5. Rëlsa

La oscuridad rodeaba por completo a Wendolyn, pero eso no le impedía distinguir a la perfección al hombre sentado frente a ella.

Lo reconoció al instante. Su rostro ya no se presentaba borroso como en su recuerdo moribundo. Sus facciones angulosas, labios rojos y ojos ambarinos, habían dejado una huella indeleble en su memoria. Era el hombre que la salvó de la muerte convirtiéndola en vampira.

—¿Sabes quién soy? —preguntó él.

Su escrutinio la ponía nerviosa. Wendy no se atrevió a pronunciar palabra, pero logró asentir.

—Pero no conoces mi nombre—. Ella negó lentamente—. William.

Esperó a que se presentara también, pero la joven continuó muda. El vampiro suspiró con cierta impaciencia.

—Tu nombre.

—Wen... Wendolyn Thatcher.

—Wendolyn —aceptó él—, ¿puede saberse qué hacías fuera a plena luz del día?

—Huía de los soldados del castillo.

—Sí —asintió él apartando por primera vez la vista de ella y examinando las cortinas como si su textura le resultara fascinante—. Al parecer han asesinado al barón Lovelace —volvió a mirarla, esta vez inquisitivamente.

Solo oír su nombre hacía que la sangre de Wendolyn hirviera. La ira devoró al temor que ese hombre le inspiraba y lo miró directamente a los ojos.

—Yo lo he matado —confesó.

Un brillo de interés chispeó en los iris ambarinos de William que se inclinó hacia ella.

—Entonces has culminado tu venganza. ¿Y ahora qué? —la cuestionó.

La verdad era que Wendy no se había parado a pensarlo. Descubrió con cierta angustia que no deseaba nada más que reunirse con su familia.

—Quiero volver... —comenzó, pero se interrumpió al verlo negar.

—No puedes. Has asesinado a tu señor.

Wendy se retorció las manos con ansiedad, pero él continuó implacable:

—Pondrán precio a tu cabeza. Pero, por encima de todo, has vendido tu alma a cambio de venganza.

—¿Os la he vendido a vos? —preguntó, asustada.

—No, Wendolyn. —Pudo apreciar cierta diversión en sus ojos que parecían ser lo único vivo en su rostro—. No a mí, pero a alguien. El poder que ahora posees como vampira tiene un precio que pagarás eventualmente.

—Vampira... —repitió la palabra aún sin poder creerlo.

Todos conocían las historias sobre los vampiros de Vasilia, pero nunca creyó que se encontraría con uno en tierras humanas. Ellos habitaban su reino al otro lado del continente y, desde la firma del tratado de paz, no podían abandonar su territorio.

Eso ocurrió antes de su nacimiento, hacía unos cuarenta años. Ni siquiera sus padres llegaron a vivirlo.

Pensar en su familia llenó su corazón de dolor y añoranza: quería volver a verlos...

—¿Qué sabes de los vampiros, Wendolyn? —dijo William, devolviéndola al presente.

La joven tragó saliva antes de responder con un nudo en el estómago:

—Beben sangre —susurró.

—Sí, lo hacemos. Tú misma lo has hecho.

—No quería, pero...

Se interrumpió al no hallar las palabras para explicar la horrible sed que sintió.

—Ya está hecho —zanjó él—. Fuiste afortunada, de lo contrario no habrías logrado regenerar tan rápido tu piel y las llamas te habrían consumido.

Wendolyn contempló su piel llena de hollín, pero tan tersa y blanca como siempre.

—¿Sabes algo más de nuestra especie?

—Pueden morir si se les clava una estaca de madera en el corazón.

—Bueno, no de cualquier madera, pero no vas mal encaminada. ¿Qué más? —Wendy negó con la cabeza—. Realmente no sabes nada. Ahora entiendo porque saliste del refugio que te brindaban los árboles, exponiéndote de esa manera al sol. Como pudiste comprobar, su luz nos quema. Debes aprender mucho antes de poder llamarte vampira.

—¿Me ayudaréis?

William la observó en silencio durante unos segundos que se le hicieron eternos.

—Sí, te ayudaré —respondió para su alivio—. A fin de cuentas, yo soy el responsable de este desastre —la señaló con un deje perezoso de la mano.

Wendy se dejó caer contra el respaldo del asiento, pero se incorporó de inmediato al sentir una punzada de dolor.

—¡Ah!

—Date la vuelta —le ordenó William al verla.

Wendy se las apañó para darle la espalda en ese lugar tan pequeño. No lo oyó acercarse, pero de pronto sintió la respiración del vampiro en su nuca. Sus dedos rozaron su piel al retirarle la capa que ocultaba el hombro herido.

Ella se estremeció bajo su tacto y William dejó de tocarla al percibir su miedo. Se alejó un poco de ella para que no sintiera que la acechaba y habló muy despacio, suavizando su voz.

—La punta de flecha que tienes incrustada no está hecha para matar vampiros, pero debo extraerla o la herida se abrirá y cerrará continuamente mientras intenta regenerarse. Será doloroso —le explicó—. ¿Puedo tocarte?

Ella asintió. Ni siquiera recordaba en qué momento de su huida se había partido el resto de la flecha.

—Hacedlo —lloriqueó asustada mientras se agarraba al acolchado del asiento.

William introdujo el dedo índice en la herida hasta dar con la punta. Un sonido desagradable acompañó al dolor y Wendy reprimió un gemido apretando los dientes. La invasión duró unos segundos más hasta que sintió los dedos de William retirarse junto con la punta de metal. Un alivio inmediato se extendió en la herida cuando pudo cerrarse.

Cuando abrió los ojos y se percató de que había hincado las uñas en el acolchado, rasgándolo. Las retiró y se tapó con la capa.

—No te preocupes, en unos minutos no quedará ni siquiera una marca.

Wendy suspiró aliviada.

—¿Qué haré ahora, milord?

—No tienes más opción que acompañarme. Sin mi ayuda, te encontrarán y supongo que sabes lo que les ocurre a los vampiros en Svetlïa.

Wendy no lo sabía, pero pudo hacerse una idea ante su expresión grave.

—¿A dónde os dirigís, milord? —preguntó temerosa de su aciago destino como vampira.

—Nuestro destino es una antigua ciudad en las montañas. Iba hacia allí antes de detenerme al oler tu sangre. Después, regresaré al castillo del vizconde Isley donde habito.

La joven asintió, aunque su opinión no importaba.

—Todavía tenemos varios días de camino por lo que te sugiero que duermas.

Wendolyn no sabía que los vampiros necesitaran dormir, pero no preguntó; no deseaba parecer aún más ingenua ante William. Se acomodó bien envuelta en la capa aterciopelada y cerró los ojos.

Tampoco sabía que los vampiros podían tener pesadillas hasta que despertó varias horas después gritando. Habría continuado chillando de no ser por la voz firme que la devolvió a la realidad:

—Wendolyn —la llamó William en la oscuridad.

Unas manos tomaron sus hombros y la zarandearon. Fijó la mirada en sus ojos ambarinos y los usó como ancla para aferrarse al presente. Inspiró hondo para recuperar el aliento y normalizar los latidos de su corazón.

—Hemos dejado atrás la provincia de Reeliska y estamos detenidos en las tierras de Ludwington —le explicó brevemente—. Acompáñame.

Cuando William abrió la portezuela del carruaje, ella se apartó asustada de que el sol volviera a quemarla. Pero lo único que vio fue el brillo pálido de la luna. Se asomó al exterior y respiró la brisa nocturna.

—¿Por qué nos detuvimos?

—Iván ha ido a una población cercana a intercambiar los caballos por otros descansados para continuar nuestro viaje.

Wendy se mordió la lengua, pero, finalmente, no pudo reprimir su curiosidad:

—¿Tanta prisa tenéis que no podéis parar para dormir?

—Así es, tengo mucha prisa —replicó el vampiro—. Y ya nos hemos retrasado demasiado —dijo mirándola de soslayo.

No volvieron a hablar y solo se oían los sonidos de la noche: el ruido de la brisa meciendo las hojas y el ulular de alguna lechuza. Al cabo de unos minutos, Wendy se sobresaltó al escuchar el ruido de cascos contra la tierra.

—Tranquila, solo es Iván —dijo William.

El joven montaba un caballo mientras sujetaba las bridas de otro. Se detuvo frente a ellos y bajó de un salto.

—Es lo mejor que pude encontrar. El propietario me aseguró que están sanos —le dijo al vampiro.

—Servirán, puedes pasar adentro, Iván. Descansa.

El aludido asintió y entró en el carruaje.

—Necesita dormir —explicó William al ver la mirada de Wendy—. Es su turno.

—¿Así que él conduce de día, mientras nosotros dormimos?

—A veces —contestó—. Normalmente prefiero parar en alguna posada, pero, como dije, tenemos prisa.

El vampiro saltó ágilmente ocupando el sitio de Iván. Como era costumbre, Wendolyn esperó a que le tendiera la mano para ayudarla a subir, pero William se limitó a observarla desde arriba sin mover un dedo.

—¿No subes? —preguntó, enarcando una ceja.

La joven reaccionó y se encaramó a uno de los hierros del carruaje. Una vez sentada a su lado, él tomó las riendas y las sacudió para que los caballos comenzaran a trotar.

—Ahora eres una vampira, la especie más poderosa de Skhädell. No debes esperar que te sigan tratando como un ser frágil. No es costumbre entre los nuestros.

Esas fueron las únicas palabras que le dirigió en las siguientes horas, pero Wendy no se aburrió pues todo a su alrededor era nuevo. Nunca, en sus dieciocho años de vida, se había alejado de las inmediaciones de la aldea donde había nacido, mucho menos de noche. Ella sabía que existían peligros acechando en la oscuridad y que las bestias despertaban a esas horas intempestivas; su madre así se lo transmitió desde niña.

—¿Hay lobos aquí? —preguntó, rompiendo el silencio.

William no dio señas de haberla oído y Wendy pensó que no iba a contestar hasta que se volvió hacia ella:

—Los hay en todas partes. Sus pelajes van desde el negro más oscuro hasta el blanco níveo —sonrió levemente—. Pero son solo animales, no es algo de lo que debas preocuparte.

—¿De qué entonces? —susurró.

La miró de reojo apenas un instante antes de volver la vista al frente:

—De los mirlaj, por ejemplo.

—¿Los cazadores? ¿No están para defender a los humanos? —se sorprendió con la voz más aguda de lo habitual.

—Sí, los defienden de monstruos como los vampiros, eso te incluye, ¿recuerdas?

—Oh, pero yo no quiero convertirme en un monstruo —susurró.

—A sus ojos ya lo eres, Wendolyn. Asesinaste a uno de los suyos.

—¡Él lo merecía!

—No lo dudo, pero da igual. El tratado de paz que hay entre Svetlïa y Vasilia dicta que los vampiros permanecerán en su reino y así los mirlaj no los cazarán.

El silencio se cernió sobre ellos de nuevo. Los pensamientos de Wendy se encaminaban hacia lugares oscuros y la angustia se apoderó de ella. Movió la cabeza de lado a lado para rechazarlos y lo miró, decidida a cambiar de tema:

—¿A qué otras criaturas debo temer, milord?

De nuevo, el vampiro se tomó su tiempo para contestar.

—A los licántropos —dijo al fin.

Lejos de parecer asustada, Wendolyn lo miró con la incredulidad impregnando sus ojos.

—¿Existen?

William volvió a observarla de reojo y esbozó una sonrisa condescendiente. Habían transcurrido tantos siglos desde que los licántropos desaparecieron, que los humanos ya no recordaban cómo los cazaban cada luna llena.

—Existen, pero quedan muy pocos. Sobre todo suponen una amenaza para los humanos, pero también pueden serlo para los vampiros. En cualquier caso, están prácticamente extintos.

William no añadió más y Wendy no preguntó cuando lo vio dirigir de nuevo la vista al frente. Pero, con el pasar de las horas, la sequedad de su garganta se hizo insoportable.

—Milord... —susurró temerosa.

—Lo sé —la cortó el vampiro—. Espera un poco.

Después de unos minutos, llegaron a un bosquecillo y William dirigió a los caballos hacia la espesura. Se detuvieron cuando se encontraron rodeados de árboles y bajó del carruaje para atar las bridas alrededor de un grueso tronco.

Le dirigió una mirada a Wendy que no supo interpretar, y abrió la portezuela de la carroza. Tras despertar a Iván, intercambió una serie de palabras con él antes de regresar a dónde estaba Wendolyn que no se había atrevido a mover ni un músculo.

—No te conozco y no confío en tu autocontrol —le dijo sin tapujos—. Voy a marcharme para conseguirte alimento, regresaré antes del amanecer.

—¿Puedo ir con vos? —suplicó, saltando del carruaje. No quería esperar tanto para saciar su sed que a cada minuto se hacía más insoportable.

William suspiró. Odiaba tener que repetir las cosas.

—Como dije, no confío en que puedas controlarte entre humanos. Por eso quiero que permanezcas en el carruaje y voy a cerrar con llave —le advirtió, sacándose el citado objeto del bolsillo.

—¿Por qué? —exclamó asustada.

—Por precaución. Iván debe vigilar el carruaje y tú podrías atacarlo. Sin embargo, si la sed te domina y logras salir, hay algo que has de saber.

—¿El qué? —susurró angustiada ante tanta hostilidad: jamás la habían tratado como si fuera una amenaza.

—Le he ordenado que acabe con tu vida antes de que tú acabes con la suya. Y, créeme, es muy capaz de hacerlo.

Wendolyn soltó un chillido de miedo al tiempo que daba un paso atrás, alejándose del vampiro. Chocó contra Iván que había salido del carruaje y se frotaba los ojos adormilado.

—No me malinterpretes, Wendolyn —se apresuró a decir William—. Mi intención es ayudarte, pero no a costa de Iván. Y debes saber desde ahora que el vizconde Isley no permitirá que mates en su territorio. Es muy estricto en lo que se refiere a la protección de sus súbditos.

Al ver a la chica tan asustada, encogida sobre sí misma y con los rizos llameantes agitados cada vez que movía la cabeza de William a Iván, el joven miró con cierto reproche a su señor.

—No es necesario que la asustéis de ese modo —intervino.

William enarcó una ceja y lo miró sorprendido:

—¿Muestras piedad por una vampira?

Iván abrió la boca para contestar, pero, finalmente, no dijo nada. Parecía molesto y... confuso.

—No me hagáis daño, por favor —susurró Wendy con lágrimas desbordándose de sus ojos.

—Nada malo te ocurrirá mientras no salgas del carruaje —le recordó William.

Con un ademán elegante de mano, le indicó que subiera a la carroza. Abrazándose a sí misma, la joven vampira entró y tomó asiento.

—Volveré antes de lo que piensas —le dijo.

Cerró la portezuela y lo oyó echar la llave. Todo a su alrededor quedó sumido en la más negra oscuridad. No había ni una rendija en la carroza, nada por donde pudiera colarse un rayo de luna que le permitiera ver algo. Wendy se arropó mejor con la capa de terciopelo. Estaba helada.

Transcurrieron los minutos, pero, a pesar de sus intentos, no logró conciliar el sueño. Entonces comenzó a centrarse en lo que sucedía en el exterior. Escuchó el susurro de las hojas de los árboles al chocar, el viento rugir... Y la respiración de Iván. Y si se concentraba un poco más, escucharía los latidos de su corazón.

—No se lo tengáis en cuenta, Wendolyn —dijo el joven. Ella no respondió, pero le prestó toda su atención—. No desea vuestra muerte, de lo contrario no estaríais aquí. Lo que ocurre es que no puede haber más ataques de vampiros en Svetlïa o llamaremos la atención de la Orden Mirlaj.

No añadió más y Wendy no dio muestras de haberlo oído, aunque él sabía que sí lo había hecho.

Transcurrieron las horas y comenzó a dormitar. No podía conciliar el sueño debido a la sed que ardía en su garganta, pero estaba cansada.

No supo cuánto tiempo transcurrió, pero la espera se le hizo eterna hasta que al fin oyó la voz de Iván:

—¡Habéis tardado demasiado! ¡Está a punto de amanecer!

—Lo sé —contestó William en un susurro apresurado.

La portezuela se abrió y Wendy se encogió en la esquina opuesta, temerosa ante la repentina claridad que irrumpió, cegándola por un momento. William entró y cerró tras de sí con rapidez. La oscuridad no era tan penetrante ahora, pero el interior del carruaje permanecía en penumbra.

—No era mi intención retrasarme tanto, Wendolyn —fue lo primero que dijo una vez se retiró la capucha—. Lo lamento.

La joven permaneció inmóvil hasta que el vampiro le tendió un frasco de cristal dentro del cual se adivinaba el rojo de la sangre. Prácticamente se abalanzó sobre él. Lo tomó entre sus dedos temblorosos, lo destapó y se lo llevó a la boca. Bebió con tanta ansia como el viajero que lleva días sin probar agua y encuentra un manantial en el camino.

Cuando se hubo terminado hasta la última gota de sangre, contempló el frasco decepcionada antes de devolvérselo a William que tenía la mano tendida.

—Sé que no te ha saciado del todo —dijo antes de que ella tuviera tiempo de poner sus pensamientos en palabras—. Pero debe ser suficiente, Wendolyn. No hay vampiros en Svetlïa, o al menos no debería haberlos. Nuestra supervivencia depende de lo cuidadosos que seamos a partir de ahora. —Ahí estaba de nuevo esa mirada de advertencia que tenía retazos de amenaza—. Te enseñaré a controlar la sed que nos lleva a desear beber hasta la última gota de sangre que corre por los humanos. No quiero que te conviertas en una asesina y que los mirlaj se nos echen encima. He vivido en este reino durante décadas y no permitiré que nadie lo eche a perder.

—¿Y si no soy capaz de controlarme? —susurró, temerosa.

—Esperemos no llegar a eso.

Wendolyn sintió un escalofrío recorrerla de arriba abajo.

—Aclarado este asunto... Hay algo más por lo que debo disculparme —prosiguió el vampiro.

—¿El qué, milord?

—Había planeado parar en la siguiente posada, pero debido a mi retraso en conseguir sangre, no puedo permitírmelo. Sé que será una jornada larga, mas espero que puedas soportarla.

Ella se limitó a asentir. Añoraba una cama, pero no tenía otra opción.

—¿Cuál es la ciudad a la que nos dirigimos?

—Rëlsa. —Wendy no supo qué lugar era ese, pero no preguntó para no parecer aún más inculta—. Te gustará, es una ciudad, cuanto menos, interesante. Todavía tenemos un día de camino, aprovecha para descansar.

—Lo intentaré —murmuró. Aún anhelaba sangre, pero al menos ya no le ardía la garganta.

—Te he comprado un vestido. No te sorprendas tanto —agregó al vislumbrar en la oscuridad su expresión de asombro—. Difícilmente podrías cruzar la entrada de Rëlsa cubierta con tan solo una capa. Debemos pasar desapercibidos.

—Gracias. Pero, milord, ¿no será arriesgado acercarnos a las ciudades? Si no podemos salir a las calles durante el día, llamaremos la atención.

William sonrió.

—Rëlsa no es como las demás ciudades. Cuando lleguemos allí, lo entenderás.

Dejándola con la intriga, William se envolvió mejor en su capa, apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos. Asombrada, Wendy contempló cómo se quedó dormido a los pocos segundos.

El crepúsculo avanzaba y la penumbra se oscurecía cada vez más. Cuando la luz restante ya no suponía un problema para los dos vampiros, se detuvieron en las proximidades de un manantial oculto entre la maleza. William la guio hasta allí y luego le entregó un paquete envuelto. Tras asegurarle que ambos hombres permanecerían al lado del carruaje, abandonó el lugar para que ella se cambiara tranquila.

Una vez sola, Wendy se quitó la capa y luego procedió a retirar los jirones de su vestido de boda ennegrecidos por el fuego que había consumido su carne.

Su piel blanca estaba también manchada y se ayudó del agua del manantial para lavarla. Observó sorprendida cómo cualquier marca o herida había desaparecido dejando la piel suave y lisa. Incluso puede que más que cuando era humana, pues juraría que solía tener una cicatriz en el hombro que ya no estaba.

La parte vanidosa de Wendolyn disfrutaba al contemplar su rostro en el espejo y se regocijaba ahora ante su eterna belleza. Pero era una parte pequeña.

Una vez se sintió limpia de nuevo, caminó hasta la orilla donde había dejado el paquete envuelto. Desató las cuerdas y retiró el envoltorio de papel. Contempló su contenido con la boca abierta.

Era el vestido más elegante que había visto nunca. Claramente, William se movía en un nivel más alto incluso que el barón Lovelace. Fuera cual fuera la identidad que pretendía darle, no iba a volver a ser una pobre campesina nunca más.

La tela era suave al tacto, como la seda, pero más gruesa. De varios tonos de azul, manga larga y ajustada. El busto quedaba sujeto mientras que el resto de la falda caía escondiendo sus curvas. Encaje y abalorios de cuarzo violeta daban los últimos toques a la bella prenda.

En el paquete también había unas medias gruesas para combatir el frío de Skhädell junto con unas botas de cuero.

—Ya he terminado —anunció cuando regresó al carruaje.

Iván y William se volvieron hacia ella.

—Os sienta muy bien, Wendolyn —dijo el joven a lo que ella contestó con un asentimiento de cabeza.

Estaba acostumbrada a que la gente alabara su aspecto. Por eso se sorprendió al ver la mirada crítica que le dirigió el vampiro.

—Servirá —dijo—. Pongámonos en marcha.

Wendolyn frunció el ceño y sus labios hicieron un mohín antes de seguirlos. Jamás la habían mirado y soltado un simple "servirá". Estaba radiante, más bella que nunca. Estaba segura de ello.

Un arco picudo sostenido por dos columnas de formas retorcidas y ostentosas marcaban la entrada a Rëlsa.

La ciudad no se parecía a nada que Wendolyn hubiera visto. Estaba hecha de piedra oscura, casi negra con veteados iguales a la montaña tras ella. Esto era porque la habían excavado en su interior.

Después de atravesar el arco, subieron por una leve cuesta en la ladera de la montaña con árboles a ambos lados. Wendy contemplaba todo asomándose a la ventana del carruaje pues habían recogido las tupidas cortinas negras ahora que el sol se hallaba oculto.

A medida que se aproximaban, su magnificencia se perdía, pues Rëlsa no estaba en su mejor momento. Incluso décadas después de la guerra, continuaban las labores de reconstrucción.

Pero Wendolyn no era consciente de nada de eso. Para ella, no había nada más hermoso ni magnífico.

La voz de William interrumpió sus ensoñaciones.

—¿Lo entiendes ahora, Wendolyn?

—Sí... —susurró sin apartar la vista de la entrada de la ciudad.

El vampiro sonrió ante lo fácil que resultaba impresionarla. Saltaba a la vista que jamás había visto u oído hablar de Dragosta. La capital vampírica poseía una belleza inalcanzable para esa ciudad en ruinas.

Aunque la importancia de Rëlsa no se debía a su arquitectura.

—Antaño era conocida como la Cuna del Saber —le reveló William en un susurro.

En este capítulo no hay muchos cambios respecto a la primera versión. Lo que más hice fue eliminar la información irrelevante y estructurarlo mejor. Todo para que se entendiera más y fuera directo. Es un capítulo de transición, aunque da el primer vistazo a William.

¡Espero que os haya gustado! ¡El miércoles subo el siguiente capítulo!

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