30. Bruma ponzoñosa
El repiqueteo de la lluvia y la respiración de la esclava eran lo único que se oía en el húmedo desván. La casa estaba deshabitada y prácticamente en ruinas, pero estaba segura de que alguien vivía allí. Lo sabía porque había despertado sobre un camastro y habían dejado un cuenco de estofado junto a ella. Cuando abrió los ojos, aún estaba caliente, pero había terminado por enfriarse y ahora tenía una consistencia gelatinosa nada apetecible.
Intentaba hacer memoria, pero no recordaba cómo había escapado del burdel ni cómo terminó encadenada en ese desván. Había luchado por liberarse, pero cesó en sus intentos después de horas sin éxito. Ahora se encontraba acurrucada entre las mantas del camastro, esperando.
Su captor regresó casi al amanecer. Lo oyó subir las escaleras y pronto el farol que portaba iluminó su figura cuando entró. No se sorprendió al ver que se trataba del señorito de buenas maneras que no dejaba de meterse en asuntos que no lo concernían.
Olisqueó su aroma y supo que venía de pasar una larga noche en los burdeles de Trebana. Lo delataba el perfume de mujer, marardiente y... lujuria. Ella podía oler todo eso en su piel, además del aroma a sangre que siempre acompañaba a los vampiros.
Observó su rostro, esperando verlo relajado después de haber disfrutado del sexo que vendían, pero solo reflejaba frustración y... desesperación.
—Al fin despiertas —dijo el vampiro.
Ella no dijo nada y su mirada se desvió al cuenco helado.
—¿No tienes hambre? —preguntó al ver que estaba lleno—. ¿Quieres otra cosa?
—¿Por qué estoy encadenada? —gruñó la esclava.
—Intentaste atacarme... Tenías garras y el rostro cubierto de pelo. Lo lamento, pero no se me ocurrió una manera mejor de detenerte.
—Quiero irme...
—No puedes. Te buscan por toda Trebana y no creo que sea por haber asesinado al cliente del burdel.
—¿Qué quieres decir?
—Dejaste marcas de tus garras por todo el cuerpo de ese hombre. Saben que no fue obra de un vampiro. Tienes suerte de que piensen que eres un vokul y no sepan la verdad...
Ella sonrió enseñando todos sus dientes.
—¿Y cuál es la verdad?
El vampiro dudó.
—Creo que eres una licántropa.
La joven se echó a reír, pero él percibió su miedo.
—No quedan licántropos Skhädell, tu especie se encargó de ello.
—Mi teoría es que algunos sobrevivisteis escondidos.
La vio apretar los labios sin soltar prenda.
—No voy a delatarte —le aseguró—. Solo quiero saber... Dijiste que quieres ir a Vasilia, pero está plagada de vampiros que te matarían sin dudarlo. Lo sabes, ¿verdad?
Ella puso los ojos en blanco. Sus ojos dorados brillaron en la oscuridad como si fueran vasiles de oro.
—¿Me tomas por necia? ¿Cómo no voy a saber que Vasilia está plagada de los tuyos? Y sé cuidarme sola, no necesito tu ayuda ni la quiero.
—No dudo que sepas cuidarte sola —replicó, armándose de paciencia—. Pero los licántropos os veis obligados a cambiar durante la luna llena y, según lo que leí, perdéis la razón. Creo que una criatura antropomorfa cubierta de pelo y arrasando con todo lo que encuentra a su paso, llamaría demasiado la atención en Vasilia.
Lo miró llena de ira y sus ojos se encendieron con un brillo amenazador.
—¡Métete en tus malditos asuntos!
Gruñó y tiró de las cadenas ancladas a la pared mohosa.
—¿Quieres cruzar la frontera para vengarte de los que exterminaron a los tuyos hace siglos? ¿Es eso?
Ella se echó a reír. Jamás había visto a una mujer reírse de esa forma: echando el cuello hacia atrás, con la boca totalmente abierta y enseñando todos los dientes. Estaba acostumbrado a las risitas de las damas de la corte que a menudo se escondían detrás de abanicos, pero la esclava lo hacía de forma escandalosa, sin ápice de modales.
—¿Vengarme yo sola de los vampiros? —logró decir entre carcajada y carcajada—. Empiezo a pensar que te llamas "necio".
—No —siseó enfadado. Después de fracasar todas las noches en su búsqueda de Gabriela, lo último que necesitaba era aguantar el desdeño de una licántropa.
—Entonces, ¿cómo? —preguntó secándose una lagrimilla con el dorso de la mano.
—Elliot.
—¿Solo Elliot? ¿O Elliot "el necio"? —replicó burlona.
—Elliot a secas —dijo, armándose de paciencia—. ¿Cuál es el tuyo? No me gusta llamarte esclava.
Pero ella se mantuvo en silencio. Cuando supo que no iba a dignarse a contestar, suspiró, cansado.
—Solo pretendía evitar que te encontraran, no es mi intención mantenerte prisionera. Pero está claro que supongo una molestia para tu misión suicida en Vasilia. —Se agachó y recogió el cuenco de estofado frío—. Voy a calentarte esto. Si fuera tú, comería para reponer fuerzas. Esta noche te liberaré y podrás irte a donde quieras.
Le dio la espalda y caminó hacia las escaleras, pero antes de bajar, volvió a mirarla:
—Creo que ahora entiendo por qué los licántropos están casi extintos. Con que se parezcan mínimamente a ti...
Dejó la frase inconclusa, pero su intención estaba clara. Quería ayudarla, pero no podía hacerse el héroe cuando no podía ni resolver sus propios problemas.
Encendió la chimenea de la planta baja y colgó una pequeña olla con restos de estofado sobre el fuego. Echó lo que quedaba en el cuenco y lo removió con una cuchara de madera. Añadió unos chorros de agua y esperó.
Su mirada se posó en un paquete envuelto por una tela tosca y recordó que le había comprado un vestido. Se sentía estúpido por gastarse un dinero que no tenía en algo que seguro no se pondría.
Puede que no fuera el tipo de atuendo que llevaría una licántropa pero, ¿cómo iba él a saberlo?
Cuando el estofado comenzó a humear, volvió a servirlo en el cuenco. Tomó también el vestido y subió al desván.
Se acercó a ella y depositó el cuenco al alcance de sus manos. Al lado dejó el paquete.
—Te compré ropa —dijo al ver su mirada inquisidora.
Sin esperar respuesta, caminó de nuevo hacia la salida. Tenía el pie en el primer escalón cuando ella habló:
—Bruma.
—¿Qué? —preguntó, mirándola.
—Me llamo Bruma.
Elliot observó su pelo platino que enmarcaba su rostro pálido como la neblina a primera hora de la mañana.
—Muy acertado —fue lo primero que se le ocurrió decir. Ella lo miró enarcando una ceja—. Tu pelo —lo señaló—, parece bruma.
Sus ojos se iluminaron con un brillo dorado.
—Si tú lo dices... —dijo y se encogió de hombros—. Oye, no puedo comer bien con las muñecas atadas.
—Oh... ¿Prometes no atacarme?
—No tengo por qué. Dijiste que me soltarías esta noche.
Eso tenía sentido. Elliot sacó la llave de su bolsillo y se inclinó sobre ella.
—Levanta los brazos, por favor.
Por primera vez le hizo caso. Introdujo la llave en la cerradura y el grillete se abrió con un sonoro "clac". Hizo lo mismo con el segundo y retrocedió con rapidez, pero Bruma se limitó a frotarse las muñecas entumecidas.
Al fin libre, tomó el cuenco humeante y llenó la cuchara de estofado. Elliot se apoyó contra una viga y la observó devorar la comida llenando ambos carrillos.
—Ya me parecía que había oído tus tripas rugir de hambre.
—Y a mí me parece que tienes una sed que no puedes con ella —replicó con la boca llena—. ¿Te has quedado sin sangre?
—A decir verdad, me queda poca.
—¿Y por qué no rellenas tus botecitos? —preguntó enarcando una ceja—. O mejor, ¿por qué no bebes directamente de la vena? Estoy segura de que en los burdeles que frecuentas es habitual.
Elliot enrojeció y apartó la mirada.
—Leí que la mordedura de un vampiro provoca adicción en los humanos y no querría causar algo así. Además, no es eso lo que busco en los burdeles.
Bruma ya se había terminado el pescado y las verduras, por lo que alzó el cuenco con ambas manos y sorbió el caldo que quedaba. Cuando terminó, se limpió los labios con las mantas. Elliot jamás había conocido a alguien con tan pocos modales.
—No sé qué buscarás, pero, desde luego, no es sexo —dijo burlona.
—¿Y tú qué sabes? —contestó molesto. Sabía que era extraño ir a un burdel y no acostarse con una prostituta, no necesitaba que se lo recordaran.
—Entonces, ¿qué buscas? —lo retó.
—A una mujer —respondió a regañadientes.
—Oh, no me digas —dijo poniendo los ojos en blanco—. El señorito se enamoró de una cortesana y ha dejado atrás su fortuna para encontrarla y pedirle matrimonio.
—Casi aciertas —dijo mordaz—. Busco a la vampira que me convirtió y provocó que perdiera todo lo tenía —dijo con rabia—. Pero prefiero tu historia.
Ella lo miró ya sin rastro de burla.
—La venganza es un sentimiento que entiendo.
—Sí, ya me lo imagino... —murmuró.
—No, no te lo imaginas. No tienes ni la más remota idea —le espetó. Sus palabras volvían a destilar veneno—. Del mismo modo que yo no he acertado con tu historia, tú no acertarías con la mía ni aunque dedicaras siglos a elucubrarla.
—No te entiendo. Dices que no pretendes enfrentarte a los vampiros, pero buscas venganza en Vasilia.
—No hace falta que lo entiendas. Tengo que cruzar la frontera cuanto antes o me atrapará la luna llena y no será agradable, te lo aseguro.
Elliot la miró pensativo.
—¿Qué sueles hacer cuando hay luna llena? ¿Cómo evitas que te descubran?
—Voy a lugares apartados de los que no puedo escapar y uso cadenas.
—¿Tú sola?
—Me basto y me sobro.
—Pero sería mucho más fácil esconderte y llegar a Vasilia si contaras con ayuda.
—¿A dónde quieres ir a parar?
Elliot no podía creer lo que estaba a punto de proponerle:
—Quiero ofrecerte un trato.
Bruma enarcó una ceja.
—¿Un trato?
—Si me ayudas a encontrar a la vampira que me condenó, te ayudaré a cruzar la frontera.
Elliot había llegado a la conclusión de que nunca encontraría a Gabriela. Llamaba demasiado la atención, en cambio Bruma pasaría desapercibida en los burdeles. Los guardias buscaban a un vokul, no a una licántropa. En su forma humana no la reconocerían.
—Es un buen trato —reconoció la joven—. Solo hay un problema.
—¿Cuál? —preguntó extrañado.
El farol creaba inquietantes luces y sombras en el rostro de Bruma. Sus ojos brillaban como luciérnagas atrapadas en el fuego y sus labios se curvaron en una sonrisa lobuna.
—Para aceptarlo tendría que confiar en ti... Y yo no confío en nadie.
Cuando se lanzó contra él, no tuvo tiempo de desenvainar a Radomis. Le dio un codazo en la nuca que lo tiró al suelo, dejándolo aturdido.
Apenas logró enfocar el rostro de la licántropa que lo miraba desde arriba. Su melena estaba revuelta, ya no parecía la bruma de la mañana, sino una ventisca de invierno. Helada, caótica y mortal.
—Te salvé la vida... —logró decir a duras penas. Se había mordido la lengua y le costaba articular palabras.
—Por eso no te mataré.
Los ojos dorados de Bruma se iluminaron como los de un lobo y sus dientes crecieron, afilados. Descendió sobre él como un depredador sobre su presa y lo mordió en el antebrazo cuando Elliot lo levantó para protegerse.
—Esto es para que no me sigas.
Caminó hacia la ventana y se subió al alféizar. Antes de saltar, se volvió hacia él y dijo:
—Intenta extraer el veneno cuanto antes —le recomendó.
Elliot se arrastró hasta la ventana y se incorporó para asomarse, pero ya era tarde. La lluvia había borrado su rastro.
Asustado, se apoyó contra la pared sin dejar de sujetarse el antebrazo ensangrentado. Ardía casi tanto como el fuego que lo consumió cuando Gabriela lo convirtió.
Le costó horrores bajar las escaleras y salir a la calle. No sabía a dónde dirigirse, solo que necesitaba un curandero. Sin embargo, sus fuerzas le fallaron unas calles más allá.
Cayó en un charco maloliente bajo la lluvia torrencial. No podía levantarse debido a los temblores que lo recorrían como si estuviera terriblemente enfermo. Sentía frío y dolor como nunca desde que era vampiro, y su vista se nublaba por momentos.
Pero, por encima de todo, tenía sed. Mucha sed. Era tan insoportable que la bestia despertó en su interior. Un rugido emergió de su garganta y sus ojos se iluminaron como luciérnagas.
Inspiró hondo y percibió el olor a sudor mezclado con la lluvia. Después oyó el ruido de unos pasos y el palpitar de un corazón. Solo podía pensar en una cosa: sangre densa y caliente.
Se levantó a duras penas y avanzó apoyado en las paredes de las estrechas callejuelas de los barrios bajos de Trebana. Sus colmillos estaban listos para hundirse en la carne hasta alcanzar la vena, aquel manantial del que brotaba todo lo que su ser deseaba.
¿Dónde estaba Elliot cuando dio con el pobre infeliz? ¿Y cuando desgarró su cuello? ¿Su presa era un buen hombre o un rufián? A la bestia no le importó.
Bebió hasta saciarse, pero no fue suficiente y volvió a desplomarse. Cayó junto al cadáver, con el antebrazo ardiendo y la cabeza ida.
¿Dónde estaba Elliot cuando Gabriela lo encontró? ¿Y cuando sus manos lo acariciaron y llevaron a aquella lujosa habitación?
¿Dónde estaba Elliot?
Hoy no hay adornos en el capítulo ni frase porque estoy de vacaciones y estoy actualizando desde el iPad donde no tengo Photoshop para crearlas. Cuando vuelva (regreso el domingo), me encargaré de poner bonitos los capítulos, pero no quería dejaros sin actualización. Ahora vamos con la historia:
¿Qué os ha parecido Bruma y la mordedura que tan amablemente le ha regalado a Elliot? Si es que el pobre tiene muy mala suerte con mujeres. A ver si deja de ser tan bueno e inocente porque se las cuelan todas jajaja. Le hago sufrir demasiado al pobre.
¿Qué pensáis que le hará Gabriela ahora que lo ha encontrado moribundo en las calles de Trebana?
¿Qué pasará con Elliot y la mordedura que tan amablemente le ha hecho Bruma? Pobre Elliot, esto le pasa por querer ayudar a los demás.
¿Os está gustando la historia? Yo sigo editando los capítulos para dejarlos lo mejor posible. Calculo que terminaré de subir este libro en octubre y ese mismo mes comenzaré a subir la secuela (la locura de la bestia) para ya terminarla (la tenéis en mi perfil por si queréis agregarla a la biblioteca y así os notificará cuando la actualice).
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