Capítulo 3: Mi guía personal

Dejamos a Peleo en el árbol de Talia, aunque ahora no sé como se llamaría, y caminamos hacía la Casa Grande. Mejor dicho, Alba y yo caminamos hacía la Casa Grande pues Mey dijo que tenía cosas que hacer en su cabaña y Alfred dijo que tenía que ir a amaestrar a los pegasos nuevos. <<¿Este tío amaestra pegasos?>>.

Mey se fue corriendo deseándome suerte y Alfred salió volando prometiéndome que nos volveríamos a ver luego. Después de eso, nos encaminamos formando un incómodo silencio.

La Casa Grande era más espectacular de lo que había leído. Era más grande y con más plantas. Había una fuente, delante de la casa, que emanaba vino y agua, cada lado expulsaba uno de esos líquidos, juntándose ambos en la base. Rosales y plantas exóticas crecían alrededor de la vivienda como si fuesen artificiales, los hijos de Deméter habían hecho un gran trabajo.

Alba y yo, caminamos en silencio hasta el porche. Mientras yo por dentro me moría de nervios por conocer a Quirón y al señor D, Alba llamaba a la puerta con los nudillos. La puerta dejó ver a un señor de pelo oscuro con una estrafalaria camisa hawaiiana, que cegaría con sus colores a cualquiera, unos pantalones pesqueros de estampado de leopardo y una Coca Cola en su mano.

–¡EL SEÑOR D!

–Alicia Campos, ¿quien es esta niña que va contigo?

–Es ALBA, ALBA RAMOS. ¿Cuando se aprenderá mi nombre?

–Por mi parte no me extraña que me conozca. Seguro que ha oído hablar de mis grandes hazañas.–El dios del vino ignoró a la rubia haciendo que suspirase–. ¿Cuál es tu nombre?

–Yo soy (t/n) (t/a), un placer conocerlo.

–Señor D, ¿está Quirón?

–No interrumpas, Alicia. Estoy con una admiradora. Ahora te firmo la camiseta, Jacinta.–Había leído que el señor D era pésimo para los nombres, pero aquello se pasaba de castaño oscuro.

–Con todo el respeto señor, pero ni yo me llamo Jacinta, ni soy su admiradora–dije molesta–. Y si se le ocurre tocarme la camiseta, pienso convertir, con la espada de mi amiga, su Coca Cola en un colador. Esta camiseta es mi favorita y me costó un dinero como para que la estropee.–Alba comenzó a reírse con fuerza. El señor D me miró enfadado.

–Genial, Alicia le ha pegado su soberbia. Bah, tampoco necesito una admiradora como tú. No sabes apreciar una de las mejores bebidas de la historia. Y ahora largaos, Quirón se fue con los hijos de Ares hace media hora.–Y con un portazo en las narices se despidió.

–Que maleducado...

–Jajajajajaja. Nunca había visto a una nueva campista que le hubiese plantado cara al señor D.

–Sé como tratar con los dioses, confía en mí.–La miré con orgullo. Ella sonrió.

–¿Algun amigo semidiós?

–No, bueno sí... Rick se llamaba...–Una sonrisa se dibujó en mis labios.

–Que raro... No me suena.

–Eh... Es que estuvo aquí hace mucho, mucho, mucho, mucho tiempo.–Sonreí de forma de disculpa.

–De acuerdo... Ven, te daré un recorrido por el campamento.

Me enseñó todo el campamento: la armería, los establos, los campos de fresas, el lago, etc. Todo estaba allí. Poder estar en el campamento era un sueño increíble. No me creía que tendría el privilegio algún día de poder ver aquello con mis propios ojos.

–Veo que te está gustando–dijo entre risas.

–Me encanta. ¿Podría...? ¡AH!

Un chico se cayó de un árbol dándome un susto de muerte. El castaño claro se frotaba la cabeza con una mano mientras con la otra sujetaba un tarro de cristal.

–Feli, ¿te encuentras bien?

Ayudamos a ponerse en pie al del rulo antigravedad, cosa extraña si se me permite decirlo; casi tanto como sus ojos miel que cerró nada más vernos.

–Ve~, gracias ragazze.

–Ya te he dicho mil veces que no te subas a los árboles a atrapar rayos de sol. Eso solo lo pueden hacer los hijos de Hécate, la diosa de la magia, ¿recuerdas?

–Ve~.–Con una carita apenada nos miró. Que adorable, daban ganas de darle un abrazo.

–No te preocupes, seguro que algún día lo conseguirás.

–Eso o tal vez lo tuyo sean otras cosas, Feliciano.–Le guiñó un ojo la ojiazul lanzándole una indirecta que no pareció entender.

–Sois muy amables.–Su sonrisa era tan potente como si el fuese el sol y yo un trozo de chocolate... Rayos, ahora me entró hambre.

–¿A dónde vas ahora?

–Tengo que reunirme con mis hermanos en el lago. Seguro que Antonio está preocupado por mí, ve~. Pero...–Sacó de su espalda un escudo y una espada–. Me mandó que lo llevase a la cabaña de Hefesto, sin embargo se me ha olvidado.

–Seguro que entiende lo que ha pasado.–Intenté animarle.

–Vete, yo lo llevo. Además, ahora vamos a las cabañas. Se lo daré a Mey. Vete tranquilo.

–Ve~, gracias Alba. Gracias, ragazza.–Nos dio dos besos, provocando que me sonrojara y se fue.

–Hijo de Apolo.

–Ah, eso explica lo de la luz del Sol.

–Lo malo es que se centra tanto en el tema de la luz... Apolo es dios de una infinidad de cosas, incluso él ha perdido la cuenta... Pero no me escucha cuando se lo digo... Algún día se dará cuenta.

Salimos del trozo de bosque que separaba el lago de las cabañas. Un camino de grava nos llevaba hasta ellas y me permito decir que aquel momento fue uno de los mejores de mi vida.

Las cabañas con forma de omega eran más bonitas de lo que alguna vez imaginé. Cuando las estaba admirando, señaló con un dedo una cabaña.

–Aquella cabaña rosa, pomposa y cursi es la de Afrodita. No te acerques a ella sino quieres salir con dos kilos de maquillaje y otro de "eau de toilette"–dijo irónica–. Sí, eso lo aprendí de ellos... Dominan el francés como nosotros, los semidioses, dominamos el griego. Porque es el "lenguaje del amor" y su madre es la diosa del amor. Y sino, es que son franceses...

Veía que Alba no le tenía mucho aprecio a la cabaña de Afrodita. Me dio miedo preguntar el porqué, pero terminé haciéndolo.

–¿Pasa algo con sus hijos?

–¿A qué te refieres?

–Hablas de manera muy irónica sobre ellos... Tengo la sensación de que no te caen muy bien.

–No... No con todos es que... Su capitán... Su capitán es muy pesado conmigo... Además de que todas las chicas de la ciudad de Nueva York parece que van perdiendo las bragas por él... Lo he visto cuando vamos de misión.–Reprimí una risa. Parece que alguien tiene celos...–. No me deja en paz a pesar de que se lo repito. Es tan cariñoso conmigo... Tan cursi... Tan estúpido... Tan... ¡Tan francés!

–Ah, ya entiendo... Es un rubio de ojos azules, guapo, el cual parece que coquetea solo con andar y con su acento francés, te parece que se las lleva a todas de calle. Además de que tiene una paloma blanca, ¿verdad?

–¡Exacto!–gritó desesperada–. ¡Es el perfecto hijo de Afrodita, diosa del amor y las palomas!–Dejó de gritar al cielo–. Oye, que buena eres con las descripciones.

–Lo sé. Además, tu francés viene por ahí.

Apunté con un dedo al chico que caminaba hacía nosotras con una paloma blanca en el hombro. Parecía que camimaba en vez de por el campo por una pasarela de moda. Alba se quedó blanca.

–Mier... coles, ¡vámonos!–Intentó arrastrarme fuera de allí pero una voz nos frenó.

–Alba~, ma chérie~.

–Caguen...–Me giré para ver como el rubio se acercaba a nosotras con una gran sonrisa. La paloma blanca voló hasta el hombro de mi amiga y frotó su cabeza contra su cuello–. Hola a ti también, Pierre.–Acarició su cabeza.

–Bonjour~, vaya así que una nueva campista. Salut, je m'appelle Francis Bonnefoy.–Me tendió la mano y se la estreché.

–Encantada, soy (t/n) (t/a) y no entiendo ni papa de francés pero creo que me has dicho que tu nombre es Francis.

–Oui.–Se giró hacía Alba después de sonreirme–. Ma chérie, te he estado buscando todo el día.

–Y yo te he estado evitando todo el día.–Le guiñó el ojo irónica–. Por mucho que quieras jugar, ahora no puedo estoy con (t/n).

–Pero nos necesitan.–Tomó su mano y le puso ojitos–. A los dos...

–No me afectan tus poderes de persuasión.

–No los estaba usando.

–Ah... Oye, somos tres en el grupo, ¿por qué no...?

–¿Sois un trio? ¿Como el gran trio?–pregunté ilusionada.

–Así es.

–¿Por qué crees que me llevo mal con el señor D? Él es su abuelo y le puso conmigo en el grupo, pues es el director del campamento.–Puso mala cara. Francis miró con tristeza al suelo aunque intentó camuflarlo.

–Espera, espera, espera... Tu madre es Afrodita... ¿Y tu abuelo es el señor D? Nunca antes conocí a un semidios como tú.

–Merci~. Bueno, ¿puedes venir conmigo? Te necesito.–Que monos, parecían una pareja.

–Está bien... Termino y voy contigo...–dijo sonrojada.

–Perfecto, enseguida te veo, ma chérie. Au revoir, (t/n). Espero que te guste el campamento. Vamos Pierre. –La paloma se fue hasta el hombro de su dueño y se fue por donde había venido.

–Te lo dije, es un pesado.

–A mi me parece que le gustas.

–Los hijos de Afrodita son todos así. Creeme, no le gusto. Solo quiere molestarme, ¿por qué crees que está conmigo? Se lo pidió a su abuelo...

–Salseo~.

–¿Cómo dices?

–No, nada. Que quiero seguir viendo.

–Perfecto, ahora vienen las cabañas.

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