III
—Por lo menos −dijo Lucía con la boca llena de fideos−, no va a ser tan aburrido como pensaba. ¿Cuál te gusta más?
Tosí varias veces hasta que la comida pasó.
—Ninguno, ¿por?
Golpearon la puerta. Lucía abrió y apareció la ameba depilada. Me acerqué sin hacer ruido con el plato en la mano y me senté a comer en el piso, escondida entre el sillón y la pared para escuchar mejor.
—¿Serg - escucha y serg - habla están atargdece?
Silencio.
—¿Qué?
—Serg - escucha y serg - habla están atargdece.
—No entiendo.
Me asomé apenas y miré. Xylo repitió la frase, esta vez señalándose a sí mismo y a Lucía, a la calle, a su dúplex, al cielo. Mi hermana no comprendía, pero yo sí y estaba preocupada. ¿Cómo prohibirle que salga con alguien solo porque no me gusta? Ya era mayor de edad. Y escribirle a mamá solo iba a empeorar el asunto.
Mientras pensaba en esto, Xylo seguía repitiendo lo mismo y Lucía le respondía igual. Yo sabía que, eventualmente, él se rendiría y todo quedaría en la nada, pero la conversación terminó por sacarme de quicio; además, quería dormir un rato. Dejé el plato en el piso y, sin terminar de comer ni pedir disculpas, me interpuse entre aquellos dos.
—Sorry, Xyli, pero no te entendemos −Puse la mano en la puerta y agregué: −. Estuvimos como cuatro horas sentadas en un micro y queremos descansar. Chau.
Fue peor. Abrió los ojos y comenzó a saltar y a gritar agitando los brazos:
—¡No! ¡No! ¡Salirg! ¡Salirg! ¡Atargdece!
Jamás había visto a un tipo tan desesperado. Lucía, por su parte, vio la luz.
—¡Ay, dale! −exclamó−. A eso de las cuatro voy a la play...
Xylo se alteró más todavía.
—¡NO! ¡NO! ¡MOJA - SECA! ¡MOJA - SECA!
Traté de calmarlo, pero Lucía se enojó conmigo:
—¡Me querés decir para qué te metés! ¡Dejanos en paz!
Me fui a mi cuarto; mientras subía las escaleras, la escuché proponer que se vieran a las ocho.
Al rato, un golpe y un grito:
—¿¡Qué carajo hace este plato en el piso!?
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