Capítulo 6. Sin salida

Es muy peligroso para ella... Es peor tenerla a oscuras... Quiero protegerla. Las voces de la señora Mai y del abuelo Mateo continuaban retumbando en los oídos de Ayla aún al otro día en la mañana. El sol ya se había elevado e iluminaba el cuarto. Una alarma indicaba que hacía un largo rato era momento de despertar. Sin embargo, la joven permanecía absuelta en sus pensamientos. No es hasta que se escuchó la voz estremecedora de la señora Mai que la joven hizo indicios para moverse.

—¡Ayla, levántate! Vas a llegar tarde a la universidad —gritó su madre desde la cocina.

La joven se levantó con un sobresalto y le gritó un «¡Ya voy!» de vuelta.

A las 7:30 de la mañana, la alarma continuaba sonando. Con mucho cuidado, extendió su mano y logró apagarla. Cuando iba a bajarse de la cama, se viró hacia ella, de espaldas, y bajó con mucho cuidado. Sus cortas piernas tocaron con rapidez el suelo. Caminó con detenimiento hacia el baño y acomodó el cajón que siempre utilizaba para poder llegar al lavamanos y observarse en el espejo.

Vio su reflejo e intentó sonreír. «Buenos días, Ayla. Eres bella, con una sonrisa fresca, con unos labios coquetos y una mirada brillante». Así se decía todos los días para subirse el ánimo. Con mucho cuidado extendió sus manos para agarrar el cepillo de dientes. En ocasiones le costaba trabajo agarrar el mismo a consecuencia de sus cortos brazos. Luego de lavarse los dientes y su cara, se bajó con cuidado y continuó haciendo sus quehaceres de todas las mañanas.

Antes, la señora Mai ayudaba a su hija a hacerlo todo. Pero ahora ella era una experta. Se había convertido en una chica independiente que podía hacer la mayoría de sus cosas sola, como bañarse y ponerse ropa, entre muchas otras necesidades básicas. Ya vestida, comenzó a peinar su hermosa cabellera negra. A pesar de que su cabeza era un poco más grande de lo esperado, su pelo y ojos verdes complementaban sus facciones a la perfección. «¡Qué bien es subirse el ánimo temprano en la mañana!», pensó. Con cuidado, caminó, con pasos cortos y lentos, hasta su silla motorizada y se trepó en ella.

Sin perder mucho tiempo, se dirigió hasta el comedor en donde la señora Mai le esperaba. Acomodó su silla motorizada de modo que pudiera alcanzar el desayuno que su madre le serviría sobre la mesa.

—Desayuna rápido, hija. Nos tenemos que ir o sino llegarás tarde.

Siguiendo las instrucciones, devoró el desayuno lo más rápido que pudo y se movilizó hacia el vehículo de siete asientos. Esperó a que su madre cerrara la casa y le abriera la puerta trasera del vehículo. Con mucho cuidado, la joven se bajó de la silla y tomó en sus manos el control que permitiría que el gancho bajara, agarrara la silla y la colocara dentro para que ésta quedara justa y segura. Su madre cerró la puerta trasera y abrió la puerta corrediza para que su hija pudiera acomodarse y colocarse su cinturón de seguridad.

Durante el trayecto, Ayla notó que su madre estaba inusualmente callada. Para la joven, esto no era algo positivo pues le traía recuerdos de la noche anterior, que, por cierto, luego de la despedida de su abuelo, se le quitaron las ganas de continuar viendo la película. Haber detenido la misma cuando se encontraba en la mejor escena, no le gustó ni una pizca a su amiga. «Tenemos una cita mañana para terminarla una vez salgamos de la universidad. ¡Esa era la mejor parte!», le dijo Lisa antes de darle un abrazo e irse.

Poco habló Ayla con la señora Mai, aun cuando tenía muchas preguntas para ella. Era claro que quería mantener en secreto la conversación de anoche. Continuó pensando en lo que podría significar la conversación del día anterior mientras iba de camino con su madre a la universidad. Pensó que quizás, podría intentar comentar con sutileza sobre el día anterior.

—Oye mamá, ¿viste el regalo que me hizo abuelo?

—No. ¿Qué te regaló? —preguntó con curiosidad la señora Mai.

—Una cadena —replicó mientras estiraba la misma tratando de enseñársela a su madre.

—¿Es eso un perro?

—Sí. Me parece a un Akita. Hermoso, ¿no?

—Eso creo... lindo.

—El abuelo sabe que me encantan los animales e hizo buena selección. Ahora, ¿tendrás una idea de por qué me dijo que la protegiera? Mencionó que quizás algún día me podría ayudar.

—Sabes que tu abuelo se pasa inventando historias.

—Lo sé, y me encantan. Mi favorita es la de los dos hermanos que tienen poderes sobrenaturales y juntos se encargan de salvar al mundo.

—Como bien sabes, solo son historias de fantasía. Pero ya basta de cuentos, doy gracias porque solo ves a papá una vez al año. No me gustaría que siguiera metiéndote fantasías en tu cabeza —dijo tajante la señora Mai.

—Madre, fue solo un comentario. Yo sé que es fantasía y que no es posible.

Luego de terminada su corta conversación, la señora Mai dejó a su hija en la universidad y mientras ella recorría las aceras en su silla motorizada, un mensaje de texto interrumpió sus pensamientos. Era de Lisa. Buenos días amiga. No podré ir a la universidad hoy. Tuve un pequeño accidente en el camino. Estoy bien, solo un poco adolorida de la espalda y el cuello por el impacto. No podré llegar —leyó. La preocupación invadió a la joven y trató de llamarla al celular, pero no consiguió respuesta. Decidió enviarle un texto expresándole su disponibilidad en caso de que fuera necesario y que esperaba estuviera bien.

Intentó no preocuparse mucho por Lisa ya que, al menos, en el mensaje de texto que le había enviado, indicaba que estaba bien. Mientras tanto, se dirigió a su clase de la mañana la cual se ofrecería por el día de hoy en otro edificio al cual Ayla rara vez visitaba. El edificio llevaba por nombre Uni Centro y había sido inaugurado hacía apenas unos años atrás.

Tomó el ascensor y subió al cuarto piso. Cuando llegó al piso indicado notó que las puertas no eran automáticas y que tenía que esperar a que alguien le abriera la misma. Un señor le abrió la puerta con amabilidad para que pudiera pasar. Ayla recorrió el pasillo y buscó el salón 402.

La clase duraría cuatro horas. Una esclavitud para la joven el pasar demasiadas horas escuchando a un profesor hablar de un mismo tema. Cuando después de dos horas observó que Charlotte, una estudiante de la clase, se levantó para salir del salón, aprovechó el momento para escaparse con ella.

—Charlotte, ¿me podrías acompañar al baño? —preguntó.

—Sí, seguro —respondió la joven mientras caminaba junto a ella y le ayudaba a abrir la puerta pesada del baño.

—Gracias.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó con amabilidad Charlotte.

—No, ya estoy bien. Pero si me puedes esperar en lo que termino para que me abras la puerta te lo agradeceré.

—No hay problema. Te espero aquí.

Ayla entró con su silla motorizada al baño de las personas con impedimentos*. Acomodó su silla de tal forma que le ayudaba a impulsarse hacia el inodoro y poder utilizarlo. Mientras hacía uso de este, escuchó que una alarma empezó a sonar muy fuerte. El sonido era tan agudo que comenzó a retumbar por todos lados.

—Ugh-oh. Espero sea una falsa alarma porque me parece que es la de incendio. Espérame aquí en lo que verifico —dijo Charlotte contraria a la puerta del baño.

—Está bien, intentaré avanzar.

La alarma continuó sonando y Ayla empezó a asustarse. Avanzó lo más que pudo y se trepó en su silla para dirigirse a lavarse las manos. Luego esperó a Charlotte.

Pero ella no regresaba. Trató de acercarse a la puerta y escuchó pasos acelerados al otro lado. Comenzó a desesperarse. Buscó su celular, pero recordó que lo había dejado encima de la mesa del salón. «Mierda», pensó. Sintió ansiedad pues estaba ya claro que Charlotte no iba a regresar por ella.

—¡Auxilio! ¡Auxilio! —gritó con la esperanza de que la escucharan y pudieran abrir la puerta del baño.

No hubo respuesta alguna. Comenzó, como pudo, a dar golpes a la puerta con sus puños. Aún sin mucha fuerza, continuó.

—¡Ayuda, ayuda! Ayúdenme por favor. Alguien abra la puerta por Dios —continuaba gritando.

Escuchaba voces, gritos y personas corriendo a lo lejos. Ya no escuchaba a nadie cerca.

—¡Por favor, alguien abra la puerta! ¡No me dejen aquí!

Ayla se retiró de la puerta cuando comenzó a entrar el olor a humo. Fuego. Era fuego. Estaba atrapada. Se sintió impotente. Aun cuando pensaba que había aceptado su condición, hoy era de esos días en que hubiera hecho lo que fuera por no tenerla. Se sentía inútil porque no tenía la fuerza suficiente para poder abrir la puerta. Su desesperación y ganas de llorar comenzaron a aumentar.

—Dios mío, me voy a asfixiar. ¡Ayúdenme! ¡Sigo aquí adentro! ¡Auxilio! —siguió gritando.

El humo comenzó a entrar poco a poco por la parte de abajo de la puerta del baño. La joven trató de alejarse lo más que pudo, pero el mismo seguía entrando. El ambiente comenzó a tornarse más denso y el humo a tomar control de todo el baño. Optó por bajarse de su silla y se tiró al suelo tapándose la nariz con su camisa. Comenzó a toser.

«Voy a morir», pensó. Mientras trataba de taparse la cara e intentaba buscar aire, se acordó de la cadena que le había regalado el abuelo Mateo. La voz de su abuelo retumbó en su cabeza. Protégela. Puede que en algún momento te sea útil —recordó. La agarró con una mano y cerró los ojos.

—Akita, sálvame. No me dejes morir tan joven. Sálvamedecía una y otra vez Ayla en voz alta.

Continuó repitiendo lo mismo por alrededor de doce veces hasta que ya no pudo más. Sus ojos comenzaron a cerrarse, y le entró un cansancio extremo. Finalmente se desmayó, no sin antes ver una figura oscura que apareció frente a ella.

✴✴✴

Nota: ¿Quién será la misteriosa figura que apareció frente a Ayla? ¿Alguna idea?

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