Los Hermanos Ogro (Epílogo)
Habían pasado casi dos semanas desde que los tröllitus se dieran a la fuga y desde que Folkbiorn falleciera. Ezra ya estaba recuperado del todo, aunque aún tenía una que otra cicatriz que no sanaba del todo. La primera orden que dio Daron como rey de Ogrëdge fue tapar el agujero que daba entrada al túnel subterráneo en el paraje cerca de los límites del reino. Y aunque todo marchaba bien en el reino, la partida de Folkbiorn aún no era superada por los ökrnos, por eso Daron y Daewenys no se habían casado todavía. Moeid se propuso ser una mejor madre para sus hijos, especialmente para el menor, quien no daba señales de que perdonara a su madre en un futuro cercano.
Cuando por fin Daron entendía eso de ser rey, se le presentó una situación complicada. Un guerrero le notificó que lo necesitaban en las puertas del reino, él fue a ver de qué se trataba todo el lío. Al llegar al campamento de guardias que rodea el muro de Ogrëdge, fue recibido por Thorvald cuya expresión demostraba dicha, era como si hubiera conseguido la victoria.
—Majestad, tenemos buenas noticias para usted —afirmó el valiente guerrero.
De rodillas sobre la hierba crecida del valle Ozthäven, se encontraba encadenada y custodiada Vidiad, la mano derecha del fallecido rey Nelsan. Daron la reconoció de inmediato y disfrutó por cómo ahora los papeles se había intercambiado.
—Ahora eres el rey —observó Vidiad.
—¿A qué has venido, tröllitu? —preguntó serio Daron.
—Mis hermanos y mis hermanas estamos muriendo, ya no tenemos fuerzas ni recursos para luchar —explicó ella—. Así que te imploro que tengas misericordia de mi pueblo y los dejes vivir en este valle y a cambio prometemos nuestra rendición y te reconoceremos como nuestro rey.
Para Daron, la respuesta a aquel trato era más que clara.
—No. No seré el rey de tu pueblo —negó Daron—, pues ellos necesitan un líder que sepa lo que necesitan y que de verdad se preocupe y se sacrifique por ellos, y considero que un tröllitu se adapta mejor a ello. Por otro lado, sí dejaré que se asienten en Ozthäven para que puedan usar sus tierras y vivir en ellas —proclamó el rey—. No habrá oposición de parte de mi reino ni de mi guardia, pero, si alguno de ustedes intenta algo, por más mínimo que sea contra mi reino, te prometo que no tendré piedad de ninguno.
Daron pidió que dejaran libre a Vidiad dejando a los guardias y al mismo Thorvald incrédulos, sin poder creer lo que recién escucharon, simplemente no lo creían.
—No lo entiendo, Daron... perdón, Su Majestad —insistió Thorvald.
—No todo se resuelve por medio de la fuerza, Thorvald, así que espero que usted ni ninguno de sus hombres haga algo al respecto.
Cuando Vidiad fue desencadenada, se puso de pie y miró al rey con una mirada diferente, menos cargada de odio, más aliviada.
—Gracias —agradeció la tröllitu antes de partir.
* * *
Los hermanos ökrno se encontraban tomando hidromiel juntos en el mismo balcón en el que su padre solía contemplar el reino.
—¿Y por qué accediste? —preguntó Ezra confundido.
—Noté que su forma de vida era inhumano, además, su odio contra nosotros lo teníamos bien merecidos porque cometimos el error de ser egoístas y no compartir los recursos del valle, obligándolos a vivir en el exilio y yo no quería cometer el mismo error —explicó Daron—. Nuestro reino está plagado de un odio irracional que nos ha hecho hacer cosas horribles y nuestro padre estaba contaminado por ese odio también y ese mismo odio fue lo que acabó con él.
Viéndolo de aquella perspectiva, Ezra comenzó a entrar en razón.
—Debo admitir que hasta hace poco yo también estaba cegado por ese odio —confesó el rey—, pero al ver las condiciones tan deplorable en las que los tröllitus vivían me abrió los ojos, y tras ver a esa guerrera suplicando, entendí que ellos luchaban por sobrevivir.
—Nunca lo había visto de ese modo. Gracias por abrirme los ojos, hermano. Brindo por eso.
Los hermanos checaron sus tarros y bebieron el contenido a tragos rápidos hasta terminar con la hidromiel.
—Ahora que mencionaste a nuestro padre, soñé con él —comentó Ezra con nostalgia—. Soñé que estábamos en un claro de pasto verde, más verde que el del valle y el sol irradiaba como nunca lo había visto hacer antes y él se despedía de mí pero se veía feliz, en paz. ¿Sabes?, me gustaría pensar que no fue sueño.
—A mí también, hermano, a mí también —sonrió Daron.
F I N
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