Capítulo 2

Tate Graham se encontraba sorprendido, pues su primera mañana en Portree tomó un giro inesperado que lo llevó directo a la comisaría. Jamás habría imaginado que algo tan simple como beber una taza de café mientras observaba la calle a través del escaparate de la tienda de tatuajes pudiera acabar en una situación tan complicada.

—Ya se lo dije —insistió Tate por tercera vez—, no soy un criminal. No he hecho nada malo. Solo estaba tomando mi café en la casa de mi prima, Raelynn Graham. ¿Acaso eso es un delito?

El hombre que se encontraba detrás de su escritorio, mirándolo con sospecha, se rascó la barbilla antes de dirigirle una mirada suspicaz. La placa sobre la mesa lo identificaba como Frank Maloney, el jefe de policía del encantador pueblo de Portree y la persona responsable de su arresto. Frank, un hombre de edad madura, con canas en su cabello, una estatura alta y una complexión robusta, tenía un rostro amable a pesar de su mirada penetrante, como la de un águila.

—Es un delito cuando espía a su vecina —informó con gravedad.

—Yo no estaba espiando a nadie.

«Por supuesto que espiabas», lo acusó su consciencia.

Tate agitó la cabeza.

El comisario continuó:

—Además, nadie lo conoce aquí, señor Graham. Y aún no podemos contactarnos con la señorita Graham para confirmar su declaración. O saber que, en efecto, ella se encuentra a salvo.

—Nadie me conoce porque llegué al pueblo ayer por la noche —se defendió—. Y Raelynn está bien. Solo salió a trotar, pero nunca lleva su celular.

El otro hombre entrecerró la mirada.

—Muy conveniente que no podamos contactarla —dijo luego de una breve pausa y otra mirada desconfiada.

Tate puso los ojos en blanco y dio una bocanada de aire, intentando relajarse. Sin embargo, era difícil hacerlo cuando todos parecían atentos a él. Un breve vistazo alrededor de la pequeña estación confirmó sus sospechas: los otros tres oficiales presentes en la comisaría estaban lanzándole miradas furtivas.

Dado el tamaño reducido de la comisaría, Tate era consciente de que cada palabra que se intercambiaba era escuchada por todos los presentes. Además, en un pueblo tranquilo como Portree, donde la acción era escasa, su arresto seguramente se había convertido en el evento más emocionante de la semana.

—Mire, estoy seguro de que puede comprobar mi identidad en su sistema —prosiguió Tate—. No tengo antecedentes porque no soy un criminal, soy un hombre tranquilo y aburrido. Mi nombre es Tate Graham y trabajo como editor literario en el Grupo Sterling.

Maloney dio un rápido vistazo a la computadora a su lado, pero no hizo amago de intentar utilizarla. Al contrario, compartió una mirada discreta con el resto de policías.

—Puede que su declaración sea cierta, señor Graham, pero si lo dejamos ir, ¿qué nos asegura que no irá de nuevo tras la señorita Chapman?

—¡No estoy detrás de ella! —aseguró con firmeza.

«Mentira».

—¿Cómo supo que era una joven que vivía sola? —insistió el comisario—. ¿Por eso la espiaba?

Tate, quien solía considerarse una persona paciente y cautelosa, sentía que su nivel de frustración estaba llegando a su límite. La sensación de querer tirarse del cabello, que normalmente podría haber sido una forma de desahogarse, se veía impedida por las esposas que el policía le había colocado al momento de su arresto.

—No trate de engañarnos, hemos conocido hombres como usted antes. —La voz de Maloney sonó fuerte y severa, pero también preocupada—. Los turistas siempre se quieren pasar de listos con las personas del pueblo.

—Ya se lo dije, no estaba espiándola...

«Por supuesto que sí».

«¡No!», se dijo agotado de sus propias acusaciones.

Tate no era una persona malintencionada. No se dedicaba a espiar a otros ni tenía la intención de causarle daño a Joy Chapman. Sin embargo, esa mañana, al avistar a una figura que parecía ser ella al otro lado de la calle, había surgido en él una mezcla de curiosidad y esperanza. Si realmente era Joy Chapman, la hija de Gwendolyn Chapman y la única persona capaz de hacer realidad el sueño que Tate había perseguido durante toda su vida, era comprensible que su interés se despertara. La posibilidad de haberla encontrado allí, y de que pareciera estar bien, había generado en él un sentimiento de alivio y expectativa. Quizás ella podría ayudarlo...

O, al menos, eso fue lo que había pensado hasta que ella lo había denunciado a la policía.

—¿Cuánto tiempo tendré que estar aquí? —preguntó Tate, contemplando sus manos unidas sobre las rodillas.

—Hasta que garanticemos que la señorita Chapman estará segura —afirmó Frank, y los otros tres oficiales asintieron.

Tate puso los ojos en blanco y se conformó con su destino.

Al menos le ofrecieron algo de consuelo en medio de la situación: le dieron una taza de café, dado que no había tenido la oportunidad de terminar la suya esa mañana, y un trozo de torta de manzana antes de conducirlo a una celda. Una vez dentro, le quitaron las esposas al reconocer que no representaba ninguna amenaza inmediata. No había nadie más detenido en la celda contigua, lo que le permitía disfrutar de un momento de tranquilidad y silencio.

Nada volvió a ser igual en su tranquila vida desde que se le había ocurrido la brillante idea de ofrecer la publicación del último libro de Gwendolyn Chapman como una moneda de cambio para obtener un ascenso.

—Traeré a la vida el último libro de Gwendolyn Chapman —había dicho en un arranque de valentía.

Ese momento se repetía en su mente una y otra vez. Había pronunciado esas palabras en medio de una reunión frente a Theodore Sterling, el CEO del grupo editorial Sterling, y Olivia Rivers, su colega en la editorial que también aspiraba al ascenso. Tate había decidido jugar esa carta porque estaba preocupado por ella. Después de todo, Olivia era una mujer ambiciosa y egocéntrica, pero tenaz y tan competente como él. Su experiencia en el campo editorial igualaba la de Tate, y en esa reunión también había revelado su propósito de publicar a Thomas Black, un famoso autor al que creía capaz de convencer para que cambiara de editorial. Aunque Tate no era fan de Black, comprendía que una publicación suya probablemente le habría conseguido a Olivia el ansiado ascenso.

Tate había asumido un riesgo con su declaración sobre Gwendolyn Chapman, especialmente al revelar que Joy Chapman había sido la responsable de escribirlo. En ese momento, Olivia se había burlado de él, argumentando que Joy no estaba en condiciones de escribir un libro después de todo lo que había vivido. Solo la ambición de Theodore le había dado una oportunidad.

—Quien me de un bestseller en los próximos meses, será el nuevo Jefe editorial de Grupo Sterling —había concluido el CEO.

Después de eso, Tate tuvo que hacer planes apresurados para viajar a Portree. Incluso, tuvo que persuadir a Raelynn para que le permitiera alojarse con ella.

Quizás lo último había sido lo más difícil. Raelynn era su prima, y, en algún momento, habían sido inseparables. Durante varios años habían vivido juntos, compartiendo experiencias y creando recuerdos inolvidables. Pero eso había sido antes de que Tate se independizara, antes de que el trabajo consumiera su vida y antes de que no asistiera al funeral de su tía, la mujer que prácticamente lo había criado y le había transmitido su pasión por el oficio.

Hasta hacía unos días, la última vez que había hablado con ella había sido siete meses atrás, cuando había recibido la devastadora llamada de Raelynn informándole sobre la muerte de Imogen. Tate se encontraba en Francia en aquel entonces, ocupado con una reciente publicación de la editorial. La noticia le había destrozado el corazón a la distancia. Al regresar a casa, había encontrado una carta inesperada de Imogen en su buzón, y nunca antes se había sentido tan abrumado por el peso del arrepentimiento.

Después de aquel incidente, el contacto con Raelynn se había vuelto esporádico y distante. Cuando finalmente se había decidido a llamarla, Tate temía que ella estuviera molesta o que le recordara todas las veces que la había decepcionado. Sin embargo, para su sorpresa, Raelynn había respondido de manera ruda, sarcástica y cínica, como solía hacerlo. Esa actitud le reconfortó un poco; al menos no había cambiado su forma de ser. Aunque no había asegurado su apoyo en el plan de Tate, su respuesta lo había hecho sentir un poco mejor en medio de toda la incertidumbre.

Tate no estaba seguro de cuánto tiempo había transcurrido cuando vio la figura de Raelynn entrar en la comisaría. Vestía ropa deportiva, unos leggings largos y una camiseta sin mangas que dejaba entrever los elaborados tatuajes de sus brazos. Su rostro mostraba un ligero rubor y varios mechones rubios escapaban de su coleta alta y se pegaban a sus mejillas de forma juguetona.

—¡Rae! —soltó, levantándose del asiento en la celda.

Ella le lanzó una mirada silenciosa y levantó una mano para detenerlo en seco. Su expresión no era precisamente amigable, lo que hizo que Tate se quedara en silencio y volviera a tomar asiento. Aún se preguntaba cómo alguien tan pequeña, de apenas 1,60 cm de estatura, podía ser tan intimidante. Raelynn contrastaba su baja estatura con una actitud de chica mala. Cuando era niño, solía imaginar que si Merlina Addams hubiera sido rubia, se parecería mucho a ella.

Tate observó desde la distancia la conversación que Raelynn mantenía con Maloney. No se sorprendió en absoluto al ver cómo todos parecían ser amables y cálidos con ella. Era evidente que Raelynn era alguien especial, alguien que pertenecía a la comunidad de Portree. A veces, Tate olvidaba que Rae había nacido allí, antes de que la vida la llevara por otros caminos.

La breve conversación duró apenas unos minutos antes de que lo liberaran. Tate se acarició el cuello y respiró hondo, sintiéndose aliviado de recuperar su libertad.

—Espero no volverlo a ver por aquí, señor Graham —dijo Maloney cuando Tate cruzó frente a él.

El jefe de policía todavía mantenía una mirada inquisitiva, por lo que Tate simplemente asintió con la cabeza antes de salir de la comisaría. Delante de él, Rae caminaba con determinación hacia su Mustang estacionado en la esquina. Por la tensión en sus hombros y su actitud distante. Tate dedujo que estaba enfadada.

—¿Por qué estás molesta conmigo? —se atrevió a preguntar, solo porque no tenía instinto de supervivencia—. Fui yo quien terminó en la comisaría.

Raelynn lo observó con su mirada intensa que, a pesar de todos esos años, todavía le provocaba miedo. Solo un poco.

—Te había advertido, ¿no? —Sus ojos verdes resplandecieron con enojo antes de abrir la puerta del piloto—. Te lo dije muchas veces y, aun así, no escuchaste.

Tate no necesitó más explicaciones. Sabía muy bien a qué se refería.

—¿Pero cómo iba a imaginar que ella me vería desde el escaparate de su tienda? —refutó cuando ambos estuvieron dentro del automóvil—. No fue mi culpa.

—También te había advertido sobre eso —se quejó—. Joy es sensible a las cosas simples. Si hay algo que no conoce, que sale de su rutina, el más mínimo cambio, se pondrá mal y tendrá miedo.

—Eso no lo explicaste con claridad —replicó él, sintiéndose culpable.

—Creí que había sido suficiente con decirte «mantente alejado de ella» —agregó ella con acritud y otra mirada penetrante de su colección.

Toda la situación resultaba hilarante. Él no había planeado nada de lo que había sucedido, todo había sido pura casualidad. Sin embargo, en medio de la ironía de los acontecimientos, Tate comenzaba a comprender que Joy Chapman era aún más especial para la comunidad que Raelynn. Si bien Rae tenía un lugar destacado en el corazón de Portree, era evidente que Joy ocupaba un lugar aún más profundo y significativo en la vida de las personas.

Así que no parecía quedarle otra salida que reconocer su error.

—¡Está bien, fue mi culpa! —exclamó con frustración, pasando una mano sobre su rostro y empujando los ondulados mechones de su cabello hacia atrás—. ¿Ya estás feliz?

Raelynn chasqueó la lengua como respuesta y puso el Mustang en marcha. Durante varios minutos, ambos permanecieron en silencio. Tate desvió la mirada hacia la ventana y observó las hileras de casas y tiendas alineadas en las aceras. Intentó distraerse con el paisaje, pero sus pensamientos continuaban girando en torno a Joy Chapman. Por más que intentara apartarla de su mente, se aferraba a sus pensamientos de manera persistente.

—Todos son muy protectores con ella —dijo, meditando la situación—. ¿Es porque... no se encuentra bien?

Rae le lanzó una mirada de soslayo.

—Si te refieres a los rumores y también crees que está loca, entonces eres un imbécil.

—¡Yo no dije eso! —replicó—. De hecho, deseo que sea todo lo contrario. Prefiero confiar en lo que Imogen me aseguró.

Hubo una breve pausa. Tate sabía que era por la mención de la madre de Raelynn. No habían hablado de su muerte ni de lo que había ocurrido después.

—Joy no está loca —continuó Rae.

—Entonces ¿por qué...?

—Porque es una buena persona y ha sufrido mucho —lo interrumpió, deteniéndose en un semáforo para mirarlo—. Cuando regresó, fue recibida con mucho cariño. Joy proviene de una antigua familia de Portree y es parte del pueblo. Necesita nuestra ayuda, así que intentamos estar ahí para ella.

Tate permaneció en silencio, considerando sus palabras.

—Joy no está loca —reafirmó su prima—. Solo se siente más segura en su casa.

—¿No sale nunca? —cuestionó.

Raelynn negó.

Esa situación fue un duro golpe de realidad para Tate. Se dio cuenta de que su plan tenía demasiadas variables que podrían salir mal, y, si algo salía mal, su sueño de convertirse en jefe editorial se desvanecería. La incertidumbre y los posibles obstáculos se agolpaban en su mente, haciéndole cuestionar si valía la pena arriesgarlo todo por esa oportunidad. La duda y el miedo comenzaron a inundar sus pensamientos, amenazando con socavar su confianza en sí mismo y en un plan que aún no estaba completamente claro.

—No vayas a lastimarla —añadió Rae en un débil susurro.

Él buscó su rostro, prestando atención a su petición. Esta vez la voz de Rae no era ruda; más bien, era preocupada e incierta. Eso lo tomó desprevenido.

Tate se sorprendió al descubrir el grado de implicación de Raelynn en la vida de Joy Chapman. Aunque sabía que eran amigas, su tía se lo había mencionado en la carta, no esperaba que Rae estuviera tan conectada con ella. Y eso tenía un significado especial, considerando que Raelynn no solía formar fuertes lazos afectivos con las personas.

—Sé porqué estás aquí —declaró ella mientras acariciaba el volante con sus dedos—. Hasta en sus últimos días, mi madre también aseguró que publicar ese libro iba a ayudar a Joy a sanar, pero no estoy tan segura.

Los ojos verdes de Raelynn se clavaron en los de Tate. Eran intensos y desafiantes, como si estuviera poniendo a prueba su determinación. Era como si Rae estuviera buscando una respuesta, una confirmación de que él estaba dispuesto a enfrentar los desafíos que se avecinaban. Tate sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, pero no apartó su mirada. Sabía que no podía permitirse dudar en ese momento crucial.

—Sabes que publicar ese libro implicará más que leer un manuscrito e imprimirlo. Todos los cambios, la exposición..., no sé si es algo para lo que Joy esté preparada. Así que ten por seguro que este libro será el más difícil que hayas publicado alguna vez, Tate.

Rae tenía razón. Publicar un libro podía ser un desafío, pero publicar un libro que tal vez no existía era una apuesta aún mayor. Una completa locura. Y, de alguna forma, se sentía como el villano. Incluso aunque aún no había tomado ninguna acción concreta.

Tate dejó la conversación atrás y volvió la mirada hacia la ventana. Observó cómo Rae conducía por la estrecha calle del vecindario, dirigiéndose hacia el estudio de tatuajes. A medida que avanzaban hasta el final de la calle, notó que había un par de casas y locales dispersos en esa área. Desde allí, se podía divisar la hermosa costa. La vista del mar y las olas rompiendo contra la costa era un recordatorio de la belleza natural que rodeaba a Portree y la sensación de tranquilidad que se podía encontrar en ese lugar.

Raelynn aparcó el Mustang a un costado de la casa y descendió. Tate la siguió, pero se detuvo al darse cuenta de que ella no se estaba dirigiendo al estudio. Al contrario, estaba cruzando la calle.

—¿Adónde vas? —cuestionó.

—¿No es obvio? —dijo, y señaló la florería—. Si quieres tener al menos una oportunidad, debes presentarte de forma adecuada, o Joy volverá a llamar a la policía.

Tate permaneció inmóvil.

—Luego de nuestra conversación, creí que no ibas a ayudarme —balbuceó.

Raelynn esbozó una media sonrisa, pero en lugar de transmitir aliento o calidez, estaba cargada de ironía. Era una expresión que dejaba entrever su escepticismo y su manera de desafiar la situación. Tate pudo sentir la intensidad de esa sonrisa, como si fuera un recordatorio de que las cosas no serían fáciles y que enfrentarían numerosos obstáculos en su camino.

—Solo lo estoy haciendo porque disfrutaré ver cómo te rechaza. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top