Capítulo 14. Defensa contra el terror

Las primeras dos semanas de Ayla en la mansión pasaron muy rápidas. En tan pocos días conoció a todos los jóvenes que vivían en el hogar. Chicos y chicas, todos y todas de dieciocho años o más, viviendo, riendo, y compartiendo juntos. Aunque cada uno de ellos tenía una condición, la mayoría eran independientes. La joven hizo una amistad más cercana con Wendy, Noah y Jayden, pero compartía en las lecciones con otros compañeros. 

Le estaba empezando a gustar la idea de vivir en la mansión con otros jóvenes como ella, no obstante, extrañaba compartir a diario con su mamá e ir a la universidad. Si bien en su vida habían ocurrido muchos cambios, este suceso repentino en donde se había enterado de que tenía no una, sino dos habilidades extraordinarias, y que la habían intentado asesinar, la tenía muy pensativa y necesitaba discutirlo con alguien. Su abuelo Mateo le había comentado que le explicaría a su mamá que ella estaba a salvo con él, pero estaba segura de que su madre no estaría del todo convencida. En algún momento encontraría el tiempo adecuado para verla.

Por otro lado, no había vuelto a tener visiones luego de la de Noah. Tampoco se había vuelto a reunir con el señor Cerritulus, aunque en ocasiones lo veía por los pasillos y al saludarlo, el mentor la miraba con un poco de terror. Estaba segura de que, si les contaba sus pensamientos a sus compañeros, éstos se reirían en su cara.

Mientras tanto, desde el día en que los cuatro jóvenes decidieron cenar juntos, habían formado una amistad inusual, pero bonita. Éstos usualmente compartían en las horas donde el hambre les atacaba.

—Jayden, por favor, deja de salpicar el desayuno por todas partes —dijo una Wendy molesta mientras se limpiaba las migajas que le había caído en sus brazos.

—Vete a otra mesa entonces —respondió con indiferencia Jayden.

—No me voy. Yo sé que no quieres que me vaya.

—Más equivocada no puedes estar.

—Pues entonces vete tú. Yo me quedo.

—Deja de refunfuñar entonces.

—¿Siempre se pasan así? —preguntó Noah interrumpiendo su pelea.

—Quisiera decir que no, pero lamentablemente sí —respondió Wendy.

La relación de amistad entre Jayden y Wendy era difícil de explicar. El primero era un joven muy reservado, callado y mostraba un genio horrible la mayoría del tiempo. Wendy le comentó a Ayla que el joven había sufrido demasiado en su niñez, y aunque se mostrara frío y grosero en ocasiones, era un chico de corazón noble. Ayla no dudaba de su compañera, pero la realidad era que el joven no lograba que pudieran acercarse mucho a él ni conocerle.

Aun así, los cuatro jóvenes compartían seguido y hablaban a menudo sobre sus habilidades extraordinarias, de cómo no sabían controlarlas y que algunos, no sabían cuál era su destreza especial.

—¿Seguro no sabes o no quieres decirnos? —preguntó Wendy con curiosidad a Noah.

—De verdad no lo sé. Estaba en mi casa cuando Naomi apareció y me advirtió que tenía que irme con ella y no podíamos perder tiempo. Al segundo, estaba aquí, en la mansión. Me explicó que, si aún no conocía mi habilidad, la descubriría con el tiempo.

—Pura basura. A mí me dijo lo mismo y ya llevo un año aquí. ¿Mi habilidad? Tal parece es caerle mal a los demás —dijo Jayden con disgusto.

—Si no fueras tan malcriado y patán, los demás serían amables contigo —le refutó Wendy—. Pero de vuelta a ti, Noah, creo que Naomi tiene razón. Aun cuando uno conoce un poco su habilidad, éste es el lugar para perfeccionarla. Es verdad que a veces te enojarás con las actitudes de algunos mentores, como el señor Cerritulus, pero aprenderás. Así que no te preocupes si no la conoces, pronto la encontrarás.

—Gracias, eso me hace sentir mejor. Bueno, chicos, no sé ustedes, pero tengo una lección en cinco minutos —informó Noah.

—Voy contigo. Tenemos la lección de Defensa contra el Terror hoy —dijo Ayla.

—Éxito, chicos. Nos encontramos luego —se despidió la otra joven.

Ambos se dirigieron con rapidez a su lección y cuando llegaron al aula notaron que las mesas estaban colocadas en forma de un círculo. Ya algunos de los jóvenes se habían acomodado, listos para el comienzo de la lección. Ayla había disfrutado la primera lección de Defensa contra el Terror, que la impartía la mentora Luna Starpier, quien, hasta el momento, era su mentora favorita. Le gustaba que la llamaran por Luna y ofrecía las lecciones como si fuera una clase de psicología.

—Muy buenos días a todos —dijo la mentora con una sonrisa tan pronto llegó al aula—. Hermoso día sin duda alguna. Como habrán visto, he colocado las mesas de forma diferente para que todos nos podamos ver los rostros. Hoy vamos a estar hablando de nuestros miedos. En las lecciones pasadas discutimos sobre los diversos tipos de miedo, pero ya hoy entraremos más a fondo a los miedos más profundo de cada uno de ustedes.

Los jóvenes se mantenían en silencio y observaban a Luna moverse con gracia en el centro del aula. Su largo pelo rojo y rizado, y su altura magistral, atrapaba la mirada de cualquiera.

—El miedo, como bien hemos aprendido, es una respuesta natural ante el peligro; todos lo experimentamos. Sin embargo, cuando el miedo controla nuestro cuerpo, mente y alma, llega a ser muy peligroso. ¿Quiénes de ustedes han experimentado una situación donde el miedo los ha controlado?

Todos los jóvenes levantaron las manos. La mentora los observó y con su mirada rastreó cada uno de los rostros. Acto seguido, se acercó a Sandra, una chica con distrofia muscular*, que levantaba la mano con timidez y mucha dificultad. Le preguntó a la joven si deseaba contar su experiencia a todos y ésta no dudó en compartirla con los demás.

—Creo que tengo miedo al cambio —comenzó diciendo—. Cuando adquirí mi condición, toda mi vida cambió —Un silencio incómodo invadió el aula y Sandra comenzó a sollozar un poco, pero continuó—. Yo era una chica saludable, hasta que me diagnosticaron con Distrofia Muscular. La condición fue avanzando poco a poco —dijo mientras se secaba una lágrima que le comenzaba a bajar por su mejilla derecha—. Me llevó a no poder correr más, y luego... a no caminar. Es horrible experimentar un cambio repentino.

Todos estaban atentos a lo que Sandra estaba compartiendo. A Ayla le encantaba escuchar las experiencias de cada uno, pues aprendía de cada una de ellas. Luna parecía que opinaba lo mismo pues comenzó a realizarle más preguntas. En especial, deseaba conocer cómo se sentía cuando empezó a notar este cambio en su vida que le llevó a sentir mucho miedo.

—Inútil —recordó la joven—. La noticia me paralizó y cada vez que me encontraba que no podía hacer nada, me frustraba. Lo mismo ocurrió cuando comencé a sentir que tenía una habilidad extraordinaria. El miedo me consumió y solo quería gritar. Yo solo gritaba y lloraba sin control alguno. Pensé que había perdido la razón.

Los demás jóvenes agradecieron cuando Luna deseó conocer más sobre la experiencia de la chica y le preguntó sobre su habilidad. En la mansión, no solo eran nuestros cuatro chicos quienes hablaban del tema, sino que todos los jóvenes de la mansión compartían a menudo el mismo interés.

—Fue hace ocho años —comenzó explicando—. Estaba en la cama de mi cuarto leyendo un libro. De momento me dio sed y recordé que hacía media hora mi mamá me había traído un vaso con agua. Cuando me fijé en el vaso, el agua comenzó a realizar un sonido como si estuviera hirviendo. Me asusté, pero lo seguí mirando y entre más lo observaba, más el agua se descontrolaba. Poco a poco el agua comenzó a salpicar fuera del mismo. Cuando di el primer grito, éste cayó al suelo y las partículas de agua se elevaron. Quería salir corriendo de la habitación y no podía. Intenté bajarme de la cama, treparme a la silla de ruedas, pero no pude y caí al suelo. Comencé a gritar y a llorar sin parar —continuó mientras las lágrimas seguían bajándole por las mejillas—. Mis papás llegaron luego de escuchar mis gritos —tomó un respiro y exhaló—. Ese día tuve mi primer ataque de pánico*.

—¿Cómo describes ese ataque de pánico, Sandra? —preguntó Luna.

—Horrible. Mi corazón comenzó a latir con suma rapidez y parecía que no me llegaba el aire. Los ataques de pánico continuaron apareciendo en cualquier momento o lugar y sin aviso previo alguno. Éstos ocurrían cuando veía agua; no quería bañarme ni tomar agua —suspiró y volvió a continuar con historia—. Tardé algunos años en comenzar a controlar los ataques de pánico. Pero ahora han regresado de nuevo cuando me indicaron que estaba en peligro y que era mejor vivir en esta mansión por un tiempo. Es otro cambio significativo en mi vida que no pedí; no quería venir. Odio mi habilidad y aquí estoy tomando lecciones y hablando sobre mis miedos —finalizó su relato aún sollozando.

—Te agradezco de todo corazón el que hayas compartido tu experiencia con nosotros, Sandra —dijo la mentora con una mirada cálida y de entendimiento—. Aunque no veas el progreso por ahora, el que estés compartiendo tus miedos con nosotros significa un avance para lograr ir venciendo ese terror y ansiedad poco a poco. Aprovecho para felicitarte, de corazón, por compartir tus experiencias. Esto, familia, es parte del comienzo de defenderse contra el miedo. Siempre es bueno hablar y exteriorizar sus emociones y pensamientos. No lo olviden.

Ayla estaba fascinada con la lección. Ver a Sandra compartir su historia y su miedo, hizo que ella también quisiera participar. Pero antes de levantar su mano para compartir su experiencia, se quedó pensando en cuál era su mayor miedo. Aparte de los miedos comunes a los insectos, pensó que no le temía a otra cosa. Ella había aceptado su condición, no le tenía miedo a hablar en público, ni a su habilidad, ni a las alturas, ni a la... «muerte», pensó. Recordó cuando se quedó atrapada en el baño y pidió no morir. «Tengo miedo a fallecer tan joven sin lograr mis metas», volvió a pensar.

Las metas que la joven tenía en su vida eran varias. Gracias al apoyo continuo y enseñanza de su madre, su condición no había sido un impedimento para lograr lo que deseara. Sin embargo, como toda joven de dieciocho años, aún tenía muchas metas por cumplir como graduarse de la universidad, estudiar derecho, ser profesora, realizar trabajos voluntarios, escribir un libro, entre muchas otras.

—Te ves muy pensativa. ¿Te sientes bien? —le susurró Noah.

—Sí. Estaba pensando en cuál era mi miedo.

—¿Y sabes cuál es? —preguntó con curiosidad.

—Lo comparto ahora con la clase —respondió levantando la mano para hablar.

Luna vio a la joven sacudir con emoción su mano y se dirigió hacia ella para escucharla. Pero al momento en que ésta iba a comenzar a hablar, se escuchó una especie de alarma que retumbó por toda la mansión. El sonido venía acompañado de una voz robótica que decía «alerta, peligro», una y otra vez.

Ayla, al escuchar la alarma sonar, recordó otra vez cuando estuvo encerrada en el baño apenas unas semanas atrás. Sintió miedo. Sin embargo, en esta ocasión no estaba sola y ese último pensamiento la tranquilizó un poco. Los demás compañeros se alborotaron, no paraban de gritar y hacer preguntas. Luna se puso seria al escuchar el ruido agudo que retumbaba por todos lados.

—Jóvenes, síganme todos, y alertas —dijo la mentora.

Todos comenzaron a moverse y a colocarse en fila detrás de ella para poder salir del aula.

—¿Qué crees que esté sucediendo? —preguntó Noah a su compañera.

—No lo sé... solo espero no sea nada grave —respondió con preocupación.

Siguieron los pasos de Luna por los diversos pasillos, y se toparon con otros compañeros que salían con sus respectivos mentores. Todos se dirigían hacia el patio exterior. Cuando el grupo de Luna estuvo a punto de salir, se vio en el jardín una luz azul resplandeciente. Acto seguido, en el medio del patio, se encontraba Naomi, llorando desconsoladamente, y cargaba en sus manos, el cuerpo inmóvil de uno de los residentes del hogar.

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Nota: ¿Qué tal este capítulo? ¿Y el final? :o

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