Capítulo 15
Durante la última semana, Tate y Raelynn se habían turnado para acompañar a Joy en sus recorridos por el vecindario. Al principio, Joy solo daba unos pocos pasos afuera una o dos veces al día, pero gracias al aliento y la perseverancia de Rae, poco a poco se aventuraba un poco más lejos, adentrándose en el vecindario. Tate entendía que la terapia era difícil para Joy, y a veces podía ver el miedo reflejado en sus ojos, pero a pesar de ello, ella seguía intentándolo. Al principio, Joy mostraba resistencia y regresaba rápidamente a casa, pero con cada salida, su ansiedad disminuía un poco más, como si estuviera comenzando a comprender que estar en esas calles, cerca de sus vecinos, no le traería ningún daño.
Por lo general, salían en las primeras horas del amanecer, un momento que Joy parecía preferir. La calma y el silencio de los primeros rayos de sol y la brisa marina parecían brindarle mayor tranquilidad. Aunque las tiendas de los vecinos estuvieran cerradas y no pudiera hablar con ella, Tate sabía que Joy se sentía más cómoda porque no había turistas paseando por la calle.
Sin embargo, esa mañana era diferente a las anteriores. No tenían planeado salir al amanecer como de costumbre. Esta vez, Rae le había sugerido a Joy que hiciera una visita a los vecinos para que Tate pudiera conocerlos de manera formal. Joy había mostrado cierta indecisión al principio, pero finalmente había accedido. Sería la primera vez que ella los visitaría en lugar de que ellos la visitaran a ella. Por eso, se mostraba curiosa pero también preocupada.
Tate ahogó un bostezo y se restregó los ojos con una mano, tratando de despertarse por completo antes de comenzar la visita. Cuando terminó de beber su café, salió a la florería y encontró a Joy de pie cerca de la puerta cerrada. Había notado que cuando la puerta estaba cerrada, ella se mantenía serena, pero, al abrirse, su ansiedad se desataba. Sin embargo, también había observado que cuando estaba acompañada de él o Raelynn, parecía estar menos asustada.
Joy levantó el rostro y Tate detalló con la mirada los ojos de Joy y la forma en que su cabello rizado se desplegaba salvajemente alrededor de su rostro. Debido a su juventud e inocencia, él no podía evitar preocuparse por ella.
—¿Lista? —Sonrió, dándole ánimos.
Ella asintió.
Tate era consciente de que Joy estaba demasiado ansiosa para hablar, había captado ese detalle. Rae le había asegurado que era un comportamiento normal en su proceso. «Si eres complaciente con ella y cedes ante cualquier señal de su miedo, no estarás ayudándola», había dicho su prima.
Por supuesto era más fácil para Rae decirlo que para Tate hacerlo. Sobre todo cuando Joy lloraba. Era imposible no sentir empatía y un incontrolable instinto de protección hacia la joven.
—Hagamos esto.
Tate quitó el cerrojo y abrió la puerta. Una corriente de aire sopló contra su rostro cuando salió y estudió la calle, vacía y en calma. Tate giró hacia Joy y extendió su mano.
Habían practicado esta rutina, pero Tate sabía que cada vez seguía siendo desafiante. El primer paso siempre era el más difícil. Aunque no podía adentrarse en los pensamientos y emociones de Joy, entendía que su papel era brindarle apoyo constante, ya fuera a través de canciones reconfortantes o al mantener su mano entrelazada, para hacerle saber que no estaba sola en ese proceso.
Al final, Joy se aferró a él y cerró los ojos cuando cruzó el umbral de la puerta. Tate mantuvo su agarre firme y guardó silencio, permitiéndole tener tiempo para regular su respiración. Aunque sus dedos temblaban ligeramente, no había otros signos físicos evidentes de su ansiedad. Sin embargo, Tate era consciente de que la mayor batalla de Joy se libraba en su mente.
Tate estaba convencido de que la primera salida había sido exitosa gracias a la distracción que le había brindado la canción. Esto había reforzado su creencia en el poder de la distracción como una estrategia eficaz, que seguiría usando.
—El sol es débil cuando se eleva primero, y cobra fuerza y coraje a medida que avanza el día —recitó.
Joy lo miró confundida.
—¿Dickens?
Él sonrió.
—¿Libro?
Joy meditó la respuesta y él aprovechó su concentración para empezar a caminar. Ella lo acompañó.
—¿La tienda de antigüedades? —dijo, mordiéndose el labio.
—No te noto convencida.
Joy hizo un mohín, testaruda.
—La tienda de antigüedades —afirmó.
—Parece que me has vencido en esta ronda —Tate suspiró, fingiendo desánimo.
El rostro de Joy se iluminó, sintiéndose victoriosa, y sus hombros se relajaron. Tate también se relajó y miró alrededor mientras caminaba despacio por la calle.
El ambiente en Portree emanaba tranquilidad y nostalgia, como muchos otros pueblos. El viento soplaba desde la costa, llevando consigo un aire puro y fresco. Las casas, de estilo rústico o victoriano, se alineaban con elegancia a lo largo de las calles. No había edificios modernos ni una infraestructura llamativa; predominaban viviendas con fachadas antiguas, evocando un encanto clásico y vintage. Los colores suaves y armoniosos que adornaban las fachadas añadían un toque de serenidad al paisaje.
En aquel momento, la tranquilidad se adueñaba de la calle mientras apenas comenzaba a despertar. Como era una zona más residencial que turística, no había un gran bullicio ni un movimiento constante de personas. De hecho, la mayoría de las casas parecían deshabitadas, lo que añadía un aire de serenidad y silencio al ambiente. Era como si el tiempo se hubiera detenido en aquel rincón pintoresco de Portree, brindando a Tate y Joy un espacio íntimo para explorar y familiarizarse con su entorno.
Antes de llegar a la primera tienda, una de ropa, Joy se detuvo a un par de metros.
—Conozco a mis vecinos, pero nunca había visitado sus negocios. —La voz de Joy era suave, pero contenía un sentimiento indiscutible de amargura.
—¿No te emociona? —se aventuró a responder Tate, intentando enfocar su atención en sentimientos positivos.
Ella asintió y dio un paso adelante mientras Tate dirigía su mirada hacia la fachada del local. Aunque él ya reconocía el lugar, había realizado el recorrido unos días antes con el objetivo de identificar cualquier factor que pudiera generar malestar en Joy. Incluso le había pedido a Rae que le proporcionara información sobre cada uno de los vecinos, pero ella había sonreído y respondido con una enigmático declaración: «Tenemos vecinos muy peculiares. No te haré spoilers».
Tate seguía intrigado por el significado detrás de la sonrisa de Rae, pero su curiosidad seguía latente. Había decidido estar alerta y observar con detenimiento cada interacción, en busca de pistas que pudieran desvelar los misterios del vecindario.
—Buenos días, Isla —saludó Joy, dando unos pasos dentro de la tienda.
El local se destacaba por su diseño abierto, sin puertas que limitaran el acceso. Había un mostrador central que invitaba a los clientes a acercarse y un espacio acogedor con múltiples perchas repletas de prendas de ropa. La tienda se especializaba en moda; ofrecía piezas inspiradas en la belleza y la elegancia del océano. Cada una reflejaba la majestuosidad y el misterio del mar, con colores suaves y tejidos fluidos que evocaban la serenidad de las olas.
Tate notó la presencia de dos mujeres tras el mostrador, cercanas a los cuarenta años y sorprendentemente parecidas entre sí. Sin embargo, lo que más llamó su atención fue su belleza encantadoramente cautivante. Poseían cabello largo y sedoso de un tono verde marino único, mientras que su piel exhibía un sutil bronceado. Sus ojos tenían destellos de color azul y verde, reflejando los colores del océano. Vestían de forma sencilla, pero sus chalecos de piel resaltaban y atraían las miradas.
—¿Joy? —respondió Isla con expresión sorprendida—. ¿Cómo es que estás aquí? ¿Te encuentras bien?
—Sí, hace poco empecé mi terapia —explicó con una sonrisa—. Una de mis tareas es visitar el vecindario.
—¡Eso es maravilloso! —La otra mujer soltó entusiasmada antes de comenzar a cantar de manera inesperada. Su voz era cautivadora, y Tate se encontró sintiendo emociones contradictorias mientras su melodía resonaba en el aire. De repente, se sintió aturdido y fascinado al mismo tiempo.
—Moira, hermana, no cantes —intervino Isla, apuntando hacia Tate—. Nuestro invitado no está acostumbrado a nuestra música.
Tate se quedó contemplando la escena, perplejo y con la cabeza dando vueltas. Le resultaba difícil de creer que el canto de aquella mujer pudiera provocarle emociones tan intensas y profundas.
—¡Oh, Joy, querida, qué gusto tenerte aquí! —Moira se acercó y la abrazó.
Aún confundido por la melodía, Tate pensó que Joy rechazaría el contacto, pero al contrario, correspondió al abrazo de ambas mujeres.
—Has venido en el mejor momento. Estamos preparando nuestra nueva colección de estilo marino —dijo Moira con emoción—. Incluso hoy estuvimos en el mar para buscar inspiración.
—¿Es seguro? —inquirió Joy—. Suele haber más turistas en estas fechas.
—Claro que sí —respondió Isla, que parecía tener un comportamiento más tranquilo que su hermana—. Siempre tenemos cuidado de donde dejamos nuestras pieles.
«¿Pieles?»
Tate pestañeó despacio y se preguntó si era el único que no entendía la conversación.
—Moira, Isla, quería presentarles a Tate —comentó Joy.
Tate se presentó con cortesía, estrechó las manos de ambas mujeres y no pudo evitar fruncir el ceño al notar los tatuajes de focas en sus antebrazos. Luego observó las pinturas de focas en las paredes del local y dedujo que quizás eran amantes de esos animales. Aunque le pareció curioso, decidió no mencionarlo y mantener la conversación en un tono más general.
—Oh, el nuevo hombre del pueblo... —intervino Isla—. Erin nos habló sobre ti hace un par de días.
—Dijo que eras atractivo y que arrastrabas un viento de cambio —agregó Moira—. ¿Eres el primo de Rae?
Él asintió, aunque tenía problemas para procesar toda la información.
—¿Y qué te trae por aquí con la dulce Joy?
Tate no se sorprendió al darse cuenta de que no era el único que parecía tener un instinto protector hacia Joy. Las dos mujeres que había conocido también lo estudiaron con una mirada aguda, lo cual indicaba que tenían un interés en su bienestar.
—Me mudé hace poco por trabajo. Soy el nuevo editor de Joy y estoy ayudándole con su terapia. Nos verán más seguido a ambos. Por favor, sean pacientes con nosotros.
—Eso es generoso de tu parte —musitó Moira, bajando la guardia—. Puedes contar con nosotras. Todos cuidamos a Joy desde hace mucho.
—Estaremos atentas —dijo Isla. Su voz era amable pero, al mismo tiempo, contenía un rastro de frialdad que le produjo un escalofrío a Tate.
Aunque ambas mujeres parecían amables y comunes a simple vista, Tate no podía ignorar la sensación de peligro y misterio que las envolvía. Había algo en sus miradas y su presencia que despertaba una cautela instintiva en él. Y esa sensación no se disipó al conocer a los siguientes vecinos: la señora Mairi Thompson y el señor Douglas Stewart. Sus locales se encontraban uno al lado del otro. Él regentaba una pescadería y ella, una tienda de arte.
La pescadería de Douglas exhibía una variedad de productos marinos frescos, desde langostas y ostras hasta pescados de colores vibrantes. El olor salado del mar impregnaba el ambiente, pero no distrajo a Tate de su evaluación al hombre.
Douglas Stewart era un hombre de alrededor de cincuenta años, con un aspecto un tanto descuidado pero seductor. Su mirada era intensa y cautivadora. Su cabello oscuro y ondulado imitaba las olas del mar, y su piel era pálida pero radiante. Después Tate descubrió que Douglas tenía su propio barco con el que salía a pescar junto a su esposa, quien resultó ser una profesora en la escuela del pueblo y de la cual parecía estar profundamente enamorado.
Por la conversación entre Joy y el hombre, Tate también descubrió que era un experto en la pesca. Poseía una gran intuición para predecir el clima marino y, según los rumores locales, incluso tenía la capacidad de comunicarse con las criaturas marinas. Tate se preguntó si esos rumores tenían algún fundamento o si eran solo parte del encanto peculiar del lugar.
—Claro que sí, Douglas habla con los delfines —soltó Joy mientras salían de la pescadería.
De nuevo Tate solo pestañeó despacio, sin mediar palabra.
Mairi Thompson, la siguiente vecina de Joy, era una mujer mayor que, a pesar de sus arrugas, irradiaba una apariencia etérea. Su cabello largo y oscuro fluía como las hojas de un árbol y su piel tenía un tono bronceado, como si estuviera bañada por el sol. Vestía prendas verdes que evocaban los colores de la naturaleza circundante. Sus ojos brillaban con vitalidad, reflejando la sabiduría y el misterio que solo la naturaleza puede poseer.
En marcado contraste con la pescadería, la tienda de arte de la señora Mairi era un remanso de colores y creatividad. Mairi era una talentosa artista que utilizaba materiales naturales para crear obras de arte inspiradas en los bosques y la vida silvestre. Su espacio era un santuario de expresión artística, donde cada pieza transmitía la conexión íntima entre el ser humano y la naturaleza. Tate no pudo evitar sentirse cautivado por la belleza y el aura de magia que envolvía el lugar. Así como no pudo evitar su sorpresa cuando Joy afirmó que Mairi tenía la capacidad de cantar o tararear melodías suaves mientras pintaba, y que estas melodías tenían propiedades curativas.
—Mairi es muy buena para salvar animales al borde de la muerte —dijo con seriedad—. Marigold es una viva prueba de su poder.
«¿Qué?», pensó aturdido.
Tate no podía evitar notar esa extraña aura que rodeaba a sus vecinos, Isla, Moira y los demás. A simple vista, lucían como personas comunes, amables y gentiles, pero había algo más en ellos, que escapaba a la comprensión y le dejaba una curiosidad inquieta.
Estaba por preguntarle a Joy al respecto, cuando una joven la llamó desde la entrada de un pequeño local que tenía un letrero que decía: Althea | Tours de observación de estrellas.
—¡Gaia!
La joven y Joy compartieron un abrazo cálido. La joven parecía tener unos veinte años. Su cabello, en tonos castaños y rojizos, caía libremente como una cascada, y sus ojos, de un azul intenso, irradiaban expresividad y profundidad. Vestía un elegante vestido fluido con elementos bohemios y toques modernos que realzaban su estilo distintivo.
—Estás fuera de casa. Es bueno verte. ¿Al fin has venido a ver las estrellas?
Joy negó, pero la sonrisa en sus labios era alentadora.
—Aún no, pero espero que sea pronto.
—Puedes venir cuando quieras y reservaremos un espacio para ti. Para los dos —se corrigió cuando reparó por primera vez en Tate.
Él aprovechó la oportunidad y se presentó con una sonrisa amigable. Sin embargo, no pudo evitar notar la evaluación descarada que Gaia hizo de su cuerpo, lo cual le hizo levantar una ceja en respuesta.
—¿Qué le pasó a tu mano? —Joy señaló la venda en la mano de la joven—. ¿Fuego de nuevo? ¿Sigues aprendiendo a soplar vidrio?
Gaia se encogió de hombros.
—Sí, sigo aprendiendo por mí misma, aunque a mis padres no les agrada del todo.
—¿Dónde están ellos?
—Papá debe estar regresando del tour con un grupo y mi mamá está en la habitación de atrás, revisando unas facturas.
Joy esbozó una sonrisa.
—Dales mis saludos. Espero verlos pronto.
—¿Quiere decir que volverás? —la joven sonaba emocionada. Estaba claro que sentía gran apego por Joy, al igual que Raelynn.
—Por supuesto —respondió Joy, y su voz no mentía—. Planeo avanzar poco a poco.
—Estaremos animándote.
Tate asintió con una sonrisa mientras Gaia hablaba. Le agradaba la sinceridad y lealtad que emanaba de ella. Parecía una persona genuina y auténtica, y hasta el momento no había despertado ninguna sospecha en Tate. Era reconfortante encontrar a alguien con quien sentirse cómodo en medio de todo el misterio que envolvía a Portree.
Tate verificó el reloj en su muñeca: habían pasado veinte minutos desde que habían salido de casa. Recordó las palabras de Rae sobre la importancia de aumentar gradualmente el tiempo fuera de casa en cada intento. Sentía que había logrado un avance significativo hasta el momento.
Continuaron su camino hacia la casa cerca del final de la calle. Mientras se acercaban, notaron un intrigante local que parecía fusionar una tienda de antigüedades con una acogedora casa de té. La fachada exhibía un estilo gótico y esotérico, en perfecta sintonía con el caserón adyacente.
—Esa es la casa de la familia Acheron —explicó Joy—. Conociste a Erin en la florería. Allí viven ella y Talitha. Sus tres hijos, Maxwell, Sydonie y Cameron, se mudaron hace un tiempo.
«Ah, la mujer peculiar», pensó él.
Tate se sorprendió al ver que Joy estaba saludando a alguien. Buscó con la mirada a Erin, pero no encontró a nadie ni en las ventanas del frente ni detrás del escaparate de la tienda. Se sintió confundido y curioso. Tal vez había visto algo o alguien que él no había notado. Se acercó a ella con cautela.
—¿A quién saludas?
—A Talitha. Litha para los amigos. Está de pie en la ventana del primer piso.
Tate contempló la ventana.
—No hay nadie allí.
Joy siguió su mirada.
—Claro que sí. Ahí está. ¿Por...? —Entonces se detuvo y sus ojos brillaron con comprensión—. Oh, cierto, no puedes verla... Es tímida, pero estoy segura de que en algún momento podrás conocerla.
Él entrecerró la mirada.
—¿A quién? —Su voz reflejó su frustración acumulada—. ¡No hay nadie allí!
—Claro que sí. Es Litha. El espíritu protector de la familia Acheron. Ha vivido con ellos durante varias décadas. Mi abuela decía que fue dado por las hadas.
¿Era una broma?
—¿Espíritu protector? —repitió.
—Sí.
—¿Dado por las hadas?
Joy asintió, muy seria.
¿Acaso se burlaba de él? ¿Cuándo empezaría a reírse en su cara y aparecería la cámara escondida?
Tate esperó, pero las risas no llegaron.
La extraña atmósfera que rodeaba a los vecinos comenzaba a hacerlo sentir incómodo y desconcertado. Cada interacción, cada encuentro había aumentado su sospecha de que algo se estaba ocultando en Portree.
La sensación de que había un secreto que no podía desentrañar estaba empezando a volverse insoportable.
Aún así, él soltó una lenta respiración y se calmó.
—Claro —concedió.
Aunque Tate no quería entrar en una discusión con Joy por algo que consideraba trivial, notó que ella parecía tener otros planes. Su sonrisa indicaba que había captado su tono de voz y había detectado su incredulidad y escepticismo.
—Hay cosas que no siempre son lo que parecen. Mucho menos aquí, en la Isla de Skye.
—¿Qué quieres decir? —repuso, decidido escuchar lo que ella tenía que decir.
Joy se encogió de hombros. Luego se detuvo sobre la acera y miró a su alrededor.
—Portree siempre ha estado envuelta en un folclore tan fascinante como místico. ¿Nunca escuchaste los cuentos sobre criaturas mágicas como las hadas o las selkie?
Tate negó, pero comprendió la importancia de la situación para Joy. Estaba dispuesto a mantener la mente abierta y darle una oportunidad a sus ideas, incluso si parecían poco convencionales.
—Según la leyenda, hace mucho tiempo, las hadas hicieron de la isla de Skye su hogar, impregnando los arroyos y colinas con su mágica presencia. Se dice que, al partir, dejaron objetos de protección por todo el pueblo y se rumorea que las familias más antiguas fueron bendecidas con dones y regalos especiales como muestra de su favor.
Él consideró el tema.
—¿Quieres decir que la familia Acheron es una de esas familias?
Joy asintió y señaló la cuadra antes de continuar.
—Tras la partida de las hadas, muchas criaturas de la mitología escocesa decidieron quedarse en la tierra y llevar vidas cotidianas en el pueblo de Portree y sus alrededores. Cada una tenía sus propias razones, ya sea por curiosidad, protección o el deseo de conectar con los humanos. Estas criaturas ocultan su verdadera naturaleza mientras viven entre nosotros, guardando celosamente sus secretos y leyendas.
Tate arqueó una ceja, tratando de descubrir cuándo Joy se había vuelto tan hábil en el arte de la mentira. En realidad, parecía que su verdadero talento era contar historias y cuentos infantiles.
—Quizás eso explicaría por qué tengo el presentimiento de que hay algo extraño con tus vecinos.
—No son extraños. Son buenas personas, pero tienen secretos, como todos.
Joy tenía una expresión serena y confiada, pero sus ojos castaños emitían un ligero destello que Tate no podía discernir si era de burla o sinceridad.
—¿Secretos? —curioseó Tate.
—Sí, aunque no hay secretos entre nosotros. Después de todo, nuestras familias llevan viviendo en esta calle mucho tiempo. Y es la única donde viven las familias más antiguas de Portree.
—¿Cómo sabes que ellos no te guardan secretos? —la desafió.
Joy habló con calma y seguridad mientras compartía los secretos que había descubierto sobre sus vecinos.
—Porque a medida que fui creciendo y durante los últimos meses, también aprendí mucho sobre ellos. Por ejemplo, Isla y Moira son selkies que decidieron quedarse en el pueblo para estudiar Diseño de Moda. Incluso sé dónde esconden sus pieles, que son muy valiosas para ellas. También sé que Douglas es un kelpie que se enamoró de su esposa en la playa cuando eran jóvenes y decidió mudarse al pueblo para estar con ella. Mairi solía ser considerada la guardiana de los bosques y las criaturas, Ghillie Dhu, antes de retirarse y convertirse en una activista y protectora de la vida silvestre a través de sus pinturas. Los padres de Gaia eran acróbatas en un circo nocturno, pero después de luchar por años para tener una hija, recurrieron a las hadas, y ahora tienen a Gaia, quien posee la extraña habilidad de interactuar con el fuego. Y, por supuesto, sé sobre Litha.
Tate no sabía qué decir. La información que Joy había compartido era tan impactante y fuera de lo común que su mente luchaba por procesarla.
—Todo esto es una broma, ¿verdad?
Joy seguro estaba inventando historias como un mecanismo de distracción de su terapia, ¿no?
Tate sentía una mezcla de confusión, incredulidad y asombro mientras su mirada permanecía fija en Joy, tratando de encontrar alguna señal de que todo era una broma elaborada. Sin embargo, la expresión de Joy parecía seria y sin rastro de engaño.
—Puedes creer lo que te haga feliz —concluyó.
¿Como en un libro con final abierto?
Tate sacudió la cabeza con incredulidad. Aunque una parte de él quería descartarlo como una fantasía elaborada, los detalles y presentimientos que había experimentado en la presencia de cada uno de sus extraños vecinos lo dejaban perplejo. ¿Podría ser posible que fueran criaturas míticas ocultas bajo una apariencia humana? La duda y la curiosidad se entrelazaban en su mente, y sabía que necesitaba más respuestas antes de poder formar una opinión definitiva.
—Espera, espera —pidió, sosteniendo su brazo para mirarla—. Digamos que por un segundo creo en todo lo que has dicho: si al parecer todos son especiales en este pueblo, en esta calle, ¿qué te hace especial a ti y a tu familia?
Joy guardó silencio y los segundos transcurrieron despacio. Su mirada parecía buscar algo en la de Tate, y quizás sí lo halló porque separó los labios ligeramente, preparándose para hablar.
—Yo tengo el Ro...
El ruido del vehículo y la presencia de los turistas interrumpieron la conversación, produciendo un alboroto y una algarabía repentinos. Tate notó cómo Joy se tensaba y se aferraba a su brazo, ocultando su rostro contra su pecho. Un instinto protector se apoderó de él de inmediato, y se colocó frente a ella, formando una barrera de seguridad. Su mirada se volvió seria y vigilante mientras observaba al grupo de hombres universitarios, preparado para cualquier eventualidad que pudiera afectar a Joy.
«Su principal miedo es volver a ser atacada», pensó. «Los grupos de hombres desconocidos le provocan temor».
Tate acarició la espalda de Joy con movimientos suaves, intentando transmitirle calma.
—¿Quieres que entremos a tomar un té? —sugirió, mirando la casa de los Acheron.
Joy negó con la cabeza y, en un instante, el entusiasmo de su charla sobre criaturas mitológicas y el brillo travieso en sus ojos desapareció. Un temblor recorrió su cuerpo, y el color abandonó su rostro, dejándola pálida y desvanecida.
—¿Podemos ir a casa? —pidió entre susurros entrecortados.
«Casa...» Un cálido sentimiento se apoderó del pecho de Tate, haciendo que todos sus pensamientos se desvanecieran y se enfocara únicamente en Joy.
—Por supuesto.
Quizás no debería haber cedido. Tal vez debió quedarse allí hasta que Joy superara el miedo y entendiera que nada malo sucedería, pero sus ojos suplicaban y Tate había descubierto que no podía resistirse a eso.
—Vamos a casa.
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