿Y si no estoy junto a ti?
Joy comprendió de inmediato que Tate estaba modificando el diálogo original. Notó cómo había ampliado las líneas para prolongar la discusión entre los personajes. Con atención y concentración, escuchó cada palabra y observó cada gesto que él transmitía con pasión y fuerza. En ese momento, Joy decidió seguirle el ritmo y responder con la misma energía.
«¿Qué diría Meribeth en ese momento?»
—Olvidas que puedo protegerme sola —refutó.
—¡No dije eso! —exclamó Tate, haciendo que el corazón de Joy brincara en su pecho—. Esto no se trata de si puedes cuidarte o no. Solo no puedo seguir viviendo con miedo de que algún día no vuelvas a mí.
Vaya...
Joy se quedó sin palabras.
Era una frase que Aryn usaría, algo que su madre habría escrito, ya que él era un personaje que solía ocultar sus sentimientos, pero cuando se trataba de Meribeth, su control se desvanecía. ¿Por qué no se le había ocurrido?
Joy volvió a centrarse en la escena y observó a Tate, quien se encontraba frente a ella, mirándola con una intensidad notable. La pasión y el compromiso que Tate mostraba en su interpretación la impresionaron profundamente.
¿Qué debía decir? ¿Qué debía hacer? ¿O debía esperar? ¿Meribeth se enfadaría más o cambiaría de postura?
Tate, ante la indecisión de Joy, decidió continuar actuando. Se aproximó con lentitud, sus ojos azules fijos en ella como si fuera su presa. La tensión llenó el ambiente, el silencio se volvió electrizante. Joy intentó retroceder, pero el escritorio la detuvo, dejándola sentada sobre la madera.
Tate redujo la distancia entre sus cuerpos, inclinándose hacia su rostro. Sus ojos reflejaban una mezcla de frustración y deseo. El corazón de Joy comenzó a latir aceleradamente y su respiración se detuvo en su garganta.
—Tienes que mantenerte a salvo —dijo él, aferrándose a su mirada.
Hubo otra pausa y Joy, ignorando el latido acelerado de su corazón en sus oídos, encontró el valor para hablar:
—¿Por qué?
Joy pasó la lengua por sus labios resecos y esperó con intriga. Tate, por su parte, esbozó una pequeña sonrisa ladeada que se combinaba con el brillo peligroso que latía en sus ojos.
—Para que pueda sostenerse así.
Él acomodó sus manos sobre sus caderas y se acercó aún más. Sorprendida por su inesperado contacto, Joy separó las piernas con suavidad para hacerle un lugar entre ellas mientras sentía cómo la expectación se agitaba en su vientre.
—Y pueda tocarte así.
Su voz resonaba grave y profunda, como si estuvieran compartiendo un secreto íntimo solo entre ellos. Joy sintió un nudo en la garganta mientras los dedos de Tate se deslizaban lentamente por sus costados, rozando suavemente la tela de su blusa. Aunque en realidad no la estaba tocando directamente, la cercanía de su presencia provocaba una intensa sensación en su cuerpo. Un escalofrío recorrió su espalda mientras una oleada de calor la invadía, haciendo que se sintiera mareada y totalmente alerta al mismo tiempo.
—No puedo perderte, Meri —susurró.
Joy levantó su mentón ligeramente y encontró el rostro de Tate cerniéndose sobre ella, tan cerca que podía verse reflejada en sus pupilas oscuras. Su aliento rozó los labios de Joy, y en ese momento, ella olvidó cómo respirar. Su mente se llenó de imágenes y posibilidades que solo podría plasmar si estuviera escribiendo esa escena.
El cuerpo de Meribeth respondería al toque de Aryn. Ella envolvería sus brazos alrededor de su cuello y lo atraería más cerca, sus labios ansiosos y hambrientos por más. Las manos de Aryn recorrerían sus curvas mientras él profundizaba el beso; su cuerpo ardiendo de deseo por ella. Y ambos se entregarían a su pasión.
Ahora Joy sabía que escribir, pero no debía actuarlo, ¿o sí?
—Joy —Tate hizo una pausa, haciéndola reaccionar—. ¿Lo tienes?
Un poco aturdida, Joy dejó escapar un susurro apenas audible. Sus labios temblaron al formar las palabras, rompiendo el hechizo que los envolvía.
—Sí.
«Esto no es real», se dijo.
Tate apartó sus manos y retrocedió un paso, volviendo a su postura habitual. La expresión serena y templada regresó a su rostro, como si la intensidad del momento hubiera quedado atrás.
—Aryn es un hombre y Meribeth es la mujer que él ama —explicó mientras cruzaba los brazos sobre el pecho—. Él la conoce a fondo y sabe que no puede controlar su carácter. Ella es una fuerza de la naturaleza, sigue sus propias reglas. Aryn no desea controlarla, pero tampoco quiere que ponga su vida en peligro. Por eso, utilizará sus sentimientos para frenarla. Aunque a veces las palabras no sean suficientes, intentará seducirla para recordarle que la pasión y el amor que comparten son lo suficientemente valiosos como para que ella piense antes de actuar. ¿Lo comprendes?
Joy asintió.
Cuando Tate se apartó, Joy descendió del escritorio. Sentía un hormigueo en las piernas, una extraña sensación recorría todo su cuerpo. Se preguntó si él también había sido afectado por ese intenso momento, pero al dirigirle una rápida mirada, lo vio de vuelta en su escritorio, colocándose sus gafas y organizando unos papeles, como si nada hubiera ocurrido. Una ligera sonrisa se formó en los labios de Joy mientras tragaba el nudo en su garganta.
—Ordenaré algo para cenar —anunció con una postura un poco rígida—. ¿Comida italiana estaría bien?
—Sí, gracias.
—Mientras tanto, pensaré en cómo reescribir la escena —musitó, apretando los dedos—. Gracias por tu apoyo.
—Buena suerte.
Tate esbozó una leve sonrisa y volvió a sumergirse en sus papeles, dando por finalizada la conversación. Joy salió del estudio y se alejó despacio, hasta detenerse a mitad del pasillo, donde apoyó su espalda contra la pared, y susurró una suave maldición mientras apretaba sus mejillas sonrojadas.
Esto no podía ser algo bueno.
Al mismo tiempo, en el estudio, Marigold saltó sobre el escritorio de Tate y lo observó con sus ojos felinos entrecerrados. Él sintió su mirada como un juicio, lo que solo aumentó su incomodidad...
Tate se aclaró la garganta y se quitó los lentes, enterrando su rostro avergonzado entre sus manos mientras dejaba escapar una maldición.
Esto definitivamente no auguraba nada bueno.
—¿Cómo es él?
La inesperada pregunta llegó durante uno de sus encuentros nocturnos, planteada por su madre.
Joy había esperado pacientemente hasta después de la medianoche antes de aventurarse fuera de su habitación. Marigold se mantuvo pegada a sus tobillos, y cuando no maulló junto a la puerta de Tate, supo que él estaba dormido. Aprovechando la oportunidad, Joy se deslizó con sigilo hacia el jardín.
—¿Quién? —preguntó Joy, aunque ya imaginaba cuál sería la respuesta.
—Tate Graham.
Joy sintió una inesperada sensación de calor subiendo por su cuello que intentó ocultar con una tos.
—Él es un hombre lleno de contradicciones. Es inteligente y perspicaz, pero también puede ser despistado y algo torpe. Es amable, pero también reservado. Es honesto, pero también misterioso. Sé que es un hombre que necesita estabilidad y certeza, pero está acompañándome en este camino incierto.
Y tenía un cuerpo atlético, lucía atractivo cuando llevaba gafas y actuaba muy bien el papel de seducir mujeres, pero, en el fondo, era un nerd.
Por supuesto, eso no lo dijo.
—Entonces es un buen hombre.
Joy asintió.
—Y ahora confías en él.
—Lo hago —admitió, y dejó escapar una suave risa—. Además, tiene un juego bobo en el que siempre me dice citas y tengo que descifrar a qué novela pertenece. Aún no ha podido vencerme.
Joy se encogió de hombros.
—Además, es un viento de cambio.
—Y ni siquiera lo sabe —meditó Joy—. Me pregunto cuántas vidas ha cambiado para bien.
—Y tal vez la tuya sea una de esas. —Su madre sonrió—. ¿Cómo va tu terapia?
Las facciones de la joven se tensaron, reflejando su preocupación.
—Avanza. Aún siento mucho miedo y no siempre hago las cosas bien.
Joy sintió una caricia en su barbilla.
—Luchar por lo que quieres no implica no sentir temor, Joy. Puedes ser valiente y, aun así, sentir miedo. Es lo que hace tan valioso e inolvidable cumplir los sueños.
Sus palabras reconfortaron el corazón inseguro de Joy y ella apretó su mano con fuerza, buscando sentir su seguridad y apoyo.
—Quédate a mi lado —pidió.
—Siempre, cariño. Seguiré aquí.
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