Los hermanos lobo
Había una vez dos lobos hermanos. Ambos eran dueños de un bosque de fresnos, corrían entre sus árboles, bebían de sus ríos y cazaban libremente a los animales que lo habitaban. Un día en el que se encontraban exaltados, corrieron tanto que llegaron a los límites del bosque encontrando un pueblito. Era la primera vez que los dos hermanos lobo veían uno. Como no sabían con qué se iban a encontrar, decidieron disfrazarse de dos pequeño zorros. Una vez ingresaron se empezaron a sentir incómodos con el paisaje: los caminos no estaban hechos de tierra sino de piedra, en vez de árboles había casas de madera, no había ríos sino fuentes y en vez de los típicos animales con que estaban familiarizados había gatos, perros y sobre todo humanos. El primer día que estuvieron en ese pueblo la pasaron muy mal. Esa mañana habían decidido entrar a un callejón y se encontraron con un gato mezquino que los ahuyentó con agudos maullidos y tirando zarpazos. Al mediodía trataron de probar suerte buscando comida en el mercado, la que estaba en el suelo claro pues las personas no les ofrecían nada. Luego, fueron perseguidos por una jauría de terribles perros salvajes que los llevaron hasta casi el límite del pueblo. La tarde les fue más tranquila, se la pasaron escondiéndose de un lugar a otro sin tratar de ser vistos por nadie, observando las fuentes, las casas y las estatuas desde la oscuridad y el silencio. Llegada la hora de la puesta de sol volvieron a su hogar en el bosque.
Una vez en su madriguera cambiaron opiniones sobre lo que pensaban a cerca del pueblo y se sorprendieron con las respuestas del otro. Mientras uno pensaba más en el gato, los perros y la apatía de las personas el otro pensaba más en las fuentes, las casas y las estatuas. Tuvieron una intensa discusión que les duró días, llegaron hasta a morderse mutuamente y con el tiempo empezaron a sentirse más cómodos evitando al otro. Un día el hermano al que le había gustado la ciudad decidió abandonar el bosque, se disfrazó de cachorro de perro y se marchó al pueblito; el otro hermano, en su soledad, tardó en notar la falta de su hermano.
Pasaron los años y cada uno fue viviendo su vida por separado. El lobo del bosque de fresnos se hizo más grande y fuerte, no había animal que no le temiera e incluso se corrió un rumor en el pueblo de una terrible bestia que habitaba en lo profundo de la floresta. La vida del otro lobo fue más tranquila, apenas había vuelto al pueblo con su disfraz de cachorro no tardó mucho una familia en adoptarlo y tratarlo como a otro miembro más. Fue muy querido y creció junto con los hijos de su amo. Cada lobo pensaba que vivía feliz porque hacía las cosas que quería y se sentía bienvenido en su mundo. Aun así no siempre era perfecta la vida de cada uno. El lobo del bosque a veces sentía un hambre insaciable que lo llamaba a ir al pueblo; el lobo de la ciudad a veces sentía ganas de aullar mirando hacia el bosque.
Llegó el fatídico día en el que el lobo del bosque sucumbió ante su hambre y marchó al pueblito. Los gatos fueron los primeros en esconderse, los perros corrieron y todas las personas cerraron sus casas a cal y canto. El inmenso lobo paseaba por las calles a la luz de la luna como una sombra que se proyecta. Infundía el terror con su pestilente respiración en el ambiente. Guiado por su hambre, tocó una de las puertas, que era la de la familia de su hermano y en una voz que era un rugido preguntó: ¿Quién... Aquí?
La familia tenía la sangre helada, incluso el amo sentía pavor. Sin embargo, el lobo disfrazado, juntó coraje, y con la voz temblando pero con un claro ladrido le dijo: ¿Quién... Allá?
Al lobo del bosque le dio un ataque de ira y empezó a golpear la puerta con furia. Mientras trataba de tirar la puerta, y mientras esta iba cediendo, vociferaba: ¿Quién Aquí? ¿Quién Aquí? ¿Quién Aquí?
El lobo disfrazado bajó las orejas, sentía miedo. Pero no por la razón en la que uno pensaría; había en él un miedo más grande que era la respuesta de la pregunta del hermano. Sabiendo lo que tenía que hacer, el hermano le rugió: Yo... Aquí.
El lobo, que ya no estaba más disfrazado, fue visto por la familia, abrió la puerta y se encontró hocico con hocico con su hermano. El hermano, que era enorme e inspiraba terror, no entró a la casa. Recibió una lamida de parte de su hermano menor y atónito pero contento se la devolvió. El lobo del bosque, regresó al bosque y el lobo de la ciudad le siguió.
Una vez en el bosque de fresnos jugaron como cuando eran niños, cazaron juntos como solían hacer, compartieron el agua del río y jugaron en él y por supuesto corrieron entre los árboles como dos vientos endemoniados. Pasaron así varios días.
La familia, que extrañaba a su perro, fue a buscar a su integrante al bosque. Estaban temerosos por el terrible lobo y temían más aún que su familiar se hubiese vuelto salvaje y se olvidara de ellos, pero guiados por el amo se internaron igual en el bosque. Buscaron entre los fresnos, el río, la hierba y no encontraron nada. Cuando estaban a punto de rendirse apareció un lobo. No sabían si se trataba del lobo que mostró su verdadera forma la última vez que lo vieron o si era el lobo terrible que les había infundido terror porque compartía los dos pelajes de ambos. Sea como fuere, el animal se les acercó amistosamente y la familia supo que ese, era su lobo.
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