33. La marca de Vlad y la luna llena
Elliot miró a Bruma de reojo y resopló.
—¿Podrías dejar de hacer eso?
Ella apartó la vista del escenario y clavó sus ojos aburridos en él.
—¿Dejar de hacer qué?
—Dar golpecitos en la mesa, chistar... Eso —añadió al ver que volvía hacerlo esbozando una sonrisa maliciosa.
—Solo estoy pasando el rato hasta que tu amiga se digne a presentarse.
—Milena no es mi amiga —replicó—. Y puedes pasar el rato mirando el escenario.
En ese momento, varias parejas bailaban una danza frenética, entrelazando sus cuerpos de una forma que sería totalmente inapropiada en la corte donde creció. La primera vez que contempló un espectáculo similar, no supo dónde mirar; pero después de pasar tantas noches en los burdeles, los bailes subidos de tono eran lo que menos lo turbaban.
—¿Sabes cómo lograr que tu amiga deje de hacernos esperar? —dijo Bruma después de resoplar por enésima vez.
—¿Cómo? —dijo Elliot.
Había fijado la vista en el veteado de la mesa para evitar la provocativa mirada de una de las bailarinas. Al estar ocupado evitando ojos sugerentes, le dio pie a la licántropa a decir lo que pensaba, algo de lo que se arrepentiría de inmediato:
—Acostándote con ella de una vez. Así nos recibiría en cuanto llegáramos.
El vampiro se masajeó las sienes. La noche iba a ser muy larga y tampoco ayudaba que el ardor de su garganta hubiera empeorado en la última hora que Milena les estaba haciendo esperar.
—Por enésima vez —siseó—, no voy a pagar por intimar con una mujer.
—Oh, no —replicó Bruma con una sonrisa curvando sus labios—. A estas alturas lo haría gratis, estoy segura.
—¿Por qué no te vas a echar unas gotas de cierla? —le espetó mirándola a los ojos—. Tus iris están recuperando su color dorado.
—¡Imbécil! —siseó al levantarse.
Caminó hacia los tocadores y Elliot la vio marchar con la melena negra ondeando tras ella, igual que las banderas de los barcos pirata que abarrotaban el Primer Puerto. Seguían buscándola por toda Trebana, por eso había tenido que teñirse su cabello platino y oscurecerse los ojos con extracto de cierla. Cuando el joven la conoció, ella ya hacía lo segundo porque los ojos dorados de los licántropos los delataba con o sin luna llena.
La paz que obtuvo cuando se marchó duró poco. Apenas un par de minutos después, Bruma estaba de regreso con sus ojos visiblemente más oscuros.
—Apenas queda una dosis más —le informó sentándose de nuevo.
—Pues cada vez hay menos monedas en mi bolsa —refunfuñó Elliot. Entre lo que se gastaban en hospedaje, comida y pagar a Milena, quedaba poco de la pequeña fortuna con la que partió.
—Es culpa tuya por no hacerme caso. Te dije que podía robar el extracto, pero no, ¡tú insististe en comprarlo!
—No me siento cómodo robando...
—¡Como si estos piratas hubieran obtenido su mercancía de forma limpia! —exclamó sin temor a que la oyeran. Nadie podía oírlos por encima de la música y los gritos y, en caso de hacerlo, el estado de ebriedad no permitiría que lo recordaran.
Elliot iba a replicar, pero se mordió la lengua. Estaba harto de discutir con ella.
—Y alegra esa cara —le espetó terminándose de un trago su vaso de marardiente—. Nadie tiene esa expresión de amargado en un burdel, llamas demasiado la atención.
Por fortuna, Milena llegó en ese momento abriéndose paso entre la multitud.
—Siento haberte hecho esperar —dijo sonriente. Estaba terminando de atarse los cordones del corsé.
—No importa —contestó Elliot, ignorando el resoplido de Bruma—. ¿Subimos?
—Sígueme.
Milena caminó delante de vuelta al piso de arriba. Elliot la siguió hasta que se percató de que Bruma no se había movido.
—¿No subes?
—No me interesa en absoluto ver las artimañas con las que intentará seducirte esta noche —contestó con una sonrisa burlona.
—Como quieras...
Con un suspiro exasperado, Elliot siguió a Milena hasta uno de los dormitorios. Atrás quedó el barullo de la planta baja, la música y los gritos.
—¿Tienes la información que te pedí? —preguntó nada más cerrar la puerta.
—¡Sí! —exclamó agarrándolo del brazo con entusiasmo—. No es el paradero de tu Gabriela, pero encontré a La Viuda.
—Te estoy eternamente agradecido por tu ayuda —dijo inclinando la cabeza.
Ese simple gesto hizo que el corazón de Milena se acelerara como el aleteo de un pájaro. Después de reunirse con ella tantas veces, aprendió que un gesto galante significaban mucho para ella.
—Pero no estoy segura de querer revelártelo —confesó.
Sorprendido, Elliot alzó la cabeza con rapidez.
—¿Por qué no?
—Porque ya no te seré de utilidad y no volverás a visitarme.
—¿Y si prometo volver a verte?
—¿Cumplirías tu palabra? —preguntó acercando sus rostros.
—A estas alturas, mi palabra es lo único que tengo.
Milena se estiró hacia él y, aunque Elliot reconoció sus intenciones, no se movió y permitió que depositara un beso sobre sus labios.
Cuando se separaron, ella suspiró y comenzó a hablar. Las palabras abandonaron los labios que antes lo besaban:
—La Viuda es el barco de una Señora Pirata, la capitana Smirnova Hurwood.
—No sabía que era tan importante...
—Está en lo más alto, solo por debajo de Vlad Sinsangre que hace las veces de rey. Él se queda en Trebana mientras aue el resto de señores tiene su propia fortaleza.
—¿Dónde está la fortaleza de la capitana Hurwood?
—Solo su tripulación lo sabe —dijo Milena, tomando asiento en un diván—. Por suerte para ti, los Señores Pirata han regresado a Trebana.
Elliot la siguió y se sentó junto a ella.
—¿Todos?
—Los seis, sin excepción. Es un evento casi sin precedentes. Solo se reúnen cuando tienen algo importante que tratar. Dicen que no se soportan entre ellos.
—¿Dónde puedo encontrar a la capitana Hurwood?
—En La Corona Quebrada.
—¿Te refieres al edificio granate en el centro de Trebana?
Milena rió, pero no de la forma cantarina que empleaba para embaucar clientes. Fue una risotada corta y nasal.
—Solo alguien de alta alcurnia llamaría "edificio" al lugar más lujoso de toda la ciudad.
Si Milena se hubiera criado en el palacio de Wirna, La Corona Quebrada tampoco la impresionaría.
—Gracias, me has ayudado mucho —dijo llevándose las manos a la bolsa de monedas que llevaba atada en el cinto.
—Un placer —dijo tomando el zenir de bronce que le tendió.
Elliot se dispuso a marcharse, pero ella lo detuvo tomándolo del brazo.
—¿A dónde vas con tanta prisa?
—A La Corona Quebrada, obviamente. Necesito hablar con la capitana Hurwood.
—Pero uno no se presenta como si nada ante un Señor Pirata y le pide unirse a la tripulación de su propio barco...
—No tengo tiempo para rodeos...
Ella resopló.
—¿Eres igual de impaciente para todo? —preguntó con una mirada sugerente.
—Milena... —le advirtió, pero ella lo ignoró.
—No te será tan fácil entrar en el palacete.
—Me lo imagino...
—No, no te haces una idea —replicó—. No se trata solo del lugar más vigilado de toda Trebana.
—¿Entonces de qué?
Sus ojos ya no lo miraban de forma sugerente, sino serios.
—Apenas te conozco, Elliot, pero sé que eres joven, puede que más que yo. Pero tres de los señores pirata son vampiros y tienen siglos de edad. Vlad Sinsangre es el más antiguo y se rumorea que tiene más de cuatrocientos años. Te destrozarían si osas contrariarlos.
Elliot se sobresaltó, no por miedo, sino porque acaba de recordar algo de suma importancia. Su mano voló hacia su antebrazo izquierdo, allí donde la piel quemada revelaba la marca que William le había grabado a fuego antes de partir.
—¿Me estás escuchando? —insistió Milena al ver que no decía nada.
El joven se volvió a mirarla y sonrió.
—Gracias por tu ayuda.
Se marchó dejándola con la palabra en la boca. Impaciente por reunirse con Bruma, bajó las escaleras a la carrera. Frenó cuando casi atropella a una pareja, pero aceleró de nuevo en cuanto dejó atrás sus quejas.
Llegó hasta Bruma y estampó las manos contra la mesa. Fue tal su sobresalto, que la joven escupió el marardiente que tenía en la boca.
—¡Sé lo que debemos hacer!
Sin esperar respuesta, la agarró del brazo y tiró de ella hacia la salida. En cuanto abandonaron La Dama Costera, la licántropa lo empujó al interior de un callejón maloliente. Su espalda dio contra la pared de piedra y quedó inmovilizado cuando ella presionó el antebrazo contra su cuello.
—No vuelvas a hacer eso si no quieres que te mate —gruñó.
—¿Te he asustado? —preguntó inocente.
Ella estrechó los ojos y apretó con más fuerza.
—¡Vale, vale! —cedió—. Suéltame.
—Quedas avisado —le advirtió antes de apartarse.
Elliot se masajeó el cuello con una mueca. A veces se le olvidaba lo fuerte que era.
—¿Y bien? ¿Qué es tan importante como para hacerme escupir mi bebida?
En breves palabras, le explicó lo que había averiguado. Como imaginaba, ella no pareció contenta en absoluto.
—No esperes que me entusiasme la idea de colarme en un palacete lleno de vampiros.
—¿Quién ha hablado de colarse en ningún lado?
Bruma quería borrarle esa sonrisa de suficiencia de un puñetazo, pero se contuvo.
—Ve al grano —le espetó.
Elliot se arremangó revelando la calavera de su antebrazo izquierdo.
—Esta es la marca de Vlad Sinsangre, el rey pirata. Quien me la hizo dijo que abriría todas las puertas que deseara en La Mandíbula. Esto —dijo señalándola— nos permitirá entrar al palacete.
Todo rastro de irritación había abandonado el rostro de Bruma que ahora contemplaba la marca de Vlad con otros ojos.
—De acuerdo, supongamos que entramos y encontramos a la capitana esa. ¿Cómo logramos convencerla de que nos acepte en su tripulación? No nos conoce de nada.
Elliot se bajó la manga y se encogió de hombros.
—Piensa un poco tú también —murmuró.
—Siempre puedo matar a unos cuantos miembros de su tripulación y conseguir vacantes para nosotros... —dijo con una sonrisa lobuna.
—Vale, vale —volvió a ceder—. Ya pensaré en algo, dame al menos un día.
Pensó que protestaría por tener que esperar, pero al mirarla, la vio contemplando el cielo nocturno.
—Por suerte para ti, dispondrás de más de uno.
—¿Por qué?
En respuesta, Bruma señaló hacia arriba. Los ojos verdes de Elliot se posaron de inmediato en la luna. El disco blanco estaba casi completo, salvo por una diminuta porción.
—Mañana hay luna llena.
El horizonte estaba en llamas y el mar ardía teñido de rojo allí donde el sol lo tocaba. Las aguas estaban en calma, pero el ambiente en la barca no podía ser más tenso.
Elliot y Bruma remaban en silencio, no habían pronunciado palabra desde que abandonaron Trebana. Los ojos de la licántropa volvían a ser dorados y, con la proximidad de la noche, se encendían cada vez más.
—Allí —dijo ella señalando un islote.
Dirigieron la barca hasta la playa. No era de arena fina, sino de piedras y sin rastro de vegetación. No era más que un pedazo de tierra muerta.
—¿Estás segura? Aún podemos probar las cadenas en Trebana.
—No serían suficiente para retenerme durante la luna llena. Además, mis aullidos se oirán por toda la ciudad donde se supone que no hay vokul. Al menos en este islote creerán que proviene del resto de La Mandíbula.
—Tienes razón. Es solo que...
—¿Qué? —le espetó volviéndose hacia él con los ojos encendidos.
—No me gusta la idea de abandonarte aquí toda la noche. Va a helar.
Bruma soltó una carcajada. A cada minuto, su voz sonaba más rasposa y grave, como el gruñido de un lobo.
—No te preocupes, en menos de una hora tendré un pelaje cubriéndome por completo.
Se sentó sobre una roca y él la acompañó. Jugueteó con una piedrecilla y pensó en cómo abordarla.
—Hay algo que quiero preguntarte.
—¿Qué? —dijo sin mirarlo, con la vista perdida en el mar.
—Es sobre los vokul.
La vio tensarse, pero su rostro se mantuvo impasible.
—¿Qué quieres saber?
—Bueno, hasta que llegué a La Mandíbula no sabía de su existencia. Cuando los tuve delante esa noche... Creí que eran licántropos. ¿Lo son?
Bruma tardó tanto en responder, que pensó que no lo haría.
—Sí y no. Hace tiempo fueron licántropos como yo, ahora solo son bestias.
—¿Cómo puede ser?
—Cuando te cazan como a un animal y te acorralan como a un monstruo, te conviertes en uno. Los vokul perdieron la capacidad de volver a ser humanos cuando Drago y Anghelika los persiguieron por toda Skhädell. Los que lograron escapar, encontraron refugio en La Mandíbula antes de que llegaran los piratas. Para entonces, su mente estaba muy desmejorada y era tarde.
—¿Cómo es que a ti no te ocurrió lo mismo?
—Mi manada tenía una ventaja con la que ellos no contaban.
Por su tono, Elliot adivinó que pisaba terreno peligroso.
—Te diría que lo lamento, pero no sería del todo sincero. En la Edad de los Monstruos, los licántropos arrasaron con todo lo que se cruzaba en su camino. A los humanos los transformaban o los cazaban.
—¿Acaso los vampiros son distintos? —preguntó con un extraño tono calmado considerando lo que acababa de decir.
—No, pero con ellos se pudo razonar y firmar la paz.
—Llevan cuarenta años de paz, pero Drago esclavizó a los humanos durante siglos —replicó ella—. ¿Realmente crees que durará? No es que ahora deba importarte, eres uno de ellos.
—La reina Anghelika parece decidida a mantener el tratado.
Bruma puso los ojos en blanco.
—Un tratado que a ti te falló por completo. Estás tan ciego...
—Al menos hay una frontera y un tratado. Con los licántropos no tuvimos nada de eso.
—Lo sé, pero a diferencia de vosotros, los licántropos no sabemos lo que hacemos durante la luna llena. Y nuestra única oportunidad de aprender autocontrol fue destruida por Drago.
—¿Qué?
Ella sonrió, pero era una sonrisa amarga.
—Eso no te lo contaron los libros de historia, ¿verdad? —dijo mirándolo de reojo—. Los míos sabían que era posible conservar el raciocinio incluso transformados, pero ese rey sanguinario nos impidió aprenderlo.
—¿Cómo?
Bruma resopló, exasperada.
—Eres muy curioso, ¿lo sabías?
—Sí. Para desagrado de mi padre, solía pasarme el día entre libros.
Era la primera vez que Elliot mencionaba al duque frente a ella, pero Bruma no se lo hizo notar. A diferencia de él, ella no tenía interés en conocer su vida.
—Hubo uno de nosotros, el primero, que aprendió a cambiar a voluntad. Se llamaba Artiom y podría habernos enseñado, pero Drago lo mató dejándonos huérfanos y sin guía.
Por la forma reverencial en que pronunció su nombre, Elliot dedujo que Artiom debió de ser alguien realmente importante entre los suyos. Aquel que pudo haberles dado la paz y la disciplina que necesitaban.
—¿Crees que lo hizo a propósito?
—Es posible. Drago y Anghelika ganaron poder de los antiguos reyes humanos a cambio de protegerlos de nosotros. No les interesaba que aprendiéramos a controlarnos.
—¿Pero por qué tu manada no acabó como los vokul?
—Suficiente —gruñó—. Deberías irte. Si te muerdo esta noche, morirás sin remedio.
Su voz sonó ronca y un breve vistazo le confirmó que había empezado a cambiar; sus uñas estaban largas y sus ojos más brillantes que nunca.
—Volveré al amanecer —le prometió.
Un gruñido fue la respuesta que obtuvo. Se subió a la destartalada barca y entró en el agua.
Pero no regresó a Trebana.
Remó hasta un peñasco similar al que ella ocupaba y buscó refugio entre las protuberantes rocas. Se abrigó bien con su capa y contempló cómo el mar se tragaba el sol. Cuando su luz se extinguió, la luna llena se hizo presente y bañó las aguas con su brillo perlado.
Entonces oyó el primer aullido.
Quebró el silencio nocturno como un trueno, marcando el ritmo de su transformación. Elliot imaginó que el pelo blanco cubriría su cuerpo como las primeras nieves; sus manos se metarfosearían en garras y su boca en poderosas fauces capaces de despedazar la carne.
Los aullidos se sucedieron durante toda la noche y fueron coreados desde La Mandíbula por los vokul. Elliot escuchó atento, tratando de encontrar un lenguaje oculto en medio de la locura.
También pensó en la historia de Bruma y se preguntó si, de no haber sido asesinado Artiom, los licántropos habrían controlado su locura. ¿Y si era cierto que Drago tenía la culpa de los eventos más oscuros de la historia del continente?
No tenía forma de comprobarlo; el rey sanguinario se había encargado de eliminar todo conocimiento sobre sus enemigos.
Cabeceó sin lograr conciliar el sueño, atento a los aullidos de Bruma. Cuando la luna se desvaneció en el firmamento, se puso en marcha. Movió sus músculos agarrotados y subió a la barca.
No encontró a la joven en la orilla, pero no tardó en dar con ella en aquel diminuto islote.
Estaba desnuda, aovillada sobre la tierra como un recién nacido inocente. Pero sus uñas estaban llenas de sangre y los arañazos cubrían su cuerpo.
Elliot jamás había sabido de un animal que se autolesionara de esa forma a no ser que sufrieran de alguna forma de demencia. Tal vez, al no encontrar una presa que cazar, se había descargado consigo misma.
Se inclinó sobre ella y usó su capa para envolverla. Un espasmo la recorrió cuando se disponía a alzarla y sus ojos dorados se abrieron con las pupilas dilatadas. Solo entonces se percató de la palidez enfermiza de su rostro.
—Tranquila, soy yo —susurró suavemente—. Voy a llevarte a Trebana.
Debía de estar agotada porque ni siquiera protestó. Dejó que la levantara y la depositara en la barca. Elliot la empujó hacia el mar y tomó los remos. Cuando volvió a mirar a Bruma, el vaivén y el sonido del mar la habían sumido en un placentero sueño.
¡Hola! Espero que os haya gustado el capítulo, a mí me ha parecido interesante y bonito ver a Elliot y a Bruma colaborar juntos.
Aquí conocemos algo más sobre los licántropos. Aunque este primer libro se centra sobre todo en los vampiros, los licántropos son muy importantes para la trilogía. En este capítulo Bruma menciona a Artiom que fue el primero de su especie. En mi perfil podéis encontrar un relato llamado "la muerte de Skhädell" que podéis leer ahora o esperar a que termine la novela (si esperáis tendrá más impacto, pero si sentís curiosidad, podéis leerlo ya). Esa historia se ubica unos mil años antes que esta novela y el protagonista es Artiom.
¡Hasta el próximo capítulo!
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