**IX. El perro es de su amo... y de la casa, el gato.

Al día siguiente Hackney salió en las noticias. Vaya, qué novedad.

No creo que logréis entenderlo hasta que no lo veáis. Los camareros de Inglaterra intentan evitar los escándalos sirviendo copas con veinticinco mililitros de alcohol, medidos religiosamente y a un precio estratosférico, pero no pueden hacer nada contra una comunidad de ingleses que se pone como una cuba en su casa y luego salen a la calle desatados. Todo concepto de borracho violento que tengáis en mente queda como un adolescente parrandero si lo comparáis con un inglés ebrio a las cinco de la mañana. No les basta con estar como las cabras, no, siempre hay alguno que le parte una mesa a otro en la cabeza o que hace barricadas en los callejones para pegarse con otra banda. Hay negros que se pasean por ahí con navajas en los bolsillos. El pasado agosto incluso hubo tiroteos en el carnaval de Notting Hill.

Entre las víctimas de la turbia noche de Navidad estaba la cara de River, pero fue el único fallecido además de otro infeliz que se había ahogado en el Támesis mientras intentaba colarse en el HMS Belfast, el gigantesco barco-museo de la Segunda Guerra Mundial que había anclado en sus orillas.

Y por fin le vimos la cara al hijo de puta de su padre, el titánico militar que había atormentado a su madre y apaleado a River durante siete largos años. Salió en la tele lloriqueando por su hijo perdido y echándonos la culpa de haberle llevado por el mal camino. ¡Qué ganas nos dieron de ir a reventarle el coche con un bate, santa madre!

El ánimo cayó entre los underdogs como las gotas de agua en el mes de abril. Solo nos hablábamos por cuestiones básicas de convivencia, y cuando lo hacíamos, era siempre con frases ariscas y malhumoradas. Habíamos perdido toda noción de sociabilidad, a pesar de que ahora era cuando más unidos debíamos estar. Eileen dejó de comer y de ir al Leviathan. Se pasaba las horas tumbada en la cama donde River había muerto para «grabarse bien su olor antes de que se diluyera», según decía ella; algo que a mi parecer resultaba más siniestro que romántico teniendo en cuenta que el resto de underdogs no quería ni entrar en esa habitación.

Allí estaba otra vez, arrebujada en la colcha descolorida y con los cabellos castaños cayéndole por la cara sin ningún orden. La mirada desganada estaba perdida en algún punto del mundo mientras su móvil le susurraba palabras al oído en voz muy baja. Era una voz preciosa y horripilante a la vez, tan conocida y ajena como escuchar la voz de Hitler después de estudiarle en los libros de historia.

—«Hola, Eileen. Soy River. ¿Por qué no me coges el teléfono? Ya sabes que no me gustan las mierdas estas de los mensajes de voz. Bueno, solo quería recordarte que trajeras a Dean cuando vengas al Leviathan. Leona se está enfadando y está a punto de sacar la escopeta. Jaja, ya sabes. Te quiero, pajarito».

—¿Qué... ha sido eso? —mascullé con un escalofrío agradable en el corazón. Eileen no contestó; se limitó a pulsar una tecla de su móvil y a llevárselo a la oreja de nuevo.

«Hola, Eileen. Soy River. ¿Por qué no me coges el teléfono? Ya sabes que...».

—Eh, Eileen. Deja eso, venga. Dámelo. —Caminé hacia ella con cierto pavor por tener que acercarme a la voz fantasmal de mi amigo y al lugar donde respiró por última vez, cogiendo el móvil de la chica y lanzándolo al sofá.

Colibrí se quejó como una leona a la que le acaban de quitar a su cría y después se llevó las manos a la cabeza.

—Ha sido mi culpa. Fue mi brownie.

—La marihuana no produce muerte por sobredosis, Eileen. Tienes que dejar de pensar en eso. —Logré armarme de valor y empezar a deshacer la cama, con intención de cambiar las sábanas y, como segundo objetivo, lograr que la chica se levantara.

—¡Pero seguro que contribuyó a pararle el corazón! El cannabis tiene efectos depresores y el LSD estimulantes. Seguro que se le juntó todo y...

—¿Intentas inculparte para sentirte mejor o qué? —interrumpí con dureza—. Te digo que tú no has tenido nada que ver con esto, pudo haberle pasado a cualquiera de nosotros.

Colibrí bajó la mirada con los ojos húmedos y gruñó:

—Ojalá le hubiera pasado a cualquiera de nosotros.

—¿Qué? —inquirí, clavando mis ojos verdes en ella. No daba crédito a lo que había escuchado.

—¡Ojalá hubiera muerto cualquier otro que no fuera él! Bengala no tiene nada que perder, o quizás el gilipollas de Cherry. Ojalá me hubiera pasado a mí. ¡Dios! ¿¡Por qué la vida es tan cruel con nosotros!? —gritó, haciendo estremecer las paredes—. ¡Ahora que River estaba empezando a recomponerse de lo de sus padres, ahora que me había prometido sacarme de aquí con el dinero del cuadro!

—Eso... Eso que has dicho es muy egoísta, Eileen —murmuré. Le lancé el arrebujo de sábanas a la cara y me di la vuelta—. Cuando te apetezca volver a comportarte como la Colibrí de siempre, si quieres, hablamos.

Eileen no se movió ni un milímetro, en silencio. Yo me largué a la cocina a beber algo.

Entonces bajó de la cama súbitamente. En menos de tres segundos gateó hasta el salón como la niña del exorcista y capturó el móvil entre sus manos ávidamente, buscando la lista de mensajes en el menú.

—¡Eileen! ¡Ya vale! Se acabó con eso. ¡Solo te está haciendo daño! —Podría haberla dejado martirizarse como quisiera, pero la idea de escuchar la voz de River retumbando de nuevo en el salón me aterraba a mí. Le arrebaté el teléfono mediante una pequeña trifulca y lo levanté en el aire—. Mira, ¿sabes qué? Que a la mierda tu móvil. Castigada.

El pequeño aparatito salió volando por la ventana airosamente. El sonido que produjo al estrellarse contra el suelo no pudo escucharse desde un noveno, como es lógico; lo que me dejó sordo fue el grito de «¡River!» que emitió Eileen, con un afán y un drama que parecía que había empujado al mismísimo Perro Mojado por la ventana. Y así era. El último resquicio vivo de River acababa de ser destruido.

—¡Le has matado! ¡Le has matado! ¡La última oportunidad que teníamos de escucharle hablar! —lloriqueó—. Déjame, que voy detrás.

Sobresaltado, conseguí agarrar de la cintura a la chica que ahora se encaminaba hacia la ventana, tirándola al suelo con violencia y preparándome para placarla cual jugador de rugby si hacía algún movimiento suicida. Pero se limitó a encogerse en el suelo y a llorar. Entonces me di cuenta de que ambos estábamos jadeando.

—Ahora olvidaremos su voz, Hayden... —gimoteó, frotándose la cara con las manos—. Y después olvidaremos sus ojos azules.

—¿Te ibas a tirar por la ventana? —pregunté todavía atónito. Ella me ignoró.

—Tengo tanta hambre... Y el pan se está quedando duro en la bolsa. ¿Recuerdas? Él mordisqueó el pan duro aquel día, mientras me abrazaba. ¿Quién va a comerse el pan duro ahora, Hayden? Y, oh... Él te llamaba Heidi cuando se ponía nervioso. Heidi. Heidi. No suena igual desde otra boca, ¿verdad?

—¿Puedes callarte ya? —gruñí con un hilo de voz—. Parece que tu plan de vida ahora consiste en... cavar un hoyo bien profundo con una pala que se llame «River», esperar a que llueva como siempre acaba pasando en Londres y revolcarte en el barro. Te encanta enterrarte cada vez más, ¿eh? —Alcé la vista verdosa con furia—. ¿Y yo qué? ¡Es que no es justo, Eileen! ¿Por qué tengo que ser yo el fuerte en toda esta historia? ¿Por qué no puedo limitarme a dejar de sonreír como Cherry o a derrumbarme como tú? Me encantaría sentarme en una esquina a escuchar la voz grabada de River hasta que me envenenen los recuerdos. ¿Sabes lo cansado que estoy de todo esto? ¿Sabes lo poco que duraría en este mundo si decidiera sentirme culpable por haber gastado el dinero de Gwendoline en todas las drogas que compré aquella noche?

La chica me miró desde el lado opuesto de la habitación, secándose las lágrimas con la mano y respondiendo crudamente:

—Porque estás en tu línea, Hayden. Creyéndote un defensor del pueblo solo haces inferior al pueblo. Te ves a ti mismo como una persona perfecta y no lo eres en absoluto. Insultas donde más duele, estás dispuesto a sacrificar a tu perro, prefieres vivir ahí fuera antes que vivir con tus abuelos, te quejas de las calles pero añoras ser su dueño, odias el Leviathan pero buscas ser el underdog más cotizado. Eres un puto amasijo de orgullo, Gato. Ese es tu problema, que piensas que la gente es débil excepto tú y unos cuantos más. Y eso no es cierto, claro, somos más fuertes de lo que crees. Pero ¿sabes qué? En los momentos malos resulta mucho más fácil para el pueblo asumir el papel de figurantes y dejar que otros remen en el barco. —Eileen me señaló—. Tú estás ahí de pie mientras yo estoy sentada, y así será para lo bueno y para lo malo.

Me di una vuelta por la habitación sin ganas de pensar, pasándome una mano por el pelo negro.

—No es justo que me carguéis con esto, Eileen. Es demasiado para mí.

—Nada es demasiado para un buen líder. Si tú no lo eres nos tiraremos del barco y buscaremos uno que pese menos; el de Leona, quizás. Tú, a diferencia de nosotros, no tienes elección... pero de momento nosotros nos hemos cansado de remar. Te jodes.

La chica entró en la habitación de nuevo y cerró la puerta a sus espaldas.

El panorama se torció cada vez más durante esos tres días. Los underdogs seguían con el carácter inflamado cada vez que llegaban al piso; era obvio que los buenos momentos que habíamos pasado en él se habían sustituido por los recuerdos de aquella mañana siguiente de Navidad. Todos te contestaban ásperamente a cualquier cosa que les preguntaras, parecía que tenían la regla.

En cuanto a mí... tuve que probar otra droga más con la que afinar el paladar, aunque esta era la más inofensiva del arsenal: pastillas para dormir. La imagen del rostro pálido de River venía a herirme por las noches y me despertaba sudando, entonces miraba a mi lado y veía a Eileen y a Cherry con los ojos como platos y la misma expresión de susto.

—Dicen que si no puedes dormir es porque estás despierto en el sueño de alguien —dijo una noche Cherry, sonriéndome con cansancio.

—¿Eso dicen? Putos monos pajeros... —contesté con un gruñido, dándome la vuelta y yendo a buscar una pastilla torpemente.

—Mejor tráete el bote, Hayden.

Aquello sucedió como una reacción en cadena donde supongo que la locomotora fue Eileen. El segundo día fui yo quien cayó en el insomnio, y el tercero Cherry y Dean. As de Picas se salvó porque era un lobo fuerte e insensible, o más bien porque no había convivido con River durante casi cuatro años.

Hacíamos los mismos viajes a la farmacia que al supermercado. Ahora volvíamos a casa cargados de comida, antidepresivos para Colibrí y pastillas de dormir para todos. Pero Dean salió rápidamente del bache y Cherry encontró nuevas inquietudes con las que distraerse. Solo Eileen se quedó atrapada conmigo dentro del vendaval, y eso que ella se estaba llevando la peor parte.

Veintiocho de diciembre. El robo del Napoleón cruzando los Alpes se hizo público en las noticias.

Los underdogs nos encontrábamos en casa haciendo el canelo con expresión derrotada. Una silenciosa reunión en los sofás, viendo subir y bajar nuestro pecho al ritmo de la respiración mientras la televisión hacía esfuerzos sobrehumanos por entretenernos.

Cuando el presidente de la National Gallery mostró su rostro para informar de lo afligido e indignado que estaba con la pérdida de su joya más valiosa, solo pudimos abrir los ojos como platos y disfrutar de la sorpresa. Nadie habló. La televisión estaba sumida en su egocéntrico monólogo. Un gerente de la Policía Metropolitana salió después, desvelando que el robo se había producido hacía más de un mes y que no habían querido informar antes para que la población no interfiriera en la búsqueda.

—¿Qué clase de explicación...? —comenzó a decir Dean.

—Es mentira —intervine yo con acritud—. Se lo han callado para no perjudicar a la National Gallery. Lo dan a conocer ahora que la exposición del Neoclasicismo acaba de terminar. Cómo lo sabía.

—Quizá haya sido porque tenían esperanzas de encontrarlo en las próximas semanas. Si se trabaja rápido, se podría interceptar el cuadro antes de que saliera del país o mientras se está intentando vender. Si lo recuperan en secreto habría sido una vergüenza innecesaria para el museo. Vamos. El clásico «Aquí no ha pasao' na'» —explicó As de Picas.

—Puede ser —le di la razón—. Y quizás tengan razón con lo de la población. Cuando ocurren estas cosas enseguida empiezan a aparecer falsas alarmas, bromas por las redes sociales y marabuntas pidiendo explicaciones. Quizás era cierto que suponía un retraso para la operación. De todas maneras, el motivo de que hayan esperado más de un mes para contarlo está claro: la exposición del museo acabó ayer.

Nuestra atención volvió a dirigirse hacia las noticias en forma de ojos y oídos.

—Oye, ¿hace cuánto tiempo que no miramos los anuncios de la Deep Web? —preguntó Eileen.

—Tres días, creo. Lo miré yo la última vez y no había nada —respondió Dean alcanzándonos el portátil.

La segunda pantalla se desplegó delante de la televisión, mientras yo tecleaba la clave y abría el buscador Tor para dirigirnos a la Deep Web. Inmediatamente saltó el tormail con doce nuevos mensajes y los foros de mercado negro con decenas de proposiciones de chat. El golpe de la ola fue tal que nos olvidamos por un momento de nadar.

—¿Qué es todo esto? —acertó a decir Cherry sin saber dónde pinchar.

—No tengo ni idea, pero poco nos falta ya para firmar autógrafos... —respondió Dean con un hilo de voz.

—¿Qué mierdas ha pasado? Todos los mensajes son de hoy, entre las doce de la mañana y las cinco de la tarde. Y son las... cinco y media. Eileen, ¿estas noticias son en directo? —pregunté extrañado.

—No, de hecho, tienen pinta de estar repitiéndolas —repuso ella manejando el mando de la tele—. Creo que la noticia del robo se hizo pública por la mañana y no nos hemos enterado hasta ahora.

«¿Y estos desconocidos se han enterado antes que nosotros? ¿A qué viene tanto afán?».

—¡Mirad! Hay un montón de anuncios nuevos en los foros. —Cherry tenía razón. Sobre nuestro post habían aparecido veinte más con la imagen de Napoleón a caballo—. ¿Cómo es que todos venden el mismo cuadro que nosotros? ¡Si el nuestro es el verdadero!

—Creo que ya lo entiendo —comencé a decir—. Hemos estado un mes sin recibir ninguna propuesta porque nadie sabía de la existencia del cuadro o porque nadie nos ha tomado en serio al decir que lo vendíamos. Ahora que la policía lo ha hecho público, la gente ha debido verlo en las noticias y la Deep Web se ha puesto en marcha para intentar conseguir el cuadro al mejor precio. Porque si no se vende aquí, no se vende en ningún sitio. —Señalé los anuncios—. Y todos esos tipos solo están intentando aprovecharse de la situación; no son más que timos.

—De hecho, sospecho que todas las propuestas del foro nos están llegando a nosotros porque, si miras la fecha en la que fue colgao' nuestro anuncio... —As de Picas señaló un número en la pantalla—, es la única opción que estaba en Internet un mes antes de que la policía lo diera a conocer. Y eso solo puede significar dos cosas, hermano: o que podemos predecir el futuro o que somos los ladrones verdaderos.

—Cabe la posibilidad de que hayamos hackeado a la policía y por eso lo sepamos con anterioridad, aunque no seamos los ladrones —sugirió Dean.

—Podría ser, pero aun así no hay ningún otro anuncio de venta colgado antes del mes. Un ladrón no esperaría tanto para postear su anuncio sabiendo que encima hay alguien que se hace pasar por él —razoné.

Los underdogs asintieron y se arremolinaron en torno al ordenador con emoción. Alguna etiqueta debía estar diciendo que estábamos conectados, porque los chats saltaban una y otra vez llenando la pantalla de forma invasiva. Unos saludándonos secamente y otros exponiendo su precio con esplendor. En general nos hablaban en inglés, porque en ese idioma habíamos redactado los anuncios, pero había muchos que nos preguntaban en español, en chino y en otros idiomas que no supimos identificar. Las notificaciones en el tormail también estaban subiendo de manera gradual.

—¡Oh, oh! ¿A quién contestamos? Por aquí nos están ofreciendo once millones de dólares. ¡Once millones, Hayden! —Eileen me agarró el brazo con una alegría que hacía días que no veía.

—¡Y cuatrocientos millones de pesos mexicanos por aquí! No tengo ni idea de cuánto vale su moneda, pero esto ya me está sonando a vacaciones en yate por las Seychelles —comentó Cherry con una sonrisa colosal—. ¡Siempre he querido hacer unas vacaciones en yate por las Seychelles! ¡Desde chiquitito!

—No contestaremos —repuse yo de repente, bajando la pantalla del ordenador. Los underdogs se quedaron más estupefactos que Pandora ante su caja cerrada—. Dejaremos unos días para que esos hijos de puta sufran por habernos hecho esperar y se peleen entre ellos para subir las cantidades.

Ellos se mordieron el labio con dolorosa resignación. Entendían que aquello era lo mejor, pero haberse hecho a la idea de tener once millones de dólares entre sus manos había resultado más fácil de lo que creían.

Al final solo quedó estirarse de satisfacción y rememorar en secreto cuánto le habría gustado a River ver esto. Por las caras apagadas que esbozaron mis compañeros, supe que todos habían pensado lo mismo.

—Estamos a un paso de lograr nuestro objetivo. Ya no somos tan débiles como decían, ¿eh, muchachos? —paladeó Dean.

—Los periodistas y los políticos van a las calles y luego se regodean en el morbo diciendo que hay debilidad —gruñó As de Picas—. Psché. Debilidad. Cualquiera de los que vieran podría matarles a pedradas.

—Que lo hagan —invitó Cherry.

—¿Y qué cambia eso, hermano? Seguiremos estando donde estamos, o peor aún: en la cárcel —farfulló el de la cresta.

—Como decían en La naranja mecánica, la gente vende su libertad por una vida más tranquila. Pagan por ser ratones, mientras tengan el agujero asegurado. Pero a veces el mundo necesita una pequeña dosis de ultraviolencia para reaccionar, a veces el mundo necesita una buena patada en los huevos. —Dirigí la mirada hacia el portátil cerrado en la mesa—. Por fin ha llegado nuestro turno. Afilad vuestros cuchillos, compañeros.

◊ ◊

Veintinueve de diciembre.

Me despertó el silencio; un silencio brutal y violento. Cuatro días habían pasado ya desde la muerte de River, y solo conseguimos arrastrar a Eileen hasta el Leviathan porque el funesto objetivo de hoy tenía a Perro Mojado como punto del día. Bueno, por eso y porque el éxito con la Deep Web le había subido un poco la moral.

Aquella mañana el Leviathan tenía un aire vintage, con los focos y las luces de neón apagadas a favor de la luz empolvada que entraba por las ventanas. Como no era suficiente para iluminar el pub entero, las escaleras de madera hacían juego con la penumbra para darle aspecto de franquicia respetable.

Todos los underdogs estábamos allí. La melena flamígera de Roja, el torso negro y musculoso de Bengala, la barbita pelirroja de Dean, los tatuajes orientales de Liu, la cresta rubia de As de Picas. Lady, con sus espaldas anchas y su vestido negro tristón; Cherry, intentando alegrar el ambiente con alguna chorrada de las suyas; Abril, Libélula y tres tipas más ocupando los sofás; Pato y Camaleón comentando algo. Eileen apagando el ánimo aún más.

Apoyada en la pared, una mujer con la piel morena y el cabello lleno de rastas recogidas en una coleta no dejaba de mirarme. Las seis novatas del Leviathan se encontraban todas juntas, en plan secta. El imperio lésbico protagonizado por Alexia y Lizbeth, más conocidas como Vipper y Electra, ocupaba el gigantesco sillón del palco, mientras la sinuosa serpiente de Alexia se deslizaba por su regazo y el reposabrazos.

El murmullo ya estaba empezando a aniquilar el silencio cuando Leona Walker salió de su despacho, seguida de tres ayudantes entre los cuales se encontraba Jeffrey. Nuestra capitana vestía un ostentoso vestido rojo que marcaba aún más esas curvas propias de una Diosa de la Fertilidad; si no tenías cuidado podría sacarte un ojo con una teta. El pelo recogido en un moño alto dejaba escapar un par de tirabuzones por su cara, y lo único que demostraba que estaba de luto era la sombra de ojos negra que había embadurnado su mirada igual que un mapache. Y qué mapache tan jodidamente sexy. Por otra parte, los dolorosos labios rojos le devolvían aquella alegría que parecía repudiar con sus ojos.

—Jóvenes míos —anunció con voz potente, situándose en el medio de la sala—. Hoy el Leviathan ha cerrado sus puertas a pesar de que estemos todos dentro. Por primera vez no es un día dedicado a los clientes, sino a nosotros, los trabajadores, y es una pena que sea con motivo de algo tan triste.

La reina dirigió una mirada a sus súbditos y suspiró cuando le devolvimos unas caras tan largas. Luego continuó:

—Estoy segura de que la mayoría de aquí conocíais a River... o mejor aún, a Perro Mojado. Era un joven encantador, un trabajador eficiente y por lo que sé, un buen amigo. Su caso hoy raspa en nuestro corazón como nunca antes lo ha hecho el de aquellos underdogs que abandonaron este pub por enfermedad o por propia voluntad, por la sencilla diferencia de que esta vez Perro Mojado nació en el Leviathan... y murió con él. —Eileen bajó la cabeza y enterró su cara en el pecho de Dean, el compañero que tenía más cerca—. Hoy debemos encajar una gran pérdida, muchachos, pero estoy segura de que sabréis enfrentar la situación como buenas pirañas que sois. Tenemos que seguir adelante. Debemos seguir adelante. ¿Y sabéis a quién se lo debemos? Pues a River, por supuesto. Él jamás habría querido que su muerte nos distrajera de nuestros objetivos. Él jamás habría querido que este pub muriera con él.

Solté un bufido inaudible. Leona Walker era toda una experta en redirigir los temas de conversación hacia las partes que a ella le interesaban, sobre todo cuando su dinero dependía del ánimo que tuviéramos nosotros.

—La actitud lo es todo en este trabajo, queridos. Situaciones peores hemos pasado y pasaremos, especialmente ahora que el capullo de su padre ha averiguado dónde trabajaba River y nos ha denunciado. Si espera usar su muerte para sacarnos algo de pasta, lo lleva claro. Defenderemos este barco con uñas y dientes, ¿verdad?

—Más que nada porque nos bajarás el sueldo si nos toca indemnizarle, ¿a que sí? —preguntó Alexia desde el sillón. Su pelo teñido de verde hacía juego con el reptil que circulaba entre sus manos.

—¡Sí, hombre! Bájale el sueldo a los underdogs que estuvieron con él cuando estiró la pata. Fue culpa suya que se pusiera ciego de tanta droga —repuso su compañera rubia, con el mismo tacto que un pañuelo de astillas.

—¡No hables así de River, perra! —gruñó Eileen en un ataque de ira. Lizbeth se sobresaltó y levantó las manos en un gesto de paz. Leona retomó la palabra.

—Calmaos, queridos. Los sueldos van a quedarse como están. Dudo mucho que consigan inculparnos, porque el fallecimiento ocurrió en un piso de Hackney ajeno al Leviathan y no hay pruebas de que las drogas salieran de estas paredes... aunque por supuesto, los compañeros de River tendréis que tener una pequeña charla con la policía. —Leona nos dirigió la vista antes de proseguir—. En cuanto a Perro Mojado, su apodo no quedará en el olvido. ¿Qué mejor manera de pasar página que llegar al pub y encontrar a un Perro Mojado trabajando igual de bien que River? He contratado a otro muchacho en su lugar, un rapaz de las calles con poco dinero y muchas ganas. Es decir, igual que vosotros. —El pub entero perdió la voz cuando Leona atrajo hacia sí a un tipo que hasta ahora había permanecido detrás de ella—. Además, es extranjero, así que aseguraos de tratarle con la hospitalidad y la amabilidad que se merece. Os presento al nuevo Perro Mojado: Sascha Korovin.

Nadie se movió ni un milímetro, a excepción de aquellos underdogs que dibujaron una mueca de incredibilidad en sus caras.

El chico en sí era un insulto hacia River. Era apuesto y espabilado, para qué negarlo. Bajito y delgaducho. Tenía el pelo pajizo, lacio y extraordinariamente liso. A un lado de la nuca poseía una graciosa trencita que acababa en el hombro. Incluso sus ojos eran aún más azules que los de River, algo que jamás había imaginado posible, quizás por culpa del contraste con su pálida piel de marfil. Su expresión era de esas que reflejaban timidez porque era el momento de reflejarla, no porque la sintiera de verdad.

—Ya somos suficientes underdogs. ¿Por qué le has traído? —gruñó Eileen con hostilidad. La jefa la respondió con el mismo tono de voz.

—Cuando tú seas dueña de un pub como este podrás decidir si tienes a suficientes undercats o no. De momento yo soy quien tiene las riendas aquí.

—¿Y por qué no le pones otro apodo? —preguntó la mujer de rastas, disgustada.

—Eso digo yo. «Perro Mojado» le pertenece a River. Eso no cambiará, aunque él esté muerto —espeté erizando el lomo. Leona contestó con voz calmada pero claramente autoritaria:

—Considero que es bueno para vosotros sustituir el lugar de River por otra persona activa y... tangible. Sé que os ayudará a olvidarle más rápido y a seguir dando lo mejor de vosotros mismos.

—¡Es que nadie quiere olvidar a River! —exclamó Camaleón—. Esto es una ofensa hacia todos nosotros y hacia el propio Perro Mojado. ¡Porque desde luego que ese de ahí no es Perro Mojado! ¡Está a años luz de saber poner su famosa cara de chucho abandonado en la lluvia! Por mucho que intentes confundirnos con el color de sus ojos, Leona, ¡no puedes sustituirle! —Sascha se removió con impaciencia detrás de la mujer—. Ese estúpido niño ya puede irse por donde ha venido... ¡porque ni tiene el honor de ser un «Wet Dog» ni tiene el honor de ser un «underdog»!

El pub guardó un intenso silencio: el silencio de los lobos unidos por un gran sentido de compañerismo, esperando la mínima oportunidad para lanzarse sobre una presa. Leona entornó la vista con fiereza antes de continuar, con ese tonillo que usaba para hacer daño deliberadamente:

—Ah... ¿Te crees tú con más derecho a ser llamado underdog que él, Camaleón? Bueno, eso tiene fácil arreglo. Preséntate luego en mi despacho. Y que Jeffrey no tenga que ir a buscarte, ¿sí? —El aludido palideció—. Sascha es el nuevo Perro Mojado de ahora en adelante; a partir de hoy queda terminantemente prohibido pronunciar el nombre de River mientras estéis entre mis paredes. ¿Queda claro, sweethearts? ¿Alguno más quiere exponer su queja y disfrutar de las consecuencias?

El pub guardó un intenso silencio: el silencio de los corderos unidos por un sentimiento de resignación, esperando el dedo que señala quién será sacrificado. Madame Walker sonrió con alegría y caminó hacia la pared donde estaba colgada la foto grupal de todos los underdogs.

—Bien. He pensado en hacer un par de cambios en el pub. Ya sabéis, modernizarnos, eliminar las caras antiguas y dar la bienvenida a otras nuevas. —La mujer extrajo la foto del marco y se volvió hacia sus crispados trabajadores. El volcán tuvo que guardarse su fuego cuando la imagen empezó a caer al suelo en decenas de trocitos.

Partida por la mitad la sonrisa encantadora de Pato y los rizos castaños de Abril; desintegrada la expresión de suficiencia de Roja, con aquellas botas altas tan sexys y la liga en el muslo; estropeada la hilarante mirada de Camaleón aquel día que se vistió de policía; distribuidos los pedacitos verdes del pelo de Alexia y los dorados del de Lizbeth; masacrado el dragón de tatuaje que escalaba por el brazo de Liu. Y la evanescencia de River. Sencillamente, River.

No lo aguanté más y me largué de la sala llevándome el huracán conmigo. Bajé las escaleras hacia el piso inferior y me encerré en el baño de un portazo. El espejo renegrido reflejaba una cara famélica y atacada de los nervios.

«Maldita Leona... ¿Cómo mierdas se le ocurre hacernos esto? No le vale con que ahora River esté bajo tierra, no, también tiene que sepultar su recuerdo».

Me paseé de un lado a otro como una mosca estúpida. Como una avispa, mejor. La habitación era pequeña y sucia, pero en ese momento no me sentía merecedor de otra cosa. Necesitaba golpear algo. No, a alguien. Necesitaba que se quejara de dolor y me preguntara qué cojones pasaba conmigo.

El recuerdo de River vino para manchar mi equilibrio mental.

«Mierda. Encima Lizbeth tiene razón, ha sido culpa nuestra por comprar todas esas drogas. Podríamos habernos conformado con una botella de champán y unos langostinos como hace todo el mundo en Navidad... pero no. Era más divertido así, siempre es más divertido así hasta que pasa algo malo. ¡Joder! ¿Cuándo entenderán que esto es como los accidentes de coche, que nunca crees que te va a tocar a ti?».

Respiré hondo con el fin de aligerar el nudo que tenía en mis entrañas. Me froté los ojos. Mordisqueé el piercing del labio con ansia. Y repetí la secuencia otra vez.

«Tú pusiste el dinero, Hayden», canturreó alguien en mi interior. «Cherry lo compró todo porque tú le diste la pasta de Gwendoline».

Mis manos acabaron de golpe sobre el lavabo. Ni siquiera el agua a presión en mi cara era capaz de sacar la voz de mi cabeza.

«Es culpa tuya, Gato. Quisiste traerles un poco de felicidad sintética esa noche y mira...».

River volvió a avasallar mi cerebro con aquellos ojazos azules. Pero habían perdido su calidez, estaban fríos como los de un pescado congelado. E igual de muertos. Me recorrió un escalofrío espeluznante y mi respiración se agitó.

Ese Perro viejo llevaba junto a mí tres años que habían parecido treinta. Nada más vernos habíamos encajado como llave y cerradura, vínculo que se hizo aún más ensordecedor cuando él se fue de casa tras recibir la última paliza de su padre. Por aquel entonces Liu y yo acabábamos de alquilar el piso de Hackney. River se presentó en el felpudo con la cara como un pez globo y nos pidió un poco de hielo. Cuando le sacamos unos cubitos envueltos en un paño, me dijo que si podía echárselos en un vaso con ron. Podría decirse que a partir de ese momento es cuando firmó los papeles de «mejor amigo» y comenzó nuestra simbiosis. Y bien contentos que estábamos con ello; se suponía que era un contrato de por vida.

«¿Lo ves, Eileen? Al juego de las culpas también pueden jugar dos. Tú también tenías razón respecto a esto: no te hace sentir mejor, pero al menos te proporciona una especie de... ¿certeza? Shit. Dicen que el ser humano es la única criatura hecha para comprender lo que ve. No podemos conformarnos con saber que algo ha pasado y punto, no... Necesitamos saber el porqué, aunque eso pueda destruirte».

La cosa empezó a ponerse fea en mis pulmones. A medida que iba aumentando mi necesidad de respirar, los engranajes iban haciendo un sonido cada vez más rasposo. Alterado, busqué la cajetilla de tabaco en mi bolsillo, pero no la encontré.

Never more —habría dicho el cuervo de Allan Poe en ese momento. El baño empezaba a hacerse todavía más pequeño y oscuro de lo que ya era.

Entonces llamaron a la puerta.

—¿Está ocupado?

La voz me resultó desconocida, tenía un acento rarísimo. Pero ni siquiera tuve fuerzas para acercarme al picaporte: con las piernas tambaleantes me dejé caer al suelo, haciendo un sonoro esfuerzo por respirar.

—¿Quién... eres? —conseguí decir.

—Sascha. ¿Está ocupado o no? —Su voz suave fue el sílex que hizo saltar las chispas. Para colmo, ahora mi paciencia tenía la mecha corta.

—Me cago en la puta, el más indicado. La-largo de aquí si no quieres que te parta la cara —aullé con voz temblorosa.

Ningún sonido llegó del exterior. Cuando creí que ese idiota ya se había marchado, se abrió la puerta.

—Perdón, es que necesito mear... —se disculpó el chico, asomando sus dolorosos ojos azules. La trencita se balanceó con gracia en su nuca. Al verme cambió su expresión por otra de sorpresa—. Eh, tío... ¿Estás bien? Pareces hecho polvo.

—«Eh, tío. ¿Estás bien? Pareces hecho polvo», repuso River asomado por la puerta.

Un aguijonazo en mis entrañas empeoró la situación. No habría podido responder el insulto que tenía guardado, aunque lo quisiera, estaba demasiado ocupado en respirar como una máquina de vapor del siglo dieciocho.

—Oye... ¡Hey, responde! —Sascha entró alarmado y se arrodilló frente a mí para zarandearme—. Eh, tío. ¿Qué te pasa? ¿Qué haces aquí tirado?

La hiperventilación llegó sin que nadie la llamara. Consistía en un horrendo tira y afloja entre querer respirar la atmósfera entera de un tirón y no poder absorber ni el aire de una pompa de jabón.

—¿Estás bien? ¿Cómo te llamas?

—Ha-Hayden —conseguí decir. La H me había costado medio pulmón.

—Ah, ¿tú eres Gato Negro? —recordó entonces, sobresaltándose por mi cruda respuesta—. Eh, Hayden. Vamos, cálmate. Respira hondo. Creo que te está dando un ataque de ansiedad.

Eso explicaba mi asfixia repentina; alguna hija de puta me había apretado demasiado el corsé. Y esa hija de puta tenía nombre y apellidos: Leona Walker.

—Venga. Inspira... Espira. Inspira... Espira. Así. Despacio. Eso es.

No hubo manera de evitar el contacto directo con sus ojos. Y cuanto más lo miraba, más se parecía a River, más profunda se clavaba la puñalada. Necesitaba distraerme de algún modo.

—¿Tienes un cigarro? —acerté a decir. Sascha rebuscó en sus bolsillos una cajetilla y me tendió uno mientras me daba fuego. El humo inundó mis maltrechos pulmones para enseñarles otra vez a respirar como Dios manda. La calada fue espléndidamente lenta y larga.

Tardé mi buen minuto en recuperar el compás, y cuando lo hice fue para soltar una pregunta estúpida:

—¿Qué... qué mierdas con tu nombre? No lo he oído en mi vida.

—Sascha viene de Alieksandr, pero es que los ingleses lo pronunciáis como el culo. Soy ruso. En fin, larga historia. —El muchacho se dejó caer hacia atrás para sentarse en el suelo y dijo atropelladamente—: Por cierto, siento lo de antes. Yo solo buscaba trabajo, no quería ocupar el puesto de vuestro amigo. Leona no me dijo nada de eso.

Cerré los ojos con cansancio. Solo esperaba no comenzar una de esas típicas rachas en las que los recuerdos no te permiten seguir adelante libremente.

Antes de darme cuenta estaba temblando como una hoja. Sascha se quedó callado un momento y me abrazó.

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