Capítulo 22. Revelaciones
Apenas habían transcurrido casi tres meses y Ayla deseaba en lo más profundo de su corazón ver a su madre. La extrañaba demasiado y necesitaba tener un momento a solas con ella para poder contarle todo lo que había ocurrido en los últimos días. Estaba consciente de que el abuelo Mateo le había dicho que él se encargaría de hablar con ella, pero desconocía en qué había parado. ¿Qué habrá pensando su madre? Después de todo, en el día de su cumpleaños, ella escuchó cuando su mamá estaba en total desacuerdo con que el abuelo se la llevara.
La oferta de los gemelos Vils de escaparse por unas horas en el día de Navidad seguía siendo tentadora. Si bien podía ser peligroso salir de la mansión, tampoco era saludable estar encerrados y temerosos por tanto tiempo. En estos días lo más que necesitaba era ver a su madre para que ésta supiera que estaba bien y saludable como de costumbre. La joven, tan decidida como siempre, echó a un lado sus pensamientos y prefirió no ir a las lecciones que se darían ese día. Hoy tenía una meta y era hablar con la otra persona que más apreciaba para conocer qué había sucedido.
Se trepó a su silla motorizada y se dirigió con rapidez hacia la oficina de su abuelo. Allí tocó la puerta rogando que estuviera dentro. Para su alivio, la puerta se abrió y la recibió con un beso su amado abuelo.
—Querida nieta mía, pero qué agradable sorpresa el que me vengas a visitar en el día de hoy —dijo con una grata sonrisa.
—Buenos días abuelo, espero no recibir regaños tuyos por faltar a las lecciones hoy —respondió ésta con una sonrisa tímida.
—Siempre tenemos unos días en los que queremos cambiar la rutina. No hay que temer por regaños innecesarios. Ahora, cuéntame, ¿a qué se debe el propósito de la visita? —preguntó con una cara de pura curiosidad.
—Que mucho me conoces abuelo —respiró hondo la joven antes de continuar—. Como sabrás, en estos últimos meses he estado aquí en la mansión haciendo lo que me pediste: estudiar y mejorar mis habilidades. Siendo sincera, no he visto mejoría en las mismas y lo único que tengo son preguntas y pocas respuestas, aunque eso no es lo importante ahora. Extraño a mamá y no he sabido de ella.
El abuelo Mateo miró con tristeza a su nieta, respiró hondo y tomó asiento. Sabía que tenía que ofrecerle explicaciones y entendía la razón de su visita. Aunque él solo tenía en mente la protección de su nieta, sabía que era esperado que ella quisiera ver a su madre. Respiró hondo y decidió brindarle algunas respuestas, pues temía que ante la desinformación hiciera lo indebido.
—Hablé con ella aquel día —empezó su relato—. Tu madre estaba ansiosa; se enteró por las noticias que el edificio de la universidad se había incendiado. Manejó con urgencia hasta el lugar buscándote, pues no te conseguía por teléfono. Al no verte y escuchar que una joven en silla de ruedas había quedado atrapada dentro, pensó que habías muerto incendiada en aquel edificio. Cuando llegué al lugar, luego de haber hablado contigo, la tenían ofreciéndole terapia e insistían que la búsqueda aún no había terminado. Habían logrado entrar al edificio e intentaban dar contigo. Sin embargo, cuando tu madre me vio a una pequeña distancia de ella, su rostro cambió. Supo entonces que estabas a salvo.
El abuelo Mateo tomó otro suspiro. La joven estaba muy atenta a la historia y eso le motivó a continuar su relato.
—Cuando me vio, se secó sus lágrimas y se acercó a mí. Antes de que me formara una discusión, le dije que teníamos que ir a un lugar donde pudiéramos dialogar a solas. Decidimos hablar en su auto. No quisiera entrar en detalle contigo sobre todos los insultos que salieron de la boca de tu madre. Pero, en fin, luego de indicarle que los Optimums habían intentado matarte y que Naomi te había rescatado y traído aquí, se tranquilizó. Lo más que le importaba era que estuvieras con vida.
—Espera —interrumpió la joven—. ¿Mamá sabe de los Optimums, de Naomi, de la mansión, de nuestras habilidades y de todo? —preguntó asombrada.
—Sí, siempre lo ha sabido —continuó el abuelo—. Por eso nuestras diferencias. De la familia, soy el único que tiene estas habilidades. Tuvimos muchos problemas tu abuela y yo cuando se enteró que no era "normal" ante los ojos de ella. Tanto así que cuando tu madre tenía ocho años, tu abuela me expulsó de la casa y pidió que no me acercara a tu madre. Desde entonces, me dediqué de lleno a esta mansión. Hacía tiempo que mi amigo quería que viviera con él en este hogar para que le ayudara con los jóvenes en su entrenamiento, pero yo tenía una familia y él lo entendía a la perfección —recordó el abuelo con tristeza—. Tu madre, tan curiosa como siempre, al igual que tú, se dio cuenta que cada año la visitaba en secreto y que era yo quien le dejaba sus regalos favoritos debajo del árbol en la época navideña. A los dieciocho años, me siguió hasta aquí. Tu madre se molestó mucho por tenerla a oscuras tanto tiempo. Lo que nunca entendió es que lo hacía para mantenerla a salvo.
Tomó otro gran respiro y se quedó pensativo como si le pesara lo que diría a continuación. La joven pensó que quizás su madre también tenía alguna habilidad, pero ese no era el caso.
—Pasó lo peor y lo que más me preocupaba; los Optimums utilizaron de rehén a tu madre para hacerme daño. Fue una batalla muy dura sin duda alguna. Sin embargo, ella fue salvada por un joven que pertenecía al grupo de los Optimums, pero que estaba en desacuerdo con hacer daño y hasta matar. Ese joven, salvó a tu madre, se enamoró profundamente de ella y es a quien le estuvieras llamando "padre" si no las hubiera abandonado.
Papá, el hombre inexistente en la vida de la joven. Su madre le había dicho desde un principio que su padre les había desamparado antes de que ella naciera. Por muchos años pensó que tal vez no quería una hija con un síndrome como el que ella tenía. Después de todo, tener un hijo con una condición sería una carga más para su vida, o al menos, eso pensaba Ayla. En ocasiones, por años, se culpó por haber nacido con una condición, no obstante, su madre siempre fue su apoyo incondicional que le recalcó que tener un síndrome no era malo ni le impedía hacer las cosas que ella deseara en la vida. El abandono de su padre era un suceso que bien pudiera haberle ocurrido a cualquiera, pues fue una decisión que él tomó por su cuenta.
—¿Sigue vivo? —fue lo primero que salió de la boca de la joven y esas palabras salieron como si tuviera un taco en su garganta.
—No lo sé, niña mía —replicó el abuelo Mateo con otro suspiro—. Tampoco te sé decir si es algo bueno o malo que esté vivo. Pero se me hace tarde para una reunión, así que espero retomar nuestra conversación pronto —dijo sin más preámbulo mientras se levantaba y se despedía con un beso en la mejilla de su nieta.
La recién conversación con su abuelo tenía más pensativa de lo normal a la joven. Lo que sí estaba clara, era que tenía que encontrar la forma de ver a su mamá y ya estaba decidida de que el plan de los gemelos era el más ideal en estos momentos. Mientras seguía envuelta en sus pensamientos y recorría los pasillos de la mansión, pensó en esperar a sus amigos a que terminaran sus lecciones para compartir un rato, sin embargo, ese pensamiento se fue al zafacón cuando se encontró de frente al señor Cerritulus.
—Vaya, vaya, vaya, mira a quien tenemos aquí —dijo el mentor al verla—. ¿Cortando las lecciones del día? —preguntó con curiosidad.
—Estaba visitando al abuelo —respondió Ayla con su voz un tanto temblorosa.
—Bien, si no estás haciendo nada, vamos a dialogar —replicó el mentor mientras comenzaba su camino hacia su aula.
La joven lo siguió con apuro y sintió que su corazón comenzaba a palpitar sin control alguno.
El último encuentro con el señor Cerritulus no había sido agradable y esta vez no estaba acompañada por su amigo. Entraron a la habitación del mentor y éste se sentó encima de su escritorio mirándola de frente. Ayla sintió miedo por unos segundos y cuando estuvo a punto de comenzar a hablar, un fuerte dolor de cabeza la invadió. Acto seguido, volvió a visualizar lo que llevaba presenciando en sus sueños casi todas las noches: fuego y destrucción. Se asustó, el terror la invadió y solo deseaba que se detuviera.
—¡Defiéndete! No dejes que logre entrar a tu cabeza —gritó el mentor, quien se detuvo y ya no intentaba ejercer su habilidad sobre la joven.
—Pero ¿qué hace? —preguntó Ayla con un fuerte dolor de jaqueca. Había alzado sus manos hacia su rostro y se frotaba los ojos tratando de aliviar el dolor.
—Si me dejas entrar a tu cabeza, Oscar lo logrará también y podrá ver lo que has visto del futuro. Si el conoce el futuro, lo puede manipular a su antojo —dijo con seriedad.
—¿Usted tiene la misma habilidad que Oscar? —cuestionó la joven aún con dolor.
—No, la de él es superior. Solo puedo ver y traerte recuerdos que tú solo has presenciado. Oscar hace lo mismo, pero añádele que puede crear nuevas imágenes como le plazca en tu cabeza y hacerte sufrir con ello hasta que le ruegues morir antes de seguir con ese martirio —explicó el mentor—. Ahora bien, las visiones, muchas veces no las puedes controlar pues es una habilidad poco conocida, pero sí puedes lograr dominar que otros entren a tu cabeza para conocer el futuro. Tienes en tus manos un arma muy valiosa que no puedes compartir con cualquiera. Solo tú, y nada más tú, debes saber lo que va a pasar. Y tú, solo tú, debes saber cómo cambiarlo.
—¿Y cómo puedo lograr que no entre en mi cabeza? —preguntó desconcertada.
—Controlando mis emociones. Lo hiciste una vez, lo puedes volver a hacer —respondió con seguridad el mentor—. Ahora me acercaré a ti, entraré de nuevo en tu cabeza, y buscaré todas las visiones que has tenido e intentarás detenerme.
El mentor se bajó del escritorio y se fue acercando poco a poco. Su altura, su cabello largo, y su rudeza, hacía que Ayla se pusiera más nerviosa. No sabía cómo detenerlo. Ya el mentor le había advertido que entraría en su cabeza otra vez y ella no estaba preparada para detenerlo. ¿Cómo podría? La jaqueca comenzó por segunda vez y Ayla supo que el mentor estaba volviendo a intentarlo. Las imágenes comenzaron a saltar como si una persona estuviera cambiando los canales de un televisor. Escenas que hacía años había presenciado en diferentes instancias, el mentor las estaba viviendo a pleno color. Luego llegó a las más recientes, cuando Ayla salvó a Lisa, cuando vio a Noah en el suelo convulsando... y las imágenes se detuvieron cuando observó la figura que le gritaba «Hasta nunca Geminus».
«Oscar», escuchó decir al señor Cerritulus. En esos momentos, el mentor continuó escudriñando la cabeza de la joven y la imagen ya no era tan borrosa. Se observaba con claridad a un señor mayor de unos sesenta años, sin pelo, y que mostraba una sonrisa maquiavélica. Pero no se encontraba solo, al lado de él se posicionaban dos hombres y dos mujeres que no se distinguían muy bien las caras. La imagen volvió a desaparecer y regresó la escena del fuego. Un fuego intenso se podía observar quemando todo alrededor, lo que parecía un cuarto, y en el suelo yacía una persona que comenzaba a quemarse. La joven intentó combatir el dolor de cabeza para que el mentor no siguiera escudriñando sus visiones. Para ella, ya era suficiente.
—¡Basta, pare ya! Duele mucho —gritó al momento en que el mentor dejó de hacer uso de su habilidad—. Fue mucho por hoy, pare por favor —suplicó mientras le bajaban las lágrimas por sus mejillas.
—Bien, nos detendremos por ahora. Descansa por hoy, pero retomaremos nuestro entrenamiento pronto —le indicó mientras salía de la habitación y dejaba a solas a Ayla, aún con lágrimas en sus ojos.
La joven continuó llorando por varios minutos que le parecieron eternos, pues lo último que había presenciado en su visión, no era a cualquier persona, sino a uno de sus amigos arder en fuego.
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Nota: ¡Y ese final! ¿Qué tal?
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