Capítulo 18

Un nuevo día despuntaba y Joy se alistaba para aventurarse sola fuera de casa. En los últimos dos días, había dado pasos fuera sin compañía, caminando entre la florería y la tienda de tatuajes. Sin embargo, esta vez sabía que debía ir un poco más lejos, intentar hacer el mismo recorrido por el vecindario que había realizado varias veces junto a Tate. Hasta ahora, no había ocurrido nada durante sus salidas, y esta vez no debía ser diferente.

Con un suspiro profundo, Joy ató su pañuelo favorito alrededor de su cabello para contener sus rizos rebeldes y secó sus manos sudorosas en el áspero tejido de su mono salpicado de flores.

Al levantar la vista, se encontró con Tate parado frente a ella, abriendo la puerta. Al terminar, giró su cuerpo y colocó sus manos sobre los hombros de Joy. Sus miradas se encontraron, y en ese instante, el corazón de Joy comenzó a latir con más intensidad.

El temor llamaba a su puerta.

—Algunos caminos los tienes que recorrer solo —dijo él de forma inesperada.

Joy dejó de contener la respiración y levantó una ceja.

—¿Los juegos del hambre?

Tate sonrió y sus nervios dejaron de ser tan agonizantes por unos instantes.

—Creí que sería una frase adecuada.

Con un último apretón en sus hombros, Tate se alejó y cruzó la entrada. Joy cerró los ojos y tomó una profunda respiración, sintiendo un nudo en la garganta. Con determinación, comenzó a dar sus primeros pasos, sus pies tambaleándose ligeramente hasta llegar junto a Tate.

—¿Estás lista? —inquirió, analizando su rostro.

Joy sentía el corazón en la garganta y los latidos en sus oídos. Su estómago estaba hecho un nudo apretado y doloroso. Aun así, estaba afuera. Otro día más que lograba salir. Eso ya era ganancia, ¿no?

—Lista —respondió.

Era mentira, por supuesto.

—¿En serio?

—No. En realidad, quiero vomitar, pero esperaré a regresar.

—Buen plan —coincidió él con una sonrisa—. Recuerda cantar si tus pensamientos se vuelven muy ruidosos.

Joy asintió. Esperaba recordarlo si sufría una crisis de ansiedad.

«No tendrás una crisis», se dijo.

«Por supuesto».

—Y, si eso no funciona, recuerda que tus vecinos mitológicos podrán protegerte si algo sucede. Al parecer, algunos tienen la capacidad de comer personas.

Si no estuviera tan nerviosa, habría bromeado al respecto o mencionado su admiración por cómo Tate había aceptado los misterios del vecindario. Sin embargo, sus labios parecían congelados. La ansiedad le impedía reír o sentirse aliviada.

—¿Te quedarás aquí hasta que regrese?

Odiaba haber hecho esa pregunta y aún más necesitar escuchar la respuesta para poder sentirse segura. La incertidumbre la atormentaba, pero sabía que no podía evitar enfrentar la realidad. ¿Acaso era una niña?

—Esperaré justo aquí, todo el tiempo que necesites. No me moveré.

Joy intentó descifrar si estaba engañándola o si se burlaba de ella, pero, como siempre, la templanza y calma de Tate eran impresionantes.

Estaba a punto de decir algo más, pero Marigold escogió ese preciso momento para asomarse por la puerta de la florería. Decidió unirse a ellos y dio vueltas alrededor de las piernas de Tate.

—Marigold también esperará aquí —dijo, cargando a su gata en brazos. Luego tomó una de sus patas y la agitó en señal de saludo de despedida.

Joy soltó una ligera risa y acarició las orejas de Marigold, que soltó un suave maullido.

Joy giró, inhalando profundamente. La calle estaba tranquila, los vecinos estaban abriendo gradualmente sus negocios. Vio a Isla barriendo, a Mairi disfrutando de su café junto a una pintura y a Douglas leyendo el periódico en su mecedora frente a la pescadería. La escena transmitía una sensación reconfortante de comunidad. Así que, con renovada determinación, Joy se preparó para enfrentar su tarea en solitario, a sabiendas de que contaba con el apoyo de quienes la rodeaban.

«Todo estará bien», se dijo.

Joy miró sobre su hombro. Tate le sonrió y ella dio los primeros pasos. Quería creer que el miedo que sentía era menor que en otras salidas, pero en ese momento era difícil de hacerlo. Su corazón latía con fuerza y su respiración era un débil susurro. Joy estaba muy consciente de su entorno: caminaba con cautela y miraba en todas direcciones. Quería mantener sus pensamientos bajo control, pero también eso le resultaba difícil.

A pesar de todo, no se detuvo. No estaba segura, pero sentía que, si se detenía, no completaría la tarea. Realmente quería hacerlo por sí misma, o, de lo contrario, se sentiría atrapada para siempre.

«Nada malo sucederá», repitió en su mente.

Además, Tate estaba mirándola. Él seguía allí, ¿verdad?

Joy echó una mirada por encima del hombro y lo vio parado en el mismo lugar. Apenas había unos metros de distancia entre ellos. Él levantó la mano en un saludo y volvió a agitar la patita de Marigold en el aire.

Una sensación de calidez inundó el pecho de Joy y le dio ánimos para continuar.

—¡Joy, volviste! —exclamó Isla Callihan cuando llegó a la tienda de moda—. ¿Cómo estás hoy?

—¿Te sientes bien? —añadió Moira, la otra hermana.

A pesar de su pasado inusual y misterioso como selkies, las hermanas eran amables y simpáticas. Desde que Joy había regresado al pueblo y ellas se enteraron de su condición, habían estado pendientes de ella y solían visitar su florería para comprar flores.

La conversación entre las tres fluyó con naturalidad. Aunque Joy se sentía inquieta, se esforzó por ocultar sus nervios. No quería incomodarlas, cuando estaban siendo tan amigables.

Poco después, Joy continuó su recorrido. Cuando sus pensamientos intentaban desviarse o se volvían ruidosos, cantaba en susurros e intentaba mantener su respiración bajo control.

La siguiente parada fue en la pequeña galería y la pescadería.

Joy saludó primero a Mairi, la mujer mayor siempre se mostraba sonriente y apasionada por su conexión con la naturaleza. No era sorprendente, ya que en algún momento había sido Ghillie Dhu, un enlace entre la naturaleza y los seres humanos. Mairi era una de las vecinas que Joy más recordaba de su infancia, quizás porque ella había sido quien había ayudado a su abuela a salvar a Marigold y solía visitar la florería con frecuencia para visitar a su vieja amiga felina.

Según la versión oficial que su madre le había contado, su abuela había rescatado a Marigold casi al borde de la muerte fuera de la florería. Cuando la llevaron a Mairi, la pobre gata ya no respiraba. Sin embargo, la mujer había logrado sanarla y traerla de vuelta a la vida. Desde ese momento, Marigold parecía haberse quedado congelada en el tiempo. Y gracias a eso, se convirtió en la fiel compañía de su abuela, su madre y la suya.

Su abuela solía decir que Marigold seguía viviendo porque era una gata muy leal. Pero con el tiempo, descubrieron que, en realidad, Marigold no era un ser inmortal. A pesar de su condición especial, podía sufrir daño y morir como cualquier otro felino. Era como cualquier otro ser vivo, pero si la cuidaban y protegían, viviría mucho tiempo junto a ellos.

—¿Hoy es un día bueno, Joy? —preguntó, mirándola detrás de su taza.

—Lo es, Mairi. Gracias.

—Eres muy valiente, mi niña. Sigue adelante —la animó—. Y saluda a Marigold de mi parte.

Joy asintió con una sonrisa y abrazó a Mairi antes de seguir adelante su recorrido.

El vecino contiguo, Douglas, siempre estaba inmerso en la lectura del periódico, ocupado preparando anzuelos para la pesca o reparando algún mueble de madera. A simple vista, nadie sospecharía que era un kelpie. Cuando Joy era pequeña, su abuela solía contarle historias sobre los kelpies, espíritus acuáticos peligrosos y de naturaleza engañosa. Sin embargo, para Joy, Douglas siempre parecía sereno, inofensivo y amable. Su madre sostenía la teoría de que el enamoramiento había transformado su malévola naturaleza.

—¿Cómo está Anne? —Joy preguntó por su esposa.

—Muy bien. Se encuentra en la escuela —respondió Douglas, cerrando el periódico—. Iré a recogerla en la tarde para acompañarla a casa.

—Si pasas por la florería en la tarde, podría darte unas rosas que te acompañen.

—Entonces me aseguraré de que así sea —prometió él—. Uno de estos días pasaré a revisar las estanterías de madera de la florería. Siempre hay que darles mantenimiento.

Joy le agradeció y se despidió de él, luego continuó su camino. A medida que avanzaba, sus pasos se volvieron más controlados, su mente más concentrada y su mirada más observadora. Sin embargo, su seguridad empezó a desvanecerse cuando divisó al grupo de personas que esperaban afuera de Althea, el local para observar estrellas.

Si bien Joy entendía que era un lugar de tours y que los turistas eran clientes habituales, eso no impedía que su corazón se acelerara y sus manos se volvieran sudorosas. Por unos instantes, se detuvo y se preguntó si debía dar marcha atrás. ¿Cuánto tiempo llevaba afuera? ¿Había sido suficiente? ¿Sería mejor regresar a casa en ese momento?

Joy se mordió los labios con nerviosismo, mientras sus pensamientos se agolpaban en su mente. Se secó las palmas sudorosas contra sus costados, intentando calmar su inquietud. Por un lado, sentía el impulso de regresar, de buscar refugio en la seguridad de su hogar, pero también una voz en su interior le decía que debía seguir adelante.

Observó a las personas que esperaban afuera de Althea, aparentemente despreocupadas de los posibles peligros que podrían acecharlos. ¿No se daban cuenta de la exposición en la que se encontraban? ¿No percibían el riesgo que corrían? Joy temía que alguien llegara y les hiciera daño o que incluso alguno de los presentes pudiera desencadenar una tragedia.

¡Oh, Dios! ¡Tenía que huir! ¡Tenía que... !

—¿Joy?

Sintió un escalofrío al encontrarse con los ojos de Erin al otro lado de la acera. Era como si su vecina pudiera leer sus emociones: miedo, desesperación e indecisión. Aunque era evidente lo que Joy estaba sintiendo, Erin fue cortés y no mencionó nada al respecto. Su consideración fue un alivio para Joy.

—¿Por qué no tomamos una taza de té? —continuó Erin—. Acabo de recibir una nueva infusión de lavanda. Ven conmigo.

La voz de Erin le proporcionó un destello de familiaridad que disipó parte de su miedo. Con un suspiro de alivio, Joy cruzó la calle y se alejó de la agencia de tours. Inmediatamente sintió que un peso se levantaba de su pecho. No era que no quisiera ver a Gaia o a sus padres, pero enfrentarse a grupos de personas y desconocidos era algo para lo que aún no se sentía preparada.

La tienda de antigüedades se encontraba casi al final de la calle opuesta. Erin probablemente había visto a Joy desde la entrada antes de salir a su rescate.

Al entrar, un aroma frutal y exótico envolvió a Joy, quien observó a su alrededor. La tienda de la familia Acheron siempre le había parecido un lugar único, curioso y encantador. Era una fusión entre una tienda de antigüedades y una casa de té, lo que le confería un aire especial. Albergaba una amplia variedad de objetos antiguos y raros, desde muebles y ropa vintage hasta joyas antiguas y coleccionables. El ambiente dentro de la tienda era cálido y acogedor, y había una pequeña zona de descanso donde los clientes podían relajarse y disfrutar de una taza de té mientras exploraban los artículos expuestos. Los muebles antiguos y los juegos de té vintage añadían un encanto adicional a la tienda.

Si Joy hubiera podido salir de casa, imaginaba que pasaría las tardes allí, deleitándose con una taza de té y sumergiéndose en un libro, rodeada de la belleza, la magia y la historia del pasado.

—¡Joy, ha pasado un tiempo sin hablar! —Litha apareció de repente frente a ella.

Joy retrocedió un paso y se encontró con la sonrisa radiante de Litha. Su apariencia parecía inmutable, como si fuera una eterna joven saliendo de la adolescencia: sus rasgos suaves, el cabello rojizo, largo y rizado que enmarcaba un rostro pequeño y delgado, los intensos ojos verdes, la nariz salpicada de pecas y la piel pálida.

—¡Al fin has venido con nosotras y no trajiste cardos! ¡Qué bueno!

Joy sonrió.

Litha odiaba los cardos. Irónico, siendo la flor más icónica de Escocia, una tan antigua y mística como su mismo espíritu.

Joy había escuchado sobre Litha desde que era una niña, gracias a los relatos de su abuela y su madre. Su existencia era un tema recurrente en sus conversaciones, pero nunca antes había tenido la oportunidad de presenciarla en persona. Había sido gracias a una visita de Erin a la florería que Joy había podido ver a Litha por primera vez, unas semanas después de regresar a Portree.

—¿Estás haciendo tu terapia? —intervino Erin, llamando su atención.

Joy asintió.

—Tate y yo preferimos intentar las tareas durante las mañanas.

Al mencionar el nombre de Tate, la mente de Joy se llenó de pensamientos sobre él. Se dio cuenta de que, en su ansiedad por entrar en la tienda de té, había olvidado avisarle.

—¿Él sigue afuera de la florería?

Litha se desplazó hacia su ubicación favorita, junto a una de las ventanas, y echó un vistazo afuera.

—Sí, en el mismo lugar.

Joy experimentó una mezcla de alivio y vergüenza. La dualidad de emociones siempre había sido su compañera constante y, en cierto modo, la disfrutaba. Para ella, vivir con emociones contradictorias era como una pasión en sí misma.

—Creo que le gusto —agregó Litha con una sonrisa divertida—. Siempre que cruza frente a la tienda, mira hacia acá, hacia mí. Es un halago porque es muy atractivo.

Joy rio.

—Lamento romper tu ilusión, pero creo que es porque le conté sobre ti.

—¿Revelaste las peculiaridades de mi familia? —intervino Erin.

Sus miradas se encontraron mientras la mujer sostenía en el aire una tetera de colores.

—Claro que no, pero antes de hablar sobre Litha, ya creía que eras una mujer extraña.

La risa de Litha flotó en el viento.

—Te has convertido en tu madre: una señora excéntrica y rara.

Erin levantó una delgada ceja platinada.

—¿Y qué hay de los demás? ¿Le contaste sobre los otros vecinos? —reclamó Erin con una mueca—. Ellos son más extraños.

Joy asintió con una sonrisa.

—Tate es perspicaz. Se percató de que había algo peculiar con todos en esta calle.

—¿Confías en él? —averiguó Erin con cautela.

—Sí.

Sería idiota e injusta si no confiara en él. ¡Por Dios! El hombre seguía parado en la calle, en plena mañana fría, solo porque ella se lo había pedido.

—Confío en él —afirmó.

—¿Aunque es «un viento de cambio»? —Litha regresó a su lado y se inclinó hacia su rostro con delicadeza—. No me había topado con uno en el pueblo desde hace muchos años.

Ante las palabras de Litha, Joy recordó la última conversión con Gwendolyn.

—Mi madre dijo algo similar la última vez que hablé con ella. Mencionó que hay personas que pueden cambiar la vida de otras de formas inimaginables.

Erin asintió y se acercó a ellas con un charol metálico que llevaba una taza de porcelana azul. Joy agarró la taza de té y disfrutó del suave aroma de lavanda con notas cítricas. Al dar el primer sorbo, una cálida sensación se extendió por su pecho. El sabor era exquisito.

—Las hadas los llamaban «vientos de cambio» —explicó—. Son personas especiales cuya influencia es tan poderosa que pueden transformar las vidas de aquellos que los rodean y desencadenar nuevos destinos. En la cultura escocesa, hay personajes muy importantes que han sido famosos y reconocidos por dejar una profunda huella en este mundo.

—Se cree que son elegidos por el destino y pueden nacer en cualquier lugar —añadió Litha, cruzándose de piernas y sentándose en el aire—. ¿Él proviene de Inglaterra o de Escocia?

—Tate es mitad escocés y mitad irlandés.

Erin se cruzó de brazos y sus dedos jugaron con la punta de su trenza blanquecina.

—Entonces es aún más interesante. No solo nació con un regalo del destino, sino que comparte la virtud mística de una divinidad, según el calendario druida. Seguramente está relacionado con uno de los árboles sagrados que representa la nobleza. —La expresión de Erin se volvió enigmática—. Muy acorde. Después de todo, está destinado a hacer cosas extraordinarias.

Litha rio y aplaudió emocionada.

—Tu compañero está resultando ser bastante intrigante, Joy. Creo que deberíamos invitarlo a beber una taza de té.

Joy negó enérgicamente con la cabeza. Conocía muy bien las consecuencias que podrían desencadenarse si Tate llegaba a beber té en ese lugar y Erin le servía en una de sus preciosas tazas de porcelana dorada.

—Por favor, no.

—¿No quieres echar un vistazo a su futuro? ¿Cómo podría alterar nuestras vidas?

—No, estoy bien así —enfatizó.

—¿De qué tienes miedo?

«Litha y sus preguntas siempre directas», pensó con ligera molestia.

Joy resopló.

—No tengo miedo de nada. Es solo que... es su vida. Es privada.

Aunque se sentía nerviosa e incómoda, Joy trató de fingir indiferencia. No podía explicar exactamente por qué, pero no deseaba conocer el futuro de Tate. Además, sentía que sería incorrecto invadir su vida de esa manera.

—Respetemos la decisión de Joy —dijo Erin.

Litha hizo un mohín y volvió a aterrizar de pie en el suelo.

—De cualquier forma, no creo que hubiéramos visto algo. Al ser un viento de cambio, sus caminos deben tener muchas ramificaciones y la visión sería incierta.

Después de que ambas mujeres llegaron a un acuerdo, Joy se relajó y terminó su té mientras Litha y Erin continuaban discutiendo sobre adivinación. Pasados unos minutos, Joy se levantó y recogió su bolsa de provisiones para asegurarse de no olvidarla.

—Creo que es hora de que regrese a casa.

—¿Joy? —la llamó Erin, y la joven la miró—. ¿Le has contado sobre el Rowan?

Joy confiaba en Tate y estaba dispuesta a revelarle la verdad, pero no había tenido otra oportunidad para hacerlo. Era consciente de que había muchos asuntos pendientes por discutir sobre el Rowan, y esperaba encontrar el momento adecuado para abordarlos.

—Todavía no, pero lo haré.

—Es tu decisión, pero cuida lo que revelas —le aconsejó Erin con ojos brillantes—. Las personas con la habilidad de cambiar vidas no solo atraen buena suerte, sino que desencadenan todo tipo de acontecimientos, incluso tragedias. Mantente atenta.

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