Capítulo 11

Joy se despertó por la mañana con una sensación de expectativa que no le había permitido dormir durante toda la noche. Pero, al levantarse de la cama, se había transformado en un presentimiento de que algo saldría mal.

Realizó su rutina de forma mecánica y se vistió mientras su mente estaba llena de pensamientos inquietantes. Mientras tanto, Marigold maullaba desde el sillón esquinero donde solía descansar. Joy trató de ignorarla, pero la gata saltó y se paseó entre sus piernas, como si intentara animarla. Aunque ella apreciaba el gesto, no lograba levantar su ánimo.

Poco después, Joy descendió por la escalera de caracol y encontró a Tate en la cocina, tomando una taza de café. Aunque apenas había amanecido, no le sorprendió verlo allí; habían acordado encontrarse de esa manera. Tate la saludó y Joy respondió con un murmullo apenas audible.

No podía hablar.

No podía pensar.

No podía respirar.

¿Por qué había pensado que era buena idea intentar salir de casa esa mañana?

—¿Estas lista? —Tate avanzó hacia ella, esbozando una sonrisa.

Él también parecía querer alentarla, pero era difícil darse cuenta cuando lo único en lo que Joy podía pensar era: «Escapa. Regresa a tu habitación. No es seguro afuera».

—¿Joy?

Ella asintió, ignorando sus pensamientos y el temblor en sus dedos.

Tate mantuvo su sonrisa y caminó delante de ella mientras recorrían el pasillo hacia la florería. Joy se pasó la lengua por los labios resecos, sintiendo que las paredes del pasillo se achicaban y oscurecían.

Él levantó las persianas de la florería, permitiendo que los suaves rayos del sol se filtraran por los ventanales. La tienda estaba cerrada. Tate comenzó a quitar los cerrojos. Joy le había entregado las llaves la noche anterior y le había enseñado cómo hacerlo, ya que no creía que ella pudiera abrir como lo hacía todos los días.

Joy se quedó detrás de Tate, parada frente a la puerta, con las manos sudorosas y el corazón acelerado. Cada clic de las cerraduras resonaba en su mente como un eco inquietante. Ese espacio rodeado de flores solía brindarle calma, pero no en ese momento.

Cuando Tate abrió la puerta y salió, dejándola abierta, Joy supo que su presentimiento se había hecho realidad.

«Afuera no es seguro».

No reparó en que Tate estaba hablando hasta que lo miró y vio que sus labios se movían.

—Como sugeriste ayer, empezaremos con algo sencillo, como un precalentamiento antes de aventurarnos un poco más lejos, ¿de acuerdo?

En realidad, esa idea había sido sugerida por su psicóloga, Nora. Ella afirmaba que para superar su temor a salir, debía realizar tareas simples como ir a la tienda, pasear por el vecindario o dar unos pasos afuera cada día. De esta manera, Joy enfrentaría gradualmente sus miedos y se daría cuenta de que nada malo le sucedería. Sin embargo, en ese momento, Joy no podía estar segura de si eso era lo mejor para ella.

«Si sales, puedes morir».

Tate se alejó de la puerta y caminó un par de pasos hasta detenerse frente a la entrada de la tienda de tatuajes.

—Darás un par de pasos hasta aquí. Son solo veinte en línea recta —dijo con entusiasmo—. Confía en mí. Solo veinte pasos y no solo habrás salido de casa, sino que visitarás la tienda de tatuajes.

«Algo malo podría ocurrir de nuevo».

Joy sintió un escalofrío recorrer su cuerpo mientras el miedo se aferraba a su piel. La sensación era inexplicable, incontrolable. Era como si, después de estar adormecida durante tanto tiempo, al decidir salir de su zona de confort, el miedo se despertara y la consumiera por completo. La sensación de mariposas revoloteando en su estómago se intensificó.

—Solo estamos tú y yo. —Tate miró a ambos lados de la calle—. No hay nadie más aquí. Nadie te hará daño.

«¿Cómo lo sabes? ¿Y si hay alguien esperando? ¿Y si aparece de forma inesperada? ¿Y si nos hacen daño? ¿Y si esta vez... muero?»

No podía respirar. Su pecho subía y bajaba.

—¿Joy? —Tate se acercó a ella al notar su falta de respuesta y su inmovilidad—. Joy —Sus manos fuertes sostuvieron sus hombros—. ¡Joy!

Sus miradas se encontraron y Joy sintió cómo se le secaba la boca. Tomó una gran bocanada de aire, intentando respirar con dificultad, y se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración. Intentó inhalar por la boca, pero le resultaba difícil; su corazón parecía haberse quedado atrapado en su garganta.

—No puedo respirar —dijo en un hilo de voz antes de empezar a hiperventilar.

Tate cerró la puerta y rápidamente cargó a Joy en sus brazos. Se apresuró de regreso a la cocina y la acomodó en una silla mientras buscaba una bolsa de papel en los armarios. Joy recordaba haberle dicho adónde estaban las bolsas. Siempre las tenían a mano para emergencias, aunque Nora no las aprobaba.

—Ten. —Tate sostuvo su mano y le entregó la bolsa de papel—. Todo está bien.

Los dedos de Joy aún temblaban, pero se aseguró de cubrir su boca y su nariz. Entonces inhaló y exhaló. Trató de mantener la calma, aunque era difícil concentrarse.

—Todo estará bien —repitió Tate, acuclillado a su lado. A pesar de la tensión que notaba en sus hombros, su voz era calmada y amable—. Tu respiración solo se aceleró porque estabas nerviosa, pero ya pasó.

Sus miradas se encontraron sobre el borde de la funda.

—Nada te ocurrirá. Yo estoy aquí, no te dejaré.

Joy siguió respirando. Primero inhaló y exhaló entre seis a doce veces en la bolsa de papel y luego sin ella. Respiró tan lento y suave como pudo hasta que su respiración se volvió natural, varios minutos después.

—¿Estás bien?

Tate analizó el rostro de Joy con detenimiento. Joy asintió con un suave movimiento de cabeza y Tate se relajó, soltando un profundo suspiro. Era evidente que le había dado un buen susto.

—Dejémoslo por hoy —dijo, dándole un suave apretón en el hombro—. Descansa un poco antes de abrir la florería.

«Lo siento». Joy quiso expresarlo en voz alta mientras él se alejaba, pero las palabras se atascaron en su garganta. Aunque ahora podía respirar con normalidad, no era fácil hablar cuando sentía impotencia y vergüenza mezcladas en su pecho.

Se levantó de la silla y se dirigió a la puerta del jardín. No salió, pero apoyó la mano en el cristal, y observó el Rowan desde allí, sereno, mágico y lleno de vida. Pétalos blancos flotaban en el aire y las ramas se agitaban con el viento, como si le estuvieran dando un saludo, como si supieran que ella estaba cerca.

Cerró los ojos y apoyó su frente contra el vidrio. Aunque el miedo a salir de casa era abrumador, era consciente de que había cosas mucho peores que debía enfrentar: decepcionar a su madre, presenciar la destrucción del Rowan y deshonrar a su familia.

Debía conseguirlo. Tenía que cumplir su palabra o perdería a su madre y se quedaría sola para siempre.

Su psicóloga había afirmado que la reacción a su primera salida había sido natural, considerando que había pasado mucho tiempo desde la última vez que Joy intentaba salir de casa.

—Este va a ser el primer reto que afrontarás. Debes dar un par de pasos afuera cada día y mantenerte constante, esa es la clave. No dejes que la ansiedad te controle —había dicho Nora.

Durante los siguientes tres días, Joy siguió rigurosamente sus terapias de relajación antes de dormir, lo que le permitió descansar un poco mejor a pesar de la anticipación. Cada mañana se despertaba antes del amanecer y repasaba las notas de sus sesiones de terapia. Con determinación, transformaba los pensamientos negativos e irreales en pensamientos positivos y repetía sus mantras una y otra vez. Después de vestirse, bajaba las escaleras antes que Tate. Sin embargo, cuando tenía que dar el primer paso, no podía.

Aunque los síntomas físicos como las palpitaciones y la hiperventilación se habían reducido gracias a su preparación previa, ocasionalmente se colaba algún pensamiento rumiante entre sus mantras, lo que desencadenaba en un comportamiento de evitación que no podía controlar. Joy sabía que estaba atrapada en medio de un círculo vicioso.

Su ansiedad se disparaba cuando pensaba en salir y experimentaba sensaciones físicas como respiración acelerada. Además, se veía inundada por pensamientos aterradores, como la creencia de que alguien podría hacerle daño si salía. Esto la llevaba a la conclusión de que lo mejor era quedarse en casa y evitar el exterior, lo cual aliviaba su ansiedad a corto plazo. Sin embargo, era consciente de que este patrón de evitación solo perpetuaba el ciclo, ya que sabía que la próxima vez que intentara salir experimentaría lo mismo.

Sí, era prisionera de su propia mente. Estaba inmersa en un juego de miedo del cual sabía que solo podría salir enfrentándolo y saliendo de casa. A pesar de ello, a medida que pasaban los días, advertía que no lograba romper ese círculo vicioso.

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