40. Los tesoros perdidos
A escasas horas del amanecer, William y Wendy disfrutaban de una cena en sus aposentos después de ver una obra de teatro representada en el mismo palacio. Ni la reina ni Dragan habían asistido y la corte estaba más pendiente de ellos que de la celebración.
—La capitana Vitali me dijo que eres sonámbula —dijo William tras limpiarse la boca con la servilleta.
La joven levantó la vista del faisán con manzanas asadas que les habían servido y lo miró extrañada.
—Dos preguntas —dijo depositando los cubiertos de plata—. ¿Quién es la capitana Vitali y qué es ser sonámbulo? ¿Es algo malo?
El zral dejó escapar una carcajada. En los últimos días, había sonreído más que en siglos. Nunca pensó que eso ocurriría en Dragosta de todos los lugares.
—La capitana Sirina Vitali es quien te encontró merodeando los pasillos e impidió que salieras las siguientes veces.
—Oh. ¿Es normal...? —se detuvo porque no quería mostrarse aún más ignorante frente a él, tampoco ser grosera.
—¿El qué?
Al final, la curiosidad pudo más.
—¿Le pasa algo en la piel? ¿Es normal que sea tan oscura?
—Hay muy pocos como ella, pero es normal, no le ocurre nada. Simplemente es de ese color, igual que tu cabello es pelirrojo y el mío castaño.
—Ya veo.
—Existen algunas leyendas en Skhädell sobre ellos.
—¿Como cuál? —preguntó, interesada como cada vez que William compartía con ella un pedazo de su conocimiento.
—Dicen que descienden de un hombre que, siglos atrás, alcanzó la cima de la montaña más alta de Skhädell en una noche sin luna y logró rozar el cielo nocturno. Su piel, por entonces blanca, absorbió la oscuridad. Desde ese momento, a sus descendientes se les conoce como Ohrul que en la lengua antigua significa Hijos de la Noche.
Wendolyn frunció el ceño.
—Eso es absurdo.
William sonrió.
—Las leyendas suelen serlo.
—Gracias por responder. Me daba reparo preguntar y decirle que me gustaba su color si se debía a una dolencia de la que no quisiera hablar —murmuró, avergonzada.
Se metió una tajada de faisán en la boca y el zral la miró divertido.
—Puedes preguntarme lo que quieras ya que en la corte verás cosas que no conoces. La capitana Vitali, por ejemplo, va a encargarse de nuestra protección durante nuestra estancia; cuánto más sepas de ella, mejor.
—¿Qué más he de saber?
—Es excelente en su trabajo, de lo contrario mi tío no la tendría dirigiendo su guardia personal. También se dice que, aquellos como ella, son más altos y fuertes que la media de vampiros, por lo que no es de extrañar que terminen en puestos para proteger a la realeza.
—¿De dónde surgieron en realidad?
William se encogió de hombros.
—No lo sé, quizás no sean de por aquí.
—¿Os referís a Vasilia?
Sus ojos ambarinos destellaron como el fuego.
—No, a Skhädell.
Wendolyn no lo entendió, pero adivinó que él tampoco tenía la respuesta a su siguiente pregunta. Lo vio tomar una porción de manzana asada con su cuchillo y untarlo en una tajada de faisán antes de llevárselo a la boca. Lo masticó despacio y, cuando terminó, bebió un sorbo de doshka antes de hablar de nuevo:
—Respondiendo a tu otra pregunta, el sonambulismo es cuando alguien camina o habla estando dormido y no lo recuerda al despertar.
Wendy enrojeció sin poder evitarlo.
—Nunca antes había caminado dormida. Pero es extraño...
—¿El qué? —preguntó preocupado al verla fruncir el ceño.
—Para evitarlo, cerré mi dormitorio con llave. Fue en vano porque volví a despertar en el pasillo cuando la capitana me interceptó. Al regresar, la llave estaba exactamente donde la guardé.
Ya no había diversión en el rostro del zral. Fruncía el ceño y sus ojos se habían oscurecido.
—Wendy, ¿me permitirías hacer un experimento? —preguntó mirándola a los ojos.
—¿Como los que hacías en Isley?
—¡No!
Ella rio, se estaba burlando de él.
—Entonces, ¿por qué preguntas tan serio? —dijo sonriendo.
—Porque quiero saber si me permitirías estar en tu dormitorio mientras duermes.
Esta vez fue a Wendolyn a la que se le borró la sonrisa de golpe.
—¿Cómo? —dijo roja hasta la punta de las orejas. William pensó que nunca le había parecido tan hermosa como en ese momento con las mejillas sonrosadas y los ojos grises brillando como la plata bruñida.
—Tú ocuparías la cama y yo una silla, para ver si vuelves a levantarte —le explicó. No quería que lo malinterpretara.
—Qué incómodo...
—No es mi intención hacerte sentir incómoda —se apresuró a decir—. Solo quiero comprobar si hay algo por lo que deba preocuparme.
Wendy lo miró divertida, a duras penas conteniendo la risa.
—Me refería a que te resultará incómodo pasar tus horas de sueño en una silla.
—Ah.
Por primera vez, William no sabía que decir y a Wendy le resultó de lo más satisfactorio. Pero cuando la miró con los ojos encendidos con el color ambarino del fuego, se le quitaron las ganas de seguir tomándole el pelo.
—Bueno, terminemos de cenar y luego vemos —dijo bajando la vista hacia el faisán.
Cuando acabaron, cada uno fue a su dormitorio. Wendy le pidió a las doncellas que le prepararan un baño y dejaran la ropa de dormir sobre la cama. Tras desvestirla, se retiraron dejándole intimidad. Por fortuna, William había logrado convencer a su tío de que le permitieran bañarse sola.
Volvió al dormitorio mucho más relajada, pero no duró. En cuanto sintió la presencia de William esperándola en el salón, los nervios regresaron. ¿Y si él había malinterpretado sus palabras durante la cena? ¿Y si pensaba que eran una invitación para...?
Wendolyn no había pensado en eso desde antes de su boda y no quería hacerlo, pero sabía que Snezana fue la amante de William y seguro que no fue la única. Entonces, ¿qué esperaba de ella?
Quizás el fino camisón de seda era demasiado revelador. Se puso las medias, se soltó el pelo y escogió una bata del armario para cubrirse.
—Puedes pasar.
William entró con un libro de cubiertas granates que depositó en su tocador antes de acercarse a ella. Se inclinó y Wendy se puso de puntillas para recibir su beso. Fue breve, demasiado, y no pudo evitar sentirse decepcionada.
—Que descanses —le dijo.
Dio media vuelta y caminó hasta la silla de su tocador. Encendió una vela y abrió el libro, listo para la vigilia. Wendy lo miró estupefacta, aquella no era en absoluto la reacción que esperaba de él. Sin embargo, no dijo nada. Se quitó la estúpida bata y tiró de las medias que se deslizaron de sus piernas hasta el suelo. Entró en la cama y se cubrió hasta la barbilla, aún incrédula.
Intentó conciliar el sueño, pero no podía evitar dirigirle miradas furtivas esperando encontrarse con sus ojos, sin embargo él no apartaba la vista del libro. Se movió para acomodarse, sin éxito.
—¿Ocurre algo? —preguntó William al ver que no dejaba de moverse.
—No puedo dormir contigo aquí...
Él enarcó las cejas, parecía sorprendido.
—Solo estoy leyendo.
Aquello fue al mismo tiempo un alivio y una decepción. ¿Cómo podía estar a solas con ella y no mirarla? Wendy apenas podía quitarle los ojos de encima.
—¿Prefieres que me vaya? —preguntó cuando no dijo nada.
—No —dijo con un mohín en los labios.
—Entonces, ¿qué quieres?
Esa era la gran pregunta, ¿qué quería? Al principio se sintió aliviada cuando él no hizo nada después de lo que le dijo en la cena, pero había una parte de ella que deseaba que la abrazara.
—¿Wendolyn? —insistió al ver que permanecía muda.
—Quiero...
—¿Sí?
—¿Puedes abrazarme hasta que me duerma?
No pudo mirarlo a la cara cuando dijo eso, se sentía como una niña asustadiza.
—¿Solo eso?
—Bueno... Tal vez no solo eso, pero no quiero... —se detuvo avergonzada.
Seguramente estaría pensando que era una caprichosa, igual que Philip cuando se enfadó porque no quiso hacer nada hasta la boda.
—Comprendo —se limitó a decir William.
Caminó hasta el lecho por el lado contrario al que ella ocupaba y apartó las sábanas para entrar. El colchón se movió bajo su peso y Wendy sintió su calor en cuanto se acercó.
—Espera, voy a ponerme la bata... —susurró incorporándose.
—¿Tienes frío?
—No.
—¿Entonces?
—No deseo incomodarte.
—¿A mí? —preguntó sin comprender.
—Porque llevo solo un camisón y no quiero... No me hagas decirlo —murmuró tapándose el rostro.
Sintió un beso sobre su frente y su aliento cálido cuando habló:
—Nunca interpretaré como una invitación lo que vistas o dejes de vestir. Si tengo dudas, preguntaré.
Wendy lo miró anonadada. ¿Era William la excepción o ella tuvo mala fortuna con los hombres que conoció? Sonrió y se acurrucó entre sus brazos.
—¿Estarás aquí cuando despierte?
William se inclinó para besarla. Acarició sus labios despacio, apenas un roce, pero ella no pudo evitar pegarse a él y profundizar el beso.
—Estaré aquí —contestó jadeante cuando se separaron—. Ahora duerme.
Cerró los ojos y se adormiló con las caricias de sus dedos entre su melena hasta que sucumbió al sueño.
William permaneció despierto, con los ojos titilando en la oscuridad, vigilantes durante horas, guardando su sueño. Las horas transcurrieron en silencio sin que nada ocurriera. Él mismo se fue aletargando gracias a la cálida joven entre sus brazos. Estaba tan a gusto...
Se despertó cuando la sintió removerse. Al abrir los ojos, la vio incorporada con la respiración agitada.
—Wendolyn —la llamó.
Ella no contestó y tomó su barbilla para mirarla. Sintió un nudo en el pecho al ver sus ojos abiertos pero sin rastro de los iris grises: estaban en blanco. La zarandeó con suavidad, mas no reaccionó.
—Wendolyn.
Ella lo ignoró y se levantó. No se estremeció cuando sus pies desnudos tocaron el frío suelo de mármol y caminó hacia la puerta. Reaccionó a tiempo y se interpuso en su camino de un salto. La tomó del brazo para tirar de ella de vuelta a la cama, pero Wendy se lo quitó de encima lanzándolo contra los postes de la cama. William sintió que se le cortaba la respiración y cayó de rodillas al suelo. Intentó llamarla de nuevo, pero el golpe lo había dejado sin respiración.
Por el rabillo del ojo, la vio bajar el manillar y salir al salón de los aposentos. Con un brazo sobre las costillas, se incorporó y fue en su busca. Le dio alcance en los corredores y lo primero que notó fue que no había guardias vigilando..
—Wendolyn —la llamó por enésima vez, colocando una mano sobre su hombro.
Ella le devolvió una mirada vacía y su boca se abrió como la de una marioneta:
—Apártate.
Y no importó que fuera un vampiro con siglos de edad, no pudo luchar contra lo que fuera que se hubiera apropiado de la joven. La dejó ir y lo único que pudo hacer fue seguirla, percatándose de que se movía con una soltura inusual en alguien que no conocía el palacio.
William se detuvo en seco cuando vislumbró su destino. Todo cobró un horripilante sentido cuando vio la puerta dorada. Sintió una fuerte opresión en el pecho y el miedo entumecer su cuerpo como una tormenta de nieve.
—No... —dijo horrorizado—. ¡No!
Al fin su cuerpo reaccionó y pudo correr hasta ella, pero ya era tarde: Wendolyn tenía un pie dentro de la habitación. La agarró de la cintura y ella lo miró:
—Suéltala.
De nuevo le fue imposible oponerse a aquella arrolladora fuerza de voluntad y la dejó ir.
—Detente... —suplicó.
La vampira lo ignoró y entró en una habitación que había permanecido cerrada durante siglos.
El interior estaba exactamente cómo recordaba, pero sucio y abandonado. Wendy se detuvo frente a un espejo polvoriento y lleno de telarañas. William contempló su reflejo distorsionado, pero no era el de ella, sino el de una mujer rubia que reconoció de inmediato aunque era imposible.
—¿Brigitte? —dijo en un susurro roto.
En cuanto pronunció su nombre, Wendolyn se desplomó y una nube de polvo se arremolinó a su alrededor cuando quedó tendida en el suelo.
Brigitte se llevó las manos a su camisón blanco con bordados de hilo de oro. Si no hubiera llevado un vestido de novia mucho más lujoso y elegante, aquella prenda le habría parecido un derroche de riqueza, digna de una reina. Le resultaba extraño mostrarse de esa manera ante William porque se conocían de toda la vida y habían crecido juntos; que se hubieran casado no cambiaba nada, no eran necesarias tantas ceremonias ni parafernalia.
Su boda se había celebrado un día después del decimoctavo cumpleaños de William, cuando ella ya tenía veinte años; pero su compromiso se pactó cuando Brigitte contaba con tan solo doce años.
No fue casualidad.
Como supo más tarde, la decisión se tomó días después de que su hermana fuera convertida.
—Mathilde... —murmuró mirándose al espejo.
La echaba tanto de menos que dolía y sabía que William sentía lo mismo. Pero no pudieron hacer nada para que permaneciera con ellos. La ley prohibía a los vampiros entrar en contacto con los hijos de la realeza mientras fueran humanos, sin importar el parentesco.
Los días de sol en que los tres jugaban y crecían alegres habían quedado tan atrás...
Pero cuando Brigitte diera a luz al hijo de William, ambos serían convertidos y podrían volver a reunirse. Aunque, para entonces, quizás Mathilde no querría verlos.
Su último encuentro se produjo cuando William tenía dieciséis años y ellas dos más. Pudo ver la envidia en los ojos de su hermana gemela que había quedado atrapada en el cuerpo de una niña para siempre.
A Brigitte la atormentaban esos ojos pero comprendía su rencor.
Mathilde fue la primera en nacer, la que poseía el yaklar más poderoso y se convirtió en la prometida de William desde el día en que él llegó al mundo. Perder todo eso no era fácil de aceptar, pero Brigitte no tenía la culpa del ataque que sufrió su hermana a los doce años y que la convirtió a tan corta edad. Tampoco era culpable de que la eligieran para reemplazarla o de que William la amara a ella.
No podía odiarla por seguir siendo humana.
Se contempló en el espejo y vio a la mujer adulta que Mathilde jamás llegaría a ser; a la hermana que usurpó su lugar junto al hombre del que estaba enamorada; la primera Anghel en contraer nupcias con un Hannelor en toda la historia de Vasilia.
Tres golpes contra la puerta dorada apartaron aquellos remordimientos de su mente. Se colocó la larga melena rubia sobre los hombros y caminó hasta el centro de los aposentos.
—Adelante, William —dijo con una sonrisa.
La puerta se abrió y por ella entró un hombre oculto en las sombras.
—Lo lamento, pero no soy tu esposo —dijo con una sonrisa horrible.
Nadie merece sufrir lo que Brigitte Anghel padeció en su noche de bodas. Alguien truncó su destino y murió sola, destrozada en el dormitorio que iba a ocupar junto a su amado. Sufrió una muerte lenta, tan lenta como pudo ser la de Wendolyn Thatcher de no haber sido encontrada por William a tiempo.
Pero nadie salvó a Brigitte. Cuando el joven zral se desplomó a su lado, ya era tarde y el cuerpo de la mujer que amó estaba frío en medio de un charco de sangre.
Nadie supo jamás cómo se perdieron los dos tesoros de los Anghel. Mathilde convertida antes de ser una mujer y Brigitte antes de poder engendrar un hijo. Así terminó uno de los tres linajes reales. No volvió a nacer un Anghel, pues todos los descendientes de Anghelika eran ahora vampiros.
Porque un ser que renace tras morir, no puede crear vida.
Entrar en esa maldita habitación tomó toda su fuerza de voluntad. Era el último lugar en el que William deseaba estar, pero ver a Wendy desmayada en el suelo lo obligó a reaccionar. Corrió hasta ella y se arrodilló a su lado. Con las pupilas dilatadas por el miedo, la puso en su regazo y la zarandeó desesperado, pero no despertó.
—¡Wendolyn, abre los ojos!
Sentía la mente embotada, no podía pensar con claridad y el pánico se había apoderado de él. Era esa habitación y ese maldito rincón del suelo donde Brigitte había muerto. Violada, desangrada... La misma suerte que podría haber corrido la joven entre sus brazos.
—Por favor, por favor... —susurró en su oído.
Wendy jadeó y su boca se abrió para tomar una gran bocanada de aire. Tosió y William la sintió temblar de miedo y dolor contra su pecho mientras la abrazaba con fuerza, como si así pudiera protegerla.
—Wendolyn...
Pronunció su nombre como una caricia: con mimo, alivio y amor. Tan intensos eran los sentimientos que había volcado en una sola palabra, que a ella se le encogió el corazón cuando reunió la fuerza necesaria para hablar:
—Suéltame.
William apartó el rostro que había enterrado en su melena y la miró sorprendido.
—¡Suéltame!
Cuando el vampiro aflojó su abrazo, ella se arrastró fuera de su regazo, demasiado débil para ponerse en pie. Una arcada la sacudió y tuvo que detenerse para vomitar. Sintió sus manos en su melena, para recogerla tras su nuca.
—No me toques... —siseó sin atreverse a mirar su rostro y ver esa expresión acongojada tan extraña en él.
Obedeció, pero no podía dejarlo ahí.
—Necesito saber qué ha ocurrido; necesito que me digas...
—¿Qué quieres que te diga? Ya sabes lo que he visto —sollozó—. He visto la muerte de Brigitte...
—Wendolyn... —volvió a llamarla desesperado.
No podía sentir compasión por él, en ese momento, solo era capaz de pensar en sí misma.
—¿Pensabas en ella cuando me salvaste aquella noche? —dijo sin atreverse a mirarlo.
Hasta que no preguntó, William no fue consciente de cuánto temía contestar, pero lo último que deseaba era mentirle.
—Sí.
—¿Y piensas en ella cuando me miras?
—¡No!
—Mientes. ¿Cómo no vas a pensar en ella? Somos iguales. Ambas morimos por el abuso de hombres que no aceptaron un no por respuesta. Parece una cruel broma del destino...
Dejó escapar una carcajada que se convirtió en sollozos. William no podía soportar verla sufrir y no ser capaz de consolarla.
—No estás muerta, Wendolyn.
—Me siento como si lo estuviera. Sentí su dolor...
El zral apretó los puños hasta clavarse las uñas; la sangre resbaló por sus dedos hasta estrellarse contra el suelo.
—Por favor, déjame tocarte... —suplicó.
Pero ella le dirigió una mirada herida que le hizo desistir. Antes de poder decir nada, las puertas volvieron a abrirse. Por ellas entró Alaric en camisón y bata, acompañado por la capitana Vitali.
—¡Por toda la sangre del mundo, William! —exclamó furioso—. ¿Qué demonios estáis haciendo aquí? ¡De entre todos los lugares...!
Enmudeció al contemplar la escena ante él. Corrió hacia Wendy y se arrodilló junto a ella.
—Querida...
Despacio, como si se acercara a un animal herido, colocó una mano sobre sus hombros y la sintió temblar.
—Sirina, ayúdala a volver a los aposentos.
La capitana cargó con Wendy y abandonó ese trágico lugar. Alaric se dispuso a seguirlas, pero se detuvo para mirar a su sobrino.
—¡William! Sal de aquí, no me obligues a sacarte, ya no eres un niño.
Se marchó, pero el zral aún tardó unos minutos en reunir fuerzas para seguirlos. Los alcanzó a tiempo de ver el rostro descompuesto de Wendy antes de que Sirina entrara en su dormitorio.
Esperó con su tío en el salón a que la capitana la atendiera. El canciller caminaba de un lado a otro, pero él estaba imóvil, congelado en el sitio y con la mirada perdida.
—Le he dado sangre con unas gotas de leche de flor de Naroi para que duerma —dijo Sirina cuando cerró la puerta del dormitorio tras ella.
—Bien —dijo Alaric—. Por favor, que tú y tus soldados monten guardia en el pasillo. No dejéis que nadie entre o salga.
La capitana asintió e hizo una reverencia antes de retirarse. Una vez solos, se volvió hacia su sobrino:
—Explícame qué ha ocurrido.
—No puedo explicarlo...
—¡A otro con ese cuento! —exclamó enfadado—. ¿Cómo se te ocurre llevar a la dulce Wendolyn a ese horrible lugar?
—Yo no la llevé allí, no soy tan necio —siseó con los dientes apretados—. Creo que fue Brigitte.
—Brigitte está muerta.
—Lo sé —siseó—. Pero creo que puede haberla controlado. Hace días que camina en sueños y eso es algo que nunca antes había ocurrido. ¡Pregúntale a tu capitana!
—Es un disparate, William.
—Brigitte era una Anghel, posee el poder de la reina. ¿Aún piensas que estoy delirando?
—Esto es... ¿Qué vas a hacer ahora?
—Hablar con Anghelika. Es quien mejor conoce el poder del yaklar. Si Brigitte lo está utilizando contra Wendolyn, ella sabrá cómo detenerla.
Alaric suspiró.
—Haz lo que creas conveniente. Me encargaré de excusaros en los próximos eventos de la corte.
—Gracias, tío.
Alaric caminó hasta la salida, pero se volvió en el último momento:
—William, no vuelvas a despachar a mis guardias. Los pongo frente a vuestra puerta por algo —le reprochó.
Él lo miró sorprendido.
—No los despaché, tío. Cuando salí tras Wendolyn, no estaban.
—Diablos... —siseó el canciller antes de desaparecer.
William esperó unos minutos hasta estar seguro de que la flor de Naroi hubiera hecho su efecto para entrar en el dormitorio de Wendolyn. Se asomó y entró cuando confirmó que estaba profundamente dormida. Caminó hasta ella y contempló su rostro pálido, rodeado por las llamas de su melena. Sus mejillas y labios habían perdido el tono rosado debido a la horrible experiencia.
Le limpió los rastros de lágrimas, pero no se atrevió a más. Después de su rechazo, temía hasta el más pequeño roce.
Iván y Sophie le habían preguntado en numerosas ocasiones por qué la había convertido. Nunca les respondió, aunque la anciana se había acercado mucho a la verdad. Había sido un necio al pensar que su pasado no lo encontraría en Dragosta, pero no esperó que Wendy pagara las consecuencias.
—Lo siento...
ESTE ES EL CAPÍTULO. Bueno, hay más que se vienen que os van a dejar locos, pero este es el primero. Solo faltan 5 capítulos + el epílogo para terminar y van a ser todos MUY intensos.
Este capítulo es probablemente el que más me costó escribir a nivel emocional y además la conexión de Wendy con Brigitte va a ser muy importante en el segundo libro (que ya está en mi perfil para agregarlo a la biblioteca). Además, se entiende por qué William buscaba la cura: era para Mathilde que odia estar atrapada en el cuerpo de una niña.
Al fin sabemos quién era Brigitte (su nombre se ha mencionado varias veces a lo largo de la novela) y también sabemos dónde encaja Mathilde. William se crio con ellas en la zona del palacio que reservan para los hijos de la realeza mientras son humanos. Allí los crían entre algodones, muy protegidos, hasta que se casan, tienen hijos y los convierten.
El drama de todo es que Mathilde se enamoró de William y cuando anularon su matrimonio (porque ella ya no podría tener hijos), detestó a su hermana por robarle el lugar (según su lógica). Pero William solo llegó a enamorarse de Brigitte, por lo que es una historia muy enredada XD
Siento que esta nota ya es muy larga, pero tengo que añadir algo más: William no fue negligente cuando convirtió a Wendy y dejó que ella se vengara sin hacer nada. Él quiso darle la oportunidad que Brigitte nunca tuvo: vengarse de quien la mató. Digamos que William sitió cierta satisfacción aunque estuviera rompiendo el tratado.
¡Espero que os haya gustado el capítulo! Además, tiene escenas nuevas para los antiguos lectores y tengo muchas ganas de leer vuestros comentarios.
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