8. Huida
En el momento en que abrió los ojos, Iván supo que había dormido demasiado. Se puso las botas a ciegas y salió a la zona común. Se frotó los ojos y deseó que lo que tenía delante fuera producto del sueño.
Pero no lo era.
—¿Qué hacéis aún despierto? —dijo indignado—. ¡Prometisteis despertarme para que os relevara!
Estaba acostumbrado a despertarse con las primeras luces del alba, pero en Rëlsa eso era imposible.
—Nunca confíes en la promesa de un vampiro —susurró William sin apartar la vista de las hojas apergaminadas.
El sirviente siseó una palabrota por lo bajo. William lo miró con el ceño fruncido, pero lo dejó pasar. Debía permitir que Iván se desahogara de vez en cuando.
—Ahora será difícil que no averigüen que sois un vampiro. ¡Miraos a un espejo! Estáis aún más pálido, vuestras ojeras parecen pintadas y tenéis los labios resecos. ¡Apuesto a que ni siquiera os habéis levantado de esa silla infernal!
—¿Silla infernal? —el vampiro sonrió ante semejante descripción. Al hacerlo, sintió sus labios tirantes y quebradizos. Se los humedeció con la poca saliva que le restaba y continuó leyendo.
Todavía refunfuñando, Iván caminó hasta una palangana y la llenó de agua para lavarse las manos y la cara.
—¿Habéis encontrado algo al menos?
—Estaba a punto antes de tu inoportuna interrupción.
El joven puso los ojos en blanco y tomó asiento frente a él.
—Es más caótico de lo que creí en un principio —susurró el vampiro con el ceño fruncido.
—No lo dudo si ha logrado teneros en vela toda la noche.
—Los rëlesianos tienen una manera ingeniosa a la par que enrevesada de establecer la fecha.
—¿Queréis decir que no emplean meses, años...?
—Lo hacen, pero llevan una cuenta distinta a la nuestra. Son de los pocos habitantes de Skhädell que disponen de archivos fechados antes del año 1. Su documento más antiguo data de quinientos años antes, para ser exactos.
—¿Antes del año 1? Creí que no se tenían escritos tan antiguos.
—Los hay, pero están en manos de eruditos.
—Aún así, es extraño que no utilicen el calendario vasiliano como todo el mundo.
William abrió la boca para añadir algo, pero volvió a cerrarla de inmediato. Parpadeó y entrecerró los ojos para descifrar la intrincada letra. Iván contuvo la respiración, consciente de que había encontrado algo.
El vampiro tomó una pluma y un trozo de pergamino. Escribió con una caligrafía incluso más elegante y majestuosa que la del registro; un breve vistazo le confirmaría a cualquiera que, fuera cual fuera su origen, había recibido una extraordinaria educación.
Tras terminar de anotar, William apoyó su espalda contra el respaldo de la silla infernal y al fin Iván pudo leer lo que había escrito:
Durante la luna creciente del Tercer Ciclo Lunar del año 1422, uno de los archiveros comunica la desaparición de los tres volúmenes y dos pergaminos listados a continuación:
Los mitos más antiguos de Skhädell
Habitantes del bosque
La magia perdida de Skhädell
Planos y mapas de las Montañas Nathayrah
Ensayo: ¿qué se oculta tras las Nathayrah?
—¿Han pasado del año 923 al 1422? —se sorprendió Iván—. Definitivamente, viven en otro tiempo. En fin, al menos ahora sabemos a dónde se dirigía Raymond.
—Eso parece.
William tomó un rollo de pergamino y lo extendió. Era un mapa completo de Skhädell donde podía verse cada reino que dividía el continente. Sus elegantes dedos se movieron por su superficie rugosa hasta que el índice se posó en la cordillera Nathayrah.
—¿Nunca os reveló a dónde se dirigía? —preguntó Iván, observando el punto que señalaba.
—Nunca.
—¿A pesar de...?
—Sí, Iván, a pesar de todo —suspiró el vampiro—. Ya sabes que no sé nada de él desde hace más de cuarenta años.
—Si está vivo, ahora ha de ser un anciano.
—Es el curso de la vida para vosotros los mortales. Pero no estamos aquí para ponernos filosóficos.
—Cierto. ¿Qué pretendía hacer en las Nathayrah?
—Tal vez atravesarlas...
—¡Eso es imposible! No hay nada más allá.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó William, apartando la mirada del mapa para fijarla en él.
—Porque quien se adentra en esas montañas brumosas jamás regresa.
—El fin del mundo. No deja de ser pequeño.
—¿Qué?
William negó con la cabeza.
—Ambos sabemos que Raymond iba tras algo. Por eso vino a Rëlsa. ¿Y si dio con el modo de lograr sus propósitos?
—Fijaos en los libros y documentos robados —señaló Iván—. Además de los mapas, el resto tratan de...
—De un poder oculto, de magia largo perdida y de bucólicas criaturas que nada tienen que ver con vampiros o licántropos —completó William.
—Solo he oído hablar de ellas en los cuentos de magia y salvación que se relata a los infantes antes de dormir.
—Sí. Y, por lo que sé de Raymond, no era un hombre que creyera en absurdas fantasías de salvación. Solo creía en acabar con Drago y liberar a los humanos de su yugo. Sin embargo, vivía atormentado —recordó William—. No llegaste a conocerlo, pero siempre tenía una expresión lúgubre, como si su vida se hubiera convertido en un continuo velatorio.
—He oído historias sobre él. Incluso en la Orden Mirlaj decían que se obsesionó y solo vivía para matar vampiros.
William asintió, todavía con la vista fija en el mapa.
—Ahora sabemos que la biblioteca de Rëlsa fue el último lugar que visitó antes de desaparecer. Aquí encontró algo que lo convenció de marcharse.
Se puso en pie y caminó hasta una percha donde había colgado su capa de terciopelo negra. Se la colocó por encima de los hombros, la abrochó suavemente pasando los dedos por el broche de plata.
—Quiero que tengas listo el carruaje para el atardecer. Y encárgate de avisar a Wendolyn —le ordenó—. Volveré a la biblioteca para retornar el libro de registros y ver si puedo averiguar algo más.
—De acuerdo.
—¿Puedes pasarme uno de los viales de sangre?
El joven asintió y caminó hasta el equipaje. Tras revolver por casi un minuto, levantó la mirada, nervioso.
—Ah... No nos quedan.
—Eso no es posible. Aún teníamos al menos dos viales.
—Tuve que dárselos a Wendolyn —confesó.
William suspiró.
—Te dejé instrucciones precisas de que no le dieras sangre.
—Ya, pero ocurrió algo...
—¿Algo?
—Con mi daga.
—¿Te atacó? —preguntó con una mirada peligrosa.
—¡No! Pero se la mostré y la tocó, se hirió los dedos, ya sabéis...
El vampiro volvió a suspirar.
—¿Se puede saber por qué se la enseñaste?
—La conversación derivó en ello. El caso es que tuve que darle un vial para que se regenerara.
—¿Y el segundo?
—Uno no bastó y además tenía la vista fija en la vena de mi cuello.
—La yugular —lo corrigió William—. Y no debiste hacerlo. Mi intención es acostumbrarla a la dosis justa para que se sacie o de lo contrario cada vez ansiará más.
—Lo sé, pero no hubo alternativa. Además, os agradecería que dejarais vuestros experimentos para cuando no esté encerrado en una montaña con una vampira recién convertida.
—No seas melodramático, Iván —dijo y le quitó importancia con un aspaviento—. No corriste peligro en ningún momento; para eso te entrené.
El joven inspiró hondo, armándose de paciencia.
—Aunque no queráis decirme por qué la salvasteis, intuyo que no fue para que la matara a los pocos días. Así que os ruego que esperéis a que lleguemos a Isley para iniciar otro de vuestros experimentos.
Dicho lo cual, se inclinó sobre su talego y extrajo un puñal. Lo dirigió a su muñeca, pero antes de poder acercarlo a la piel, Willam agarró su brazo.
—Detente.
—Acabáis de culparme por no tener sangre —le recordó.
Luchó por liberarse de su agarre férreo, pero no lo consiguió.
—He dicho que no, Iván —dijo y sus ojos ambarinos chispearon en la penumbra—. No beberé tu sangre, no me hagas repetírtelo.
El joven frunció el ceño, pero terminó por encogerse de hombros y retirar el filo de su muñeca.
—No me culpéis si alguien se percata de vuestra condición.
—Descuida. No soy como Wendolyn, puedo soportar la sed.
—Me refería a vuestro rostro, tiene un aspecto horrible.
El vampiro le dirigió una mirada de advertencia antes de abandonar la morada.
Recorrió el mismo camino de vuelta a la biblioteca. De nuevo se registró como Igor Isley y tomó un farolillo de calenda. Caminó velozmente perdiéndose entre las estanterías y subió unas estrechas y empinadas escaleras de caracol.
Dejó el farol sobre una mesa para que no le siguieran y, sirviéndose de su agudizada vista, caminó hasta detenerse frente a la puerta cerrada de una de las salas destinadas a los archivos y registros de la Cuna del Saber. Se sirvió de dos ganzúas y de su oído sobrenatural para forzar la cerradura.
Cuando abrió la puerta, se coló en los archivos camuflado entre las sombras gracias a su capa negra. Era una sala polvorienta, estrecha y alargada, cubierta completamente por estanterías de aburridos volúmenes que registraban las actividades de la biblioteca. Dio con el estante de donde había robado el libro y lo colocó en su lugar.
Sin más demora, salió de la sala y cerró.
De vuelta al área pública, meditó qué libros debía solicitar. ¿Habría alguno similar a los que Raymond consultó? ¿O también los habría hecho desaparecer?
Se hallaba inmerso en su búsqueda cuando escuchó unos pasos ligeros en la cercanía. Eran al menos cinco personas. Caminaban demasiado deprisa para tratarse de eruditos que jamás corrían en su preciada biblioteca.
Se ocultó tras una estantería y colocó el farol tras su espalda para esconder su luz. Pronto, los oyó cruzar el pasillo central y se inclinó para mirar.
Eran figuras ataviadas con prendas negras, de porte sobrio y complexión fuerte; incluso la de las dos mujeres. Se reunieron con dos bibliotecarios frente a una puerta de madera semioculta entre las estanterías. Uno de los rëlesianos sacó una pesada llave de entre sus ropajes y la abrió. En ese momento, una de las figuras se giró quedando iluminado por la calenda que portaba un tercero.
William retrocedió al vislumbrar el símbolo tejido en la capa: un sol dorado con un mirlakrim plateado en su interior. Era el emblema de la Orden Mirlaj.
Dio media vuelta y se marchó con celeridad, cuidando que no lo oyeran. No podía permitir bajo ninguna circunstancia que los mirlaj descubrieran la presencia de vampiros en Svetlïa. Ello implicaba una violación directa del tratado y las consecuencias serían nefastas.
Pero, por encima de todo, William llevaba cuatro siglos ocultándose de todos, vampiros, mirlaj... Y así debía seguir.
Deshizo el camino andado y entró en la morada que habían alquilado. Encontró a Iván y Wendolyn conversando animados mientras desayunaban.
—¡Debemos irnos! —siseó nada más atravesar el umbral.
—¿Qué ocurre? —exclamó Iván al verlo tan alterado.
—Hay mirlaj en Rëlsa.
Wendy se llevó una mano a la boca e Iván se puso en pie de un salto. Antes de que pudiera preguntar, William ya estaba respondiendo.
—No sé qué están haciendo aquí. No, no creo que sepan de nosotros —dijo mientras se apresuraba a guardar sus pertenencias de cualquier manera en el equipaje—. Creo que sus asuntos son otros pero si tienen la intención de alojarse en Rëlsa, lo más seguro es que ocupen las habitaciones contiguas. Es demasiado arriesgado; debemos irnos.
Iván se había unido para ayudarlo a recoger y Wendy se retiró a su dormitorio para vestirse.
—Iván, ve a preparar el carruaje. Wendolyn y yo terminaremos de guardar todo. Cuando los caballos estén listos, vuelve y ayúdanos a cargar —le ordenó.
El joven asintió y se apresuró a salir de la habitación. Wendy, que había escuchado sus órdenes, entró y tomó el lugar del sirviente. Se movieron con rapidez y eficacia. A los pocos minutos terminaron de guardarlo todo y lo agruparon junto a la puerta.
—¿Nos matarán? —preguntó Wendy, mientras esperaban a que Iván regresara.
—Solo si nos descubren —replicó entre dientes.
—¿Por qué? No hemos hecho nada malo.
William la miró y vio que luchaba por reprimir las lágrimas. Su labio inferior temblaba y se lo mordió para detenerlo.
—No morirás hoy, Wendolyn —le prometió.
Era cierto, ella no había hecho nada, era inocente y no merecía ser cazada como un monstruo. Por otro lado, él... En sus cuatro siglos de vida había cometido múltiples crímenes.
En ese momento volvió Iván y distrajo al vampiro de sus recuerdos oscuros. Sin una palabra, tomó el equipaje a pesar de ser el que menos fuerza poseía de los tres. Resultaría sospechoso que su señor y una dama cargaran con sus pertenencias en lugar de un sirviente.
—Ahora debemos caminar a un ritmo normal, que no vean lo impacientes que estamos por marcharnos —les ordenó William.
Los dos asintieron y recorrieron el camino de vuelta al vestíbulo. Cuando llegaron, Iván se dirigió a la parte trasera del carruaje para cargar el equipaje mientras Wendy y William entraban.
A la joven le temblaban las piernas y agradeció que William le ofreciera su mano para ayudarla. Él lo notó y, antes de soltarla, le dio un breve apretón para calmarla. Iba a subir cuando el escriba que conocieron a su llegada se acercó a ellos.
—¿Ya os marcháis, milord?
—Sí —se limitó a responder el vampiro, sin siquiera volverse.
—Creí que os quedariais al menos dos noches. ¿No os satisfacen vuestras estancias?
El vampiro reprimió un resoplido y se volvió. Mantuvo el rostro imperturbable, pero no pudo esconder el brillo amenazador de su mirada.
—Nuestras estancias están perfectamente. Nos marchamos porque ya encontré lo que vine a buscar. Creí que me llevaría más tiempo.
Dando el tema por zanjado, volvió a encaramarse al carruaje para entrar, pero el inoportuno escriba insistió.
—¿Deseáis que os devuelva el importe, milord?
—No. Quédatelo, por las molestias.
Esta vez, William no le dio ocasión para volver a hablar y le cerró la portezuela en las narices. Golpeó el techo del carruaje para indicarle a Iván que se pusiera en marcha.
Cuando atravesaron las puertas de Rëlsa y salieron a cielo abierto, los tres suspiraron aliviados. Iván apremió a los caballos, deseando poner toda la distancia posible entre ellos y la ciudad de la montaña.
Llevaban unos minutos de trayecto cuando Iván los llamó desde fuera. William abrió un ventanuco en la parte delantera para hablar con él.
—Nos siguen tres jinetes.
—Diablos —siseó William—. ¿Mirlaj?
—Es posible. No logro diferenciarlos a esta distancia.
—Si son mirlaj, deben de ser otros que no estaban en la biblioteca. Habrán notado cierta urgencia en nuestra velocidad.
—¿Freno? —preguntó Iván.
—No, mantén el ritmo hasta llegar a la bifurcación. Toma el de la izquierda, el que discurre junto a la linde del bosque. Ahí tendremos unos segundos para detenernos.
—¿Detenernos? ¿Estáis loco?
Pero él lo ignoró.
—Wendolyn, cuando paremos, quiero que te bajes del carruaje y te refugies en el bosque. Mantente escondida hasta que vaya a buscarte.
La joven asintió pero por dentro se preguntaba qué ocurriría si nadie volvía a buscarla. ¿Qué sería de una vampira novata en el reino humano?
Iván cumplió el plan de William y tan pronto como tomaron el desvío a la izquierda, frenó lo suficiente como para que Wendy pudiera saltar.
—¡Escóndete! —le recordó William justo antes de cerrar la portezuela e instar a Iván para que acelerara de nuevo.
Wendy vio al carruaje alejarse y, por segunda vez en un tiempo muy corto, se vio sola y abandonada en un bosque.
Me encanta cómo salieron los diálogos entre Iván y William. Quiero que los conozcáis mejor y sepáis cómo es la dinámica entre ambos. Fue lo que más disfruté de este capítulo.
Sobre el GRAN cambio que hay aquí, voy a comentarlo un poco con los antiguos lectores. Tuve en cuenta dos cosas, la primera es que los mirlaj son mucho más importantes que Philip (por eso a él lo maté en el segundo capítulo). Su intervención no venía a cuento y dependía de que casualmente estuviera por la zona para que Wendy se lo topara. Y no me gusta abusar de las coincidencias.
El otro cambio, más grande, es lo que ocurría antes entre Wendy e Iván. Lo eliminé porque, en este punto de la historia, me parecía muy extraño que William le perdonara a ella lo que pasó. Sabiendo cómo es la relación entre Iván y él, no me parecía lógico. No diré más, pero podéis dejarme preguntas en los comentarios ❤️.
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