Capítulo 5


Alyssa golpeaba con los dedos aquel libro que el Septón Supremo le había hecho leer. Hace bastante rato que había dejado de prestar atención a lo que decían sus páginas y solo esperaba que el tiempo pasara rápido. Uno, dos, tres, uno, dos, tres, repetía en su mente como si eso la fuera a ayudar a que su hora de castigo se acelerara.

Llevaba a penas dos días y su madre había dicho que el castigo sería de mínimo dos semanas si no hacían llorar a alguna Septa en el proceso. Debía aguantar 12 días más en compañía de esas horribles mujeres que la felicitaban con falsa cortesía y alegría porque logró reclamar a Vermithor. Veía el desprecio en sus ojos, lo veía cada vez que las religiosas le mencionaban sutilmente que olía a dragón, lo sentía cada vez que ella prefería llevar sus trajes de montar en lugar de los vestidos. Pero también sentía el miedo de ellas, y eso de una u otra manera traía un falso respeto.

Con el Septón Supremo era diferente. El hombre era un anciano desaliñado que estaba casi completamente calvo. Sus manos temblaban al moverse, sin que él las pudiera controlar. Y a pesar de ser la cabeza de la fe de los Siete y que por ende, y por lógica también, debía ser aún más estricto y prejuicioso de las Septas, no lo era.

Alyssa consideraba extraña la devoción que sentía aquel hombre por su madre. Adoraba todo lo que tuviera que ver con la Reina, y por ende también adoraba a sus hijos. Pero la princesa no era tonta, y si bien notaba cariño genuino entre ambos, también notaba culpa en él y aprovechamiento por parte de su madre. Algo retorcido y un tanto extraño, pero no pretendía entenderlo.

Al menos no por ahora.


– Lee en voz alta niña – le señaló el hombre al ver que la chica no estaba cumpliendo con la tarea que le había asignado.

Alyssa suspiró y observó el libro con oraciones que le había hecho leer aquel hombre. La biblioteca estaba vacía y ella realmente deseó que alguien apareciera para salvarla. Quizás su tío Aemond, quien acudía a leer de vez en cuando, o incluso Reid quien de vez en cuando se escabullía a buscar libros. Hasta Laenor quien siempre estaba en el lugar parecía una buena opción. Pero no había nadie.

– Hubiera preferido el castigo de Daemon – murmuró por lo bajo, esperando que nadie la escuchara.

El Septón Supremo levantó la cabeza y la miró severamente. Ella hundió su cabeza un poco en el libro.

– ¿Crees que limpiar excremento de dragón es mejor que esto? – dijo el hombre levantando una ceja. Ella simplemente se limitó a mirar el libro, dándole la razón. – Eso pensé – volvió a escribir algo en el pergamino.

– Se culpó por lo de Pozo Dragón – dijo el en voz alta – Siempre hace lo mismo, se culpa ante mamá y papá cuando las ideas son mías.

Él no la miró pero curvó los labios.

– No entiendo por qué lo hace, es algo sumamente tonto y para nada...

– Le gustas, es por eso – murmuró el anciano sin apartar la vista del pergamino – Te quiere, aunque aún es niño para admitirlo frente a ti, al igual que tú.

Ella levantó la cabeza de golpe, claramente confundida. En primer lugar, Daemon era su hermano. Y si, eso era usual en su familia, pero era asqueroso si se trataba de ellos. Y segundo, ¿cómo alguien iba a pensar que ella y Daemon podrían algún día ser una pareja?

Era un dúo dinámico, eso no lo iba a negar. Hacían travesuras juntos y nadie la hacía reír o la entendía como él, ni siquiera Reid o Laenor. Pero era realmente asqueroso pensar algo así.

– ¿No se supone que los Siete dicen que eso es pecado? – preguntó desafiante.

– Recuérdame de quienes desciendes – murmuró él ahora si mirándola fijamente.

Ella hizo un silencio, y luego suspiró.

– Aegon el Conquistador y Rhaenys – dijo ella de mala gana.

– ¿Que eran ellos?

Ella no respondió de inmediato.

– Hermanos – dijo finalmente.

– Aegon y sus hermanas, Jaehaerys y Alysanne, Alyssa y Baelon, las lista es larga princesa – mencionó él cruzándose de brazos – Tu familia es distinta, los Siete los juzgan de manera distinta a los demás, ustedes están mas cerca de ellos y esa sangre debe perdurar. Si tu padre es un hombre inteligente, y lo es, cuando tengas 14 onomásticos tú y Daemon ya estarán comprometidos y cuando tengas 16 ya estarán casados listos para dar herederos de la sangre del dragón.

Él la observó por un momento sonriéndole de manera cómplice y ella se encogió tapando su rostro con el libro, pero sintió como sus manos temblaban. A penas tenía 9 años y se consideraba a sí misma más inteligente que el resto de los niños y niñas, pero nunca había pasado por su mente que quizás en un futuro ella y Daemon se tendrían que casar. Y en el caso de que no fuera así, ella se tendría que casar con alguna otra persona por el bien del Reino. Y eso le disgustaba mucho.

Nunca antes se le había pasado esa idea por la cabeza. Por lo general su padre y su madre hablaban de la importancia del amor, del amor verdadero. Y siempre habían dejado en claro la importancia de una familia unida con sus actos. Aunque su padre era el Rey siempre se daba tiempo para cenar con ellos todas las noches, y aunque podía ser un poco duro con ellos a veces, Alyssa sabía que los amaba. Los hacía reír, les contaba historias y siempre tenía un beso o un abrazo para ellos.

Con su madre era igual, siempre tomados de la mano, sonrisas cómplices, se susurraban cosas que solo ellos escuchaban mientras reían y había una admiración mutua en los ojos de ambos cuando se miraban. No sólo había amor, había admiración, respeto, ver un igual en el otro.

La base para toda familia unida es el amor – le decía siempre su madre.

Ellos siempre hablaban de su historia, y en ella ambos habían optado por ese matrimonio. No había sido algo orquestado ni planeado. Simplemente au padre se enamoró de su madre y ella de él. Si ellos pudieron vivir eso ¿la dejarían a ella elegir su camino en la vida? ¿La dejarían elegir si quería o no casarse en algún momento? Y si lo deseaba ¿la dejarían elegir con quien hacerlo?

Nunca antes había pensado en eso, y había sido una tonta por no pensarlo. Pero de algo estaba segura, si a su padre se le estaba pasando por la cabeza que ella y Daemon algún día se casarían para reinar juntos estaba muy equivocado. Eso sería lo más asqueroso que podría hacer en su vida.

– Bueno, pero él y yo somos diferentes, no somos como Jaehaerys y Alysanne – dijo ella, solo porque quería tener la última palabra en aquella extraña conversación.

El hombre murmuró algo que ella no pudo entender así que se limitó a volver a hundir su nariz en aquel libro, intentando leer. A lo menos treinta minutos habían pasado y no había logrado leer nada, pasó las páginas solo para fingir que estaba leyendo, pero en realidad no había avanzado.

– Lyss, creo que tu castigo ya terminó – mencionó una voz tras ella.

Se volteo y vio a Daemon sonriéndole. Llevaba el pelo rojizo revuelto y húmedo, seguramente se había dado un baño luego de su castigo. Claro, no querría oler a excremento se dragón todo el día. Siete infiernos, su madre si se había pasado con darle ese castigo.

Ella cerró el libro de golpe y sin siquiera esperar una autorización por parte del Septón Supremo y se levantó para irse con él lo antes posible. El hombre los miró divertido y sus ojos se encontraron con los de la princesa, le hizo un asentimiento de la cabeza pero ella mantuvo su semblante serio. Sabía lo que estaba insinuando, que tenía razón.

Pero no era así.

– Tengo que enseñarte algo – dijo Daemon cuando estuvieron fuera de la biblioteca.

Ella no dijo nada, simplemente se limitó a seguirlo hasta su habitación.

– Aquí está, mira esto – Daemon señaló aquella espada, grande como ninguna otra, que estaba apoyada en su cama.

– No inventes – dijo Alyssa acercándose a tocar la espada.

Hermana oscura, el idiota tenía Hermana Oscura en su poder.

– ¿Te la robaste? – ella lo miró levantando una ceja.

– ¿Qué? – dijo notablemente ofendido – Claro que no. Papá me la ha dado.

Alyssa lo miró fijamente. Amaba a su padre, era un hombre bueno, amable y honorable. Era un buen padre. Pero con Daemon era... diferente. No es que no lo quisiera, pensaba ella, solo le exigía más que a los demás, era un poco más duro con él.

– ¿De verdad?

– ¿Tanto te sorprende? – dijo casi herido.

Daemon sabía que su padre no lo prefería a él antes que a los demás. El favorito era Laenor, Alyssa tenía su encanto al ser su única hija y Reid tenia todo aquel pasado trágico que sensibilizaba a su padre. Daemon en cambio era el príncipe de Dragonstone. Solo era eso ante los ojos de su padre.

– No – se apresuró a decir ella – No.

Un silencio los rondo.

– Solo que el abuelo ha muerto hace poco... yo... no pensé que elle daría un nuevo dueño a su espada tan pronto.

– Yo tampoco – murmuró él – Debo aprender a usarla, pero es muy grande, a penas puedo levantarla.

– Podrás hacerlo – ella tocó su hombro se manera amistosa – Después de todo algún día tendrá que tener a Fuegoscuro que es aún más grande e imponente.

La mera implicación de Daemon en el trono y su padre muerto hizo que este sintiera ganas de vomitar. Nunca, nunca podría llenar los zapatos de aquel hombre.

Un silencio incómodo los rodó y Daemon carraspeó incómodo para romperlo, intentando bromear.

– Cuando Fuegoscuro sea mía, te daré Hermana Oscura a ti, seremos como Aegon y Visenya – dijo el sonriendo.

– No, no como Aegon y Visenya – dijo ella de golpe alejándose unos pasos.

Él la miró confundido. ¿Cuál era su problema? Sólo estaba tratando de ser amable.

– Está... bien – dijo notablemente confundido.

Ambos se sentaron en la cama y el silencio los volvió a rondar. ¿Qué carajos pasaba? Nunca habían estado incómodos juntos.

– Papá ha dejado que Laenor trabaje con el Maestre Brandon en las maquetas del Rey Viserys – le comentó el niño y sus ojos inmediatamente brillaron.

– ¿Por qué creo que estás tramando algo? – dijo ella con sospecha.

– Oh por favor, Laenor, con una maqueta con pequeñas piezas que si se pierden lo dejarían malhumorado por días – Daemon mordió su labio – Me lo están poniendo en bandeja. Ya ni siquiera se esfuerzan en frenarme.

Ella sonrió cínica.

– No lo molestes más y déjalo con su súper inteligencia – murmuró ella.

– ¡Vamos, será divertido! – intentó animarla – Estará histérico. Nos reiremos, como esa vez que le escondimos a Reid aquel cuaderno que papá le regaló y no soltaba para nada. Creo que hasta dormía con él.

– Se puso como loco – rió Alyssa – ¿Recuerdas donde lo pusimos después para que lo encontrara?

– ¿Cómo olvidarlo? Justo en la habitación de la Reina Alicent – el chico no pudo evitar soltar una carcajada.

– Casi sale corriendo cuando lo encontró.

Ambos volvieron a reír recordando ese incidente. Reid como loco buscando su cuaderno, enojado con todo el mundo, su padre diciendo que podían conseguir otro y su madre mirándolos a ambos con leve sospecha.

– No sé por qué tenía el nombre de Jaehaerys escrito tantas veces – dijo Alyssa confundida.

Era verdad. Aquel cuaderno de su hermano mayor tenía el nombre de su mejor amigo escrito muchas veces, en distintas hojas, en distintos tamaños y con la misma caligrafía fea y poco pulcra de Reid.

Daemon se removió un poco incómodo al lado de su hermana. Él lo sabía, sabía exactamente por qué Reid escribía tanto el nombre de Jaehaeys y sabía por qué siempre pasaba tanto tiempo con él. Quizás ni siquiera Reid lo sabía aún. Pero Daemon a sus 10 años ya había comprendido que a su hermano mayor le gustaba su mejor amigo y no tenía ningún gusto por las damas.

No era algo que él comentara con nadie, ni siquiera con Alyssa. Era algo de Reid, y habían cosas que ni siquiera alguien bromista como Daemon sería capaz de divulgar.

– Vamos, mamá le ha dado permiso a Laenor para ir a Pozo Dragón, si somos rápidos podremos sacarle algunas piezas y desordenar su lugar de trabajo – dijo poniéndose de pie y extendiendo una mano a su hermana.

– Eres malvado – dijo ella sonriendo y tomó su mano para levantarse – Además, ¿no deberías estar entrenando ahora?

– Superé al tío Joffrey hace mucho tiempo – dijo calmado – Necesito un nuevo desafío, el tío Aemond quizás.

– ¿No le temes a la muerte verdad?

– Jamás.











Los gritos de la princesa Helaena se escuchaban hasta el Torreón de Maegor. Su parto por su tercer embarazo había empezado y estaba costando trabajo. El pequeño Robin Baratheon esperaba fuera de esa habitación, nervioso, tenso y asustado. Se abrazó a la falda del vestido de su hermana mayor, quien estaba notablemente afligida.

Ella había estado ahí cuando Robin nació en Bastión de Tormentas, pero no había sido tan complejo como eso. Recordaba los gritos, el dolor de su madre y la sangre. Pero rápidamente se detuvieron y el dolor, el miedo y el horror rápidamente fueron reemplazados con el amor y la esperanza. A diferencia de ella y su hermano, Robin tenía el pelo castaño oscuro como su padre, pero era igual de pálido que sus hermanos mayores.

Como una sola flor seremos, como una flor y nada más – cantó Jaehaera para su hermano menor mientras se sentaba en el suelo y lo abrazaba, repitiendo una canción que le gustaba mucho al pequeño.

Él se acurrucó en su cuello, respirando con dificultad para no llorar y para no llevar su dedo a su boca. Theron Baratheon miró a su hijastra y le agradeció en silencio por lo que estaba haciendo, ella asintió con la cabeza. Le agradaba su padrastro, era un buen hombre, era amable con ella y hacía feliz a su madre.

No entendía qué era lo que Jaehaerys tenía en su contra, él solo había tratado de hacerlos sentir parte de su familia. Pero parecía que su hermano no se sentía parte de nada en el mundo.

Los gritos de su madre de incrementaron de manera horrible, y Aegon III, su prometido apareció en el lugar si saber muy bien que hacer. Su rostro estaba asustado, y llevaba un pequeño plato con galletas en la mano. Ella medio sonrió ante eso.

Desde su reencuentro ambos habían compartido un poco más, paseaban por los jardines de la Fortaleza Roja, habían compartido un vuelo en sus dragones e incluso Jaehaera le había obsequiado un pañuelo con su nombre que Egg llevaba desde entonces en su bolsillo. Era como si su cortejo oficial hubiera empezado y aunque cuando eran niños esa idea les disgustaba, ahora ambos se sentían cómodos.

– Pensé que deberías comer algo, Viserys dice que no haz comido en todo el día – Aegon se sentó a su lado en el suelo, intentando mantener una distancia prudente.

– Estuvo así toda la noche, y el día avanza y aún no logran que nazca el bebé – murmuró ella, cansada.

Sus ojeras lo demostraban, su rostro estaba más pálido que de costumbre y su cabello suelto caía al rededor de su hombro. Aegon tuvo que evitar pensar en lo lindo que sería poder pasar sus dedos por el cabello de su prometida.

– Come un poco, por favor – le ofreció galletas pero ella las rechazó.

– Si como algo voy a vomitar – le mencionó – Pero te lo agradezco Egg – ella apretó su mano por un momento y él sintió que no quería que la apartara nunca.

– ¿Quieres tu Robin? – le ofreció al chico. Este asintió y tímidamente sacó dos galletas y comenzó a comerlas llenando de migas el vestido de su hermana.

Ella suspiró cansada y en un acto que no respondía mucho al decoro, apoyó su cabeza en Aegon, descansando. Este no supo que hacer exactamente. Quizás quedarse quieto, quizás acariciar su cabello o tomar su mano. No sabía que hacer.

– Jaehaerys ni siquiera se ha dignado a aparecer por acá, está siendo sumamente egoísta e injusto con mamá – Aegon no dijo nada.

Una regla no escrita había quedado establecida entre él y Jaehaerys cuando tenían 7 años. Ambos cuidarían a Jaehaera y nunca le dirían todas las cosas que sabían que sus padres. Era una manera de no hacerle daño, y aunque ellos dos no se llevaban del todo bien, respetaban que ambos la quisiera la cuidar.

– Y mi abuela está siendo la arpía más grande de los Siete Reinos, ni siquiera quiere ver a Robin – murmuró enojada.

Aegon no supo si lo hizo por impulso o porque de verdad quería hacerlo, pero se apartó un poco de ella y besó su frente mientras acariciaba su cabello. Ella suspiró relajada y se dejó caer sobre su pecho mientras él apoyaba su mentón en su cabeza al ser mucho más alto que ella.

– Todo estará bien – dijo en un susurro.

Un fuerte carraspeo con la garganta los hizo separarse. El príncipe Aegon II, padre de la chica, los miraba con los brazos cruzados. Egg tragó saliva pesadamente. Carajo, había olvidado que si tío sería su suegro, y su tío disfrutaba de hacer sufrir a los demás.

– Que linda imagen – murmuró Aegon II un tanto malhumorado.

– Yo... – dijo el menor un tanto nervioso.

– No estoy bromeando Egg, yo orquesté este compromiso. Realmente me parece lindo que se lleven bien. Después hablaremos los tres.

Tanto Aegon III como Jaehaera se sorprendieron ante esas palabras pero asintieron con la cabeza, un tanto confundidos. Egg volvió a atraerla hacia si, pasando su mano por su cintura esta vez y ella volvió a apoyar su cabeza en su hombro mientras cerraba los ojos.

Esperando, esperando y esperando.

¿Dónde carajos estaba su hermano y por qué nunca daba la cara?














– Solo di la verdad, no querías estar en la Fortaleza Roja mientras tu madre da a luz – dijo Reid cuando ambos habían llegado a Pozo Dragón.

– Que poca fe me tienes – dijo Jaehaerys intentando fingir una sonrisa – ¿No podría estar haciendo esto por mi mejor amigo?

Reid soltó una risa burlona.

– Claro, porque siempre te haz caracterizado por tus actos de servicio y por ser altruista – dijo con una sonrisa burlona en el rostro.

Jaehaerys puso su mano en su pecho fingiendo indignación, pero sonrió genuinamente.

– ¿Cuándo no he sido bueno contigo? – levantó una ceja.

– Una vez me obligaste a tomar una araña en las manos, y era una muy grande.

– Bueno les tenías miedo y ya no más así que resultó, ¿no era ese el objetivo? – Jaehaerys soltó una risa.

– Oh, que principe más bondadoso.

– ¿Estás usando mi título real para insultarme? – levantó una ceja mientras se dirigía a su dragón quien lo recibió ansioso.

– ¿Cuándo será el día en el que el príncipe Jaehaerys nos honre participando de un torneo y demuestre lo valeroso que es? – dijo Reid fingiendo desesperación.

Su amigo rió mientras tomaba las cuerdas de su dragón Shrykos, que ahora estaba mucho más grande que cuando era un niño de 7 años.

– Eso le queda mejor a Aegon y Viserys – murmuró un tanto molesto.

– Vamos, ¿por qué no te agrandan mis tíos? – dijo Reid un tanto confundido.

– Aegon es un engreído de primera. Trataba de ser lindo con todas las damas de la corte ¿y ahora de repente le interesa mi hermana? – dijo bastante cabreado – Que se joda.

– No es tan así, creo que siempre le gustó tu hermana.

– Pues que pena, porque no es digno de ella.

– ¿Quieres casarte con tu hermana en algún momento? – preguntó Reid. Algo en su pecho se removió.

– ¿Qué? – dijo Jaehaerys de golpe y se volteó a verlo – No, que puto asco.

Reid asintió con la cabeza, poco confundido. Jaehaerys sintió que debía explicar mejor sus intenciones.

– Solo no creo que él sea el adecuado para ella, y mi abuela tampoco lo cree – dijo nervioso.

– A tu abuela generalmente no le agrada la gente.

– Tú le agradas – le reveló y Reid se sorprendió por eso – Se preocupa por ti.

– Mmh – dijo no muy convencido.

– Oye solo estoy diciendo que Aegon no es el mejor para mi hermana, es un engreído privilegiado, igual que Daemon.

– Daemon solo es un niño – le recordó Reid, intentando defender a su hermano menor.

– Un niño sin respeto por nada ni por nadie – le dijo Jaehaerys – Si sigue así arruinará en cuestión de días el legado de tu padre y tú madre.

– Solo es un poco travieso – murmuró Reid – Ya se le pasará.

– ¿Tú crees? – dijo burlón – Será cuestión de tiempo para que insulte de manera horrible a algún Lord importante, o que tenga un bastardo, o termine por manchar el honor de una dama. Y créeme Reid, tu padre tendrá que arreglarlo.

– Lo juzgas muy fuerte, es un niño aún, ya va a madurar – dijo Reid incómodo.

Sí, Daemon era revoltoso, bromista y demostraba desdén por las reglas y el protocolo. Pero era un buen chico, con un corazón noble, con un corazón bueno. Era su hermano carajo, y lo iba a defender.

– Si tu padre fuera más inteligente te nombraría heredero a ti – dijo Jaehaeys mientras miraba a su dragón.

– Yo no soy un príncipe – le recordó.

– Deberías serlo – le dijo firme.

Reid no dijo nada. Nunca lo había pensado. No es que él quisiera sentarse en el trono ni nada, tenía sus propios tormentos internos, su propia lucha como para preocuparse por tener poder. Pero si le llamaba la atención que su padre dijera que lo consideraba igual que a todos sus hijos pero no le diera ningún título.

No es que lo necesitara, claro. Pero si era extraño.

– ¿Me vas a llevar a volar o no? – dijo cambiando el tema rápidamente.

Jaehaerys medio sonrió de manera cínica. Tomo las cuerdas de su dragón con fuerza haciendo que sus nudillos se pusieran un poco blancos. Reid lo observó con atención, sintiendo como algo recorría su cuerpo al verlo de una manera tan fuerte.

– ¿Vienes? – le dijo mientras subía a su dragón.

Reid reaccionó y se acercó un poco a Shrykos, el dragón de su amigo pero este se removió incómodo. Jaehaerys le dijo algo en alto Valyrio que él no pudo traducir y el dragón se calmó un poco dejando que Reid subiera.

– Toma mi mano y sube – dijo el príncipe.

El chico hizo casi y se sentó delante de él para emprender vuelo. Reid había volado muchas veces con su padre, con Luke, con Joffrey, incluso con su tío Viserys. Pero nunca antes lo había hecho con Jaehaerys, y se sentía diferente. Era extraño tener al chico detrás de él, pegando su pecho a su espalda y pasando sus brazos al rededor se su cuerpo para tomar las cuerdas de su dragón.

Nunca le había dado miedo volar, nunca se había sentido inquieto cuando se había elevado en vuelo con otra personas. Pero ahora sentía que le fallaba la respiración.

– ¿No tendrás miedo o si? – la risa de Jaehaerys hizo vibrar su cuerpo.

– Claro que no – dijo él a la defensiva.

Entonces el príncipe le ordenó a su dragón que se elevara y ambos se sujetaron con fuerza.

Era diferente. Más mágico si lo pensaba de una manera cursi. Veia Desembarco del Rey desde arriba, luciendo pequeño, insignificante. Mientras ellos estaban en el cielo, siendo prácticamente los dueños del mundo.

La mano de Jaehaerys tomó la de Reid y este la apartó instintivamente. El príncipe rió.

– Calma – dijo volviendo a tomar su mano.

Llevo la mano de su amigo hasta la cuerda que sostenía a Shrykos, y la puso ahí, sosteniéndolo con su mano también.

No podía ser cierto, pensó Reid. No estaba dejando que su fuera él quien llevara a su dragon, no podía estar haciendo eso, no podía estar enseñándole a su dragón a que obedeciera a alguien que no era su jinete. Pero si. Lo estaba haciendo.

Eso no se podía poner mejor. Jaehaerys tomaba su mano y lo dirigía de frente para hacer volar a su dragón, haciendo que no sintiera ningún miedo.

Eso era más de lo que nunca alguien había hecho por él. Si bien sus familiares trataban de hacerlo sentir partícipe de la familia, decían que era un miembro más de ellos, a veces no lo sentía así. A los demás se les daba con facilidad hablar alto Valyrio, conversaban sobre sus dragones y eran orgullosos jinetes. Pero él nunca tuvo eso, y solo Jaehaerys lo había hecho sentir que de verdad pertenecía a esa familia.

Jaehaerys volvió a tomar la cuerdas de su dragón después de un largo vuelo por todo Desembarco del Rey y le ordenó a Shrykos que volviera a Pozo Dragón. Cuando esté aterrizó en el lugar, el suelo se movió y el polvo de la tierra se levantó.

– ¡Ha sido lo más emocionante que he hecho en la vida! – le dijo Reid al chico mientras lo miraba sonriente – Padre me llevó volando en Vermax a veces, pero no se ha comparado a esto. ¡Llevar las riendas de un dragón, es descomunal!

Jaehaerys lo miró sonriendo, había algo en la felicidad de Reid que siempre lo contagiaba. Verlo sonreír era ver el brillo en sus ojos cuando se achinaban, era escuchar su risa infantil, era simplemente verlo irradiar alegría. Y eso, aunque Jaehaerys no se consideraba a sí mismo alguien muy risueño, lo hacía sonreír también.

Negó con la cabeza mientras soltaba una risa al ver su amigo feliz y tiraba de las cuerdas se Shrykos para bajarse de la montura.

– No te acostumbres ¿eh? – le dijo divertido – O Shrykos va a comenzar a quererte más que a mi.

Reid rió por eso y acarició la cabeza del dragón quien lo recibió tranquilo. Se había sentido genial, imponente por llevar las tiendas de un dragón. Pero él, pero Jaehaeys lo era aún más. Él era tan genial cuando pasaba sus manos por su cabello de manera despreocupada, haciendo que Reid lo quisiera, sin siquiera darse cuenta.

Sería bueno que me quisieras más Shrykos – pronunció en alto Valyrio.

– Pronunciaste mal dos palabras – dijo Jaehaerys riendo.

Reid se hizo en ofendido.

– Enséñame entonces – le dijo.

– Debes olvidar como pronuncias las letras en nuestro idioma, haz sonar más las erres – le explicó acercándose a él – Y no muevas tanto la boca, además siempre que hablas alto Valyrio estás tenso.

Puso su mano en su mandíbula. Reid respiró con dificultad ante esto, sintiendo como su labio inferior temblaba un poco.

– Vez – le dijo en un susurro – Estas tenso.

Reid lo observó por un momento, nunca antes habían estado tan cerca. Si, habían compartido abrazos, peleas, incluso los baños. Pero esto se sentía más íntimo, más intenso.

La mano del príncipe continuó en su mandíbula mientras ambos se miraban fijamente. Bajó su vista a los labios de su amigo y se relamió los propios de manera inconsciente. Su cabello castaño caía por su frente, llegando casi a sus ojos. Se via lindo, despeinado y lindo.

– Quizás – dijo con algo de nerviosismo en su voz – Bueno... quizás, nosotros...

– Si... – la voz de Reid sonó débil.

Ni siquiera sabía a qué le decía que si, ni siquiera sabía que era lo que Jaehaerys quería decir con sus tontas palabras sueltas. Con su balbuceo tonto.

Pero fue cuestión de tiempo que rompieran el pequeño espacio que había entre ambos y finalmente se besaran.

Fue un beso lento al inicio, tímido, solo un roce de labios, pero cuando Reid finalmente abrió la boca Jaehaerys se relajó. Subió su mano desde su mandíbula hasta su nuca y profundizó el beso, moviendo sus labios y su lengua.

Quizás lo estaban haciendo fatal, nunca lo sabrían. Era la primera vez que ambos besaban a alguien. Pero se sentía bien. Extrañamente bien. Y aún más extraño porque no era una chica a la que estaban besando, como siempre les habían dicho que debía ser. Se estaban besando entre ellos.

Las manos de Reid viajaron hasta el cuello de Jaeharys, colgándose en él y atreviéndose a acariciar su cabello de manera gentil. El príncipe sonrió entre el beso, soltando una pequeña risa y luego lo volvió a besar.

– Oh – una sola expresión bastó para que ambos se separaran de golpe.

El príncipe Laenor, de a penas 7 onomásticos los miraba confundido.

Estaba de pie junto a Caraxes, el dragón que había pertenecido al príncipe canalla. Sus ojos viajaron desde su hermano al príncipe Targaryen una y otra vez, confundido, sorprendido.

Jaehaerys limpió su boca rápidamente, como si eso fuera a borrar el beso que había compartido con su mejor amigo. Y Reid se quedó quieto, sin poder moverse o hablar siquiera.

El príncipe Laenor entonces salió corriendo de ahí.

– ¡Laenor! – gritó Reid mientras corría detrás de su hermano manor, pero este fue más rápido y se perdió se la vista de ambos.

Carajo, si él decía algo ambos estarían en serios problemas.















Reid había ido a buscar a su hermano, y no le había dicho ninguna palabra después del incidente, como Jaehaerys lo llamaba en su mente. Había pospuesto su vuelta a la Fortaleza Roja por varias horas más y ya estaba oscuro cuando llegó caminando a paso lento.

Sabía que tenía que ver a su madre, seguramente ya tenía un nuevo hermano o hermana. Pero su mente ahora vagaba en otro lugar y no podía pensar en otra cosa. Su mente iba y venía una y otra vez a los labios de Reid contra los de él, a su mano acariciando su cabello y sus ganas de profundizar más el beso, de tenerlo más cerca de él.

¿Por qué había hecho eso? ¿Por qué lo había besado? Era impensable, era un pecado. Si su abuela supiera eso seguramente lo mataría. Si el Rey y la Reina lo supieran los alejarían. Si alguien lo sabía los señalarían con el dedo. La fe de los Siete los acusaría de pecados horribles. Y los más probable era que ahora que el príncipe Laenor lo sabía, pronto todos también se enterarán.

¿Qué iba a hacer ahora? No podía volver a permitir que algo así pasara, pero la sensación de Reid abrazándose a su cuello, de compartir un largo beso con él removía su interior, lo hacía desear hacerlo de nuevo.

Camino a paso lento hasta la habitación de su hermana. No quería ver a su madre aún pero si quería saber cómo estaba. Tampoco era tan insensible.

Su sorpresa fue grande cuando la vio en el suelo abrazada a su prometido mientras este acariciaba su cabello. ¿Que carajo? ¿A caso había sido tan estúpida para dejarlo entrar a su habitación y poner en cuestionamiento su honra a tan corta edad?

Pero no. Jaehaera no estaba haciendo nada malo, de hecho, estaba llorando.

– ¿Qué pasó? – dijo al ver a su hermana llorando en el suelo mientras Aegon III la abrazaba – ¿Qué le hiciste?

– ¿Qué me hizo él? Piensa en lo que me haz hecho tú – la chica se puso de pie – Maldito. Egoísta. Hipócrita. Eres una mierda de hermano.– le gritó mientras golpeaba su pecho.

Egg se acercó a ambos para separarlos y volvió a pasar sus brazos al rededor de su prometida cuando está se lanzó a llorar nuevamente. ¿A qué se refería?

– Jaehaerys – lady Rhaena apareció en la habitación, afligida como nunca la había visto en su vida y se dirigió rápidamente hasta él.

Él la miró confundido y recibió el abrazo de la mujer mientras ella lo revisaba como si quisiera asegurarse de que estuviera bien. Lucerys entró después de ella seguido del Rey y la Reina que lo miraban con un semblante triste. El príncipe Laenor apareció tomado de la mano de su madre.

El miedo lo invadió de inmediato. ¿A caso ese niño les había contado a todos lo que había visto y por eso todos estaban actuando así?

– ¡Todo esto es culpa tuya! – la voz de Lord Theron Baratheon sonó en toda la habitación y caminó en dirección a Jaehaerys – Puto niño egoísta, ¿tanto odiabas a tu madre para romperle el corazón así?

Jaehaerys no supo qué responder. No supo a qué se refería. Simplemente lo miró con confusión mientras sentía como su rabia se extendía por todo su cuerpo. ¿Quién se creía él para hablarle así?

Su padre ingresó en la habitación, con la cabeza agachada y abrazó a Jaehaera de inmediato.

– Pues felicidades, ahora está muerta. La mataste de pena.

El aire le faltó por un segundo. Muerta. Muerta. Muerta. La mujer que le había dado la vida sin siquiera quererlo estaba muerta, y él nunca le había dicho que en realidad si la quería mucho.

Si, estaba resentido con ella. Siempre tuvo miedo que ella acabara con su vida, siempre quiso pensó que su vida sería más fácil si pudiera tener una madre como la Reina Daena, pero aún así amaba a Helaena.

– ¿Qué tan mierda tenías que ser para rechazarla siempre? ¡Ni siquiera estuviste aquí y ahora está muerta! – gritó Lord Theron Baratheon – ¡Bravo, Jaehaerys! Lograste hundir aún más a tu madre, solo que ahora nunca volverá.

– ¡Oye, basta! – Lucerys se interpuso entre ambos poniéndose detrás de él a Jaehaerys mientras lo sostenía firme con una mano – No le vuelvas a hablar así, es sólo un niño.

– ¡YA NO ES NIÑO! – gritó el hombre – ¿Tanto trabajo te costaba ser bueno con ella? ¿Tanto rencor le tenías que querías matarla de pena? Ni siquiera estuviste aquí para despedirte y ella hasta el último momento clamó por poder verte. Puto egoísta.

Lucerys se mantuvo firme entre ellos, sujetando al chico que estaba pálido, parecía mareado a punto de vomitar y a punto se morirse ahí mismo.

Rhaena observó atenta a Aegon, el padre del chico, pero este no se movió. ¿Iba a dejar que alguien le hablara así a su hijo y ni siquiera lo iba a defender? ¿Qué tan mierda tenía que ser? Pero ella no iba a dejar que alguien le hablara así. Jaehaerys ya había sufrido mucho en la vida, y ella lo defendería con fuego y sangre de ser necesario.

Enojada se paro delante de se esposo y enfrentó a Lord Baratheon.

– ¡BASTA! – gritó ella – No le vuelvas a hablar así, jamás. Si le dices algo más haré que mi dragón te queme vivo.

Jaehaerys la observó sintiendo como su labio inferior temblaba y como sus ojos a llenaban de lágrimas. Observó a los demás que lo miraban atento. Se armó de valor y se dirigió a su padrastro.

– Cúlpame si quieres, pero yo no puse al bebé que la mató dentro de ella, fuiste tú – en un acto indecoroso escupió en sus pies, despreciándolo.

Lanzó una mirada llena de odio a su padre, que aún sostenía a su hermana que lloraba. Puto cobarde, ni siquiera puedes defender a tus hijos. Suspiró pesadamente soltándose de Luke y caminó fuera de la habitación.

– No – ordenó Jacaerys a Luke y Rhaena cuando ambos quisieron ir a buscarlo – Yo iré.

Daena lo observó confundida, pero Jace le hizo una pequeña sonrisa y salió de la habitación. Si había alguien que entendía qué era no haberte despedido de tu madre y no haber arreglado las cosas cuando pudo, era él.

Caminó a paso rápido tras el chico y lo encontró sentado en las escaleras que daban al Torreón de Maegor. Está buscando a su abuela, se dijo Jace.

Se sentó a su lado, manteniendo una distancia prudente y tocó su hombro de manera paternal. Jaehaerys lo miró, con los ojos llorosos y la nariz roja. Se veía diferente, no era la misma imagen de aquel chico fuerte y duro. Estaba roto.

– Majestad – dijo un poco avergonzado.

– Jace – le corrigió el Rey – solo Jace.

Los ojos del chico volvieron a soltar lágrimas y Jace lo abrazó fuerte, dejando que él soltara todo lo que tenía dentro.

– Yo tampoco me pude despedir de mi madre – le dijo Jace mientras lo abrazaba – Mi madre y yo estuvimos distanciados antes de que ella muriera.

– ¿Y cómo se hace? ¿Como se hace para que deje de doler? – preguntó el chico entre sollozos.

– Nunca deja de doler – le explicó Jacaerys – El dolor se transforma, se apacigua un poco, pero nunca te deja. Y no te deja porque ese dolor te convierte en quien eres y en quien serás. Tu labor ahora es buscar que hacer con tu dolor.

– ¿Qué es lo que haz hecho tú?

Jace suspiró un poco.

– Tratar de mantener el legado de mi madre, intentar ser un buen Rey, un buen padre, un buen esposo – le dijo calmado – Hacer las cosas que a ella la hubieran hecho sentir orgullosa. Y yo sé que Helaena estaba muy orgullosa de ti.

– Ell nunca estaría orgullosa de mi – dijo él.

– Todos acá estamos orgullosos de ti Jaehaeys – le dijo Jace de manera paternal – Y si tú necesitas con quien hablar, a quien acudir para un consejo, para una conversación puedes venir conmigo.

El chico lo observó por un momento. Nunca se había dado cuenta que él y el Rey tenían ciertas similitudes. Dos niños que tuvieron problemas paténtales. Les tocó tener familias distintas a las tradicionales y cargaban con un legado familiar. Claro que a Jacaerys la vida le había sonreído más.

Él era todo lo que Jaehaeys quería ser. Ese hombre que tenía frente a él, que se portaba de manera amable, que era un buen padre, que lideraba el reino, que era respetado y querido era todo lo que el admiraba, y era todo lo que él quería ser en el futuro.

– Jaehaerys – la voz de la viuda Rein Alicent resonó en el lugar llamando la atención de ambos.

El chico se separó del Rey y observó a su abuela que lo miraba consternada. Jace hizo una mueca con la boca y le susurró un ve con ella. Jaehaerys se levantó un tanto mareado y le agradeció en silencio.

Caminó a paso lento mientras su abuela extendía los brazos para recibirlo. Observó fijamente al Rey. Había visto el atisbo de admiración que sentía Jaehaerys por él. Eso podía ser un problema, o quizás un beneficio, dependía de como formulara el plan.






~~~

He vuelto!!!
Mis ship ya se está formando con todas sus letras. ¿Vamos a sufrir? Por supuesto.

Encuentren las referencias que deje a canciones de Taylor Swift en este capítulo, ya saben que siempre lo hago. En esta ocasión fue Fearless porque siento que es una canción que define muy bien lo que Reid siente por Jaehaeys.

El próximo capítulo tendrá un salto en el tiempo de varios años y conoceremos a alguien que yo sé que quienes ven mis edits en tik tok esperan mucho.

Espero subirlo pronto.
Nos leemos luego 💛

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