Capítulo 16

—Me hubiera gustado ver la cara de Tate cuando le contaste sobre los vecinos —rio Raelynn—. En tu lugar, lo hubiera dejado con la intriga. Es el primer visitante que tenemos en el vecindario. Estoy segura de que su mente pragmática se volvería loca tratando de encontrar una explicación lógica para todo.

—No quería que creyera que me burlaba de él —replicó Joy, mordiéndose los labios—. Además, ahora es parte de la comunidad. Tarde o temprano, se daría cuenta. Es muy perspicaz.

—Es un bobo —soltó Rae, y siguió riendo hasta que se cansó—. Y hablando de él, ¿cómo es la convivencia con Tate?

Joy bajó lentamente la taza de té, disfrutando del aroma que aún flotaba en el aire, y sus ojos se encontraron con los de Raelynn, quien sostenía a Marigold con ternura en sus brazos. Se encontraban en el jardín, rodeadas de belleza natural. Una mesa plegable estaba frente a ellas. El clima del atardecer era perfecto, una brisa suave acariciaba sus rostros mientras contemplaban la costa.

—¿Cómo es vivir con Tate? —repitió Joy, sorprendida. Rae asintió—. Supongo que... está bien.

—¿Bien?

Joy se encogió de hombros y bebió otro sorbo de su taza de té.

—Nos pusimos de acuerdo con las tareas de la casa —añadió—. Además, cada uno se dedica a su trabajo. Yo atiendo la florería de día y él trabaja durante la tarde y la noche. En general, no nos topamos a menos que tengamos alguna salida planificada.

Era cierto. A pesar de compartir tareas y tener encuentros esporádicos, Joy se dio cuenta de que no pasaban mucho tiempo juntos. Tate siempre estaba ocupado trabajando. Por las tardes, cuando ella aún estaba en la florería u ocupada en el invernadero, él se dedicaba a leer o editar. Y por las noches, mientras ella disfrutaba de un momento de lectura en el estudio o se preparaba para dormir, notaba que la luz de su habitación seguía encendida hasta altas horas de la noche.

—Esto me sorprende —mencionó Rae, enrollando la cola de Marigold con su mano.

—¿Qué te sorprende?

—Cuando recién se mudaron juntos, pensé que ibas a sentirte incómoda y no sabía si tenías experiencia viviendo sola con alguien que apenas conoces.

¿Incómoda? Sí. En algún momento, se había sentido así junto a él, pero no desde que vivían juntos.

—No te preocupes. Estamos bien —replicó despreocupada—. Tate no me parece potencialmente peligroso.

—Es un bobo, pero es un buen hombre —replicó con una media sonrisa—. No le digas que dije eso o se volverá un engreído.

Joy correspondió a su sonrisa con otra y añadió:

—Imogen crió dos personas maravillosas. Fue una buena madre para ambos.

—No sé si Tate ve a mamá de esa forma.

Apenas fue un susurro, pero Joy escuchó sus palabras y quiso indagar más al respecto, pero hablar de Imogen era un tema sensible para Rae y Joy podía entenderla, sabía cómo se sentía.

—Tate ha estado mucho tiempo solo, creí que sería complicado para él vivir con alguien, pero me alegro de que la inesperada idea haya funcionado. Ya están reparando el techo, les avisaré cuando esté completamente reparado para que Tate pueda mudarse de vuelta.

—O podría quedarse hasta que terminé la edición —replicó Joy, bebiendo un par de sorbos de su té—. Claro, si no hay problema —agregó de prisa ante la expresión de asombro de Rae.

Rae recobró su expresión serena después de fijar una mirada penetrante en Joy, lo que provocó un rubor en el rostro de esta última. El ofrecimiento de Joy había sido sincero y desinteresado. Había descubierto lo gratificante que era tener compañía y se daba cuenta de que Tate no suponía ningún problema en su convivencia.

—Creo que es una idea genial —se apresuró a responder Rae—. A mamá le habría encantado que ustedes se llevaran bien. De hecho, estaría feliz de verlo. Ella siempre fue una romántica empedernida y, si esto fuera una novela, seguramente te enamorarías de Tate.

Joy, sorprendida por la repentina ocurrencia, se atragantó con el té y dejó escapar un pequeño grito cuando taza cayó de sus manos, derramando el líquido caliente sobre la mesa y asustando a Marigold, quien saltó del regazo de Raelynn y se subió apresuradamente al Rowan en busca de refugio.

Raelynn se levantó con rapidez y se acercó a Joy, preocupada.

—¡Dios mío, Joy! ¿Estás bien? ¿Te quemaste?

—Estoy bien —dijo Joy, tosiendo hasta calmar su respiración—. Pero no entiendo a qué te referías con que me enamoraría de él.

Rae se cruzó de brazos, pensativa, golpeando su barbilla con un dedo.

—Tiene mucho sentido. Tú serías la protagonista, Tate sería tu interés amoroso. Ambos viven solos en la misma casa, pasan tiempo juntos mientras intentan resolver un problema, se van conociendo poco a poco y, al final, se enamoran. Como en una novela de romance.

Joy arrugó la nariz.

—El romance no es mi género favorito.

Y era cierto. Joy no solía disfrutar de películas de romance ni leer novelas románticas. De hecho, la tarea de escribir el argumento romántico en el libro de su madre había sido una auténtica tortura. Se atrevería a decir que había sido lo más difícil que había escrito en su vida, junto con las escenas sensuales.

Si dependiera de ella, habría descartado el romance y la tensión amorosa en sus historias. Sin embargo, entendía la importancia que tenía para su madre y para los lectores que habían seguido la saga durante años. Su madre había construido magistralmente la relación entre los personajes principales, Meribeth y Aryn, a lo largo de cada libro. Sería desleal a la historia y una gran decepción para los lectores si no cumplía con esa expectativa.

—Si es difícil escribir un romance, no me imagino cómo será vivirlo —comentó.

—¿Nunca te has enamorado?

Joy negó.

—Pero ¿has salido con alguien?

—Tuve un novio en el colegio y otro en la universidad. Colin se llevó mi primer beso y Dean, mi primera vez. No dejaron mucho a cambio.

Joy sabía sus nombres, pero apenas recordaba sus rostros. Daba igual. No era que alguna de las dos experiencias hubiera sido especial.

Rae esbozó una sonrisa alentadora.

—Tendrás otras oportunidades, Joy. Eres joven y una buena persona. Ese hombre especial llegará a ti y vivirás nuevos primeros momentos inolvidables, como el primero de tensión, el verdadero primer beso, cuando te das cuenta de que te gusta ese alguien y cuando sientes una conexión casi mágica.

Joy se sintió como si hubiera entrado en una dimensión desconocida. La mujer frente a ella no parecía la misma amiga de siempre. Aunque conservaba su aspecto característico, con su cabello negro, su ropa de cuero, sus piercings y sus numerosos tatuajes, algo había cambiado de manera inesperada.

—¿Desde cuándo eres tan romántica?

Rae puso los ojos en blanco.

—Mamá tiene la culpa, amaba las novelas románticas. Pero nunca olvides que también soy dura y una tatuadora sarcástica que patea traseros. Si Tate te molesta, ten por seguro que lo patearé por ti —concluyó con un guiño.

Al día siguiente, Joy se enfrentaría a su primera tarea en solitario, lo que significaba que tendría que visitar a sus vecinos sin la compañía de Tate. La simple idea la llenaba de ansiedad, y el término «ansiosa» no alcanzaba a describir cómo se sentía.

Siguiendo los consejos de su psicóloga, Joy se aferraba a sus rituales y actividades diarias para encontrar un poco de tranquilidad. Además, recordaba las palabras de Tate, quien le había sugerido que la distracción podía ser de gran ayuda. Así que, para enfrentar el nerviosismo y la expectación, Joy se sumergía en sus tareas domésticas, utilizando esta ocupación como una forma de distraer su mente.

Joy se ocupó de múltiples tareas después de que Rae se marchó: barrió el piso, limpió la cocina, alimentó a Marigold, revisó el invernadero, cortó el césped y recogió los frutos del Rowan.

Tate no estaba en casa, había salido a hacer senderismo, y Joy no sabía cuándo regresaría, por lo que decidió lavar la ropa y, de paso, recoger la suya. Aunque por lo general cada uno se encargaba de su propia ropa, esta vez Joy decidió hacerlo por él. Subió al piso de arriba, recogió la suya y abrió la puerta de la habitación de Tate.

En ese momento, todo pareció detenerse.

Los ojos de Joy se fijaron en Tate, que estaba parado en medio de la habitación, solo vistiendo unos ajustados boxers. Un grito escapó de sus labios, ya fuera por la sorpresa de su inesperada presencia o por verlo semidesnudo frente a ella. La cesta se le resbaló de las manos y ella se cubrió los ojos con las manos.

—¡Oh, Dios! ¡Lo siento, lo siento! —exclamó Joy de forma precipitada—. ¡Te juro que no vi nada! ¡No me di cuenta de que habías regresado!

Se sentía como una idiota hablando con las manos en la cara y temió que Tate se enfadara y la echase, pero, para su sorpresa, él solo soltó una leve risa. Joy apartó las manos y lo observó con cautela, y notó que su expresión era relajada.

—No te preocupes —replicó—. Muchas veces me pasó con Rae o con mi mejor amiga, Evelyn, cuando vivíamos juntos.

Joy frunció el ceño. ¿Su mejor amiga lo había visto desnudo? ¿Qué tipo de mejor amiga era?

Al agacharse para recoger la cesta y las prendas caídas, Joy no pudo evitar que sus ojos recorrieran nuevamente la figura de Tate de abajo hacia arriba, de manera deliberada, con curiosidad y sin timidez. Era evidente que tenía un cuerpo atlético y musculoso: muslos robustos, caderas estrechas, abdomen definido y hombros anchos.

Joy estaba sorprendida y solo un poco impresionada.

«¿Cómo se mantenía en tan buena forma? ¿Para quién? ¿Acaso tenía novia?».

Ni siquiera se le había ocurrido preguntarle a Tate sobre su situación sentimental. Sin embargo, eso parecería muy extraño, ¿no? Si él tuviera una novia, no habría aceptado vivir allí, ¿verdad? La incertidumbre comenzó a apoderarse de Joy mientras reflexionaba sobre estas posibilidades.

—¿Joy?

Ella reaccionó y se dio cuenta de que Tate había estado hablando.

«¿Qué había dicho? ¿Acaso se había dado cuenta de que estaba mirándolo?».

Joy se puso de pie de prisa y sostuvo la canasta frente a su rostro caliente.

—Estaba recogiendo la ropa sucia. ¿Tienes?

—Sí, espera.

Tate abrió la puerta del armario y se estiró para alcanzar el cesto de ropa en una de las encimeras. Los músculos de su espalda se tensaron y Joy se mordió el labio.

«¡Deja de chequearlo!».

Pero no pudo resistirse. Joy estudió cómo la luz se deslizaba sobre su piel dorada y suave.

«No bajes la mirada«, se recordó a sí misma.

Sin embargo, fue exactamente lo que hizo. Sus ojos se desviaron hacia abajo, observando cómo la tela de su prenda se adhería a su trasero. Un trasero bien formado, si alguien le preguntaran.

«¿Acaso había enloquecido?».

—Gracias, Joy —dijo Tate, entregando su ropa sucia.

Joy se permitió una sonrisa tonta antes de escapar de la habitación. Una vez a solas, se apoyó contra el pasillo y apretó la cesta entre sus manos. Si pensaba que lavar la ropa aliviaría su estado de ánimo, estaba claro que se equivocaba.

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