capítulo 22 (especial 2/3)

Luz despertó temblando. Aún estaba recostada sobre la mesa de la cocina, con la mejilla apoyada contra la mesa, con una manta que Hunter debía de haberle puesto encima y que ahora estaba enredada entre sus tobillos. La alzó hasta los hombros y miró por la ventana desde atrás de la cortina.

A pesar de la mañana helada, los campos, los canales y la calle principal aún estaban lleno de actividad. Posó la mirada en una silueta conocida, la cual saludaba con la cabeza a los ciclistas que pasaban y parecía demaciado entrometida.

Eda Clawthorne.

Luz oyó ruidos y movimientos en la habitación antigua y luego apareció King, que tenía el pelo revuelto en todas direcciones y los ojos entrecerrados bajo la luz de la mañana.

-deberíamos prepararlo todo para marcharnos en cuanto podamos- comentó él, enrollando su mapa del pólder con cuidado y guardándolo en su cubo de carbón.

-tiene razón- dijo Luz con tristeza -he estado pensando que quizás podamos ir al sur, a Francia o a España. Al menos, el clima allí será más cálido.

-si

Eda se había detenido para hablar con el mismo grupo de mujeres que habían estado de pie en la puerta de los Noceda hacía un par de días. Se aliaron juntas. Lanzaron miradas astutas hacia el molino y alzaron sus cejas. Luz gruñó y cerró la cortina a medias.

-marcharnos de aquí te genera dudas, ¿no?- preguntó King.

-tú comprendes por qué no puedo abandonar mi hogar sin nada, King- susurró ella -siempre has querido respuestas tanto como yo. También quieres encontrar a tu familia, ¿no?

Él suspiró.

-para mí nunca fue importante saber quiénes son mis padres. Lo que me importa es descubrir quién soy yo; es difícil sabelo con certeza cuando nunca he conocido a alguien que se parezca a mí.

-yo sé quién eres: King Noceda, un niño destinado a ser el mejor cartógrafo que el mundo ha conocido. ¿qué importa si eres un poco diferente a las personas que te rodean?

-importa mucho- afirmó King -porque saber de qué parte del mundo vengo es solo la primera respuesta de muchas otras que yo necesito.

Luz asintió, comprensiva.

-quizás podamos ir al este, hacia Baviera- King hizo el intento de cambiar de tema de conversación -allí hay bosques antiguos e inmensos donde podemos escondernos.

-no creo que importe mucho a donde vayamos- dijo Luz con tristeza.

Si realmente iban a abandonar el molino, significaría que ella había recorrido todo este camino para nada.

Mientras comían más guiso de patatas para el desayuno, los demás discutían sobre a donde ir, cómo encontrar comida y refugio y cuándo deberían partir. Luz asentía y emitía sonidos de aprobación durante la conversación, pero sus orejas cosquilleaban, su mente daba vueltas desesperadamente y no escuchaba a los demás. Después de lavar los platos, se dirigió en silencio a los pisos superiores.

Si tenían que abandonar el molino, entonces Luz estaba decidida a encontrar algo, lo que fuera, que la ayudara a hallar en algún momento a su familia.

Pasó la tarde revolviendo el lugar de arriba a bajo, luego de abajo a arriba y después de nuevo de arriba a bajo, segura de que su madre, su padre o su hermana habrían dejado una pista para ella en alguna parte; cualquier cosa que le indicara dónde se encontraban. Pero lo único que consiguió tras pasarse varias horas de aquí para allá fue acabar con el pelo cubierto de telarañas, tres dedos llenos de astillas y el corazón repleto de dudas.

Quizás ellos no querían que los encontraran. Quizás Bligth siempre había tenido razón. Quizás sus padres de verdad no la habían querido.

Esa noche, a pesar del fuego ardiente en la chimenea y las mantas cálidas, Luz temblaba de incomodidad, sus orejas cosquilleaban incesantemente.

Mientras los demás se colocaban frente a la chimenea de la sala de estar, Luz volvió a hacerse un ovillo sobre la mesa de la cocina y miró a escondidas por la ventana. La guardiana del pólder parecía continuar su campaña de custodia afuera, sin perder el ánimo por la oscuridad creciente o la baja temperatura. Cuando no estaba caminando de lado a lado de la calle hablando con los vecinos, estaba en el jardín o alimentando cerdos y gallinas. Siempre a la vista y con la misma expresión alegre.

-toma- dijo King, apareciendo en la mesa junto a Luz. Colocó el libro del Carnaval de las Pesadillas en manos de la niña -deberíamos viajar con poco peso, pero no hay motivos por los que no puedas llevártelo.

Luz lo hojeó; sus orejas cosquillearon mientras deslizaba las manos sobre el dibujo a lápiz del Árbol Nocturno.

-gracias.

Él espió por el otro extremo de la cortina.

-cuando nos vayamos, nunca más tendrás que preocuparte por ella de nuevo- dijo King, parecía muy preocupado -aunque... aún tiene mi chal. No puedo irme sin él.

-si no lo devuelve antes de irnos, lo iré a buscar y lo recuperaré- prometió Luz -aunque tenga que empujarla al suelo para quitárselo.

King sonrió.

-seguro que con eso no llamas la atención para nada.

Observaron en silencio mientras Eda le entregaba una canasta de huevos a Marcy, Anne y Sasha y luego se despedía de ellas con la mano. La mujer cruzó el puentecito sobre el canal, sin apartar la vista del molino. Luego, se detuvo a mitad de camino, se giró y caminó hasta el árbol, hasta el tejo negro.

Luz acercó un poco más su cara al cristal.

La guardiana del pólder de detuvo frente al árbol y colocó una mano sobre el tronco. Sus hombros parecieron caer levemente. Luego, de modo abrupto, dejó caer la mano, enderezó la espalda y regresó caminando a su casa sin mirar ni una vez el molino. Luz fruncía un poco el ceño, confundida.

-emmm...- murmuró King.

-¿qué?

-no me había dado cuenta hasta ahora, pero este árbol- señaló el libro de Camila -es muy parecido a ese árbol- luego, señaló a través de la ventana, hacia el árbol donde llevaban las coordenadas y Luz sintió cosquilleos expandiéndose en sus orejas.

King tenía razón. El tejo negro era el Árbol Nocturno.

Luz esperó hasta que todas las luces en la casa de Eda estuviesen apagadas antes de escabullirse por la puerta principal y correr hacia el árbol. No encendió el farol que había llevado hasta que estuvo oculta bajo la copa esquelética del tejo negro.

(Si hay alguna duda sobre como es el tejo negro, aquí les dejo una foto:

El cosquilleo en sus orejas aumentaba cuanto más se acercaba al árbol, y empeoró cuando alzó el brazo, como Eda lo había hecho, y tocó el tronco. Los escalofríos estallaron en sus brazos.

Aquél árbol había sido testigo de muchos secretos durante al menos un siglo. Tal vez, y solo tal vez, guardase un secreto que le perteneciera solo a ella.

Después de todo, Amity debía tener razón sobre las coordenadas; los padres de Luz querían que ella encontrara ese árbol, estaba segura. Sus orejas cosquillearon, de acuerdo con ella.

Luz alzó el farol hacia la corteza llena de nudos y rodeó el el tronco del árbol, deslizando los dedos sobre él. A medio camino, encontró su primera pista:

Marcas de garras.

Era difícil distinguirlas. El musgo había crecido sobre ellas en algunas partes, pero Luz estaba segura de que eran las mismas marcas de su cesta ataúd y del taller de Eda. Extendió los dedos sobre ellas y su tamaño confirmó sus sospechas.

Miró hacia la casa de la guardiana del pólder, que estaba oscura y silenciosa, con el corazón acelerado. Eda estaba, sin lugar a duda, relacionada con todo aquello de alguna manera. Fuera cual fuera la importancia que hubiera tenido aquella mujer en la desaparición de los Noceda, Luz lo descubriría.

Apoyó el farol sobre una rama encima de ella y comenzó a trepar. Enganchó su pierna y subió a la primera rama. Bajo el resplandor del farol, encontró más marcas grabadas en la madera.

Nombres. Cientos de ellos. Algunos cubiertos de moho; otros tallados más recientemente. Luz los leyó todos. No fue hasta llegar a la segunda rama que encontró uno que desató una oleada nueva de cosquilleos en sus orejas.

Eda

Luz reprimió un gruñido y trepó más alto. Más nombres, pero no conocía ninguno.

No había subido siquiera a la mitad del árbol, pero ya comprendía que por qué a la gente del pólder le gustaba subirse a él. La única vista que competía con esa era la del balcón del molino.

Con los brazos doloridos y el pecho agitado, Luz por fin llegó a una de las ramas más altas. La distancia hasta el suelo era considerable y, por un instante, permaneció sentada allí, abrazada a la rama con los ojos cerrados, intentado obligar al mundo a dejar de girar. Cuando el mareo desapareció, abrió los ojos de nuevo.

Allí, frente a ella, había dos nombres que reconoció.

Charles y Camila.

-Charles- susurró, y aquel nombre sonó extraño en sus labios.

Era el mismo nombre que había visto en el libro de Camila. Luz sintió un nudo desconocido en su estómago como si hubiera comido algo demaciado ácido o caliente. Su nombre debería haber estado allí, no el de Charles. Ella debería haber estado allí arriba con su hermana, compartiendo secretos y contando historias, contemplando el pólder y las estrellas, pero, en cambio, ese niño, Charles, había estado allí.

Luz trepó con cuidado a la próxima rama, y esta vez empleó la luz de la luna para abrirse paso. Tuvo que subir un par de ramas más, y luego otra antes de encontrar otra talla junto a un hueco pequeño.

Sus dedos temblaron cuándo tocó cada una de las líneas.

P il p y An  se

Luz rascó el musgo, pero el grabado era tan viejo que aquello no facilitó la lectura de los nombres. Sin embargo estaba segura de que decía Philip. Y el nombre a su lado debía ser el nombre de su madre. Las puntas de sus orejas se convirtieron en un torbellino de cosquilleos.

Luz posó la mirada en el hueco. Dentro, había insertado un bulto rojo pequeño, del tamaño de la mitad de su puño.

Luz lo extrajo y lo sostuvo en su palma abierta. Después de una inspección minuciosa, se dio cuenta de que era un pañuelo plegado con cuidado. Al apretarlo, notó que había algo pequeño y rígido dentro. Lo giró y alzó una esquina de la tela. El estómago de Luz dio un vuelco cuando un grito ahogado escapó de sus labios. En la esquina del pañuelo, bordado con hilo de seda blando, había un nombre:

A. Noceda

Finalmente, tenía pruebas de la existencia de su madre. Una inicial, y tal vez un nombre completo.

Abrió con cuidado el pañuelo por completo y dos objetos dorados resplandecieron en su mano.


Anillos de boda

Luz inclinó uno hacia la luz de la luna. Con la misma caligrafía diminuta que su reloj de bolsillo, había una inscripción:

Bajo las estrellas te encontré

Mientras sus orejas cosquilleaban, Luz alzó la vista hacia las relucientes constelaciones que brillaban en el cielo, hacia el modo en que la luna, casi llena, resplandecía, tiñéndolo todo de una luz gris plateada.

Sus padres habían subido a aquel árbol para contemplar el cielo nocturno. Y allí estaba ella, doce años después, sentada en el mismo lugar en el que ellos habían estado. Desde esa altura, Luz veía justo a través del tejado agujereado del teatro sobre el escenario, que estaba de pie, bajo un halo de luz de luna, como si estuviera preparada para comenzar su danza bajo las estrellas.

Luz dio un grito ahogado. La solución ahora parecía muy obvia.

No era que debía encontrarlos a ellos. Ellos debían encontrarla a ella.

La habían perdido, pero ahora Luz tenía todo lo que necesitaba para que ellos supieran que habían logrado llegar a casa.

Y tal vez, solo tal vez, también conseguirían el dinero que necesitaban para quitarse de encima a Lilith Truefall.

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