45. Travesía al Ocaso

Las olas se estrellaban contra el casco de madera dejando rastros de espuma blanca. El aire olía a salitre, el viento soplaba suavemente y, por primera vez en semanas, el cielo estaba totalmente despejado.

Elliot admiraba a La Viuda encaramado al mástil mayor. Las velas negras se hinchaban impulsando la fragata y, en la cubierta, la tripulación de Nova se movía eficaz como el mecanismo de un reloj.

—¡Preciosa, ¿verdad?! —exclamó la capitana mirándolo desde abajo.

El joven se deslizó ágilmente hasta el suelo situándose a su lado.

—Es magnífica.

Nova sonrió con orgullo.

—Lo es. Esperemos que no acabe en el fondo del mar...

Esa era la preocupación de Elliot y todos los que viajaban en la fragata. No ayudaba que en Wirna abundaran los relatos del terrible destino que enfrentaban las embarcaciones que se acercaban demasiado al Fin del Mundo, como era su caso. Por ello, era de vital importancia que tomaran las corrientes correctas o desaparecerían para jamás regresar.

Por otro lado, Elliot no podía evitar pensar que, si lo peor ocurría, podría al fin averiguar qué había más allá. Antes de transformarse en vampiro, había supuesto casi una obsesión para él.

—Disfrutemos del mar en calma mientras podamos —continuó la capitana Hurwood. Disponemos de algo más de una semana libre de peligro, después las mareas empeorarán.

—Sí —corroboró Elliot—. Dicen que cerca del Fin del Mundo el cielo siempre anuncia tormenta y el mar está cubierto de niebla.

Nova lo miró con admiración.

—Parece que no eres un completo ignorante...

—En Wirna sabemos mucho acerca del Fin del Mundo gracias a Acair, uno de nuestros últimos reyes antes de que nos uniéramos para formar Svetlïa.

—Querrás decir, uno de tus antepasados —lo corrigió la pirata, divertida.

Elliot la miró pero no confirmó ni negó nada. A fin de cuentas, Gabriela ya le reveló su identidad.

Nova Hurwood sonrió antes de marcharse a su camarote mientras su tripulación trabajaba a destajo en la cubierta. El motivo era que disponían de menos integrantes de lo habitual. El sol que rara vez brillaba en Skhädell, era el responsable de que los vampiros se hubieran recluido en la bodega.

Todos menos dos.

Mathilde paseaba por la cubierta con sus rizos rubios brillando como el oro cuando la luz incidía sobre ellos. Los piratas miraban con extrañeza a la niña de aspecto angelical que no encajaba en ese lugar, sin embargo, apartaban la vista en cuanto ella clavaba sus ojos fríos en ellos: sentían miedo, pero no sabían por qué.

Mathilde se percató de que Elliot la miraba y dirigió sus pasos hacia él mientras esbozaba una siniestra sonrisa.

—Son realmente útiles, ¿verdad? —preguntó señalando el brazo donde portaba el brazalete de nikté. Elliot se limitó a asentir—. Qué detalle por parte de William prestártela.

—¿De verdad creéis que mató a la reina? —terció el joven.

Las noticias habían llegado a Trebana poco antes de partir, causando gran revuelo.

Mathilde rio entre dientes:

—Claro que no. Nadie en Vasilia cree que fuera él, no cuando ocurre justo después de la reaparición de Dragan que siempre ambicionó el trono.

—Si es tan obvio, ¿por qué persiguen a William y no a Dragan?

La pequeña vampira sonrió enseñando los colmillos.

—Sí, ¿por qué será...?

Elliot sabía que el principal pasatiempo de los nobles era intrigar a espaldas de otros. Él mismo había sido víctima de un ardid orquestado por su propio padre y el bastardo al que creyó su amigo.

—Porque quieren que Dragan sea rey —concluyó en tan solo unos segundos—. Entonces, ¿quienes lo apoyan están detrás del asesinato?

—Es probable. William acaba de regresar después de siglos de ausencia, por lo que es fácil convertirlo en chivo expiatorio. —Mathilde chistó—. Y todo por no acompañarme cuando se lo propuse... Ahora está huyendo como un perro apaleado, buscado tanto en Vasilia como en Svetlïa. Patético.

Elliot la miró de reojo. No sabría decir qué pensaba de William aquella vampira de aspecto angelical. Parecía tener un fuerte lazo con él, como si se conocieran de siempre. Sin embargo, había rencor en su voz infantil; un rencor profundo y arraigado en lo más profundo de los siglos.

—¿No tiene ninguna prueba para defender su inocencia? —preguntó. Aunque el vizconde fue de lo más arisco, estaba vivo gracias al vampiro.

—¿Por qué? ¿Quieres ayudarlo?

—Estoy en deuda con él.

Mathilde volvió a sonreír, en absoluto sorprendida.

—Según mis espías, no hubo testigos. Lo encontraron cubierto con la sangre de la reina, en la sala contigua a su cadáver.

—Eso... tiene poca solución.

—Quizás si fuera de conocimiento público que Anghelika lo convirtió, lo tendría más fácil. Pero pocos lo saben y no siempre el creador puede controlar a su convertido. Hay... requisitos que cumplir.

—¿Cuáles? —preguntó Elliot sin poder reprimir la desesperación en su voz.

Mathilde lo miró burlona.

—Beber la sangre del convertido antes de transformarlo. Ello crea un lazo que no puedes romper a estas alturas, si es lo que estás pensando.

Elliot apretó los puños.

—¿Dónde está ella?

—¿Quién? —preguntó Mathilde a su vez, con una sonrisa taimada.

—Gabriela —escupió su nombre.

—¿Por qué? ¿Quieres verla? —insinuó.

Elliot apretó los puños con furia.

—Más bien lo contrario.

Pero era mentira, claro que deseaba verla. Lo ansiaba desde lo más profundo de sus entrañas y eso le daba ganas de vomitar. Cada vez que recordaba su cuerpo sobre el suyo, su piel tersa y caliente, o sus besos lascivos, el deseo se apoderaba de él al mismo tiempo que sentía el impulso de saltar por la borda.

Sin embargo, era incapaz de hacerlo. La propia Gabriela se aseguró de ello cuando expresó su deseo de que permaneciera a su lado para siempre. Ni siquiera podía intentar abandonarla lanzándose al mar.

Lo había reclamado, lo había hecho suyo y ahora su voluntad le pertenecía.

—Está en su camarote. Sola, por si te interesa —dijo Mathilde, que parecía disfrutar con su desgracia.

—No me interesa.

Se apartó de la borda y regresó al centro de la cubierta. No la oyó hasta que habló, pero de pronto, Bruma estaba a su lado.

—¿Estás bien?

Elliot no se había atrevido a mirarla a la cara desde lo ocurrido en La Tentadora, no sabía bien por qué, pero sentía una gran vergüenza.

—Sí —se limitó a decir, manteniendo la cabeza gacha.

La oyó suspirar y volver a tomar aire antes de volver a hablar.

—Detesto el mar.

Sorprendido, Elliot alzó la vista y la vio contemplar el agua con el ceño fruncido.

—¿Por qué?

—Estoy atrapada y no puedo correr. Para un licántropo, eso es esencial y yo llevo corriendo toda mi vida.

El vampiro asintió. Entendía su forma de pensar, pero no la compartía.

—Para mí el mar es libertad y desearía saber qué hay más allá...

—¿Te refieres al Fin del Mundo? —preguntó extrañada.

—No, más allá.

—No hay nada, solo muerte.

—Te equivocas, tiene que haber algo...

Se vieron interrumpidos por Sandor, el segundo de abordo de Nova. Era un vampiro cubierto de cicatrices, una de ellas incluso le surcaba el ojo izquierdo, de un color blanco lechoso. Pero su aspecto grotesco no era lo más llamativo de su apariencia, sino su piel. Elliot jamás había visto a alguien de ese color, parecía retener la noche misma y por eso se le conocía como Sandor Ohrul que en la lengua antigua significaba Hijo de la Noche.

Cada vez que se topaba con él, moría de ganas de preguntarle de dónde procedía. Sabía que existía un linaje de vampiros como él, pero no si estaban emparentados. Sin embargo, su aspecto amenazador, el hecho de que le sacara varias cabezas y fuera más fornido que él, reprimía con eficacia su curiosidad.

—La capitana quiere veros en su camarote —les dijo con su voz gutural.

Elliot asintió y se dirigió hacia allí. Al ver que Bruma no lo seguía, se volvió para llamarla. Sin rastro del tinte negro, su pelo había recuperado su tono natural y el atardecer creaba reflejos rojos en su melena plateada.

—¿Bruma?

—¿Por qué crees que hay algo más allá?

—El mundo no puede ser tan pequeño —respondió con simpleza—. Vamos.

Siguieron a Sandor Ohrul hasta la puerta ornamentada era de color negro de la popa. El del camarote interior estaba lleno de riquezas procedentes de los saqueos: había alfombras de Vânat, lámparas de calenda de Wiktoria y copas de cristal dragosiano. Pero lo más inquietante era la colección de cráneos distribuidos aquí y allá. ¿Pertenecían a las víctimas de Nova o eran solo para asustar?

—Ese es de mi tercer marido —dijo la capitana al seguir su mirada—. Lo maté cuando me hizo esperar demasiado, así que venid aquí —les ordenó.

Sandor se situó tras Nova y ellos se acercaron a la mesa de ébano que ocupaba el centro de la estancia. Sobre ella habían desplegado un gran mapa de Skhädell y otros planos que mostraban las corrientes marítimas, similares a los que poseía William en Isley.

No eran los únicos presentes, también estaban Mathilde y otros piratas que no conocía.

—Os he convocado para recordar el itinerario —dijo Nova—. Nos encontramos muy cerca del punto de no retorno. En cuanto entremos en la Corriente Meridional, el clima empeorará abruptamente y no tendremos tiempo de detenernos a pensar qué ruta tomar. Debemos tener claras nuestras tareas y tanto humanos como vampiros, deben trabajar a destajo.

—¿Qué pasará durante el día? —preguntó un pirata con un parche en el ojo.

—Habrá tantas nubes que apenas lo diferenciaremos de la noche —intervino Elliot—. No habrá peligro para los vampiros.

—Gracias por la aclaración —repuso Nova—. Accederemos a la Isla de la Media Luna atravesando el Archipiélago del Ocaso —dijo señalando la ruta en el mapa.

De inmediato, los murmullos se extendieron por la tripulación. Bruma arrugó la nariz: apestaban a miedo.

—¿No sería mejor rodear el archipiélago en lugar de atravesarlo? —preguntó el mismo pirata de antes.

—Eso sería sumamente estúpido —replicó Elliot—. La Corriente Meridional nos arrastraría al Fin del Mundo. Debemos usar el archipiélago para frenarnos, es la única forma.

—Pero los difuntos reinan en sus aguas —insistió el tuerto y los otros piratas lo corroboraron entre susurros—. Desvían a los barcos de su rumbo y los hacen encallar.

Elliot enarcó una ceja. ¿Ahora tenían que lidiar con una tripulación supersticiosa?

—Eso no son más que cuentos para historias a los cobardes —dijo la capitana Hurwood—. En mi navío no hay lugar para ellos así que abandonadlo antes de mearos encima.

Escucharon una risita cantarina y todos bajaron la mirada hacia Mathilde.

—¿Os ocurre algo? —preguntó Nova.

—No son simples historias.

—¿A qué te refieres? —dijo Elliot.

—Las aguas que conectan las islas son un cementerio de barcos. Antaño hubo una cruenta batalla y los muertos quedaron atrapados en ellas. Más nos vale no subestimarlos.

—¿Me estáis diciendo que creéis en historias de fantasmas? —insistió la capitana.

—Por supuesto —dijo con una sonrisa maliciosa—. Sin embargo, el joven Elliot tiene razón: es la única manera de llegar a la isla.

El aludido bajó la mirada al mapa y asintió.

—La Corriente Meridional se bifurca al toparse con el archipiélago —dijo trazándola con los dedos—. Si accedemos por el estrecho que dejan las dos primeras islas, solo tendremos que navegar en línea recta hasta el sureste y llegaremos a la bahía que forma la Isla de la Media Luna.

—¿Y cómo volveremos? —preguntó Sandor.

—¿Puedo? —preguntó Elliot mirando a Nova que sonrió.

—Adelante.

—Podemos volver a utilizar el refugio que proporciona el archipiélago para dirigirnos a la isla más al norte —dijo arrastrando el dedo hacia arriba en el mapa—. Ahí la corriente se debilita y podremos alcanzar la costa de Vasilia y, bordeándola, regresar a La Mandíbula.

Unas palmadas suaves irrumpieron en la reunión. Elliot apartó la vista del mapa y se topó con Gabriela, apoyada en el marco de la puerta.

—Es de lo más inteligente, ¿no creéis? —dijo a los presentes, pero sin despegar la mirada de él.

—Si llego a saber que los wiktorianos conocen tan bien las mareas, le habría ofrecido el puesto de navegante —contestó la capitana.

Elliot no reaccionó al cumplido. Le zumbaban los oídos y sus ojos estaban clavados en la vampira. Había cambiado sus vestidos por un atuendo más cómodo para la travesía que constaba de pantalones y una camisa encorsetada. Lejos de parecer menos femenina, las prendas remarcaban aún más su curvilínea figura. Era la primera vez que se topaba con ella desde esa aciaga noche y contuvo la respiración, como si así pudiera evitar embriagarse con su presencia.

Sintió que se tambaleaba y tuvo que apoyarse sobre la mesa.

—¿Qué está haciendo aquí?

Esa era la pregunta que quería hacer, pero, incapaz, fue Bruma quien la hizo.

La licántropa rodeó la mesa y se situó frente a ella, dándole la espalda a Elliot. Por unos segundos, su esbelta figura ocultó a la vampira y Elliot respiró aliviado.

—Llegas tarde —dijo Nova.

—Debía esperar a que el sol estuviera lo suficientemente bajo —se excusó Gabriela—. La próxima vez, asegúrate de que sea de noche.

Caminó hacia la mesa, pero Bruma se interpuso en su camino, quedando a tan solo un palmo de ella.

—Si das un paso más, te morderé, arpía —siseó tan bajo que solo los vampiros presentes pudieron oírla—. Veremos si te recuperas de eso.

Gabriela no dejó de sonreír, aunque sus labios temblaron.

Elliot bajó la vista y descubrió que la mano derecha de Bruma comenzaba a mutar. Sus uñas eran más largas y un fino vello blanco cubría su dorso. En dos zancadas, se situó frente a ella y usó su capa para ocultar la garra.

—Para —susurró, cogiendo con fuerza su muñeca.

Podía sentir el aliento cálido de Gabriela en su nuca y no estaba seguro de si había intervenido para proteger a Bruma o salvar a la vampira.

Un escalofrío lo recorrió de punta a punta cuando sintió los dedos de la vampira acariciarle la espalda. Se concentró en los ojos dorados de la loba para no perder el dominio de sí mismo. Era la primera vez que la miraba a la cara en días.

—Vámonos —le pidió.

Algo en su expresión pareció aplacar la ira que brillaba en los iris de la licántropa. Dejó que Elliot tirara de ella y abandonaron el camarote sin despedirse con los presentes. Ellos no eran invitados ni estaban allí por gusto, no les debían ni un mínimo de cortesía.

En la cubierta, la brisa nocturna se llevó el perfume intoxicante de Gabriela y despejó su cabeza.

—Puedes dejar de agarrarme el brazo —dijo Bruma.

—Oh, lo siento —contestó y la soltó de inmediato.

Aún parecía molesta, pero su mano había recuperado su aspecto humano.

Sin pronunciar palabra, la loba se dirigió a las escaleras de madera que conducían al compartimento bajo la cubierta. Elliot la siguió y sortearon las hamacas que colgaban del techo. A esas horas de la noche, estaban ocupadas por los humanos mientras los vampiros mantenían en funcionamiento a La Viuda.

Ellos tenían la suerte de disponer de un pequeño camarote separado del resto. Seguramente se lo dieron para que Bruma no interactuara demasiado con la tripulación, además, estaban en la otra punta del barco, alejados de los camarotes que Mathilde y Gabriela tenían en la proa junto con los piratas de mayor rango.

Bruma entró primero y Elliot fue quien cerró la puerta y echó el cerrojo. Apenas había espacio para una litera anclada a la pared, una mesa y dos taburetes, pero era mejor que dormir en hamacas.

La joven ya había ocupado la cama de abajo y estaba tumbada cuan larga era, mirando la madera sobre ella con el ceño fruncido.

—¿Estás bien? —le preguntó Elliot.

Bruma lo observó encender una vela y ocupar el taburete frente a la mesa. Su cuerpo se posó con pesadez y enterró el rostro entre las manos, agotado.

—¿Lo estás tú?

Elliot evitó mirarla, de nuevo, pero contestó:

—No, la verdad es que no.

La licántropa no estaba segura de qué hacer. Llevaba dos años evitando y reprimiendo sus propios sentimientos, por lo que no era la mejor para ayudar a alguien que parecía sobrepasado por ellos.

—¿Qué te ayudaría? —preguntó, a pesar de todo.

—No lo sé. Antes pensaba que matando a Gabriela podría pasar página; ahora creo que, incluso si no estuviera a su merced y lograra clavarle a Radomis en su negro corazón, no volvería a ser quien era...

Bruma lo vio restregarse la cara. Ahora que se fijaba, tenía más ojeras de lo que acostumbraba. No solía dormir mucho, pero ahora parecía no pegar ojo siquiera.

—Esa arpía no te lo ha cambiado tanto, ¿sabes? Aún eres un idiota, inocente que lo primero que piensa es en ayudar a otros.

Elliot sonrió, aunque sus ojos seguían tristes.

—¿Qué te hace decir eso?

—Tú me ayudaste —contestó, encogiéndose de hombros.

El vampiro enarcó una ceja.

—Recuerdo que afirmaste no necesitar mi ayuda.

—Eso no quita que lo intentaras. Te mordí y lo siguiente que haces es ayudarme con un puñado de piratas. Apareciste de la nada como los príncipes de esos cuentos estúpidos que acuden a salvar a su princesa a lomos de un corcel blanco.

—Ratza-Mûn es gris —la corrigió.

Ella frunció el ceño.

—Y tú, un idiota.

Elliot dejó escapar una risa que se convirtió en resoplido.

El silencio se cernió sobre ellos y, por un momento, solo se escuchó el crujido de la madera y las olas chocando contra el casco. Cuando Elliot lo rompió, su voz sonó ronca.

—A veces desearía olvidarme de todo y saltar por la borda... Pero mi voluntad le pertenece hasta tal punto, que ni siquiera puedo morir por mi mano.

Si no estuviera tan hundido, habría escuchado como el corazón de Bruma se saltaba un latido para luego acelerarse.

—Mejor, porque no morirías —dijo mordaz—. Te ahogarías eternamente y eso sería una mierda. Yo creo que es mejor vengarte.

—No puedo, es mi creadora —siseó—. Creo que no comprendes hasta qué punto me controla. Me ordenó que no la matara y no puedo ni ponerle un dedo encima con esa intención; me dijo que la deseaba, y la deseo tanto que me quema; me ordenó estar siempre con ella y no puedo ni saltar al mar. ¡¿Entiendes lo horrible que es eso?!

Hasta que no se topó con los ojos candentes de Bruma como el oro derretido, no se percató de que estaba de pie, gritando.

—Lo entiendo mejor de lo que crees —replicó ella, mordaz. Su voz temblaba por el esfuerzo de no gritar también—. Siéntate.

—Lo siento, no pretendía hablarte así...

—Siéntate —repitió con autoridad.

Elliot obedeció y volvió a ocupar el taburete frente a ella.

—Voy a darte dos consejos y más te vale usarlos porque yo nunca doy consejos.

—Vale...

—Mi primer consejo es sencillo: conoce a otras mujeres y, si te agradan lo suficiente, intima con ellas.

—¿Cómo quién?

Bruma se encogió de hombros, un gesto extraño en ella que no dejaba de repetir esa noche.

—Quizás tu amiga del burdel —sugirió.

—¿Milena?

—¿Tienes otra en mente? —preguntó con sus ojos dorados clavados en él.

—No —se apresuró a negar, sin poder apartar la vista.

Al fin, la loba desvió la mirada y continuó hablando.

—El objetivo es restarle poder a Gabriela. Si deseas a otras mujeres, ella no será especial. Es tu creadora, pero eso no significa que deba ser la única con la que... —vaciló.

—Con la que he... dormido.

En otro momento, se habría burlado de él por ser tan puritano, pero lo dejó pasar.

—Sí.

—Comprendo —se limitó a contestar—. ¿Cuál es el otro consejo?

Bruma se tomó tanto tiempo en contestar, que pensó que ya no lo haría. Cuando habló, su voz sonó más ronca de lo normal, como ocurría cuando se acercaba la luna llena.

—El control que tiene Gabriela sobre ti... Hay algo similar entre licántropos —le explicó. Hablaba vacilante, como si no estuviera segura de compartir los secretos de su especie con un vampiro—. Nosotros formamos manadas. En ellas siempre hay un líder al que llamamos alfa y todos le obedecemos.

—¿Cómo se convierte un licántropo en alfa?

—No se convierte, se nace —lo corrigió—. Solo existe un linaje de alfas, aquellos que descienden de Artiom, ¿te acuerdas de él?

Elliot asintió. Fue el primer licántropo, el único que aprendió a controlar la transformación. Pero murió a manos de Drago antes de poder transmitir su saber.

—¿A eso se debe que tu manada no terminara como los vokul? Fue por tener un alfa descendiente de Artiom.

—Sí.

—¿En qué se parece el control del alfa al que Gabriela tiene sobre mí?

—Los alfas son líderes natos y siempre deciden lo que es mejor para la manada, pero no todos están de acuerdo. Es en esos momentos en los que el alfa hace uso de una capacidad especial que les permite controlar a los que se sublevan y evitar que rompan la unidad de la manda.

—Es... cruel robar a otros su libre albedrío.

Bruma volvió a clavar su mirada en él como dagas incandescentes.

—Los pocos licántropos que quedamos, debemos permanecer unidos —siseó—. Es gracias al alfa que sobrevivimos a la cacería de Drago.

—No pretendía ofenderte —se disculpó—. Entonces, ¿el poder de Gabriela sobre mí se parece al del alfa sobre su manada?

—Sí, solo que los alfas lo usan con sabiduría, esa arpía... se aprovecha.

—Ya... —dijo, cabizbajo—. ¿Y qué ocurrió?

¿Cómo había terminado Bruma en una fragata en medio del mar Aquión?

—Aunque solo aquellos que descienden de Artiom pueden ser alfas y solo sus familiares pueden desafiarlos, algo salió mal en mi manada. Un licántropo de un linaje impuro derrotó a nuestro líder y usurpó su lugar —dijo con rabia y los dientes tan apretados que era difícil entenderla—. Era algo impensable, antinatural, pero ocurrió.

—¿Cómo?

—No lo sé, pero creo que si un licántropo cualquiera pudo arrebatarle el liderazgo de la manda a un alfa, tú puedes sobreponerte al dominio de Gabriela sobre ti. Solo necesitas tiempo.

Sin darle oportunidad a decir nada, Bruma se tumbó de nuevo en su cama y le dio la espalda. Elliot permaneció sentado en el taburete hasta que la luz de la única vela que alumbraba el estrecho camarote, se apagó. Cuando ocupó su lugar en la litera de arriba, lo hizo con esperanza por primera vez en días.

También fue la primera noche en que logró pegar ojo.

Tenía unas ganas enormes de contar más sobre Bruma y, en el siguiente capítulo, descubriremos aún más cosas y al fin entenderemos un poco por qué ella es como es y por qué está haciendo ese viaje.

Sé que la idea de un alfa usando su poder para controlar a otros miembros de la manada es algo que se ve mucho en las historias de licántropos, PERO ya sabéis que me gusta darle giros a estas cosas y, aunque no lo veremos en este libro, vais a alucinar cuando se descubra lo que hay detrás de ese poder y, SOBRETODO, cómo alguien que no era descendiente de Artiom pudo derrotar a un alfa y tomar su lugar. Y ese dato no lo sabe nadie aún, ni siquiera los antiguos lectores...

Arriba dejé un trozo del mapa de Skhädell con el recorrido que hacen en rojo porque sabía que iba a ser un poco lioso si no jajaja. Pensad que este libro irá publicado en físico con el mapa así que será mucho más fácil seguir el recorrido de los personajes.

Espero que os haya gustado el capítulo. Estoy intentando terminar ya los que faltan (solo la otra mitad de este cap y el epílogo) porque voy un poco retrasada. Volví a trabajar a la oficina y me pilla tan lejos de casa que me canso mucho más por el tiempo que me lleva llegar (T_T). Además, con Halloween y la visita de mi familia este fin de semana, no voy a tener mucho tiempo pero de verdad QUIERO subir lo que queda de LEM antes de que acabe octubre. Haré mi mejor esfuerzo! Dadme ánimos!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top