Capítulo 30. El gran maestro
La habitación de la mansión comenzaba a incendiarse con suma rapidez y aún el señor Cerritulus con los cuatro jóvenes se encontraban adentro. El mentor acababa de dispararle a Osvaldo y de la impresión, todavía no reaccionaba que era momento de salir huyendo del lugar. En esos instantes, Jayden se le acercó y le tendió la mano.
—Señor... es hora de irnos —dijo éste agradecido por haber sido salvado por él apenas unos minutos atrás—. Moriremos todos aquí sino nos vamos ahora.
El señor Cerritulus le miró con calidez, algo que no hacía desde hace mucho, y se levantó un tanto entorpecido, no sin antes darle una última ojeada a su contrincante que yacía en el suelo. Se apresuró hacia donde se encontraban los demás jóvenes. Al igual que él, éstos estaban sintiendo cada vez más los efectos del humo y del calor intenso que se concentraba en la habitación.
—De pie, hay que salir de aquí —dijo el mentor con autoridad.
Miró los rostros de los cuatro jóvenes y pudo sentir el miedo que los abrazaba. Noah intentaba ayudar a Ayla a mantenerse despierta. Sus lágrimas recorrían su rostro a cántaros. Sufría por su abuelo y por la situación en la que estaba ella y sus compañeros. Su dolor en las coyunturas había aumentado. A pesar de que, en ocasiones, estos dolores eran comunes debido a su condición, en momentos de estrés y de apuro como en el que se encontraba, éstos se exacerbaban. Se sentía impotente por no poder ayudar ni hacer nada productivo por su abuelo y amigos.
—Señor... Ayla no va a poder bajar las escaleras en su silla —opinó Noah.
—Yo la cargaré —respondió sin más preámbulo el mentor—. Tendremos que dejar su silla —luego se dirigió hacia Wendy y notó que necesitaría asistencia también—. Ayuden a su otra compañera. Debemos salir rápido.
Eso hicieron. Por su baja estatura, Ayla tenía un peso liviano y el mentor la pudo levantar con suma facilidad aún cuando él también se encontraba agotado. Noah, quien llevaba la mochila de su compañero en la espalda, y Jayden se acomodaron uno a cada lado de Wendy para dirigirla hacia la salida de la habitación. No obstante, ninguno de los cinco, contaban con que el humo cubría toda la mansión. Debían salir lo antes posible.
—Saben... este sería un buen momento para que uno de nosotros tenga la habilidad de controlar el viento y esparcir todo este humo. ¡Ven a mi magnífico poder, lo necesito ahora! —dijo Noah con un tono burlón e intentando taparse la nariz para no aspirar.
El comentario no le hizo gracia a ninguno. El mentor tomó la adelantera y con cuidado comenzó a caminar por el pasillo buscando las escaleras para bajar. Detrás le seguían los tres jóvenes quienes iban más lento intentando que Wendy no se tropezara en el trayecto.
—¡Cuidado al bajar las escaleras! —gritó el mentor.
—¡Señor, casi no vemos! ¡Ni podemos respirar! —gritó de vuelta Noah.
—¡Jayden, dirígeme bien! Siento que me voy a caer —dijo Wendy.
—¡No te vas a caer! Confía en mi. Ahora con cuidado, coloca tu pie derecho de lado, hay un escalón de alrededor de una pulgada y media de alto —replicó el joven.
Comenzaban a darse cuenta de que su escapatoria no estaba teniendo fruto a pesar de que continuaban intentándolo. La mansión continuaba encendiéndose y debían tener cuidado en su caminar por todo lo que había fuera de lugar. En esos instantes, a Ayla solo se le ocurrió una idea. Había funcionado ya una vez, quizás podía ocurrir de nuevo. No le gustaba pedir ayuda, pero esta era otra de esas situaciones que lo ameritaba.
Cerró los ojos y agarró la cadena con el pendiente que aún colgaba de su cuello. Lo apretó entre sus delicadas manos y mientras sentía al mentor abrazarla con fuerza evitando que el humo continuara haciéndole más daño, pidió por ayuda desde su interior. «Ayúdanos. Por favor, ayúdanos. Una vez me ayudaste a mi. Sálvanos para no morir tan jóvenes. Por favor. Aún tenemos mucho que hacer y aportar. Ayuda, por favor», dijo una y otra vez.
Justo en ese momento se escuchó un estruendo, y una ventana se rompió. Cristales resonaron en el suelo y los jóvenes dejaron escapar un grito. De repente, sintieron una brisa fresca que alejó el humentín que los asfixiaba.
—¡Qué es esa cosa! —exclamó Jayden.
Frente a ellos acababa de aparecer un águila de gran tamaño que aleteaba con fuerzas para alejar el humo de sus caras. Ayla miró al animal y pudo ver en sus ojos una mirada fresca y conocida. Luego se fijó en su pico grande, poderoso y puntiagudo y las garras gigantescas que poseía y le dio un poco de miedo. Aún así estaba agradecida por lo que estaba haciendo el ave por ellos. El amuleto había funcionado por segunda vez.
—¡No se olviden de mi! ¿Qué es lo que hay? —gritó Wendy con desesperación.
—Es un águila de gran tamaño —replicó Noah—. Vamos, nos está abriendo camino. Hay otro escalón, agárrate fuerte y coloca primero tu pierna izquierda.
El ave continuaba abriéndoles paso al mentor y a los cuatro jóvenes para que el humo no les afectara. Así pudieron bajar las escaleras que de otra forma se les hubiera hecho imposible. Al llegar al primer piso, se volvieron a encontrar con la destrucción y sintieron nostalgia al ver lo que fue su hogar por un tiempo destrozado. Con la ayuda del águila, pudieron salir uno a uno de la mansión.
Una vez afuera, el señor Cerritulus colocó a Ayla en el césped y ésta se tambaleó un poco. Por lo débil que se encontraba, su desbalance había aumentado. El mentor le agarró la mano y la miró con un poco de rudeza.
—¡Ánimo! Ya pronto saldremos de aquí. Te he dicho que tienes que ser fuerte. No dejes que tu mente te domine. Tú la dominas —le recalcó.
Lo menos que quería Ayla en estos momentos era escuchar las reprimendas del mentor, aún estando consciente de que lo que decía era verdad. En esos instantes, salieron los otros tres. Wendy se veía agotadísima y los chorros de sudor le bajaban a cántaros. En esos momentos el sol estaba demasiado caliente y la joven no tenía con qué taparse. Los rayos le molestaban demasiado. Jayden notó que su amiga estaba sufriendo por el resplandor, y optó por quitarse su camisa y echársela sobre su cabeza para protegerle la cabeza y los hombros.
—Ya que no estás ni cargando tu camisa, al menos toma tu mochila. Esa computadora tuya pesa —le dijo Noah pasándole el objeto a su compañero. Jayden la tomó en sus manos agradecido. Esa era su vida.
Ayla se asombró al ver ese acto por parte Jayden y a pesar de que se sentía tan mal que deseaba tomar un descanso urgente, no dudó en observar el torso desnudo del chico, mientras éste se colocaba la mochila en su espalda, y pensar que no se veía nada mal. Se preguntó para sí misma si Noah también se vería así de bien sin su camisa. No obstante, sus pensamientos se fueron al olvido, cuando el águila salió y se posó al lado de ellos. Era majestuosa.
Su cabeza era blanca como la nieve, y su potente pico era curvo y afilado en la punta. Mostraba sus alas abiertas con unas tonalidades marrones y grises. Los miraba, y ellos la miraban a ella.
—Gracias... gracias por tu ayuda —dijo Ayla—. ¿Crees que nos puedes sacar de aquí? —preguntó aún sin saber si el ave podía entenderla.
—¿De veras acabas de hacer esa pregunta? —interrumpió Jayden—. ¡Es un ave! ¿Cómo nos va a sacar de aquí a todos? —decía estupefacto—. Tenemos que tomar el túnel que creó Mariana. Vamos, antes de que.... —interrumpió él mismo su diálogo cuando frente a él vio cómo el águila comenzaba a transformarse.
Los rostros de los jóvenes, con excepción de Wendy, se mostraban perplejos por lo que sus ojos presenciaban en esos instantes. El águila comenzó a ensancharse, su cuello se amplió y sus alas se extendieron y comenzaron a tornarse en un color plateado. Su figura comenzó a parecerse más a la de una serpiente con pies y alas que a una simple ave. Luego tomó forma a un cocodrilo gigantesco con alas. Medía con facilidad unos treinta metros de longitud y unos sesenta en envergadura de las alas.
—¡Por todos los cielos! —exclamó exaltado Noah—. ¡Esto es magnífico!
—¿Qué es ahora? ¡No se olviden de mi! —exclamó Wendy.
—Es un... un... dragón —dijo Ayla asombrada por la mágica criatura plateada que se encontraba ante ellos.
—¡Los dragones no existen! —gritó Jayden— ¿Qué brujería es ésta?
El dragón de gran tamaño se acurrucó frente a ellos y se acomodó de tal forma que invitaba a que los presentes se montaran en él. De esa forma se observaba menos gigantesco. Se mostraba amable y pasivo.
—Quiere que lo montemos —dijo Ayla con seguridad—. Nos va a ayudar a salir.
—¡Ni loco me monto sobre un dragón! —gruñó Jayden.
—Bebé —refunfuño Noah—. ¿No ves lo majestuoso que es?
—Quisiera poder ver en estos momentos —opinó Wendy—. ¿Me acercan para poder tocarlo?
Noah le ayudó para que pudiera aproximarse al dragón. Ambos mostraban en su rostro un asombro inmenso. Jamás se hubieran imaginado una situación tan magnífica como en la que se encontraban.
—Vamos, andando, no debemos hacer esperar nunca a un dragón —dijo el señor Cerritulus, empujando a Jayden hacia el frente.
El mentor ayudó a cada uno de ellos a treparse sobre el dragón. Primero ayudaron entre todos a las dos chicas. A Wendy le dieron instrucciones para que se colocara sobre la pata trasera del dragón y cogiera impulso sobre su lomo. A Ayla la cargaron con facilidad y la acomodaron de la misma forma. Luego ayudaron a subir a Noah y Jayden quien subió a regañadientes, y a lo último el mentor.
Los cinco miraron por última vez la mansión que poco a poco continuaba cogiendo fuego. Sus ojos se aguaron de la nostalgia.
—Vamos a casa —dijo Ayla sin más preámbulo pues se le hacía un taco el ver la mansión en ruinas que había construido su abuelo.
Los cinco se pegaron a su lomo y se aguantaron entre ellos para no perder el balance cuando el dragón tomó impulso y estiró sus alas para emprender el vuelo. Con un rugido se alzó, y éstos se sujetaron a las escamas tan fuerte como pudieron. Las escamas del dragón eran duras como el acero y el tono plateado de ellas le daba una excelente mimetización con las nubes del cielo. El dragón parecía tener la habilidad de cambiar de color sus escamas, como un camaleón, pues éste se perdía entre las nubes. Jayden se aferró con miedo al cuello del dragón, mientras los otros tres disfrutaron del vuelo una vez perdieron el temor inicial.
—¡Si mis padres estuvieran vivos para ver esto! ¡Genial! —exclamó Noah con una mega sonrisa.
A pesar de que Ayla se alegraba por ver a su compañero tan emocionado por estar encima de un dragón, una criatura mágica que jamás pensó existiría, ella solo pensaba en regresar a su casa y planificar el rescate de su abuelo. Esperaba que estuviera vivo y que no lo estuvieran torturando de ser así.
No estuvieron mucho tiempo entre las nubes, pues el dragón descendió con rapidez al encontrar unos altos arbustos. Notaron otra vez que sus escamas adaptaron el color de los árboles para despistar a cualquier intruso que estuviera cerca. Volvió a agacharse para que los jóvenes y el mentor pudieran bajar.
—Gracias —dijo Ayla mirando al dragón de frente y agarrando en su mano el pendiente que le regaló su abuelo—. Gracias por salvarnos.
El dragón la miró con calidez y la joven volvió a sentir que había visto esa mirada con anterioridad. Recordó el primer día en que llegó a la mansión y al perro que la recibió llenándole la cara de saliva.
—¿Samú? —inquirió la joven.
En esos instantes, el dragón asintió con la cabeza y comenzó a achicarse. Ayla esperaba encontrarse con un perro peludo, no obstante, frente a ellos se encontraba un anciano.
—Pero... ¿qué? —seguía anonadado Jayden.
Todos miraban asombrados al anciano, pues nadie lo reconocía, con excepción del señor Cerritulus quien se aproximó al hombre.
—¿Gran... maestro? —preguntó incrédulo.
—Así es —respondió éste—. Vivo y aún con energía.
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Nota: ¿Qué opinan de este capítulo? Me dio mucho trabajo, pero a la vez me gustó escribirlo <3
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