Capítulo 2
Jaehaerys Targaryen miraba la Fortaleza Roja cansado y deseando estar en cualquier otro lugar en ese momento. Desde que su madre se había vuelto a casar no había vuelto a pisar la capital y la verdad estaba bastante bien con eso. Si no lo hubieran obligado a acudir en esa ocasión, seguiría bastante tranquilo sin tener que ver la cara de su progenitor haciendo sus patéticos intentos por mantenerse sobrio y por fingir ser un príncipe digno de llevar ese título. Y no es que disfrutara pasar tiempo con el nuevo esposo de su madre, ni que disfrutara vivir en Bastión de Tormentas, el tema era que simplemente prefería eso a tener que verle la cara a su padre.
No sabía exactamente por qué Lord Baratheon había sido llamado a la capital por el Rey Jacaerys. Habían mencionado algo de ayudar en una revuelta de los Lannister y algo como que el abuelo de su amigo Reid había muerto. No entendía muy bien el motivo de ese viaje, pero su madre lo había obligado a realizar una visita a su padre, y esta vez no podría zafarse como lo había hecho en muchas ocasiones.
Era normal que Jaehaera visitara a su padre y que le escribiera cartas todas las semanas. La primera vez que la niña quiso viajar a ver a Aegon fue cuando finalmente su huevo eclosionó y estaba ansiosa por enseñarle su dragón. Lord Theron había organizado toda una comitiva para que viajara con su hijastra y se había mostrado bastante atento con ella. Pero Jaehaerys había fingido estar enfermo como para viajar. Él pensaba que su madre sabía que estaba fingiendo, pero aún así no dijo nada. Quizás respetaba que él no quisiera ver a su padre. Pero esta vez había sido diferente y tanto su madre como su padrastro lo habían hecho emprender el viaje a la capital.
– Estarás feliz de ver a tu padre de nuevo – Lord Theron Baratheon le habló a su hijastro, pero Jaehaerys solo miraba la Fortaleza Roja sin moverse.
Puso los ojos en blanco cuando escuchó esas palabras. Nunca, en esos casi cuatro años que llevaba viviendo con ese hombre, había logrado que le agradara. Él era amable con los mellizos, y se había ganado el aprecio de Jaehaera fácilmente, pero con Jaehaerys era diferente. Nunca podría agradarle, porque verlo a él y a ver a su pequeño medio hermano, Robin, lo hacía recordar que él solo era un estorbo en la vida de su madre y su padre, y que ella por fin podía conseguir la familia que siempre había querido. No le molestaba Robin, de hecho le agradaba, era un niño de 2 años bastante simpático, pero Jaehaerys nunca lo había considerado realmente como su hermano.
– Además podrás ver a tu abuela, te envías cartas con ella a menudo ¿no? – volvió a insistir el hombre mientras ponía su mano en su hombro.
Jaehaerys se apartó instintivamente y Theron suspiró pesadamente. Todos sus intentos por acercarse al hijo de su esposa habían sido en vano, y lo frustraba mucho esa situación. Ya no sabía que más hacer. Había sido amble con él, le había dado regalos, lo había invitado a pasar tiempo con él, incluso había intentado enseñarle algunas cosas, pero nada parecía funcionar. Con su melliza había sido distinto, la niña era alegre, cariñosa y disfrutaba de vivir ahí, pero él parecía siempre estar permanente pesar y Theron nunca antes había visto a un niño así.
– Bien – dijo algo incómodo – Debo ver al Rey y a la Mano, tú puedes pedirle a las doncellas que te lleven con tu abuela o si quieres buscar a Reid, supongo que aún siguen siendo amigos.
– Si, Señor – dijo él evitando mirarlo.
Theron suspiró pesadamente y se alejó del lugar, dejando a Jaehaerys solo en la compañía de algunos sirvientes de la casa Baratheon. Él pensó por un momento en qué hacer, su dragón había volado hasta Pozo Dragón, por lo que no podía verlo de inmediato, y quería evitar a toda costa toparse con su padre. Quizás por una vez en su vida Lord Baratheon tenía razón y podría buscar a su abuela o a Reid. Hace tiempo que no los veía, su abuela había hecho el esfuerzo y se había tragado su orgullo visitando a su hija en Bastión de Tormentas hace unos años. Aunque si era sincero Jaehaerys sabía que sólo lo hacía para verlo a él, ya que sabía que él por ningún motivo viajaría, y la verdad eso le agradaba, le gustaba pasar tiempo con su abuela.
Con Reid la cosa era diferente, seguían siendo amigos, aunque ahora solo por correspondencia. La Reina no le permitía a su hijo viajar solo al hogar de los Baratheon y ni ella ni el Rey podían darse el tiempo de acompañarlo. Así que habían pasado varios años sin verse, y aunque Reid le había rogado que por favor viajara a Desembarco del Rey para verlo, él nunca lo hizo. El deseo de evitar a su padre a toda costa era mucho más grande que el deseo de ver a su único amigo.
– Jaehaerys – la voz de Lady Rhaena Targaryen lo sacó de sus pensamientos y se volteó para mirarla.
Ella caminaba hacia él con una sonrisa, y cuando finalmente estuvo a su lado lo abrazó. Aunque él no era muy afectuoso con nadie, si le gustaba recibir mimos y cariño de Rhaena. Desde que ella y Luke residían en Driftmark con Lord Corlys y la princesa Rhaenys, lo visitaban bastante en Bastión de Tormentas, y cuando tenía solo siete onomásticos Luke lo había ayudado para que tuviera su primer vuelo en su dragón. Había sido algo genial, nunca se había sentido tan poderoso en su vida como aquel día en el que se elevó en vuelo. Y se había sentido tan bien ser felicitado y ver los ojos de orgullo de Luke y Rhaena, que sabía que nunca olvidaría esa sensación.
– Déjalo respirar, cariño – dijo Luke llegando a su lado.
La chica sonrió un poco y se alejó de Jaehaerys, arreglando el cabello despeinado del niño mientras le sonreía contenta. Habían pasado más de tres meses de la última vez que Jaehaerys los había visitado en Driftmark y agradecía que ellos también estuvieran ahí, porque al menos ese martirio de estar en la capital sería más llevadero con ellos ahí.
– Creciste – dijo Rhaena mirándolo de arriba a abajo.
– Sigue igual que la última vez – dijo Luke frunciendo – Un niño aún.
– No, ha crecido – dijo Rhaena debatiéndole a su esposo – Al menos 4 centímetros.
– Ya cumpliré 9 – dijo el niño bastante orgulloso.
– Ves Luke, todo un hombre – Rhaena lo atrajo nuevamente hacia ella abrazándolo y Luke río por eso.
Le agradaba Jaehaerys, y le gustaba pasar tiempo con él, sabía que a Rhaena también. Pero no podía evitar sentir que ella intentaba tratarlo como el hijo que ellos aún no podían tener, y eso lo asustaba, porque no quería hacer que el niño sufriera más de lo que ya lo hacía por la situación de sus padres.
No lo iba a negar, muchas veces cuando él le había mencionado entre lágrimas que no quería vivir en Bastión de Tormentas pensó en llevarlo a vivir con él, pero no sabía hasta donde llegar con ese paternalismo que pretendía tener hacia Jaehaerys. ¿Debía hacerlo? ¿Le correspondía tomar decisiones en torno a la vida de aquel niño? ¿O solo debía limitarse a ser bueno con él y esperar a que sus padres intentaran ser quienes el niño realmente necesitaba? Pero el tiempo corría y Jaehaerys ya estaba creciendo muy solo.
– ¿Cómo va tu vida, niño? – dijo Luke amistosamente – ¿Haz venido con tu madre?
– Con Lord Baratheon – murmuró – Mamá está pronta a dar a luz, otra vez.
Ninguno de los tres dijo nada. No sólo porque el tema de su madre y su nuevo matrimonio eran algo difícil para él, sino también porque Luke y Rhaena sabía cómo él se sentía por los nuevos hijos de su madre con Lord Theron Baratheon, lo sabían, aunque él nunca les había dicho nada. Simplemente lo sabían.
– ¿Qué tal un vuelo esta tarde? – dijo Luke para romper aquel incómodo silencio que se había formado.
– Oh, por favor – dijo Rhaena con entusiasmo mientras pasaba su brazo por los hombros del niño y él sonrió.
– Por supuesto, Lady Rhaena – dijo educadamente.
– Sigues sin querer llamarme solo Rhaena – dijo ella de mala de gana.
– Es un joven respetuoso, un caballero – la voz de Luke sonaba llena de tanto orgullo que Jaehaerys no pudo evitar sonreír ante eso – Debo ver al Rey y a la Mano ahora mismo, y mi pesar es tan grande porque el Rey es mi hermano y la Mano es mi suegro – se quejó Luke – Pero después de eso prometo tener la tarde solo para ustedes y nuestro vuelo, debes enseñarme cómo haz avanzado con tu dragón.
Jaehaerys asintió entusiasmado y observó atento como Lucerys depositaba un beso en la mejilla de Rhaena y se marchaba. Le agradaban ellos, con ellos no había un sentimiento de culpa constante como si lo había cuando estaba con su madre y su padre. Y aunque él no entendía por qué, ellos parecían quererlo.
– Vamos – dijo Rhaena – Quiero que me cuentes todo lo que ha pasado en este tiempo, con lujo de detalles. Mandaré a preparar té y pediré de esos pasteles que te gustan.
Él sonrió por eso, pero no pudo evitar que Lady Rhaena siempre daba más de lo que debía por él. Quizás era lastima, o quizás genuino afecto. Y aunque le agradaba, odiaba saber que todo ese cariño provenía de la lástima que él y su patética situación desprendían.
– Lady Rhaena, yo... debo ver a mi abuela – dijo cauteloso y de inmediato se arrepintió al ver el rostro de decepción de esa mujer.
– Oh – dijo ella un tanto confundida – Entiendo pequeño.
Había muchas razones para que a Rhaena no le agradara la viuda Reina Alicent Hightower, pero la más importante era reciente. Trataba a su nieto como si fuera un hombre, no como si fuera un niño. Le exigía entrenar, estudiar y ser perfecto. Lo observaba con desdén cuando hacía algo infantil, y le hablaba muy fuerte. A Rhaena no le agradaba para nada, pero ¿qué podía hacer? Era la abuela de ese niño, y eso nadie lo iba a cambiar.
– Buena suerte, mi niño – le dijo cuando se alejó de él.
Reid suspiraba pesadamente al intentar tomar la espada que su padre le había dado por su octavo onomástico. Era bastante pequeña en comparación a una espada común, y sobre todo era mucho más pequeña que Fuegoscuro, la espada del Rey, pero aún así al niño le costaba trabajo moverla con agilidad y sobre todo mantener el equilibrio al levantarla.
Le gustaban las historias de los caballeros y sin lugar a duda admiraba a Ser Harrold, el Lord comandante de la Guardia Real, y a su tío Joffrey quien recientemente había sido el caballero más joven en unirse a la guardia. Pero aunque era su ambición ser como ellos cuando fuera mayor, detestaba los entrenamientos y se le hacían muy difíciles.
Volvió a suspirar cuando finalmente pudo levantar la espada, pero esta rápidamente lo hizo perder el equilibrio.
– Es un marica – escuchó murmurar a uno de los escuderos que se encontraba cerca de él.
– Que sorprendente que el príncipe Daemon pueda levantar mejor una espada que él – rió otro – El niño solo tiene cuatro onomásticos y ya es mejor que él.
– ¿No ibas a pensar que una rata del lecho pulgas sería mejor en batallas que un príncipe o si?
Eso fue la gota que rebalsó el vaso. Reid lanzó su espada al suelo y se abalanzó sobre el chico que había dicho esa última frase. No logro moverlo por supuesto. El chico debía tener 13 o 14 onomásticos y él solo tenía 8. Si a eso se le sumaba que aquel chico era grande y corpulento, y Reid era bastante pequeño y flacucho, no dejaba muy aventajado al menor. Los tres chicos rieron por el patético intento del niño se defender su honra y su honor y simplemente lo empujaron haciéndolo caer en el lodo.
Sin embargo, Reid estaba tan enojado que se puso de pie de inmediato y lanzó un puñetazo a la cara del más bajo de los chicos.
– ¿A quién le dices marica? – dijo enojado. Su mano ya había empezado a doler por el golpe.
Los tres chicos, enojados, lo empujaron lejos, golpeándolo en la cara haciendo que su labio y su nariz sangraran de inmediato. La peleas nunca habían sido su fuerte, y estar enfrentándose a tres chicos mayores no le daba nada de ventaja. Pero su padre siempre le había enseñado que debía defender su honor y el de su familia, y esos chicos lo habían ofendido mucho.
Reid se volvió a poner de pie, haciendo que los tres escuderos solo rieran por lo patético que lucia. Lleno de lodo, con su rostro sangrando y su pómulo levemente hinchado. Sus manos temblaban, pero sabía que debía mostrar agallas. Volvió a lanzarse sobre uno de los chicos, golpeando su estomago. Pero ellos eran más, más fuertes y más grandes. Dos de ellos tomaron a Reid de los brazos mientras el otro lo golpeó con fuerza en el abdomen.
Sin embargo, en un momento, algo pareció impedir que aquel chico que lo golpeaba se moviera. Reid levantó débilmente su cabeza y no pudo creer lo que estaba viendo. Carajo, si ya iba a estar en problemas por pelear, ahora lo estaría aún más.
– ¡Daemon, no! – gritó el chico al ver como su pequeño hermano de solo 4 años estaba colgado de la pierna de uno de esos chicos impidiéndole que se moviera.
El chico se sacudió haciendo que el pequeño príncipe perdiera el equilibrio y cayera al suelo. Lo observó por un momento y decidió ignorarlo, fijando su atención en el mayor. Se acercó a él y lo tomó de las mejillas, sin importarle el quejido de dolor que soltó Reid.
– Puto marica, ni siquiera sé por qué el Rey se molesta en que te entrenen – su puño se levantó listo para golpearlo pero un grito de dolor salió de sus labios instantáneamente.
El pequeño príncipe Daemon había enterrado una daga en su muslo derecho, evitando que aquel chico volviera a golpear a su hermano mayor. La sangre corría por todo el lugar, y las pequeñas manos de Daemon estaban llenas de sangre, haciendo juego con su cabello rojizo. Los gritos del chico prontamente llenaron el lugar, mientras los otros dos miraban horrorizados a aquel pequeño niño que había sido capaz de atacar con un arma.
– ¡Eres una puta amenaza! – gritó el chico tomando su pierna adolorido mirando con horror como la daga estaba clavada en su muslo. Sintió terror de moverla.
– ¡Hey! ¿Qué está pasando aquí? – la voz del Rey sonó tan fuerte como nunca lo había hecho antes.
El Rey Jacaerys acudía en vez en cuando a ver los entrenamientos de sus hijos, y ahí estaba ahora, caminando con el semblante confundido hacia sus hijos, mientras era seguido por dos miembros de la Guardia Real y la Mano del Rey. Los dos chicos dejaron caer a Reid, mientras que el otro intentó apaciguar sus quejidos de dolor, sintiéndose avergonzado ante la mirada del Rey, la Mano y dos caballeros.
– ¿Reid? – Jace miró confundido al chico que ahora estaba en el suelo.
Su hijo respiraba con dificultad y lo miraba con los ojos llenos de odio. No hacía el precisamente, nunca se podría permitir sentir odio hacia Jace. Pero si sentía odio contra el mundo, contra la corte y contra todas esas personas que se esmeraban en hacerlo sentir inferior.
– ¿Qué mierda pasó aquí? – dijo Jace – Quiero explicaciones.
Su rostro palideció un poco al ver a su hijo Daemon con sus manos llenas de sangres. ¿En qué se habían metido ahora? Ser Joffrey, hermano menor del Rey y miembro juramentado de la Guardia Real, se acercó a los chicos tomándolos por el brazo con fuerza.
– El Rey ha pedido una explicación – dijo de mala gana. No sólo habían atacado a unos chicos menores que ellos, sino que esos chicos eran sus sobrinos. Porque si, Joff consideraba a Reid como un miembro más de su familia desde que Jace lo había llevado a vivir a la Fortaleza Roja.
– Él nos ha atacado a majestad – trató de excusarse uno de los chicos señalando a Reid.
Él observó a su hijo incrédulo. No estaba en la naturaleza de Reid ser violento, nunca lo había sido. Siempre estaba evitando las peleas, incluso era bastante malo entrenando y prefería pasar tiempo jugando con sus hermanos menores y con su madre. Jace los observó fijamente, de arriba hacia abajo. Hizo una mueca de asco.
– Tres escuderos contra dos niños pequeños, cuanta valentía y honorabilidad – dijo irónicamente, mirando mal a aquellos chicos.
– Majestad, nosotros... – el chico hizo silencio cuando Ser Joffrey Velaryon lo tomó con más fuerza haciéndole doler el brazo.
– ¿Hay algún problema, Majestad? – Ser Karl Tarly se acercó al ver que su escudero sujetado por miembros de la Guardia Real.
– Estos jóvenes de creyeron con el derecho para golpear al príncipe heredero y al joven Reid – dijo Joffrey de mala gana mientras miraba al hombre.
No le agradaba Ser Karl, se pavoneaba por todo el lugar creyéndose mejor que los demás. Y si algo había aprendido de su tío Daemon era que el compartimento de un escudero hablaba más del caballero que lo entrenaba que del escudero mismo. Y esos jóvenes estaban dejando mucho que desear ahora mismo.
– Que atrevimiento – dijo el hombre bastante sorprendido mientras golpeaba al chico en la cabeza – Puede castigarlo como desee, Majestad. Y tenga por seguro que también recibirá una reprimenda de mi parte.
– ¿Qué? – el rostro del chico palideció al igual que el de los demás.
Al parecer esos tres chicos no habían pensado en las consecuencias que podía traerles molestar a Reid Mares. Si bien no era un príncipe, el Rey lo quería como si fuera su propio hijo y obviamente no dejaría que nadie lo insultara. Había una razón por la cual todos hablaban por lo bajo el origen de aquel chico, y eso era porque tenían miedo a las represalias que el Rey o la Reina pudieran tomar.
– Un castigo ejemplar sería lo oportuno – dijo el príncipe canalla – Que audacia creer que pueden tocar al príncipe de Dragonstone sin consecuencias.
Daemon no lo iba a negar, ese pequeño que llevaba su nombre era su favorito. Y la verdad, tampoco se esforzaba por ocultarlo. Quizás si Rhaena y Luke se esforzaran más en tener un hijo eso cambiaría, un nieto propio era otra cosa. Pero por los Dioses que a Baela no se le pasara por la mente volver a Desembarco del Rey con un hijo de ese tuerto que hacía llamar a esposo, porque no podían pedirle que tuviera que aguantar a Aemond y a su versión pequeña. Al menos, de la cartas que había leído y no contestado por su orgullo, ninguna hablaba de un embarazo.
– No es necesario – dijo Jace en un intento por apaciguar todo – Solo son cosas de niños, aunque espero que no se vuelva a repetir.
Los tres escuderos asintieron con la cabeza rápidamente y Jace los inspeccionó por un momento.
– Y por favor que alguien vea la herida de ese chico – dijo de mala gana.
Observó cómo los dos chicos ayudaban al otro a caminar, aunque le costaba notablemente. Suspiró pesadamente y se volteó hacia su primogénito, quien aún tenía sus manos llenas de sangre.
– Daemon – llamó la atención de su hijo menor – ¿Le enterraste una daga a ese chico? – preguntó incrédulo.
– Sí – respondió con duda en su voz.
Su padrastro soltó una risa y Jace lo miró mal por un momento, pero este lo ignoró deliberadamente, felicitando por lo bajo a su nieto. Era digno de llevar ese nombre.
– Bien, solo ve a lavarte – le ordenó y se volteó a ver a Reid – Tú y yo vamos a conversar en privado, ahora.
Puso su mano en su hombro para hacerlo caminar, pero él se alejó enojado mientras caminaba por su cuenta hacia los aposentos de su padre. Le dolía todo, el abdomen, el rostro y las manos. Las observó por un momento viendo cómo estás temblaban, los nudillos estaban al rojo vivo y seguramente tardarían mucho en sanar.
Ambos ingresaron a la habitación, mientras la Guardia Real permaneció afuera. Jace lo observó por un momento, esperando que hablara, que intentara explicarle o por lo menos que quisiera excusarse, pero el chico sólo tenía su mirada fija en la espada que reposaba junto al escritorio. Fuegoscuro.
– Explícate, ahora – le exigió – Porque esos chicos te estaban golpeando a ti, y tu hermano solo quiso defenderte. Así que dime ¿qué fue lo que sucedió?
Reid suspiró por un momento.
– Me llamaron marica – murmuró por lo bajo sentándose en la cama – Dijeron que era malo en todo por venir del lecho de pulgas. Que no era digno de tu cuidado.
Jace asintió como la cabeza haciendo una mueca.
– Reid – dijo Jace acercándose a él – Esas personas, lo que digan de ti, no define quien eres. Tú eres quien decide quién ser, no ellos.
– Es fácil decirlo – dijo el niño un poco malhumorado – Eres el Rey, eres un guerrero, tienes un dragón, todo el mundo te respeta. Yo no tengo nada, ni siquiera soy bueno entrenando. Dioses, Daemon tiene 4 y tiene más agallas que yo. Yo debería ser quien lo protege a él no al revés.
Jace rió un poco por eso y se sentó a su lado.
– ¿Sabes cuántas veces escuché la palabra bastardo al caminar por estos pasillos? – le dijo casi riendo – ¿Sabes cuántas personas dudaron sobre si yo sería un buen Rey?
Reid lo miró confundido. Había algunas cosas que recordaba, su tío Aegon en el trono por ejemplo, el viaje a Antigua, y cuando estuvo bajo el cuidado de Lady Arryn. Pero era muy pequeño para recordar todo.
– Todo lo que soy ahora, lo soy porque creí en mi y porque no dejé que los demás decidieran quién era yo – le dijo pasando su brazo por su hombro – Bueno, tu madre ayudó un poco en eso – rió – Pero lo que quiero decir es que en la vida siempre tendrás personas que quieren verte mal, o que desean que fracases, pero ellos no deciden tu destino, tú lo haces.
– Pero al menos tú eras bueno en lo que hacías – dijo cabizbajo – Todo lo que yo hago me sale mal, no puedo hablar Valyrio con fluidez y llevo estudiando mucho, mi letra aún es horrible y soy fiasco en los entrenamientos.
– ¿Y crees que las personas nacen con un talento innato para las cosas? ¿Crees que todo llega porque si? – preguntó incrédulo – No hijo, esas cosas llegan con esfuerzo. Yo no nací sabiendo ser Rey, aún estoy aprendiendo de hecho. Tú también aprenderás lo que necesites para ser un Caballero. Y tampoco es necesario que seas bueno en todo lo que haces, a veces hay cosas que se nos dificultan un poco más.
– Pero siempre le dices a Daemon que debe ser el mejor – Reid lo miró confundido y Jace suspiró.
– La posición de Daemon es diferente, tiene que ser el mejor porque algún día será el Rey – le intentó explicar.
No es que él quisiera poner esa presión en su hijo de sólo 4 años, pero sabía que debía hacerlo. Daemon no era solo su hijo, era el futuro se la casa Targaryen, era la corona, y como tal debía cumplir ciertas condiciones. Reid en cambio tenía más libertad.
– ¿Entiendes el punto, verdad?
El chico asintió con la cabeza. Siempre le había gustado hablar con Jace, si bien sabía que no era su verdadero padre, era el único padre que había conocido, y cumplía más que bien su papel. Por eso Reid lo admiraba, y lo admiraba más ahora que sabía que él también tuvo que escuchar cosas a sus espaldas y ser criticado por las personas. Lo que más esperaba era ser igual a él algún día, aunque estaba seguro que eso era imposible.
– Bien, ahora ve con el Gran Maestre a que te cure eso – dijo abrazándolo – Y ponte presentable. Me iba a guardar esto para después pero ya que estás triste te diré de inmediato quien llegó hoy a la Fortaleza Roja.
Reid lo miró confundido.
– Jaehaerys está aquí – le dijo riendo al ver el rostro entusiasta de su hijo.
– ¿Ha venido? – dijo con claro anhelo en su voz – ¿Dónde está?
Habían pasado años desde que no veía a su único amigo, y aunque seguían enviándose cartas, no era lo mismo que verse, o pasar tiempo juntos.
– Hey, primero ve a que te curen y a lavarte, después puedes buscarlo.
Reid asintió bastante entusiasta y se dirigió a la puerta de la habitación. Pero antes de salir su padre le volvió a hablar.
– Tú tendrás que explicarle a tu madre lo que ocurrió – le dijo Jace – Y si pregunta, por supuesto que tú y Daemon recibieron un regaño de mi parte.
Reid rió un poco por eso y suspiró al imaginar a Daena histérica al ver su rostro amoratado, y luego enojada al saber que él y su hermano menor habían participado de una pelea. Siempre supo que era mas difícil enfrentarse a su madre que a su padre.
– Abuela – la voz del niño perdió su toque infantil cuando vio a la viuda Reina Alicent sentada mientras miraba por la ventana.
Había algo melancólico en ella desde que su hija Helaena se había vuelto a casar en contra de su voluntad y en contra de las enseñanzas de los Siete. Su salud mental había empeorado aún más cuando Aemond y Daeron se marcharon lejos de ella. Ahora solo lo quedaba cerca el traidor de Aegon. Ya no tenía a nadie.
Se había recluido en sus aposentos de manera voluntaria mientras se la pasaba día y noche rezando y escribiendo cartas a su único nieto. La única que vez que había salido de ese lugar fue cuando le rogó al Rey que la dejara acudir a Bastión de Tormentas para ver a su hija y a sus nietos, eso por petición de Jaehaerys. Él se lo había permitido, y aunque había sido un martirio para ella si había podido ver cómo estaba creciendo su niño Rey.
Su nieta viajaba de vez en cuando a visitar a su padre, pero aunque la niña la visitaba y le hablaba de manera cordial, no tenían esa cercanía. Parecía que a Jaehaera le asustaba su abuela.
– Mi Reina – lo corrigió ella. Siempre debía educarlo y enseñarle, ya que su educación en Bastión de Tormentas dejaba mucho que desear. No era la educación digna de un príncipe, ni de un Rey.
– Mi Reina – dijo él haciendo un asentimiento con la cabeza en señal de respeto.
– No me haz escrito que venías mi niño, una descortesía de tu parte – le dijo acercándose a él y peinando un poco su cabello con sus manos.
Tenía el pelo un poco más oscuro que Aegon, pero aún así lo tenia igual de despeinado siempre.
– Ha sido repentino – explicó él.
– Ven, siéntante – lo invitó – Pediría que prepararan té y que te trajeran algo de comer, pero ya sabes mi situación. La Reina ha limitado mi acceso a las cocinas.
Jaehaerys se sorprendió por eso. Recordaba a Daena como una mujer amable y buena con todos, y aunque no se llevaba del todo bien con su abuela si la trataba con amabilidad. ¿Por qué le haría eso entonces?
– Mmm – dijo pensativo.
– ¿Tu madre no se ha dignado a dar la cara por acá, eh?
– Dará a luz pronto, Jaehaera se ha quedado con ella y con... Robin – mencionó a su hermano menor pero su abuela ni siquiera se inmutó ante eso. Por lo general ignoraba al pequeño Baratheon ya que no consideraba legal esa unión de segundas nupcias de su hija.
– Entonces haz viajado solo con ese... – no tuvo terminar la frase, él sabía a lo que ella se refería.
Jaehaerys asintió.
– Mi pobre niño – dijo ella acariciando su mano.
Había algo que Alicent sabía muy bien. Jaehaerys era su única esperanzas. Su futuro. Su venganza. Su legado. Y si quería tenerlo de su lado debía hacer dos cosas. La primera era educarlo bien, una educación digna de un Rey. Y la segunda, darle un poco se cariño. Ese chico tenía unos padres tan pedidos en sus propios tormentos, que estaba ansioso peo la mínima muestra de afecto. Y Alicent usaría eso a su favor.
– Y ahora que tu madre tiene otro hijo y que viene otro en camino – murmuró – Debe ser difícil verlo ¿no?
Él no supo que decir así que simplemente asintió.
– Robin heredará Bastión de Tormentas ¿o no? – preguntó ella con cautela – ¿Y qué hay para ti?
Jaehaerys pensó por un momento. ¿Qué había para él? Nada. No había nada para él. Y tampoco pertenecía a ningún lugar en el mundo. Estaba solo. Solo y perdido a sus casi 9 años.
– Jaehaerys – la voz que menos quería escuchar llamó su atención desde la puerta de la habitación de su abuela.
Volteó su cabeza para mirarlo. Aegon, su padre, estaba de pie mirándolo boquiabierto. Se veía bastante desaliñado. Sus cabello estaba despeinado y solo vestía una camisa de lino y unos pantalones mal arreglados.
– Aegon – dijo Alicent consternada. Ninguno de los dos había dejado de mirarse – No avisaste que vendrías.
– Déjanos, ahora – le ordenó su hijo.
La reina viuda no se movió, pero Jaehaerys la miro haciendo una mueca y un asentimiento con cabeza. Sabía que tarde o temprano se encontraría con su padre, así que era mejor hacer ese reencuentro rápido y sin sentimentalismos. No quería explotar y decirle a Aegon todo lo que pensaba de él.
Porque si, Jaehaerys lo consideraba un poco hombre, un patético, un borracho y un traicionero. Y nunca podría cambiar esa percepción que tenía sobre él.
Alicent se puso de pie y caminó a pasó lento fuera de la habitación, mientras lanzaba una mirada incrédula a Aegon. Este la ignoro y solo observó a su hijo, esperando el mejor momento para hablar. Estuvieron en silencio por un momento hasta que finalmente se decidió.
– No me avisaste que vendrías – dijo pero luego se arrepintió. Quizás debió saludarlo antes.
– Fue de improvisto – explicó él.
– Entiendo – murmuró – ¿Haz tenido un buen viaje?
Él asintió.
– Bien... bien – sus manos sudaban, estaba nervioso y no sabía que más decir.
Habían pasado años desde la última vez que había visto a su pequeño. Y ahora estaba tan diferente. Era más grande, bastante alto si era sincero. Tenía un cuerpo bastante fuerte a pesar de su corta edad, y se notaba que ya había comenzado a entrenar. Sin embargo, lo que más llamaba la atención eran sus ojos. Oscuros y profundos que lo miraban llenos de resentimientos.
Aegon se quiso golpear por haberse perdido todos esos años de Jaehaerys. No lo había visto crecer. No le había dado su primera espada. No le había ensañado a volar en su dragón. Simplemente no había estado. Pero tampoco sería injusto consigo mismo. Esos años le habían servido y sabía que necesitaba sanar primero él. Había dejado de beber y había dejado las apuestas y las prostitutas.
Pero el tiempo no esperaba, y lo niños crecían. Ese tiempo que se había tomado para sanar él mismo, había sido un tiempo en el que su hijo había crecido sin su padre.
– ¿Te quedarás algunos días? – preguntó esperanzado y él asintió – Bien, quizás tu yo... quizás podríamos... no sé, pasar algún tiempo juntos.
– Si soy sincero es lo que menos quiero – dijo Jaehaerys de golpe.
Aegon sintió como algo se removía en su interior. Su hijo, su único hijo lo estaba rechazando.
– Bien... entiendo – murmuró cabizbajo.
Aunque el tiempo pasara y aunque el sanara sus propias heridas, nunca podría saber cómo tratar con su hijo.
– Solo quería verte – le dijo fingiendo una sonrisa – Estas más grande.
Jaehaerys soltó una risa irónica.
– Es lo que pasa cuando estas tres años sin ver a tu hijo – murmuró enojado.
– Yo... te escribí – dijo Aegon desconcertado – Te escribí muchas veces y no respondiste. Podías venir acá cuando quisieras como tu hermana.
– Por supuesto – dijo Jaehaerys irónico.
– Hijo, yo... sólo quería darte tu espacio... no quería abrumarte más – Aegon trató de acercarse a él pero Jaehaerys se apartó.
Él rió un poco por eso. Su padre siempre tenía tantas excusas para todo. Siempre tenía alguna justificación para lo mal padre que era. Y él ya estaba aburrido de tener que escucharlas.
– Basta por favor – dijo mirándolo enojado – Yo soy un niño, no soy uno de tus amigos de copas. Ya basta.
Aegon no supo que decir. Nunca se imagino que él pudiera hablarle así y la verdad su corazón se estaba rompiendo un poco. Su pequeño niño parecía tener una madurez mucho más superior que la que exigía su edad, y eso le partía el corazón. Porque eso significaba que había sido forzado a crecer.
– No... no respondías mis cartas, ¿qué se supone que debía hacer? – dijo Aegon con su voz un poco más rota – Tú sabias que podías escribir.
– Tú debiste buscarme, no yo. Tú eres el adulto, no yo – sus lágrimas ya estaban a punto de salir de sus ojos – Si no respondía tus cartas era por algo. Tienes un puto dragón, pudiste volar a verme, intentar estar ahí.
– Pero yo...
– ¿Crees que tus cartas donde preguntabas cómo estaba te volverían un padre presente? ¿Crees que las cartas donde le decías a Jaehaera que me diera tus saludos eran suficientes? ¡Nunca haz sido un padre para mi!
Tenía tanta rabia acumulada en su interior que solo quería soltarla. Quería decirle a ese hombre todo lo que sentía.
– Yo solo... estuve tratando de mejorar este tiempo, por ti, por la familia...
– ¡Tu familia la perdiste! – la voz de Jaehaerys sonó más fuerte de lo normal, haciéndolo aparentar más edad de la que en realidad tenía.
Respiró con dificultad mientras miraba lleno de odio y resentimiento a su padre.
– La perdiste cuando dejaste que mamá se fuera con ese intento de Lord, cuando dejaste que a tus hijos los educara otra persona – lo observó con rabia – Nunca quise vivir en Bastión de Tormentas, nunca toleré ese lugar, pero mi padre nunca vino por mi.
– Jaehaerys por favor entiéndeme...
– Yo soy tu hijo – dijo notablemente enojado – Y siempre he esperado que estés a la altura del padre que necesito, pero siempre tengo que entenderte, que entender tus errores.
Aegon no supo que decir.
– Te quisiste deshacer de nosotros a penas tuviste la oportunidad – su voz ya de estaba quebrando y las lagrimas caían en sus mejillas – Me dejaste viviendo un martirio. ¡Nunca fuiste por mi!
– Jaehaerys...
– Me avergüenza mucho ser tu hijo – dijo de pronto.
Aegon sintió cómo su corazón se partía con esas palabras. Vergüenza. Eso sentía Jaehaerys. Eso era peor que el odio, que el resentimiento, que la rabia. Sentía vergüenza de ser hijo, y no había ni una pizca de arrepentimiento en su rostro después de haber dicho eso. Y lo peor era que sabía que todo eso era su culpa.
Jaehaerys tenía razón, él era un niño, un niño triste, confundido y enojado. Y él no debería haberlo dejado solo pensando que necesitaba su espacio. Debió estar ahí para él. Volar en su dragón hasta Bastión de Tormentas y tratar de hablar con él, demostrarle que lo amaba. Pero no podía. No sabía cómo hacer eso.
Su hijo lo miró, esperando que dijera algo. Pero Aegon evitó hablar al sentir como su labio inferior temblaba. Jaehaerys lo observó, negando con la cabeza y luego salió de la habitación, con sus mejillas llenas de lágrimas, mientras corría ignorando a su abuela que lo llamaba.
– ¡Jaehaerys! – una voz llamó su atención, ya no era su abuela llamándolo.
No. Era la voz de un niño, y aunque había cambiado con los años, y ya estaba un poco más ronca que cuando tenía 4 años, reconoció de inmediato la voz de Reid. Se volteó de inmediato y vio a su amigo, al único amigo que había tenido en su vida, corriendo hacia él.
Frunció el ceño al ver su rostro amoratado, sin saber que le había pasado. Pero si era sincero no le importó tanto. Había tanto en su interior, tantos tormentos y tanta rabia y tristeza que cuando Reid llegó hasta él sólo lo abrazó y lloró con todas la ganas que tenía.
Reid no supo que hacer. No recordaba nunca haber visto a Jaehaerys llorar. Por lo general era él lloraba por cualquier cosa y su amigo era quien lo consolaba. Pero ahora parecía estar roto, parecía necesitarlo más que nunca. Así que sin importarle nada lo abrazo con toda la fuerza que tenía.
– ¿Qué ocurre? – dijo preocupado pero no obtuvo respuesta.
Los sollozos de Jaehaerys rápidamente cesaron, pero siguió apoyando su cabeza en el hombro de su amigo, mientras intentaba calmar su respiración.
– ¿Qué ocurre? – volvió a preguntar.
Jaehaerys se alejó un poco y medio sonrió.
– ¿Qué te pasó en la cara, tropezaste con el puño de alguien? – intentó reír – ¿Cómo lo haz hecho para sobrevivir sin mi estos años?
Reid lo miró confundido, pero comprendió que quizás no quería hablar de por qué estaba llorando así que lo respetó.
– No dijiste que vendrías – le reprochó.
– No lo sabía – dijo el mayor – Créeme que te hubiera avisado. Me hubieras podido esperar con algo mejor que tu rostro golpeado.
– Muy gracioso – dijo Reid poniendo los ojos en blanco.
– Oh, por supuesto.
– ¿Tu hermana no ha venido? – preguntó curioso.
– Sólo yo – dijo él sonriendo, aunque sus ojos seguían levemente hinchados.
– Oh, es la melliza que me cae mejor – bromeó él.
Jaehaerys lo miró sonriendo, genuinamente sonriendo por primera vez en mucho tiempo. Por eso le gustaba estar con Reid, porque podía seguir siendo simplemente un niño bromista y risueño. Él lo hacía sentirse así, y eso siempre le había gustado.
– ¿Y qué? ¿Piensas mostrarme tu dragón o no? – Reid intentó eso, pensando que quizás así podría distraerse de lo que lo tenía tan triste.
– ¿Tu mami ya te deja salir de la Fortaleza? – dijo riendo. Reid siempre había sido un chico bastante mimado por su madre.
Él puso los ojos en blanco y lo guió hacia uno de los pasadizos secretos que su padre le había enseñado.
– Tengo mis métodos – le dijo sonriendo.
El camino a Pozo Dragón había sido rápido, y aunque Reid pensaba que cuando su madre descubriera que no estaba a en la Fortaleza lo asesinaría, valía la pena estar viendo a Jaehaerys con su dragón. Estaba mucho más grande que la última vez que lo había visto. Y su amigo que comentó que ya había volado en él en algunas ocasiones.
– Bueno, ¿vas a contarme que te pasó en el rostro o no?
Reid tragó saliva incómodo. No quería que él pensara que era un cobarde o un débil.
– Solo unas tontas peleas entrenando – mintió y Jaehaerys asintió – Unos chicos tontos, papá habló conmigo y creo que ahora está todo bien.
Su amigo asintió, pensativo.
– Ahora explícate tú.
– Le he dicho cosas horribles – murmuró Jaehaerys sentándose en el suelo.
– ¿A tu padre? – preguntó y él asintió – Te perdonará, los padres siempre perdonan esas cosas.
– No quiero su perdón – se apresuró a decir – Lo que le dije... es horrible, pero es verdad.
Reid se sentó a su lado y lo observó por un momento, intentando entender lo que atormentaba tanto a su amigo. Pero no pudo. Tenían vidas distintas, y aunque el origen de Reid siempre sería cuestionado y sería mirado en menos, tenía una familia unida, unos padres que estaban ahí para él y por sobre todas las cosas, tenía mucho amor.
– No quiero irme a Bastión de Tormentas de nuevo – dijo Jaehaerys mientras miraba a su dragón volar – Te juro que no lo aguanto más. Ese intento de Lord cree que puede darme órdenes y enseñarme cosas como si fuera mi padre. Y mi madre teniendo a sus bebés, los hijos que siempre quizo.
– ¿Jaehaera está bien con eso? – preguntó Reid curioso.
– Sí, sabes que no se da cuenta de nada y la verdad es mejor así – murmuró un tanto cansado – No quiero volver, Reid. Te juro que no quiero. Preferiría vivir con Luke y Rhaena si soy sincero, pero no puedo abusar de su voluntad.
El chico pensó por un momento haciendo una mueca, y buscando la forma de ayudar a su amigo.
– ¿Por qué no vienes a vivir con tu padre y tu abuela? – le sugirió.
– ¿Aquí? ¿Con Aegon? ¿Después de lo de hoy? – dijo confundido – No sé que es peor, mi madre jugando a la familia feliz o el patético intento de mi padre por ser alguien.
Reid dudó un poco, pensando si decirle lo que estaba pensando él. La verdad era bastante cursi lo que quería decirle, y ya tenía suficiente con lo llamarán marica otras personas, como para que también su único amigo en el mundo pensara lo mismo. No sabía cómo él se podría tomar lo que quería decirle, pero es que en realidad no quería guardarselo.
– Mmm – murmuró dubitativo – Pero aquí... aquí estoy yo.
Jaehaerys levantó su cabeza y lo observó directo a los ojos. Había algo en Reid que siempre lo hacía sentir ternura, quizás era porque era con la única persona con la que pudo actuar como un niño realmente, quizás porque era el único que de verdad lo escuchaba y se tomaba en serio sus problemas con sus padre. No lo sabía con certeza, peros siempre lo había hecho sentir de esa manera. Quizás tenía razón, si vivía ahí tendría que aguantar a su padre, pero también estaría lejos de Lord Baratheon y su madre, podría estar con su abuela y pasar tiempo con Reid, entrenar juntos y convertirse en guerreros como antes habían hablado.
– Quizás yo pueda hablar con mi padre para pedirle que te deje quedarte y podrías estar también con tu abuela y entrenar y aprender y ya sabes todo eso que te gusta y... – Jaehaerys casi suelta una risa, estaba hablando muy rápido.
– Sí – dijo interrumpiéndolo – Me gustaría que hables con tu padre para quedarme aquí.
– Oh genial – sonrió Reid mientras se ponía de pie – Entonces iré a hablar con él para que... – la mano de Jaehaerys tomando la suya lo interrumpió
Había sido solo un segundo el roce que tuvieron, ya que su amigo sólo lo tomó de la mano para hacer que se volviera a sentar. Pero aún así había sido extraño, algo en ese tacto había hecho que Reid sintiera algo diferente, algo nuevo. Carraspeó con la garganta, un poco incómodo y se movió dos centímetros más lejos de Jaehaerys marcando la distancia.
– Después hablas con él, ahora solo quedémonos aquí, por favor – le susurró mientras observaba a su dragón elevarse en el aire. Reid medio sonrió y asintió con la cabeza.
~~~
Hola!
He vuelto por acá.
Pido perdón por este capítulo. Aegon yo te quiero mucho, pero Jaehaerys tiene razón, debiste ir a buscarlo demostrando ser un adulto, no esperando que él entendiera todo siendo solo un niño.
En fin, nació ya mi ship de Reid y Jaehaerys, quiero cuidarlos para siempre.
Btw espérense el otro capítulo porque se viene algo interesante 👀
Nos leemos pronto 💜
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