Capítulo 14
Volver a salir de casa no se hacía más sencillo, pero tampoco era tan aterrador como la primera vez. No es que hubiera dejado de sentir miedo o experimentar ansiedad; sin embargo, en una escala del 1 al 10 de temor, Joy diría que la primera salida había sido un 10 y las siguientes rondaban un 9.8.
Aunque ese 0.2 podría parecer insignificante para cualquier persona, Nora lo llamaba «esperanza», y Joy se sentía orgullosa de ello, porque reducir ese pequeño porcentaje había requerido un gran esfuerzo para ella. Joy había tenido que repetir la prueba de cruzar la calle durante una semana, dos o tres veces al día, y prolongar su tiempo fuera de casa cada vez más.
A veces, cuando Joy se aventuraba fuera, visitaba a Raelynn en la tienda de tatuajes. En una ocasión, la encontró en pleno trabajo, tatuando un dragón en la espalda de un hombre. El arte era asombroso y Joy quedó fascinada por el talento de su amiga. Cuando Rae no estaba ocupada, acompañaba a Joy en el breve trayecto de regreso a casa, o la animaba a aventurarse un poco más y explorar el vecindario.
Joy no podía atribuirse todo el mérito por sus pequeños avances. Rae siempre estaba pendiente de ella, al igual que Tate, que había estado a su lado en cada prueba sosteniendo su mano. Se dio cuenta de que estar acompañada, de alguna manera, la hacía sentir un poco más segura. Además, Tate siempre mantenía la calma con una serenidad admirable y sonreía incluso cuando Joy sabía que él podía ver el miedo reflejado en sus ojos. Ella admiraba esa tranquilidad. Y, en secreto, también lo envidiaba. Si tan solo pudiera tener una pizca de su carácter, tal vez no estaría contando cada paso que daba en el exterior ni buscando amenazas invisibles en cada esquina o escondrijo. Y, definitivamente, no estaría viviendo una vida a medias.
—¿Joy?
Ella levantó la cabeza. Tate estaba junto al mesón de la cocina, con una taza de café en la mano y su mirada sobre ella.
—Te fuiste de nuevo —dijo, y señaló con la cabeza los papeles esparcidos frente a ella—. ¿No quieres hacer esto ahora?
«Esto. El plan de tareas».
Su psicóloga le había recomendado que hiciera un listado de tareas que la ayudaran a avanzar hacia su objetivo de presentar el libro en el Centro Comunitario de la ciudad. Aunque Joy sentía cierta resistencia al pensar en el plan, ya que implicaba salir de su zona de confort y enfrentar lugares que estaban más lejos de su casa, sabía que era necesario si quería cumplir su promesa y superar sus propios límites.
—Está bien. Gracias por imprimir el mapa del pueblo.
—Será más fácil trazar la ruta de esta forma.
Joy asintió y dirigió su mirada hacia la imagen que tenía entre sus manos, recorriendo con curiosidad los nombres de las tiendas y establecimientos. Al menos ahora podía afirmar que conocía el pueblo.
Desde su mudanza a Londres años atrás, algunas cosas habían cambiado en el pueblo. Sin embargo, en su regreso, Joy no había tenido la capacidad de explorar ningún lugar. Había llegado a casa prácticamente adormecida, con la ayuda de su padre.
Tate se acercó y ocupó el asiento a su lado.
—¿Qué tal si empezamos anotando nuestro objetivo final?
Él buscó un lápiz y tomó una hoja en blanco que había traído consigo. Luego, escribió en el margen: «Presentación del libro en el Centro Comunitario de Portree».
Joy se mordió el labio inferior con nerviosismo. Cuando Tate preguntó si le parecía bien, ella se limitó a asentir.
—Ahora creo que deberíamos escribir las tareas necesarias para cumplir el objetivo, empezando por la más fácil —meditó él, acariciando su barbilla rasposa—. Podríamos trazar el camino más cercano hacia el centro comunitario y escoger qué paradas quieres hacer, ¿te parece bien?
De nuevo, Joy le ofreció otro asentamiento silencioso.
No es que hubiera perdido la capacidad de hablar, pero se sentía muy ansiosa; su temor podía obrar de formas misteriosas. Tate no se mostró alterado por su silencio. Mantuvo una expresión serena mientras trazaba puntos sobre el mapa. Joy lo observó trabajar en silencio. No había necesidad de palabras, y sorprendentemente, no sentía incomodidad ante la falta de diálogo. Después de haber empapado su ropa con lágrimas durante su primera salida, esta se había desvanecido como por arte de magia.
—¿Qué opinas de definir entre siete y ocho salidas? —Tate estudió el mapa con ojo crítico—. Hay que considerar lugares que tengan distancia entre sí y a los que puedas ir en repetidas ocasiones.
Tate se estaba tomando todo esto muy en serio, así que Joy decidió no interrumpir su monólogo interno. Volvió la mirada al mapa y examinó los puntos que él había marcado. Se percató de que no había visitado ninguno de esos lugares, incluso siendo sitios comunes como cafeterías, restaurantes, supermercados o tiendas en general. Eran espacios que, en teoría, deberían formar parte de su rutina diaria, pero se habían convertido en terreno desconocido para ella.
La posibilidad de conocerlos le producía tanto miedo como curiosidad.
De acuerdo a las instrucciones que le había dado su psicóloga, cada lugar en el mapa representaba una tarea que Joy debía realizar por semana. Durante esos siete días, tendría que visitar el mismo lugar repetidamente. Nora había sugerido que las primeras tres visitas fueran acompañadas, mientras que las siguientes tres serían en solitario. A Joy le había dado náuseas al escucharlo, pero había decidido guardar silencio y no adelantarse a los hechos.
Además, Nora continuaría con la terapia a través de sus sesiones en línea y revisando el diario del paciente, donde Joy debía completar un registro de sus pensamientos y emociones después de cada salida. Esto sería una forma de medir su progreso y detectar patrones en su estado emocional.
—La mayoría de los lugares están cerca, entre seis y diez minutos a pie desde aquí; incluso el centro comunitario. Las ventajas de un pueblo pequeño.
Tate sonrió y terminó de trazar un camino en el mapa desde la florería hasta el centro comunitario. Al final, encerró en un gran círculo el objetivo final.
—¿Qué te parece? —inquirió—. ¿Hay algún lugar que quieras cambiar o agregar?
Joy evaluó el mapa, sobre todo la zona más céntrica.
—Tippecanoe.
—¿Qué es Tippecanoe?
—Es una tienda de regalos y recuerdos famosa aquí en Portree. Está allí. —Apuntó un lugar en el mapa con su dedo—. Quiero ir.
—Bueno, queda de camino. Podemos incluirlo como tarea —dijo Tate, y agregó la nueva parada—. ¿Siempre has querido ir? ¿O estás buscando algún artículo?
—Solo quiero conocer la tienda.
Eso no era del todo cierto.
En realidad, Joy deseaba visitar Tippecanoe porque era donde sus padres se habían conocido. Recordaba la historia que su madre le había contado una y otra vez. Resultaba que su padre había estado de visita en el pueblo, acompañado por un amigo, antes de regresar a Londres. Mientras tanto, su madre había estado comprando tarjetas de felicitación para los adornos de la florería de la familia. En ese encuentro fortuito, dos personas de mundos diferentes se cruzaron y se enamoraron.
Ella, una escritora novata; él, un joven político lleno de sueños. Un romance inesperado.
Joy sonrió y se percató de que Tate la observaba. Aunque su expresión era serena, sus ojos azules parecían penetrar en lo más profundo de su ser. Intrigada, decidió preguntarle qué le sucedía. Tate sonrió y le aseguró que no era nada importante. Poco después, se levantó y pegó el listado de tareas en la puerta de la nevera utilizando un imán en forma de mariposa. Ese pequeño gesto parecía simbolizar el inicio de algo nuevo y prometedor para ambos.
—Y así empieza... —anunció él con optimismo— una sucesión de días diferentes.
Joy tragó con fuerza y sintió una chispa de emoción ante la incertidumbre de lo que estaba por venir.
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