Cap 3

—¡Observa esto, Pequeño Alerce! —arrugando el hocico por la concentración, Pequeña
Pétalo agarró el manojo de musgo seco entre sus dientes y lo sacudió violentamente.
Su hermano le arrebató el musgo y lo aventó a través del campamento. Ambos gatitos se
lanzaron detrás de la bola, Pequeña Pétalo ganando por una nariz.
—¡Es mío! —declaró.
—¿No quieres unírteles? —le preguntó Arce Sombrío a Pequeño Manchado, quien estaba
recostado en la curva de su vientre. Su pelaje armonizaba tan bien con el de ella, que era
difícil decir en dónde acababa uno y comenzaba el otro. —Parece que se están divirtiendo.
Su hijo sacudió la cabeza. —Estoy bien aquí, —maulló. Se removió un poco más cerca de
ella. —Me necesitas para mantenerte caliente ¿no es así? —Sus ojos verdes parpadearon
ansiosamente hacia ella.
Arce Sombrío sofocó un ronroneo de risa. Apenas podía sentir el pequeño cuerpecillo del
cachorro contra ella. Era un raro día sin ninguna nube en la estación de la caída de la hoja,
en la cual siempre había lluvia: y los rayos del sol eran lo suficientemente fuertes para hacer
que los gatos salieran de sus madrigueras a asolearse, aunque había una sensación fría en el
suelo que alertaba que la estación sin hojas estaba a la vuelta de la esquina.
—Estás haciendo un excelente trabajo, —le dijo a Pequeño Manchado. —Quizá tenga que
compartirte con los veteranos para impedir que tengan frío.
Los ojos verdes de Pequeño Manchado se abrieron de par en par de alarma. —¡No! ¡Quiero
quedarme contigo por siempre y para siempre! ¡Incluso cuando sea un aprendiz!

Arce Sombrío acarició la punta de la cabeza del cachorro. —Eso no será hasta dentro de
cuatro lunas, pequeño. Para entonces, ¡serás tan grande y fuerte, que estarás contento de dejar
la maternidad e iniciar tu entrenamiento guerrero!
—No, no lo estaré, —susurró Pequeño Manchado, enterrando su cara en el pelaje del pecho
de su madre. —No quiero dejarte nunca.
Pequeña Pétalo y Pequeño Alerce estaban parados lado a lado, mirando hacia la bola de
musgo.
—¡La hiciste pedazos! —protestó Pequeño Alerce. —Ya no rueda ahora. Mírala. —Le dio
un golpe con la pata a la polvorienta pila marrón de pedazos de musgo. Pequeña Pétalo se
encogió de hombros. —¡Estaba intentando escapar y la atrapé!
Uno de los veteranos, un atigrado gris llamado Pelaje de Conejo, caminó rígidamente hacia
donde se encontraban los cachorros. —Parece que mató la bola de musgo, —observó. —
¿Quieren jugar otro juego?
—¡Sí, por favor! —maulló Pequeño Alerce.
Pelaje de Conejo usó su pata delantera para rodar una piedra pequeña en el centro del claro.
Después movió una ramita con su nariz hasta que estuvo a menos de un zorro de distancia de
la piedra. Arce Sombrío de levantó para mirar.
—Quiero que se paren en esta ramita, —maulló el veterano, apuntando con su cola, —y que
salten hasta donde se encuentra la piedra, sin tocar el suelo.
Pequeña Pétalo parpadeó. —¡Pero si es casi hasta el otro lado del claro!
—¡Me tendrán que crecer alas para brincar tan lejos! —maulló Pequeño Alerce.
—No seas cerebro de ratón, —bufó Pelaje de Conejo. —Tu padre podía brincar el doble de
esa distancia, y aterrizar en la más pequeña de las hojas sin siquiera perturbar una mosca.
Arce Sombrío sintió una sensación de alarma en su vientre. A su lado, Pequeño Manchado
se sentó y ladeó la cabeza a un lado. —¡Pelaje de Conejo es muy mandón! —chilló.
Pequeña Pétalo estaba agazapándose al lado de la ramita, moviendo la rabadilla mientras se
preparaba para saltar. Con un gruñido, se lanzó hacia adelante, pero su pata trasera se atoró
en la rama. Se tambaleó hacia un lado, rompiendo la rama y se derrumbó en el suelo a los
pies de Pelaje de Conejo.
—¡Hmmm! —murmuró el gato. —Inténtalo de nuevo.
Esta vez, Pequeña Pétalo pudo pasar la rama, pero apenas y logró llegar la mitad del trecho
hacia la piedra.
Pelaje de Conejo sacudió su cabeza.
—Es tu turno, Pequeño Alerce. —ladró.

El pequeño gatito marrón se veía muy determinado mientras se agachaba. Saltó hacia el aire,
casi llegando a la altura de las orejas de Pelaje de Conejo, pero bajó casi verticalmente, como
una bellota cayendo de un árbol.
Pelaje de Conejo tuvo que quitarse del medio para evitar ser aplastado. —¡Mira por dónde
vas! —le dio un par de lametones al pelo de su pecho. —Cara de Abedul podía brincar sin
aplastar ningún gato, —gruñó.
Arce Sombrío no podía escuchar más. Saltó, desequilibrando a Pequeño Manchado, el cual
rodó con un chillido, y trotó hacia el claro.
—Quizá salieron a mí, Pelaje de Conejo, —maulló la gata. —Yo tampoco puedo saltar.
El viejo gato entrecerró los ojos. —No eres tan mala, —dijo con voz áspera. —No puedo
creer que algún hijo de Cara de Abedul sea tan torpe como un tejón. —Miró hacia Pequeña
Pétalo, que se estaba lamiendo la pata que se le había atorado en la rama.
La sangre retumbaba en las orejas de Arce Sombrío. —¡No dejaré que juzgues a mis hijos
incluso antes de que inicien su entrenamiento guerrero! —siseó. —¡Pequeño Manchado, ven
aquí! ¡Vamos a caminar al bosque!
Pequeño Manchado fue directo hacia ella, pero Pequeña Pétalo puso mala cara. —¡Quiero
quedarme aquí y practicar mi salto! —maulló. —Quiero ser tan buena como Cara de Abedul.
Pelaje de Conejo parecía satisfecho. —Debes estar muy orgullosa de quién fue tu padre, —
ronroneó. —Recuerdo la vez en la que estábamos acechando un faisán en el Poblado de los
Dos Patas. Nunca había visto un pájaro tan grande, pero Cara de Abedul era muy audaz – y
tan silencioso, ¡no podía escucharlo sobre el sonido de la brisa entre las hojas!
—Creo que los cachorros necesitan estirar las patas fuera del campamento, —maulló Arce
Sombrío, interrumpiendo los recuerdos de Pelaje de Conejo. —¡Vámonos, ustedes tres! Sin
discutir, Pequeña Pétalo.
Los ojos verdes de Pequeño Manchado –tan parecidos a los de Manzano del Anochecer, que
hacían que el corazón de Arce Sombrío diese un vuelco – estaban gigantes. —¿Tenemos
permitido estar fuera del campamento? Creí que nos teníamos que quedar en él hasta que
fuésemos aprendices.
—Yo estaré con ustedes, así que estarán totalmente a salvo, —le dijo Arce Sombrío.
Estrella de Roble y Cola de Abeja estaban de patrulla, y Pecas se había ido a revisar la barrera
de piedras en las Rocas de las Serpientes. Pelaje de Conejo había regresado al lugar soleado
junto a la madriguera de los veteranos. Aparte de unos cuántos gatos adormilados, el claro
estaba vacío. Nadie se daría cuenta si sacaba a los cachorros fuera.
De pronto, Arce Sombrío no podía soportar quedarse mucho tiempo más en el barranco.
Azotando la cola, trotó hacia el túnel de aulaga. Los cachorros la siguieron, chillando de
emoción.
—¡Voy a atrapar un tejón! —presumió Pequeño Alerce.

—¡Yo observaré cómo el tejón te come primero! —respondió Pequeña Pétalo.
Pequeño Manchado estaba corriendo al lado de los talones de su madre. —¡No dejes que un
tejón me coma! —lloró.
Arce Sombrío de detuvo al lado de la entrada del túnel de aulaga y se volvió para lamer las
orejas de Pequeño Manchado. —Nunca dejaré que te pase algo malo, —prometió. Con una
mirada más para comprobar que nadie los estuviese vigilando, hizo que sus cachorros se
encaminaran entre las ramas.
—¡Auch, está espinoso! —chilló Pequeña Pétalo.
—No te detengas. —Arce Sombrío la presionó. Con un rápido golpeteo de patas sobre el
duro suelo, los cachorros emergieron del túnel y de detuvieron de golpe, observando sus
alrededores.
—¡Wow, fuera del campamento es enorme! —dijo Pequeño Alerce sin aliento.
—Es más grande en lo más alto de la hondonada, —maulló Arce Sombrío. Empujó a sus
hijos hacia el camino que guiaba a los árboles. Su pelaje se erizó con la sola idea de ser
descubiertos por alguna patrulla que estuviese regresando al campamento.
Los cachorros se arremolinaron hacia la pendiente, con Pequeña Pétalo a la cabeza. Se veían
incluso más pequeños que de costumbre al lado de los troncos de los imponentes robles y
hayas que colgaban sobre el barranco.
Arce Sombrío apresuró a los gatitos por un camino poco usado por el Clan debajo de unos
densos helechos; los cachorros querían detenerse y olfatear cada hoja, cada marca en el suelo,
pero Arce Sombrío los mantuvo caminando, agachándose bajo las frondas de olor dulce, con
la esperanza de que el olor de las plantas cubriera su rastro.
La maleza comenzó a hacerse menos espesa y el sonido del agua salpicando se colaba entre
los árboles. Pequeño Alerce levantó las orejas.
—¿Qué es eso? —maulló. Mientras se intentaba asomar entre los tallos, se tropezó con una
rama y cayó sobre su nariz. Arce Sombrío lo ayudó a ponerse de nuevo en pie antes de que
el cachorro pudiese soltar un chillido. Me alegro que Pelaje de Conejo no viera eso, pensó.
No podía negar que sus hijos eran más torpes que sus parientes del Clan del Trueno.
Pequeño Manchado había seguido caminando mientras Arce Sombrío levantaba a su
hermano, y la gata escuchó un repentino chillido de sorpresa.
—¡Agua! ¡Agua por todas partes, miren!
Los hermanos del cachorro se acercaron hasta pararse al lado de él, a la orilla de los helechos.
Arce Sombrío se unió a ellos y observó el brillo deslumbrante del río mientras fluía, raudo y
resplandeciente.
—Es lo más hermoso que he visto, —susurró Pequeña Pétalo.
—¿De dónde viene? —maulló Pequeño Alerce.

Su madre lo pensó por un momento. —La verdad es que no lo sé, —admitió. —Río arriba
hay un acantilado profundo al lado del territorio del Clan del Río…
—¿Podemos ir ahí? —demandó Pequeño Manchado.
Arce Sombrío negó con la cabeza. —No, pequeño. Está muy lejos para que vayas caminando
hoy. Pero algún día lo verás, lo prometo.
Pequeño Manchado, usualmente tímido y feliz de dejar que sus hermanos lo probaran todo
antes que él, trotó hacia las piedras a la orilla del agua.
—¡Ten cuidado! —advirtió Arce Sombrío.
Su hijo se volteó para verla, con los ojos brillosos y con gotas de agua destellando en sus
bigotes.
—Está bien, —maulló —¡Observa!
Antes de que Arce Sombrío pudiese detenerlo, el gatito saltó hacia adelante y se resbaló
directo al agua. Por un segundo que casi le para el corazón a la gata, el cachorro se
desvaneció, entonces su cabeza rojiza y blanca reapareció en la superficie.
—¡Mírenme! —chilló.
Pequeño Alerce y Pequeña Pétalo corrieron hacia la orilla y se lanzaron al agua. Por unos
cuantos pasos sus pequeñas patitas se enterraron en los guijarros, mientras el agua lamía sus
esponjosas pancitas, después ya estaban nadando a través del río.
Arce Sombrío sintió un estallido de amor como el sol al salir. ¡Oh, Manzano del Anochecer!
¡Nuestros cachorros son mitad del Clan del Río, eso es seguro!
Pequeño Manchado alcanzó una rama que sobresalía del agua y se arrastró sobre ella. Agua
chorreaba de su pelaje, haciéndolo ver lustroso como las plumas de un cuervo. Apenas y se
veía más grande que un ratón con el pelaje pegado a sus costados, los cuales se agitaban
mientras el cachorro recuperaba el aliento.
Arce Sombrío sintió una sacudida de preocupación. —¿Estás bien? —lo llamó.
Pequeño Manchado asintió, aun jadeando demasiado fuerte como para hablar. Arce Sombrío
se paseó de arriba a abajo en la orilla. Odiaba la idea de mojarse las patas, pero no estaba
segura de que el cachorro tuviese energía suficiente para nadar de vuelta por su cuenta.
Los otros cachorros estaban jugando a las escondidas entre una mata de juncos cerca de la
orilla.
—¡Pequeño Alerce!, ¡Pequeña Pétalo!, ¡Vayan a ayudar a su hermano! —maulló.
De pronto, los juncos de la orilla lejana crujieron y apareció una cabeza gris oscura. Arce
Sombrío se quedó helada. Era Cola Puntiaguda, el lugarteniente del Clan del Río.
En el centro del río, Pequeño Manchado se desplomó en la rama, con la mejilla apoyada en
la resbaladiza corteza.

—¿Qué está haciendo ese cachorro? —gruñó Cola Puntiaguda. Caminó hacia la orilla, con
el pelaje del lomo erizado.
Arce Sombrío abrió la boca para hablar, pero dos guerreros más estaban emergiendo de los
juntos al lado de Cola Puntiaguda.
—¿Acaso el Clan del Trueno está enviando a sus gatos más jóvenes a invadirnos? —preguntó
Pelaje de Leche, con su pelaje blanco contrastando contra las rocas.
El tercer gato se encontró con la mirada de Arce Sombrío a través del río. Desde la distancia,
sus ojos verdes eran indescifrables. —Creo que un cachorro no es una amenaza para nuestro
territorio, —maulló. —Lo regresaré a donde pertenece.
Caminó hacia el agua, su pelaje marrón pálido se tornó negro mientras se deslizaba debajo
de la superficie.
—Pequeño Alerce, Pequeña Pétalo, ¡vengan aquí! —siseó Arce Sombrío. Los cachorros
chapotearon hacia ella, luciendo asustados.
—¿Ese guerrero del Clan del Río nos va a atrapar? —chilló Pequeña Pétalo.
Arce Sombrío observó como la cabeza de Manzano del Anochecer se balanceaba,
acercándose constantemente a la rama.
—No, —maulló la gata. —Están a salvo, no te preocupes.
Manzano del Anochecer le murmuró algo a Pequeño Manchado, tan quedo que Arce Sombrío
no pudo escuchar. El cachorro se deslizó de la rama de vuelta al agua. El guerrero del Clan
del Río lo ayudó a estabilizarse con una pata, y lo empezó a propulsar hacia la orilla del Clan
del Trueno.
Arce Sombrío se dio cuenta de que los cachorros estaban temblando de frío y agachó la
cabeza para lamerles el pelaje.
—¿Estamos en problemas? —maulló Pequeño Alerce.
—Calla, todo está bien, —murmuró su madre entre lamidas.
Manzano del Anochecer caminó fuera del río con Pequeño Manchado colgando del hocico
del guerrero. Bajó al cachorro en las rocas y lo empujó para que se pusiera de pie.
—Creo que este está agotado de tanto nadar, —comentó. Su mirada ardió en la de Arce
Sombrío. —Te arriesgaste mucho, al traerlos tan cerca de nuestra frontera.
—Quería enseñarles el río, —maulló la gata. Movió su cuerpo de forma que los cachorros
quedaron detrás de ella, fuera del alcance de sus oídos. Podía escuchar a Pequeño Alerce
preguntándole a Pequeño Manchado qué se sentía el nadar tan lejos.
Manzano del Anochecer se acercó hasta que su hocico casi tocaba la mejilla de Arce Sombrío.
—Son asombrosos —dejó salir. —Fuertes y valientes, y tan confiados de estar en el agua
como cualquier gato del Clan del Río. Estoy tan orgulloso de ti.

Se enderezó y levantó la voz. —No quiero verte a ti ni a estos cachorros cerca del río de
nuevo, —maulló. El anhelo en sus ojos contaba una historia diferente.
Arce Sombrío agachó la cabeza. —Por supuesto, Manzano del Anochecer. Gracias por traer
de vuelta a Pequeño Manchado.
Manzano del Anochecer miró a los cachorros una vez más, y luego se dirigió hacia el río.
—¡Esos cachorros no tienen edad suficiente para estar fuera de la maternidad! —llamó Pelaje
de Leche a través del río. —¿En qué estabas pensando al traerlos aquí? ¡Pudieron haberse
ahogado!
—Quizá ganaron las Rocas Soleadas, pero el río aún nos pertenece, —aulló Cola Puntiaguda.
—Manzano del Anochecer ha sido misericordioso esta vez, pero de ahora en adelante,
manténganse lejos de nuestro territorio.
Arce Sombrío dirigió a sus cachorros hacia los helechos. Estaban saltando sobre sus patitas,
incluso Pequeño Manchado, su pelaje se iba esponjando mientras se iba secando.
—¡Eso fue lo mejor de lo mejor! —chilló Pequeño Alerce.
—¿Cuándo podemos volver aquí de nuevo? —preguntó Pequeña Pétalo. —¡Nadar es mucho
más divertido que saltar!
—Yo nadé más lejos que todos ¿no es así? —dijo Pequeño Manchado con orgullo.
Súbitamente, una figura negra bloqueó el camino. Arce Sombrío levantó la mirada y se
encontró con la mirada inquisitiva de Ala de Cuervo. El curandero bajó la vista para mirar a
los cachorros.
—¿Qué estaban haciendo en el río? —preguntó.
Las patas de Arce Sombrío comenzaron a hormiguearle.
—Los… ¿los viste? —susurró.
Ala de Cuervo asintió. —Lo vi todo. ¿Qué está ocurriendo, Arce Sombrío?
Antes de que la gata pudiese contestar, los cachorros se arremolinaron unos con otros,
intentando contar su aventura.
—Un guerrero del Clan del Río tuvo que salvar a Pequeño Manchado… —maulló Pequeño
Alerce.
—¡No lo hizo! ¡Solo estaba descansando! —interrumpió Pequeño Manchado, enfadado.
—Todo está bien, ninguno estuvo en peligro —maulló Arce Sombrío mientras Ala de Cuervo
entrecerraba los ojos.
—¡El gato del Clan del Río fue muy amable! —chilló Pequeño Manchado. —Dijo que era
muy valiente, ¡y muy buen nadador!

—¿Eso dijo? —maulló Ala de Cuervo. —¿Qué más dijo? —el curandero dio un paso
adelante.
Arce Sombrío enroscó la cola alrededor de sus hijos. —Vamos pequeños, es hora de irnos a
casa.
Ala de Cuervo no se movió de donde estaba. —Vi un presagio, Arce Sombrío, —murmuró.
—Me pregunto si sabes algo acerca de ello.
Había algo en su voz que hizo que el pelaje de la gata se pusiera de punta. —¿Por qué tendría
que saber algo acerca de un presagio?
Ala de Cuervo la miró sin parpadear. —Un pequeño arroyo apareció en mi guarida, en un
lugar donde jamás ha corrido un arroyo. Traía consigo tres pedazos de juncos. —Pasó su pata
sobre el suelo, como si imitara el trayecto del riachuelo. —Los juncos no crecen en el
territorio del Clan del Trueno, —continuó. —No pertenecen dentro de nuestras fronteras.
¿Entiendes?
Arce Sombrío se encogió de hombros. —Ha habido mucha lluvia en esta estación de la caída
de la hoja, muchos pedacitos de muchas cosas deben estar regados por todas partes. —Intentó
mantener su voz tranquila, pero había una sensación fría y pesada en su estómago, como si
se hubiese tragado una piedra del río.
Ala de Cuervo observó a los cachorros jugar con una bellota, lanzándola uno a otro con sus
patitas. —Creo que el presagio significa que el río arrastró a tres gatos extraños al Clan del
Trueno. Tres gatos que no pertenecen aquí.
El corazón de Arce Sombrío palpitaba tan fuerte que apenas y podía respirar. —¿Qué intentas
decir? —susurró.
Ala de Cuervo la miró y de pronto, ya no se miraba como un gato joven e inexperimentado.
Conocimiento brillaba en sus ojos como gélidas estrellas.
—Cara de Abedul no es el padre de los cachorros, ¿no? Pelaje de Conejo me contó lo que
pasó hoy, como ninguno mostraba signos de acechar o saltar como él. Y no me digas que se
parecen a ti, —añadió, interrumpiendo a Arce Sombrío, quien apenas iba abriendo la boca
para responder. —Caminas tan suavemente como cualquier guerrero del Clan del Trueno.
El curandero miró detrás de ella, hacia el río que chapoteaba más allá de los árboles. —
Observé a tus cachorros nadar en el río como si fuesen peces. Creo que estos cachorros son
hijos de un gato del Clan del Río. De Manzano del Anochecer, a juzgar por el color de su
pelaje y por la forma en la que te habló cuando te regresó a Pequeño Manchado.
Arce Sombrío sintió el suelo sacudirse bajo sus patas. —El Clan del Trueno ha sido
bendecido al tener a tres hermosos y fuertes cachorros, —siseó. —La verdad será revelada
en el momento adecuado. No es mi culpa que todos asumieran que Cara de Abedul era el
padre.
—¡No puedo dejar que les mientas a nuestros compañeros de Clan! —escupió Ala de Cuervo.
—Y ahora qué sé la verdad, yo tampoco puedo mentir.

—No te he contado nada, —maulló Arce Sombrío con los dientes apretados.
—Me has contado lo suficiente, —respondió el curandero. Había tristeza en sus ojos color
azul cielo. —La verdad debe salir a la luz.
—¡Por favor no digas nada! —suplicó la gata. —¡Estos son cachorros del Clan del Trueno!
—Son mitad del Clan del Río, —la corrigió el gato, con la voz tan dura como el hielo. —
Nuestros compañeros de Clan merecen saberlo. Lo siento, Arce Sombrío. Lo siento por ti,
pero más por estos cachorros. Ellos terminarán sufriendo por las mentiras que contaste. —Se
giró y desapareció entre los helechos.
Arce Sombrío se quedó mirando hacia donde se había ido el curandero. Clan Estelar,
¡ayúdame! Por un momento, consideró tomar a sus hijos y correr con ellos hasta lo más
profundo del bosque, para esconder a sus cachorros de cualquier gato que quisiera dañarlos.
Pero entonces miró a Pequeña Pétalo balanceando la bellota sobre su cabeza mientras sus
hermanos intentaban tirarla al sueño.
El Clan del Trueno ama a estos cachorros y no harán nada para lastimarlos. Siempre planeé
decirles la verdad, es solo que está pasando más pronto de lo que pensé.

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