Capítulo 4

Todo parecía fuera de sí desde que el Rey y su ejército habían vuelto de Puerto Gaviota a Desembarco del Rey. Con el semblante triste como nunca antes, con el pesar de la derrota y con los ojos llorosos el Rey Jacaerys Targaryen había llegado a la Fortaleza Roja y lo primero que había hecho era abrazar a su esposa como nunca antes lo había hecho. El miedo, la pérdida, el dolor se notaban desde lejos en sus ojos.

En el momento que lo vio el príncipe Jaehaerys supo que había muerto alguien. No sabía con exactitud quien, pero lo presentía. Fue cuestión de tiempo para que la noticia de esparciera por todo el lugar. El príncipe consorte de la Reina Rhaenyra había muerto en batalla. Habían recuperado su cuerpo de entre las llamas, pero el ejército se había retirado de inmediato dejando a la deriva las Islas del Hierro.

– Abuela – Jaehaeys había llegado corriendo hasta el Torreón de Maegor donde estaban los aposentos de Alicent Hightower – El príncipe Daemon – la Reina viuda lo miró impaciente – Está muerto.

Ella no supo cómo sentirse con respecto a eso. Le daba un poco de alegría que Daemon Targaryen estuviera muerto, después de todo él había contribuido mucho a la destrucción de su familia. Había instruido a la puta de hija para llevarse a Aemond, había hecho que Aegon se pusiera en su contra y sin mencionar que siempre usó a Rhaenyra a su conveniencia y la guió para que tomara un camino pecaminoso.

Pero aún así no podía evitar sentirse del todo feliz. Ahora Daemon era considerado un héroe, un mártir y seguramente Jacaerys haría todo tipo de conmemoraciones en su honor. Pero si era sincera, era extraño que las personas con las que siempre estuvo ahora estuvieran muertas. Su esposo, su padre, Rhaenyra y ahora Daemon.

– Hiciste bien en venir a contármelo de inmediato – le dijo a su nieto mientras le acariciaba el cabello.

Habían pasado al menos cuatro o cinco años desde que Jaehaerys había decidido quedarse en Desembarco del Rey y aunque Helaena protestó innumerables veces la voluntad de su hijo no se dobló, y Aegon le mencionó que quizás eso era lo mejor para el niño.

Alicent no iba a mentir, tener a Jaehaerys con ella era lo mejor que le pudo pasar. Tenerlo cerca era una garantía de que lo podría moldear a su gusto, y lo estaba logrando. Lo único que ella no había logrado influenciar por completo era su amistad con Reid, a quien él se aferraba. Incluso al niño parecía agradarle Daena y Jacaerys, y los demás de estos.

Quizás en algún momento esa amistad incluso podría ser benéfica.

– ¿Viste al Rey? – preguntó ella.

El niño asintió.

– Se ha ido con la Reina de inmediato. Se notaba... no lo sé... diferente.

Alicent levantó una ceja.

– Es que... él siempre es tan... ya sabes... imponente – dijo el chico con un atisbo de admiración y respeto en su voz – Siempre sabe que decirnos, lo he visto darle órdenes a todo el mundo y bueno, ha sido extraño verlo así. Parecía que incluso iba a llorar.

La Reina viuda suspiró, pensando su siguiente jugada. Quizás ella no lo había notado antes, pero ahí estaba. Jaehaerys admiraba a Jace, quizás incluso este le estaba dando más cariño y atención que su propio padre. Debía actuar pronto si no quería que él niño olvidara todo lo que ellos le habían robado.

– ¿Cómo va tu relación con tu padre? – preguntó ella.

Él tragó saliva incómodo. No le gustaba hablar de eso.

El príncipe Aegon, su padre, había mejorado en muchos aspectos. No bebía, no salía de la Fortaleza a altas hora de la noche y ya no se acostaba con medio mundo. Quizás hubieran podido llevarse mejor de no haber sido por esa noche cuando Jaehaerys lo vio salir del cuarto de una de las damas de la Reina, Sara Snow. Fue cuestión de tiempo que el rumor se esparciera por toda la Fortaleza, el príncipe Aegon tenía una nueva amante, y cuando uno de los escuderos de la casa Arryn bromeo sobre otro medio hermano para Jaehaerys este lo golpeó.

– Igual, supongo – murmuró el chico sentándose.

Ya tenía casi 14 años y no era tan tonto para no entender que su abuela sentía un desprecio similar al que tenía por su padre. Lo juzgaba y lo llamaba débil constantemente. Y la verdad, si Jaehaerys lo pensaba bien, si lo era.

No es que él pensara que Aegon pudo ser mejor Rey que Jacaerys. En realidad no pensaba que nadie pudiera ser mejor Rey que él. Su preocupación por el Reino era genuina, por lo que él notaba era un buen padre, era un guerrero, un hombre honorable. Pero aún así sentía vergüenza porque su padre ni siquiera hubiera luchado por lo que era suyo por derecho. Aegon simplemente entregó la corona a la Reina Rhaenyra como un niño asustado.

No. Su padre nunca había luchado por nada en la vida.

– ¿Cómo está tu amigo? – dijo la mujer mirándolo fijamente.

– ¿Reid? – dijo él confundido. Sus mejillas enrojecieron un poco.

Alicent asintió.

– Estaba preocupado por su padre. Ha ido a buscar a Daemon y Alyssa, ya sabes que ellos dos son un poco más difíciles de manejar y la Reina los quería en la Fortaleza – le explicó.

Alicent llevó sus manos a su mentón.

– El Rey lo quiere mucho, ¿no? – Jaehaerys asintió – O eso dice al menos.

El chico la miró confundido.

– No lo quiere lo suficiente para nombrarlo Príncipe o su heredero – dijo ella pensativa.

Jaehaerys frunció el ceño. Nunca lo había pensado.

Alicent sonrió un poco al ver el rostro de su nieto.

– Supongo que si lo quiere tanto como un hijo debería nombrarlo heredero – dijo ella – Después de todo, la sangre Targaryen y el decoro nunca han sido relevantes para Jacaerys. Si fuera por eso tú y yo sabemos a quien le tocaría el trono.

Él tragó saliva incómodo. Nunca le había gustado cuando su abuela realizaba insinuaciones de su derecho al trono. Él sabía que era verdad. Sabía que era su derecho. El Rey en realidad era un bastardo. Y su padre era el hijo mayor del Rey Viserys, a ellos debería haberles tocado el Trono de Hierro.

Pero cada vez que lo pensaba sentía que estaba traicionado al Rey. A aquel hombre que lo trataba con amabilidad y que era un modelo a seguir para él. Estaba traicionando a la Reina, que siempre acariciaba su cabello con cariño y lo invitaba a cenar con ellos, y al mismo Reid, que era parte de esa familia y era la única persona que lo había visto llorar y sufrir por sus padres.

Así que Jaehaerys intentaba no pensar en eso en absoluto, porque realmente no quería sentirse como traidor a las personas que lo amaban.










Habían pasado unos meses que el príncipe canalla había muerto en batalla y el Rey Jacaerys Targaryen no quizo volver a pelear con los nacidos del Hierro. Por primera vez en mucho tiempo, Jace tenía miedo de que algo le pudiera pasar a sus seres queridos, y no iba a arriesgarse a perder a otro miembro de su familia. No podría soportarlo.

Además, se sentía solo. Cuando le pido a Cregan que fuera su Mano, este había alegado que no podría llegar a Desembarco del Rey pronto. El invierno se acercaba y su nueva esposa, Alysanne, estaba pronta a dar a luz. Así que Jace tuvo que recurrir a un viejo y enfermo Lord Corlys para que asumiera como Mano del Rey momentáneamente.

Nunca le mencionó lo de su padre, ni a él ni a la princesa Rhaenys. Ambos eran muy viejos y ya estaban muy débiles para hacerlos sufrir de esa manera. Tampoco se lo contó a sus hermanos, ni siquiera a Lucerys, quien ahora era un hombre. No pudo hacerlo, no iba a destruir la imagen que él tenía de Ser Laenor Velaryon.

El príncipe Aemond y el Rey tuvieron diversas discusiones, en las que uno a otro se culpaban por lo de Daemon y Baela. En una de esas ocasiones el príncipe Aegon II terminó siendo golpeado en el rostro al intentar calmarlos. Pero luego de que Lady Rhaena Targaryen perdiera nuevamente a su bebé en un aborto espontáneo, las cosas se calmaron.

El príncipe Lucerys les exigió a ambos que cesaran sus peleas y no alterarán más a su ya débil esposa, y le prohibió tajantemente a Aemond volver a Essos y alejar a Baelon de Rhaena. Por alguna extraña razón, todos obedecieron al príncipe.

Así que Jace enfocó sus esfuerzos en dos cosas, construir dos estatuas en Pozo Dragón en honor a su madre y a su padrastro. Y educar lo mejor posible a sus hijos, aunque si era sincero el trabajo era difícil.

Con Laenor no, era un niño encantador e inteligente, ya hablaba Alto Valyrio con fluidez y leía textos bastante largos. Era educado y respetuoso con todo el mundo, y la verdad parecía más un dócil cachorrito que un dragón. Pero con Daemon la cosa es diferente, porque él era fuego puro. El niño de 9 años era escurridizo, faltaba a sus lecciones y arrastraba a su hermana Alyssa con él. Mientras que Reid, parecía más interesado en pasar tiempo con Jaehaerys que en cualquier otra actividad, y las personas ya hacían algunos comentarios a los que el Rey y la Reina tenían que hacer oídos sordos.

Pero Jace hacía lo que podía. Daena hacía lo que podía. Aunque quizás eso nunca sería suficiente.

Los meses habían avanzado y cuando las estatuas en honor a su madre y su padrastro estuvieron listas, Jace ordenó que toda la familia se reuniera en Desembarco del Rey. No habían estado todos en el funeral de Daemon, así que quería honrar su memoria de esta manera. Sobre todo quería hacerlo por Aegon III y Viserys, quienes extrañaban a su padre y a su madre todos los días.

Ya no eran niños, pero tampoco eran hombres totalmente y Jacaerys sentía que era su responsabilidad ayudarlos a encontrar su lugar en el mundo, a ser felices, a encontrar su camino. Se lo debía a Daemon y a su madre.

Intentaría que pensaran que hacer con sus vidas cuando fueran adultos. Quizás querrían ser nombrados caballeros, o quizás alguno podría hacerse cargo de Harrenhall ahora que la casa Strong había desaparecido por completo. Aegon estaba comprometido pero Jacaerys no tenía problema que ese compromiso se rompiera si ni él ni Jaehaera lo deseaban. No era un compromiso indispensable después de todo.

Quería fervientemente que sus hermanos fueran felices. Y quería tener a su familia reunida.

Así que esa mañana habían llegado a la capital, la Princesa Helaena, con su prominente vientre por su tercer embarazo, con su esposo Lord Theron Baratheon, su hijo Robin Baratheon, la princesa Jaehaera y el príncipe Daeron, quien viajó desde Antigua.

Todos reunidos, una vez más.




El príncipe Aegon y su hermano Viserys estaban caminando por los pasillos de la Fortaleza Roja en busca del Gran Maestre. Las heridas de Aegon III no eran tan grandes como para alarmarse. No eran ni la mitad de las que había recibido el Rey, ni mucho menos tan catastróficas como las que tenían otros caballeros de la corte. Pero aún así las lucía con orgullo. Los meses habían pasado y aunque estas habían sanado, requerían ciertas curaciones y cambiar sus vendas.

Pero Aegon caminaba nervioso, porque sabía que ese día cierta princesa había arribado en la capital y que en cualquier momento alguien podría mencionar su inminente compromiso. No es que él estuviera interesado en alguien más. Quizás con sus 15 onomásticos ya debería estarlo, o al menos haber tenido alguna experiencia. Pero no. Simplemente no quería casarse. Y mucho menos con esa niña entrometida a la que no veía hace casi 8 años.

– No. Puede. Ser. – la voz de Viserys sonó pausada y sus ojos se dirigieron hacia una chica que miraba el piso mientras caminaba.

Dioses benditos, pensó Aegon III. Tenía que ser una broma.

Ahí estaba su prometida.

– Es más fea que cuando éramos pequeños, ¿no crees, Egg? – dijo Viserys riendo por lo bajo. La verdad no pensaba que Jaehaera fuera fea, pero quería ver la reacción de su hermano.

Aegon, el menor, se quedó observándola por un momento. Sus labios se separaban y se volvían a juntar una y otra vez. Era por lejos la mujer más linda que sus ojos habían visto, aún mucho más linda que cuando era una niña molesta. Su cabello platinado, un poco más oscuro que el suyo, caía como cascada por su espalda, y sonreía amablemente a los criados de la casa Baratheon.

– Si... – susurró sin dejar de mirarla en ningún momento – Sí.

Viserys rió un poco al observar a su hermano embobado mirando a aquella señorita que tenían frente a ellos. Aún no era una mujer completamente, pero tampoco era aquella niña que se había marchado a Bastión de Tormentas a los 5 años. Y Aegon lo notaba.

– Príncipe Aegon – lo saludó de manera educada – Príncipe Viserys – se dirigió al menor – Lamento mucho lo de su padre, mi pesar está con ustedes en este momento tan triste.

Aegon logró hacer un asentimiento con la cabeza, pero su semblante serio no cambió para nada.

– Lo agradecemos, princesa Jaehaera. Han pasado los meses pero su pérdida se sigue sintiendo. – dijo Viserys – Nuestro padre murió como un guerrero, como él siempre lo quiso, defendiendo al Reino y a su Rey.

– Un hombre muy valiente y honorable sin duda – mencionó ella mirándolos fijamente – Si hay algo que pueda hacer por ustedes, por favor háganlo saber.

Luego de eso dio unos pasos alejándose de ellos pero se detuvo cuando la voz de Viserys la llamó.

– De hecho – dijo el menor de los hermanos – Egg necesitaba ayuda con sus heridas por la batalla, el Gran Maestre está ocupado. Jaehaerys nos comentó que usted sabe sobre curaciones.

Aegon reprimió un quejido.

– Solo cosas superficiales – mencionó ella dubitativa.

– Será perfecto – dijo Viserys – Solo necesita que le cambien las vendas, ¿verdad, Egg?

Jaehaera esperó que él respondiera, pero al ver como el chico sólo abría y cerraba la boca levantó una ceja, confundida.

– Supongo que puedo hacerlo – dijo ella moviendo sus manos nerviosa – Estaba buscando a mi hermano, pero puedo darme un tiempo.

Viserys le sonrió a su hermano y este suspiró cansado. Lo que menos quería en ese día, en el día de la conmemoración a su padre era tener que aguantar a esa niña molesta. Pero Viserys la estaba pasando igual de mal que él desde la muerte de su padre y al parece esto lo hacía al menos sonreír y olvidar por un momento. Si iba a tener que sacrificarse para que su hermano riera y se sintiera mejor, obviamente lo haría.

– Bien – murmuró de mala gana y comenzó a caminar – Por aquí está mi habitación.

Ella lo siguió y esperó a que Viserys le diera unas paños y agua para ver su herida. Sin embargo, este prontamente se excusó.

– Sabe princesa creo que sería bueno que le traiga alguna otras vendas, iré por ellas.

Antes de que alguno de los dos pudiera protestar, el príncipe Viserys había salido de la habitación. Ambos se miraron por un momento sin saber qué decir, pero la chica tomó los paños húmedos y lo hizo sentarse.

– ¿Sólo tiene esas heridas del rostro? – preguntó bastante seca. Aegon no pudo evitar notar que le hablaba de usted.

– En el hombro – murmuró él.

– Quítase la camisa – le ordenó ella mientras preparaba vendas nuevas.

Él tardó un momento en comprender esas palabras y por ende se demoró un par de minutos en quitarse la prenda.

Ella lo observó pero apartó la mirada rápidamente. No quería estar observándolo de manera imprudente. Así que simplemente, con sumo cuidado de no rozar su piel quito la venda. Una gran herida de flecha decoraba su hombro.

– ¿Cómo se ha hecho esto? – preguntó ella pasando uno de los paños húmedos.

La herida estaba bien, no estaba infectada ni inflamada. Pero aún no cicatrizaba del todo y necesitaba cambio de vendas constantemente.

– Los nacidos del hierro tienen muy buena puntería – dijo él casi en un susurro – Duele como el infierno, aunque son mis primeras heridas de guerra y estoy orgulloso de eso.

– Mmmh – ella solo hizo se particular sonido que quería decir que no le creía nada y continuó con lo que estaba haciendo.

Aegon la observó por un momento. No. Ya no era tan fea. Bueno, en realidad nunca lo había sido, y quizás eso era lo que tanto le molestaba. Saber que se tendría que casar con ella algún día y aún así considerarla hermosa. En su mente de siete años haberla tratado con descortesía era una idea brillante, pero ahora a sus 15 consideraba que había sido un idiota.

Su tacto era suave, calmado, quizás incluso cariñoso. Cerró los ojos relajándose un poco.

– Así que Egg – dijo ella con tono burlón sin siquiera mirarlo, solo concentrándose en cambiar su vendaje.

– ¿Se está burlando de mi apodo, princesa? – Aegon abrió los ojos y la miro esbozando una sonrisa juguetona.

– Para nada, príncipe Egg – dijo ella con una pequeña sonrisa en su rostro.

Él no pudo evitar sonreír ante eso.

– No nos veíamos desde...

– Si – dijo ella.

– La última vez yo...

– Cuando me golpeaste y me dijiste cosas horrible – murmuró ella.

Él tragó saliva incómodo.

– Era un niño tonto – se excusó – Lo siento por eso. Aunque no te di ningún golpe, más bien te jalé con fuerza.

Ella lo miró, pensando cómo podía ser tan tonto.

– Esa noche – dijo ella por lo bajo, Aegon la observo mientras sentía sus manos vendarlo nuevamente – Cuando llevó las galletas a mi habitación, ¿cómo sabía que esas eran mis favoritas? 

Aegon la miró sin saber que responder, no quería decirle que a veces, cuando eran niños, la observaba y notaba algunas cosas que a ella le gustaban.

– Intuición, supongo – dijo él casi en un susurro.

– Ah – fue lo único que ella pudo decir.

Pasó la yema de sus dedos por la venda que acaba a de poner nuevamente en su hombro, asegurándose que esta estuviera bien ajustada. Pero sin querer sus dedos rozaron la piel de Aegon, era electrizante y cálida.

Aegon abrió la boca y un suspiro salió sin que lo pudiera controlar.

– Siempre me pregunté por qué yo le caía tan mal, ¿era una niña tan irritante? – lo cuestionó mirándolo directo a los ojos.

Aegon bajó su rostro hacia ella, mirándola fijamente.

– No – dijo él pensativo – Creo que era lo de... ya sabes... el compromiso. Yo siempre he sido un idiota.

Ella no dijo nada, simplemente continuó mirándolo a los ojos. Su mano seguía en su herida, rozando levemente su piel. Había algo extraño y nuevo en Aegon ahora que ambos eran un poco más grandes, y la verdad ella estaba asustada por eso. Siempre había leído sobre el amor, sobre los caballeros y las damas y el niño que ella recordaba como su prometido estaba muy lejos de ser eso. O al menos eso había pensado ella.

El príncipe la observó intentando ocultar la pequeña sonrisa que se estaba formando en sus labios. No quería que ella pensara que se estaba burlando o algo, pero notaba que estaba nerviosa y que por alguna extraña explicación no se podía mover.

Sus rostros estaban cerca, pero no era incómodo. Los ojos violeta la hacían perderse y no poder apartar la mirada. El cabello, algo corto, de Aegon caía sobre su frente dándole un aspecto despreocupado. Se veía guapo si era sincera.

– ¿Qué carajos están haciendo? – Joffrey Velaryon abrió la puerta de la habitación y miró confundido la escena de su hermano con una chica tan cerca el uno del otro.

Sus ojos vagaron confundido entre él y ella, una y otra vez. Aegon sin camisa con una venda cubriéndole el hombro y Jaeheara pasando un paño húmedo por su herida en su rostro. No le había llamado tanto la atención eso, pero si la cercanía de sus rostros. Carajo ese niño a penas tenía 15 onomásticos y ella tenía ¿que? ¿Acaso 13 o 14 años? ¿Qué carajo estaban haciendo? Eran a penas unos mocosos.

La chica de cabello platinado se apartó con rapidez y soltó el paño dejándolo caer al suelo, mientras levantaba las manos como si quisiera demostrar que no estaba haciendo nada malo. Aegon no lo pudo evitar, rió un poco por eso y mordió su labio inferior para evitar soltar una carcajada.

– Príncipe Joffrey – dijo la chica alarmada – Su... su hermano necesitaba ayuda con sus heridas y yo....

Joffrey medio sonrió por eso y se apoyó en el marco de la puerta.

– Ya veo – dijo él sonriendo cínicamente.

– Si... yo debo... debo irme... la ceremonia y mi padre, mi madre – estaba balbuceando palabras sin sentido y simplemente salió de la habitación sin decir algo más.

Joffrey la observó divertido y luego volvió a mirar a su hermano Aegon quien ahora estaba poniéndose su camisa de lino.

– ¿Y bien? – dijo él con una sonrisa burlona – ¿Lograste que te diera un besito? – estiró sus labios haciéndole burla.

Aegon suspiró pesadamente. Joffrey siempre se había burlado de su compromiso con Jaehaera, toda la vida lo había molestado por eso y además siempre lo estaba haciendo avergonzarse por cualquier cosa. Pero ahora él era grande, casi un hombre, había estado en batalla y la verdad podía ser más imponente que su hermano mayor.

– Bueno, la próxima vez que quiera estar a solas con mi prometida me aseguraré de cerrar la puerta con llave para que nadie nos moleste, aunque tú qué vas a saber de eso, la Guardia Real debe guardar castidad ¿no? – dijo poniéndose de pie y saliendo de la habitación.

Joffrey levantó las cejas y rió por lo bajo mientras lo seguía, ese tonto era hasta virgen de labios, de eso estaba seguro. Aunque si lo pensaba su hermano quizás pronto se casaría.










Daena intentaba hacer que Daemon dejara de revolver el cabello de Laenor cada vez que ella lo volvía a arreglar. Él niño parecía disfrutar de eso porque ni siquiera se defendía al ver como su hermano mayor lo despeinaba una y otra vez. Alyssa se removía incómoda, quejándose del vestido que la Septa había elegido para ella.

– Ese vieja no quiere que respire – murmuró jalando un poco su vestido. Daemon soltó una carcajada mirando a su hermana menor.

– ¡Alyssa! – exclamó Daena consternada por el poco respeto que presentaba su hija.

Está bien, ella tampoco fue muy respetuosa con las personas cuando era niña, ni mucho menos cuando fue adolescente, pero Alyssa había hecho llorar a tres Septas diferentes con solo 9 años. Eso realmente estaba sobrepasando algunos límites.

– ¿Dónde está tu hermano? – preguntó cansada. Reid no estaba en ningún lugar.

Daemon se encogió de hombros.

– Con su novio supongo – murmuró divertido, pero luego se arrepintió al ver el rostro de su madre. Su semblante enojado era algo que siempre lo había intimidado.

El príncipe Jaehaerys y Reid tenían ya casi 14 onomásticos y el rumor de que ambos preferían la compañía del otro en lugar en lugar que la de otro escudero, caballero o dama era uno que poco a poco iba tomando fuerza. Algunos decían que eran muy jóvenes aún para saber sus tendencias. Pero otros afirmaban que era extraño. Preferían entrenar solo ellos dos, estudiar solo ellos dos y por supuesto, ser amigo solo el uno del otro.

Reid compartía un poco más con los demás. Era un chico más risueño, aunque callado. Se llevaba bien con sus hermanos pequeños y pasaba horas jugando con ellos. Jaehaerys generalmente los observaba guardando una distancia prudente.

– No vuelvas a decir eso – murmuró Daena enojada.

Daemon asintió.

– ¿Qué no vuelva a decir qué? – Jacaerys apareció en el patio de la Fortaleza Roja, portando la corona de su madre y su abuelo en la cabeza.

– Nada, Jace – dijo ella evitando que regañara a Daemon.

El Rey frunció el ceño.

– ¿Jace? – dijo tomándola por la cintura – Me gusta más cuando me llamas cariño o amor – se acercó a su oído para susurrar – Aunque mi fetiche especial es cuando me llamas Mi Rey.

– Que puto asco – murmuró Daemon haciendo reír a sus dos hermanos menores.

Daena sonrió ante eso y besó la mejilla de su esposo. Jace medio sonrió y se volteó hacia sus hijos.

– Ustedes dos – señaló a Daemon y Alyssa – No quiero incidentes hoy, vamos a hacer algo en conmemoración de mi madre y mi padre. Muchas personas viajaron para esto y el pueblo nos estará viendo, así que compórtense ¿está bien?

Ambos niños asintieron aunque Daemon puso los ojos en blanco mirando a su hermana cuando su padre se volteó. Ella esbozó una sonrisa cómplice.












Jaehaerys había evitado a su madre y a su padrastro todo el día. Habían arribado temprano esa mañana, pero él no quiso ir a saludarla. Ni siquiera lo hizo aunque las ganas de ver a su melliza eran inmensas.

La verdad no quería ver a su madre suplicar que volviera a vivir con ella en Bastión de Tormentas. No quería escuchar como Lord Theron Baratheon le decía que no fuera tan duro con su madre. Y por supuesto no quería ver a Robin, su pequeño medio hermano, ni el vientre abultado de su madre por su nuevo embarazo.

Había desperdiciado toda su mañana con Reid en la biblioteca mientras le enseñaba algo Valyrio. Al pelinegro se le dificultaba un poco eso, así que siempre intentaba ayudarlo. Se le hacía bastante tierno que Reid aún no pudiera hablarlo con fluidez.

Pero la hora llegó. Así que caminó, tragando saliva pesadamente mientras caminaba para reunirse con su madre.

– Niño de mis ojos – dijo Lady Rhaena Targaryen detrás de él.

Jaehaerys se volteó hacia ella y sonrió.

La había estado pasando mal últimamente. Su padre había muerto y perdió nuevamente un embarazo. Así que Jaehaerys se sentía sumamente obligado a visitarla, tomar el té con ella, leerle e intentar subirle el ánimo.

No le molestaba si era sincero. De hecho sentía que era lo mínimo que podía hacer por ella y por Luke.

– Buenas tardes Lady Rhaena – la saludó haciendo una reverencia.

– ¿Serias tan amable de escoltarme a la ceremonia en honor a mi padre? – ella extendió el brazo hacia él.

El chico lo observó por un momento y luego lo tomó. No solo porque quería apoyarla y acompañarla, sino porque también eso significaba la excusa perfecta para no pararse al lado de su madre, su padre y su retorcida idea de familia.

– Sería para mi un honor – tomó su brazo.

– No puede ser, ya me han robado a mi esposa – Lucerys caminó hasta ellos riendo – Bien hecho niño.

– Deja a mi pequeño caballero, sólo está siendo un joven educado – Rhaena posó su mano en el antebrazo de Jaehaerys de manera maternal.

Lucerys rió.

– De eso no me cabe duda, cariño – los ojos de Luke esbozaban un orgullo casi paternal, y eso siempre hacía que el joven príncipe se sintiera mejor.

La verdad es que ellos dos siempre lo hacían sentir mejor.

Caminaron hasta el patio de la Fortaleza donde toda la familia estaba reunida para partir hacia Pozo Dragón. Observó a Reid a los lejos, quien intentaba mantener quieto a su hermano Laenor que no dejaba de revoletear a su al rededor. Lo saludó con la mano y este esbozó una pequeña sonrisa.

Luke observó la escena con atención e hizo una mueca con la boca. No es que le desagradara esa amistad, pero se le hacía un poco extraña en algunos momentos. La gente hablaba y si seguían así cuando crecieran hablarían aún más. Y por los Siete, Luke ya no quería ver a Jaehaerys sufrir de nuevo.

El chico continuó con su brazo tomando el de Lady Rhaena y aunque su madre lo vio a lo lejos, evitó cruzar la mirada con ella. Su vientre era prominente, y estaba al lado de su esposo, su pequeño hijo Robin, Jaehaera, y para gran molestia de él, su padre y su amante de turno, Sara Snow.

El príncipe sintió ganas de vomitar y su semblante se mantuvo serio y duro. Era todo tan retorcido. Esa idea de familia era retorcida.

Observó al hombre pelinegro a su lado y a la dama que tenía colgada de su brazo y por un momento deseo con todas sus fuerzas que Lucerys y Rhaena fueran sus padres.

– Te he estado buscando todo el día, hijo – la voz se su madre lo sacó de sus pensamientos y sus ojos se conectaron con aquellos ojos violeta.

– Madre – murmuró de mala gana. Sus ojos se posaron en su vientre pronunciado.

– No respondes mis cartas Jaehaerys – Helaena hablaba débil, con un hilo de voz. Sus ojos demostraban la tristeza que había guardado esos años.

Él pensó un momento qué responderle.

– No tenía nada que decirte, tus cartas solo eran para que yo volviera contigo y no quería hacerlo – dijo firme.

Sintió la mano de Rhaena en la suya, de manera maternal y cariñosa.

– Si pudiéramos hablar...

– No quiero hacerlo madre, está todo bien acá yo estoy bien y no me tienes que convencer de nada...

– Pero no estás conmigo – murmuró Helaena.

– Helaena, quizás lo que él trata de decir es que...

– Con todo respeto Rhaena, no te metas. Él es mi hijo, no el tuyo – las palabras de la princesa habían sido como una estaca para su corazón y por primera vez Jaehaerys se permitió pensar que quizás su madre también cometía muchos errores, al igual que su padre.

Lucerys carraspeo incómodo con la garganta y puso su mano en el hombro de su esposa de manera protectora. Los ojos de Rhaena la observaron fijamente, con unas pequeñas lágrimas asomando.

– Hablemos después madre – Jaehaerys zanjó el tema – Ahora la haré compañía a Lady Rhaena.

Esas simples palabras y su brazo al rededor de esa mujer bastaron para que Helaena entendiera. Su hijo, su primogénito, consideraba más padre a Luke y Rhaena que a ella y a Aegon.

Su corazón se encogió un poco más.

– Entiendo – murmuró y comenzó a caminar lejos de los tres.

Sus ojos amenazaban con soltar lágrimas en cualquier momento pero se contuvo. Su esposa la miró haciendo una mueca con la boca, entendiendo la situación. Y su hija Jaehaera tomó su mano en apoyo mientras comenzaban a caminar hacia Pozo Dragón.

El Rey y la Reina habían insistido que hacerlo a pie para poder mostrar humildad ante el pueblo. La viuda Reina Alicent obviamente lo había considerado una estupidez y le había dicho a su nieta que no se juntara con los hijos o los hermanos del Rey cuando la visitó es mañana.

– Princesa Jaehaera – llamó su atención una voz masculina y la chica se detuvo su andar junto a su madre, quien miró interrogante a aquel chico – Me preguntaba si quería caminar conmigo hasta Pozo Dragón.

Ella sonrió y asintió con la cabeza dispuesta a tomar su brazo de aquel chico de la casa Blackwood. Sin embargo, antes de poder tomarlo, una mano de posó en su hombro.

– Me temo que eso no será posible – la voz del príncipe Aegon, el menor, sonó detrás de él – Esto es honor a mi padre, y mi prometida ha dicho que me acompañará, ¿no es así?

Él observó fijamente al chico con un cara que quería decir que se alejara y ofreció su brazo a la princesa. Ella lo miró con confusión, pero su madre la instó a tomarlo y dejar que él la acompañara.

– ¿Qué fue eso? – preguntó confundida.

– ¿Qué cosa? – Aegon III se hizo el desentendido.

Ella casi suelta una carcajada por eso.

– ¿Tan débil es su orgullo de hombre que no puede tolerar ver a otro hombre con su prometida? – dijo burlona.

– Para nada – dijo el joven príncipe – No lo hacía por mi, créeme. Lo hacía por ti. Ese chico es un idiota aburrido.

– Que caballeroso de su parte – dijo ella de manera sarcástica.

– Lo sé, soy todo un partido – Aegon le guiñó un ojo y aunque ella no quería hacerlo, no pudo evitar esbozar una tonta sonrisa.






El camino hacia Pozo Dragón fue largo y cansador. La gente vitoreaba en las calles por su Rey y su Reina como no lo hacían desde los tiempos de Jaehaerys I y Alysanne. Aunque si era sincero al príncipe Daemon le parecía extraño que toda la gente supiera su nombre, que lo saludaran y lo observaran.

¿Cómo sería su vida sin la expectativa, sin tener que cargar con un legado, con una misión? ¿Cómo sería si pudiera ser sólo un niño?

– ¡Larga vida al Rey! ¡Larga vida la Reina! – gritaban las personas que los observaban pasar.

– Siete bendiciones para el príncipe de Rocadragón – gritaba una mujer observándolo fijamente.

El chico tragó saliva incómodo y observó a su hermano mayor que estaba a su lado. Reid notó de inmediato su incomodidad y pasó su brazo por sus hombros intentando darle ánimos.

El pelinegro era callado, tartamudeaba a veces y generalmente se ponía de lado de su padre, pero era su hermano mayor. Y Daemon siempre de sentía protegido por él, a pesar de que sabía que por lo general era él quien tenía que defender a Reid con la fuerza bruta. Su hermano mayor le daba algo diferente, apoyo emocional.

Sonrió un poco hacia él y observó como su madre tomaba la mano de Laenor y lo hacía caminar a su lado, mientras Alyssa caminaba tomada de la mano de su padre.

Suspiró pesadamente cuando vió pozo dragón frente a él y maldijo al ver al Septón Supremo esperando en el lugar, casi donde terminaban las escaleras.

No comprendía para que lo habían invitado, a su padre obviamente no le agregaba al igual que a sus tíos. Pero bueno, su madre lo adoraba y su padre ya le había ensañado que una relación con la fe de los Siete era necesaria para para un reinado próspero.

Suspiró pesadamente cuando ya estuvieron en Pozo dragón y observó las dos estatuas de la entrada. Casi omnipresentes e imponentes que lo observaban como si lo estuvieran juzgando. La Reina que le había heredado la corona a su padre y que algún día sería suya, y el hombre por el cual lleve aquel nombre.

Todo el peso del legado de la casa Targaryen observándolo fijamente desde arriba, haciéndolo sentir inferior.

El Septón Supremo pronunció una oración que se supone que debería saber pero que nunca aprendió. Luego habló Lady Rhaena, su tio Viserys y por último si padre.

Quizás lo más extraño de todo fue cuando su tío Daeron pasó adelante y comenzó a cantar una canción sobre los Siete y como ellos bendecían a la familia. Era un espectáculo bastante ridiculo.

– Dioses, ¿qué carajo es esto? – escuchó que su padre le susurraba a su madre.

Su tío Aegon II estaba atrás de ellos y soltó una sonora carcajada, fascinado con aquel espectáculo que estaba dando su hermano. Pobre tío Daeron, no sabe lo que le espera.

– Te apuesto que esto fue lo que aprendió todos esos años viviendo en Antigua – murmuró Luke a los demás intentando dejar de reír.

– Y yo te apuesto que se pondrá de rodillas – dijo Aegon.

– Sería demasiado – dijo Jace.

– ¿Qué es lo que estamos apostando? – murmuró Aemond.

– Si se pone de rodillas debes correr desnudo por la Fortaleza, sino lo hago yo.

– Por los Siete, parecen niños pequeños – murmuró Daena, pero no pudo evitar reír cuando efectivamente Daeron se puso de rodillas terminando su canción – Podrías hacer un decreto real para evitar esto en un futuro – murmuró a su esposo.

Daemon sonrió burlón por eso, pero sintió como unos pequeños dedos se clavaban en sus costillas. Observó a su hermana que lo miraba maliciosamente. ¿Qué estaba tramando?

Alyssa tomó su mano y lo obligó a escabullirse hasta los subterráneos de Pozo Dragón, donde descansaban los dragones con y sin jinete. El espectáculo penoso que el príncipe Daeron estaba dando mantenía lo bastante entretenidos a los adultos que ninguno se fijó cuando el príncipe y la princesa bajaron.

– Voy a conseguir un dragón – dijo la chica decidida – Quiero a Vermithor.

Daemon la miró confundido.

– Lyss creo que es mejor que lo intentes en otro momento... – dijo un tanto asustado.

Él no era una persona que se asustaba con facilidad. Para nada. Pero los dragones eran criaturas impredecibles. Nunca podría saber cómo reaccionarían. Quizás necesitarían ayuda para eso.

– No seas cobarde, tú mismo dijiste que necesitaba un dragón...

– Si pero creo que es mejor... – no pudo seguir hablando porque vio a la chica correr hasta aquel dragón que dormí plácidamente – ¡Lyss, no!

Su gritó fue tan fuerte y con tanto miedo que no solo detuvo a su hermana de tocar a Vermithor, sino que también hizo despertar al dragón que los miro malhumorado a ambos mientras levantan su cabeza que era más grande que la misma Alyssa.

Daemon se acercó para alejarla, pero el dragón lo empujó lejos con la cabeza, haciéndolo caer. Alyssa entonces extendió su mano y le mencionó que se calmara, hablándole en Alto Valyrio. El dragón acercó su cabeza a su mano y respiró con tranquilidad.

Ella sonrió satisfecha y Vermithor se movió un po o permitiendo que ella subiera en su lomo. Ella dudó por un momento, pero luego tomó las cuerdas y subió.

Daemon la observó con atención. Ese dragón era al menos tres veces más grandes que Rhaelor, el pequeño dragón que había eclosionado de su huevo.

– No puede ser – dijo lo bastante alto y en un imprudencia se acercó demasiado al dragón haciendo que este se alterara y abriera su alas para elevarse.

Alyssa extendió su mano a su hermano, asustada por lo que estaba ocurriendo en ese momento y fue poco lo que entendió y lo que pudo ver, ya que cerró los ojos asustada y solo mantuvo una mano apretando la de su hermano y otra apretando la cuerda.

Todo pasó muy rápido.

Un dragón saliendo de Pozo Dragón con el príncipe y la princesa colgando de él, manteniéndose a duras penas en su lomo. Personas heridas por dicho dragón. Las estatuas en honor a Rhaenyra y Daemon destruidas. Los gritos. Su tía Helaena desmayándose.

Y cuando Alyssa logró abrir los ojos, vio lo peor. El rostro de su madre y su padre enojados.


– ¡DAEMON, ALYSSA! – a pesar de la muchedumbre y los gritos, Jacaerys había llamado la atención de todos los presentes.

– Carajo, ahora si que la cagamos – le dijo Daemon.

Y el miedo los recorrió a ambos.











– ¡ARRUINARON POR COMPLETO LA CEREMONIA EN CONMEMORACIÓN DE MI PADRE! – la voz del Rey sonaba tan fuerte que se podría escuchar por toda la torre.

Daemon mantuvo su cabeza agachada recibiendo el regaño justificado de su padre.

– ¿Es que no pueden estar quietos por un momento sin causar problemas? – preguntó cansado.

La Reina estaba a un costado de su esposo en silencio. Era muy extraño que fuera su padre y no su madre quien los regañara. Generalmente era ella quien los atrapaba y los regañaba y su padre quien le restaba importancia a lo que habían hecho. El hecho de ahora fuera el Rey quien les estaba gritando y que la Reina se mantuviera en silencio solo les decía una cosa: esta vez si que la habían cagado.

– ¡Daemon te estoy hablando! – gritó Jace acercándose a su hijo.

– Ha sido mi culpa papá – dijo Alyssa mirando fijamente a Jace – Yo le he dicho que quería un dragón, yo he insistido.

– No lo defiendas Aly porque yo sé muy bien cómo es tu hermano y que siempre te arrastra con él – dijo sin siquiera apartar la mirada de su hijo.

Estaba enojado con él. Ya no era un niño tan pequeño, era mayor para entender algunas cosas. Y aún así, aunque él se esforzaba en tratar de educarlo como un hombre responsable, Daemon siempre encontraba la forma de romper las reglas.

Una vez había enterrado una daga a un escudero, y se lo había dejado pasar porque estaba defendiendo a Reid. Solía ir a las cocinas y robar comida, pero Jace lo consideraba hasta gracioso. Cuando una vez le robó la espada a Joffrey y casi le corta la cabeza a Laenor intentando enseñarle cómo se usaba, Jace dijo que solo había sido un accidente. Cuando tuvo un mal comportamiento con las hijas de Lord Elmo Tully y las empujó, él lo justificó diciendo que esas niñas se habían burlado de Alyssa y que el Daemon solo defendía a su hermana.

Pero si Daemon seguía así, rompiendo las reglas. Faltando a sus lecciones, volando en su dragón cuando quería y arrastrando a su hermana a eso, sería un niño muy malcriado y además un Rey muy estúpido. Y aunque a Jace le doliera, siempre tendría que exigir un poco más de él.

– Si ya tienes claro que me quieres culpar a mi no entiendo para qué sigues preguntando – el príncipe levanto su mirado y vio a su padre directo a los ojos.

Él no era tonto. Tenía ya 9 onomásticos y notaba como su padre no podría verlo como su hijo, su padre solo lo veía como el futuro de la casa Targaryen. Y aunque no le molestaba en un principio, si le molestó cuando notó que él no era igual en actitud con sus hermanos. Daemon era igual de bueno estudiando y aprendiendo que Laenor, pero era el pequeño quien recibía los elogios y él recibía un recuerda que siempre puedes esforzarte más. Reid ni siquiera era bueno con la espada como él, pero su padre siempre tenía palabras de aliento para él. En cambio cuando veía lo bueno que él era con la espada, le mencionaba que ahora debía perfeccionarse en el arco o en la lanza o en cualquier uso de otra arma.

No. Su padre nunca lo veía como simplemente como Daemon. Para él era su heredero, y como tal debía ser perfecto.

– No me contestes así – Jace se volteó hacia Daena – ¿Escuchaste como me contestó?

– Sólo estoy diciendo que si ya decidiste que yo tengo la culpa de todo no entiendo para que nos tienes acá perdiendo el tiempo – volvió a decir desafiante.

Era como estar viendo a su padrastro, solo que pequeño y con el cabello rojizo en lugar de platinado. Jace maldijo por eso, sin embargo, por primera vez en su vida su hijo lo había dejado sin saber qué más decir.

– Te juro padre que ha sido culpa mía – dijo Alyssa en una súplica – Daemon no quería ir y yo le he rogado para que me acompañara.

Daemon la observó por un momento. Era una tonta, y aún así él estaba dispuesto a protegerla y recibir su castigo.

– Madre te lo juro – la niña observó a su madre.

– Lyss – dijo Daemon calmado – Todos acá saben que no matarías ni una mosca. Deja de intentar protegerme y diles la verdad, te molesté tanto porque no tienes dragón y te insté a ir por Vermithor esta tarde.

Ella lo observó sin saber qué decir. ¿Por qué él siempre prefería culparse que aceptar que ella era quien tenía las ideas que los metían en problemas?

– Deja de intentar protegerlo porque sabes que tu hermano tiene que aprender sobre las responsabilidades. ¿Cómo pretendes ser un Rey si no puedes siquiera ser responsable?

– Suficiente Jace – dijo Daena y Jace la miró haciendo silencio. Jace siempre sabía que cuando Daena hablaba con sus hijos él debía callar – Daemon, llevar a tu hermana a Pozo Dragón y buscar un dragón para ella sin compañía adecuada ha sido muy peligroso. No importa que haya salido bien, era peligroso de igual manera. Además, arruinaron la ceremonia en conmemoración por su abuelo. Así que ahora ambos le pedirán disculpas a su padre y también las ofrecerán a su tía Rhaena y a sus tíos ¿entendieron?

Ambos niños asintieron de mala gana.

– Con respecto a sus castigos, ambos recibirán uno – dijo ella seriamente – Alyssa trabajarás con el Septón Supremo en las transcripciones que esta haciendo en la biblioteca, sin quejas, y tratarás a las Septas con amabilidad. Y Daemon – miró al pelirrojo – Después de tus lecciones ayudarás a limpiar el excremento de dragón. Tres semanas cada uno.

Él hizo una mueca de asco pero asintió con la cabeza. Su madre pensaba que le había dado el trabajo más pesado a él, pero pedirle a Lyss que estuviera en compañía del Septón Supremo y de las Septas sin hacer un alboroto era aún peor.

– Y ya que veo que los dos están muy grandes para arrancarse y burlar a la Guardia, empezarán a tener deberes en las labores con el pueblo – mencionó ella – Se las asignaré más adelante, ahora a sus habitaciones. Si los veo fuera alargaré una semana más a sus castigos.

Ambos asintieron con la cabeza y salieron de la habitación rápidamente. Daena suspiro cansada y se apoyó en el escritorio. Jace se cruzó de brazos y la miró sonriendo.

– Mi Reina enojada y tomando decisiones es lo más delicioso que he visto en mi vida – dijo acercándose a ella y tomando su cintura – Pero ¿dejarías que yo te de las ordenes ahora? – besó su cuello bajando hasta su escote.

Ella lo empujó y lo miró mal.

– ¿Crees que tú te salvas? – dijo ella enojada – Irás a pedirle perdón a Daemon, es solo un niño travieso, deja de verlo como tu heredero y empieza a verlo como tu hijo.

– Daena – dijo seriamente mientras la abrazaba por la cintura – Daemon tiene que aprender a tomar en serio sus responsabilidades.

– Lo sé – dijo ella suspirando – Sólo creo que deberías dejarle en claro que lo amas y que estás orgulloso de él. Pones mucha presión sobre él.

– Él sabe que lo amo – murmuró Jace.

– ¿Lo sabe? – preguntó ella levantando las cejas.

Jacaerys suspiró pesadamente y apoyó su cabeza en el hombro en ella, intentando calmarse. Quizás si estaba siendo demasiado duro con Daemon, pero necesitaba que él entendiera su posición en el mundo, que tomara en serio su responsabilidad.

Más tarde y después de meditarlo mucho, Jace caminó hasta la habitación de su hijo y para su sorpresa lo encontró dormido, tapado completamente. Se sentó en la cama intentando no despertarlo. Observó cansado la espada que tenía en entre sus manos, aquella que alguna vez perteneció a su padrastro, por quien ese niño llevaba aquel nombre.

No es que quisiera ser duro con él, no es que quisiera quitarle su infancia. Pero necesitaba que estuviera preparado para que algún día fuera Rey. No solo por el bien del Reino y por el bien de la familia, era más que nada por su propio bien. La vida era tan frágil que no sabía cuándo la suya podría acabar, y si eso pasaba pronto necesitaba saber que Daemon podría con eso y podría convertirse en el Rey que debía ser y que el Trono de Hierro no lo iba a consumir como lo estaba haciendo con él.

– Hijo – susurró moviéndolo un poco.

Daemon se removió levemente y bajó las mantas dejando ver su rostro somnoliento.

– Perdona que te despierte – dijo Jace – Solo quería conversar contigo.

– Ya sé que hice mal – se apresuró a decir.

– No es sobre eso – lo interrumpió.

Si hijo lo miró interrogante y Jace suspiró intentando calmarse. Entonces simplemente lo abrazó.

Fue un abrazo cálido, lleno de amor, de adoración, de protección. Daemon tardo un minuto en reaccionar pero luego rodeó con sus brazos a su padre.

– Te amo, ¿lo sabes, verdad? – preguntó separándose de él, Daemon no respondió nada – Cuando te tuve en mis brazos por primera vez, cuando te vi y abriste tus pequeños ojos para mirarme, desde ese momento te amo incondicionalmente. Sé que soy un poco duro contigo, pero lo hago porque me preocupo por ti, porque quiero que seas un buen Rey algún día.

Jace observó la espada que había apoyado en la cama. Dark Sister. La tomó en sus manos y la extendió hasta su hijo.

– Es tuya ahora, es la espada del heredero – le dijo.

Daemon lo miró casi asustado sin saber que decir.

– Yo estoy muy orgulloso de ti hijo, eres un buen chico y crecerás para ser un buen hombre, de eso estoy seguro – le dijo Jace – Lamento si te presiono  mucho a veces, solo quiero que des lo mejor de ti.

– Lo intento, lo juro – dijo el niño – Siento lo de hoy, de verdad.

– Lo sé. Yo solo... necesito que tú te tomes más en serio esto – le dijo seriamente – No solo cargaras con el legado familiar, cargaras con la protección del Reino ¿entiendes?

El chico vaciló un poco y dudó, pero luego asintió.

– Te amo, ¿lo sabes? – dijo Jace mirándolo fijamente – Y nunca haría nada para dañarte a ti o tus hermanos de manera deliberada. Son lo más preciado que tengo en mi vida – Jace volvió a atraerlo en un abrazo.

– Lo sé, papá – Daemon volvió a abrazarlo.

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