24. Condenado

William lo observó sin poder ocultar su incredulidad. Era como si el tiempo no hubiera pasado por él. Estaba igual que hacía cuarenta años.

—¿Eres un vampiro?

Era la única conclusión que tenía sentido. Ya había confirmado que aquel hombre era de verdad Raymond; el héroe que acabó con Drago y quien lo había convencido de embarcarse en una investigación que aún hoy intentaba completar. El mismo que se había esfumado de Svetlïa sin dejar rastro.

La ira se propagó por el rostro de Raymond como las llamas por la madera seca.

—No te atrevas a insultarme.

William mantuvo la calma ante su tono amenazador.

—Entonces, ¿qué eres?

—No vine aquí para responder tus preguntas sino las mías.

A William no se le había escapado que no se dirigía a él por su nombre, a diferencia de décadas atrás cuando habían llegado a mantener una relación cordial. Al parecer, su odio hacia los vampiros había aumentado.

—¿No esperarás que conteste tus preguntas a cambio de nada?

—Solo espero que me informes sobre los resultados de la investigación —siseó el mirlaj—. ¿O no honrarás tu palabra, chupasangre?

William mantuvo el rostro impasible sin caer en sus provocaciones.

—Mucho ha cambiado desde que desapareciste. ¿A dónde fuiste, Raymond?

—No es de tu incumbencia.

—Ni mía ni de nadie, al parecer. La orden tampoco sabe qué fue de ti y yo te perdí el rastro en Rëlsa. —Contempló con satisfacción cómo su rostro lleno de cicatrices se tensaba—. Te tomaste muchas molestias para ocultar tu paso por allí, incluso hiciste desaparecer los libros que consultaste. Lástima que los rëlesianos no pudieran encontrarlos.

—Sí, lástima —siseó sin lamentarlo en absoluto.

—Aún así, conseguí los títulos. Si no recuerdo mal fueron: los mitos más antiguos de Skhädell, guardianes del bosque y la magia perdida de Skhädell. Así como planos de la Cordillera Nathayrah. ¿Ahora te dedicas a perseguir fábulas?

—¿Y tú a perder el tiempo rastreándome? ¿Tu investigación no dio frutos para entretenerte?

Esta vez fue el turno de William de agriar el rostro.

—Si no eres un vampiro, tal vez encontraste algo que detuvo tu envejecimiento. ¿Qué fue? —insistió.

—Solo voy a decirte que, a diferencia de ti, no hice un pacto con demonios. Ahora cumple con lo prometido.

El vampiro podía ver que no lograría sonsacarle nada y, si continuaba presionando, llegarían a las manos. Además, Raymond tenía razón: estaba en deuda con él

—Llevo cuatro décadas investigando. A día de hoy, he diseccionado el Saikre—Ritan hasta saber el papel que tiene cada elemento en la conversión...

—Eso no es lo que quiero saber —lo interrumpió, impaciente.

—Lamentablemente, aún no he logrado hallar la cura del vampirismo —reconoció al fin.

William esperaba rabia por parte de Raymond. Él mismo le pidió llevar a cabo esa investigación y no estaría contento con su falta de resultados después de cuarenta años. Incluso él se sentía frustrado ante su nulo progreso.

Lo que no esperaba era que el mirlaj se echara a reír.

—Por supuesto, por supuesto —dijo entre carcajada y carcajada—. Por un momento creí que habrías encontrado algo después de dedicar tanto tiempo, pero es obvio que no existe cura.

—¿Qué te hace pensar eso? —siseó.

—Sois seres indignos que no merecen existir —escupió con rabia—. El único modo de haceros desaparecer es exterminaros como hicieron los tuyos con los licántropos.

Los ojos de William se iluminaron como las llamas de la chimenea cuando habló de nuevo:

—Cuida tus palabras.

—No, cuídalas tú —dijo señalándolo con el dedo—. He vuelto para elevar a la Orden Mirlaj a lo que fue antaño. No voy a permitir que seres como tú vuelvan a invadir mi tierra.

Con esas últimas palabras, el mirlaj dio media vuelta hacia la salida.

—Encontraré la cura, Raymond, no importa el tiempo que me lleve.

El hombre se giró hacia él con una mano sobre el picaporte

—No seas necio, vampiro. No existe cura porque no hay forma de revertir vuestra monstruosidad. No estáis vivos, pero tampoco estáis muertos, no sois nada.

Había certeza en sus palabras, como si tuviera en su poder la verdad. William sabía que no se la revelaría y, aunque deseaba sonsacárselo aunque fuera bajo tortura, ello pondría a Iván en su contra.

Raymond atravesó el umbral y William lo siguió.

—Sacadlo de Isley —les ordenó a los soldados que esperaban en el pasillo.

Él les dio la espalda y se dirigió a sus aposentos. El portazo resonó por todo el castillo cuando cerró.

—¿Cuánto tiempo tenemos que quedarnos aquí? —preguntó Wendy sentada sobre la cama.

—Hasta que William diga lo contrario —respondió Iván.

La joven resopló pero se contuvo; lo último que quería era ocasionar más problemas. Había aprendido la lección.

—Así que usaste resina mirlaj para matar a ese vampiro —dijo el joven.

No era una pregunta. Seguramente el vampiro se lo había contado.

—Sí, la usé para embadurnar un atizador.

—¿Puedo ver tu mano?

Wendy se puso en pie y caminó hasta él. Le mostró la palma con la piel lisa y perfecta.

—William dijo que te heriste al pelear.

—Me dio sangre y pude regenerarme.

No le dijo que la sangre que le dio era la suya. Iván era humano y no conocía lo tabú que era para los vampiros alimentarse de su especie, pero prefería no dar detalles.

—Los soldados y aldeanos que te vieron están impresionados.

—¿Ah, sí?

Iván asintió.

—Cuentan todo tipo de historias sobre ti. Tal vez acaben nombrándote protectora de Isley —bromeó, pero ella no le devolvió la sonrisa.

—Si supieran que fui yo quien liberó a ese monstruo, desearían mi muerte.

—No fue culpa tuya. William también me contó eso —admitió—. No te tortures.

—No puedo evitarlo.

Iván caminó hasta la chimenea y se inclinó para calentarse las manos.

—Todos cometemos errores y de nada sirve consumirnos por algo imposible de cambiar —dijo mirando las llamas—. Si de verdad quieres remediar tu error, haz algo por los que sufrieron las consecuencias.

Wendolyn se colocó a su lado y también se calentó las manos aunque el frío no la afectaba como a él.

—Eres muy sabio.

Iván echó la cabeza hacia atrás y rio.

—Para nada, solo es algo que me dijo William hace años.

La vampira sonrió. La calidez que desprendía Iván era más reconfortante que la del fuego.

—¿Qué error cometiste?

El rostro del joven se tornó serio de pronto. Wendy iba a disculparse, pero él se le adelantó.

—No fue un error, sino un acto premeditado. Deserté de la Orden Mirlaj y ese es el peor de los pecados.

—¿Por qué lo hiciste si te causa dolor?

—Para servir a William. Él y yo... compartimos el mismo objetivo.

No le dijo cuál era y, aunque deseaba preguntar, se contuvo.

Se incorporó y fue junto a la ventana. Era de noche y sus aposentos olían a cerrado después de todo el día. Decidió abrir unos minutos para ventilar y frunció el ceño cuando percibió movimiento en los terrenos del castillo.

—Parece que las visitas se marchan —comentó al ver cómo los guardias escoltaban a alguien fuera de las murallas.

Iván se le unió y entrecerró los ojos escrutando la oscuridad.

—No veo nada —se lamentó.

El joven parecía impaciente por bajar. Había algo en el visitante que lo tenía alterado.

—¿Qué hacemos? —preguntó ella.

—Tal vez William lo haya despachado y haya olvidado avisarnos de que podemos salir.

Ella lo dudaba, era más probable que los hubiera ignorado.

—Salgamos con cuidado y preguntemos al primer sirviente que veamos —propuso Wendy—. No vaya a ser que las visitas sigan aquí y contrariemos al vizconde —añadió con sorna.

Esta vez no consiguió que Iván riera, ni siquiera sonrió.

Bajaron de la torre a paso rápido y en su recorrido por los pasillos, no se toparon con ningún sirviente. El castillo estaba casi vacío a esas horas de la noche.

Descendieron a las partes más concurridas y Wendy se detuvo en mitad de las escaleras.

—Oigo ruidos.

—¿Ruidos?

—Vienen de ahí —dijo señalando.

—Por allí están los aposentos de William.

Ambos echaron a correr. Cuando llegaron, se toparon con varios soldados y algunos sirvientes frente a la puerta de su señor. Al otro lado, podían oírse ruidos de objetos haciéndose añicos.

—¿Qué ocurre? —preguntó Iván haciéndose oír sobre los presentes.

—No lo sabemos. Milord se ha encerrado y no contesta. Tememos que le estén atacando —contestó el capitán mientras sus hombres trataban de echar la puerta abajo.

Wendolyn aguzó el oído. Ahí dentro solo podía oírse el latido de un corazón y, a juzgar por los gruñidos, se trataba de William.

—Él está bien.

Todos se volvieron hacia ella y pudo percibir en sus ojos el brillo reverencial del que le habló Iván.

—Ya habéis oído —intervino el joven—. El vizconde está bien. Volved a vuestros puestos —les ordenó a los soldados—. El resto, a dormir. ¿Dónde está la señora Loughty con la llave?

En ese momento, llegó la anciana resollando. Portaba un candelabro en una mano y el bastón en la otra.

—¿Qué es todo este jaleo? —se quejó—. ¿Y vosotros qué hacéis aquí? Fuera, venga, venga —dijo gesticulando como si espantara a una bandada de pájaros.

Cuando al fin estuvieron solos, Sophie los miró:

—¿Qué berrinche le ha dado ahora?

Le tendió el manojo de llaves a Iván que se inclinó sobre la cerradura para abrir.

—No lo sé —contestó.

La habitación estaba casi a oscuras, solo iluminada por los rescoldos que brillaban en la chimenea. Wendolyn podía ver con claridad, pero tanto Iván como Sophie tuvieron que servirse de la luz adicional del candelabro.

El caos se había desatado en los aposentos del vizconde. La antecámara, que hacía las veces de estudio, era un completo desastre. Los muebles estaban patas arriba, algunos de ellos astillados. Los pergaminos y volúmenes que tanto atesoraba estaban esparcidos por el suelo, mezclados con cristales rotos.

Pero sus ojos vagaron poco tiempo por aquel desastre pues se fijaron de inmediato en la silueta apoyada sobre el escritorio.

—Deseo estar solo —gruñó William.

Sophie soltó un resoplido de pura exasperación y abrió la boca para hacer uno de sus osados comentarios, pero Iván la detuvo alzando una mano.

—Retroceded —les ordenó a ambas en un tono que no admitía réplica. Se acercó al vampiro pero mantuvo las distancias—. ¿Era Raymond?

—Lo era.

—¿Os dijo dónde ha estado todos estos años?

—¿Qué parte de "deseo estar solo" no entiendes? —le espetó.

—Bueno, vuestros deseos habrán de esperar porque tengo tanto o más derecho que vos a saber esto.

—Si tanto quieres saber acerca de Raymond, márchate. De todas formas, no te queda nada que hacer aquí.

—¡William! —exclamó Sophie.

—¿A qué os referís? —preguntó el joven.

Lentamente, el vampiro se giró hacia ellos. Sus ojos estaban encendidos como brasas al rojo vivo y su rostro convertido en una mueca. Los tres retrocedieron un paso. Jamás lo habían visto tan fuera de sí. La bestia en su interior parecía estar a punto de saltar sobre ellos.

—La cura del vampirismo no existe y Raymond ha regresado. No hay nada que te retenga aquí.

Iván lo miró estupefacto.

Habían pasado ocho años desde que el joven entró a su servicio. Recordaba con claridad presentarse en el castillo Isley un día de lluvia. Desde entonces no se había movido del lado de William.

—No puede ser... —susurró con un nudo en el pecho—. ¡La encontraremos, estoy seguro!

Pero, cuando el vizconde no contestó, lo invadió un frío que nada tenía que ver con la estación.

—Marchaos, esta no es la noche para estar cerca de mí —les advirtió William.

Pero Iván no se movió, tenía los puños apretados y la mirada ida. Tras él, Sophie murmuraba repitiendo las palabras del vampiro atónita. Solo Wendy mantuvo la calma.

Ella no sabía nada acerca de ningún Raymond, tampoco sentía interés por esa cura de la que tanto hablaban, solo le importaba el rostro de William y sus ojos encendidos que no dejaban de brillar.

—Está alterado, será mejor que os marchéis —murmuró.

—Wendy... —susurró Sophie.

Pero ella no la escuchó. La cargó con facilidad y la sacó al corredor. Regresó a por Iván que estaba inmóvil con la mirada fija en el vampiro. Tiró de su manga para llamar su atención.

—Vete a dormir —le dijo cuando la miró.

El joven tragó saliva y asintió.

Una vez solos, Wendy cerró la puerta y echó el cerrojo. Lo que sintió fue similar a encerrarse en una jaula con una bestia hambrienta. Sin embargo, ya no era la humana indefensa con la que se cruzó la primera vez.

Se agachó y recogió un libro del suelo. Pasó las manos por la cubierta para retirar los cristales rotos y reprimió una mueca cuando algunos fragmentos le cortaron los dedos. La sangre manó en densas gotas carmesíes y pudo ver cómo William se envaraba al olerla. No se había equivocado: estaba sediento.

Continuó apilando libros y los dejó sobre el escritorio. No le interesaba recoger su estudio, solo era una excusa para acercarse a él.

Despacio, alzó la mano herida y rozó sus labios manchándolos de rojo. Sintió sus colmillos bajo la piel. Él intentó resistirse, pero terminó cediendo.

Con la misma lentitud, como una fiera que contempla un pedazo de carne que el domador ha tirado en su jaula, William recorrió su brazo extendido con los dedos hasta agarrar su fina muñeca y presionar su mano contra su boca. La miró una vez antes de cerrar los ojos y lamer la sangre de sus dedos. Wendy enrojeció y soltó un gemido sin poder evitarlo.

Cuando su lengua limpió hasta la última gota de su piel, abrió los ojos de nuevo y la miró. Su brillo había disminuido y parecía calmado, pero la sed persistía. La contempló inmóvil, temeroso de pedirle más sangre, pero ella tomó la decisión por él.

Tiró de su brazo y lo condujo a través de una puerta, lejos del desorden de su estudio. Al otro lado estaba su dormitorio.

Evitó deliberadamente la cama y lo guio hasta un diván junto a la ventana. Tan sonrojada como si tuviera fiebre, tomó asiento y lo instó a hacer lo mismo. Con su mirada ambarina clavada en ella, se apartó la melena hacia un lado para dejar su cuello al descubierto allí donde palpitaba la yugular.

—Bebed —lo invitó.

Cerró los ojos y se mantuvo a la espera, pero William no la mordió.

—¿Por qué lo haces?

—Quiero ayudar.

—No te traje a Isley para que me alimentes.

Ella sonrió.

—Sé que la sangre que os di hace unas horas no fue suficiente. Iván me contó por qué estáis tan debilitado. Quiero ayudar —repitió.

El vampiro apretó los dientes.

—Le ordené que no te dijera nada...

—Lo teníais preocupado.

—¿Acaso te pidió que me alimentaras? —siseó, parecía realmente enfadado.

—No. Esto es decisión mía.

Incluso con siglos de existencia, William no había logrado aprender a soportar la sed extrema. La sensación de tener un hierro incandescente atragantado dolía tanto como el día de su conversión. Y estaba alterado, demasiado. Si no lograba saciarse, podía acabar repitiendo lo ocurrido en su estudio.

Se inclinó despacio sobre ella, como si no fuera su intención. Contempló su tersa piel y se deleitó con los latidos de su corazón. Sus dedos ascendieron y acariciaron la piel de su cuello que se erizó a su paso. Con la otra, acunó su rostro y la atrajo hacia su boca. Wendy sintió su aliento cálido un instante antes de que sus colmillos se abrieran paso en su carne.

Era la primera vez que la mordía desde su conversión y la sensación fue infinitamente mejor.

Esta vez su cuerpo no se hallaba al borde de la muerte; todos sus sentidos estaban despiertos y más agudos que nunca. Cuando sintió su lengua pasar por los orificios, el placer restalló en su interior como un relámpago.

La parte racional de su mente que aún no había sucumbido al goce, supo por qué había impregnado de saliva la herida. Era para evitar que se cerrara y la sangre continuara fluyendo. Del mismo modo, el goce volvía dócil a la presa. Nadie se lo había enseñado, pero su instinto depredador lo sabía.

Sintió sus labios húmedos y blandos pegarse a su cuello y succionar; oyó el ruido de su garganta al tragar y se recostó contra el brazo que rodeaba su cintura.

Jamás había sentido nada parecido. Ni siquiera cuando Phillip le robó su primer beso semanas antes de su boda, a escondidas de sus padres.

Los labios de William acariciaban su cuello y no su boca, pero el contacto era más cercano y llenaba su pecho de una sensación maravillosa. Por primera vez desde que murió esa noche fatídica, se sintió a salvo. No sabía por qué, pero tenía la certeza de que él no le haría daño. Tal vez fuera la forma en que la abrazaba o quizás su sexto sentido, pero estaba convencida de ello.

Cuando se separó de ella, Wendy sintió el frío de la noche en su piel erizada. Suspiró y ambos se apoyaron contra el respaldo del diván. Ahora sabía que morder y ser mordida era igual de placentero, aunque de forma diferente.

—¿Por qué buscáis la cura al vampirismo? ¿Tan horrible os resulta lo que somos? —preguntó sin poder contenerse.

William, que estaba limpiándose los labios con un pañuelo, se detuvo en el acto.

—No me agrada especialmente alimentarme de lo que una vez fuimos, pero tampoco deseo ser humano.

—¿Entonces...?

—La cura no era para mí. No todos están hechos para ser monstruos.

—¿Tan importante era para vos encontrarla?

William no quería hablar de ese tema, pero se lo debía, ahora más que nunca.

—Esta investigación lo era todo para mí. Ha sido el sentido de mi existencia de los últimos cuarenta años. Sin ella, desconozco cuál es mi propósito y eso no es bueno para mí...

—¿Por qué?

La miró divertido. Nunca la había oído hacer tantas preguntas; ni siquiera durante sus clases de lectura. Ahora que estaba relajada y turbada por el efecto de su saliva, era de lo más locuaz.

—Cuanto más vives, más demonios tienes. Ante la eternidad, es necesario encontrar distracciones para controlarlos. Lo aprenderás con el tiempo...

Su mirada vagó por la habitación, observando las sombras reptar. Parecía ver algo que ella era incapaz: una jaula, tal vez.

—Entonces buscad otra cosa que investigar —dijo Wendy, interrumpiendo sus oscuros pensamientos.

—No hay nada que me interese en este diminuto mundo, Wendolyn —le confesó.

—¿Diminuto? —preguntó sorprendida—. ¡A mí me parece enorme!

El vampiro sonrió aunque no parecía feliz.

—Eso es porque no lo has visto.

Él se puso en pie y caminó hasta una palangana de agua. Mojó una toalla y regresó junto a ella. Se inclinó y procedió a humedecerle el cuello con delicadeza.

—No me duele.

—Lo sé, solo la estoy limpiando.

Ya sin restos de saliva, la herida se cerró. Contempló su cuello liso de nuevo y regresó a la palangana para sumergir la toalla. En su trayecto, un sobre interceptó su mirada. Estaba abierto en su mesita de noche.

—Lo había olvidado... —murmuró para sí.

Con todo lo ocurrido, su mente omitió por completo las malas noticias que traía. ¿O no lo eran? Rozó con los dedos el sello de lacre de los Hannelor estampado sobre su superficie. Lo había quebrado por la mitad de forma intencionada, para destruir su imagen.

La misiva era de Alaric Hannelor para pedirle una vez más que volviera a Vasilia. Había podido negarse en sus cartas anteriores, salvo en esa última que incluía una orden directa de Anghelika. Podía enfrentarse a Alaric, lo había hecho durante gran parte de su vida, pero no tenía forma de oponerse a la voluntad de su reina.

Se volvió hacia Wendy que permanecía inmóvil sobre el sofá, contemplándolo llena de curiosidad. Al verse sorprendida, apartó sonrojada la mirada.

Tras el ataque del vizconde y la amenaza de Raymond, tal vez esa carta fuera su mejor opción.

—Wendolyn, ¿te gustaría ir a Vasilia?

Ella lo miró de golpe, con sus ojos grises abiertos de par en par. De su boca solo escapó un jadeo sorprendido.

Iván acariciaba el filo de su daga con la vista clavada en el libro abierto sobre la mesa. Con una expresión indescifrable en el rostro, leía la misma páginas una y otra vez a la luz de una vela.

Desde que regresaron de su viaje, no había tenido tiempo de saciar su curiosidad. El encuentro con Mathilde había revelado que William poseía un poder impropio de un vampiro común, pero se había olvidado de ello a su regreso. Sin embargo, su reciente disputa, se lo había recordado.

Los mirlaj sabían que había vampiros con capacidades especiales que destacaban por sobre todos los demás. Se hablaba del don de ver el futuro, del que, se decía, había sido poseedor Drago el Sanguinario. Pero también se mencionaba el poder para controlar la sangre del que William había hecho gala.

Mathilde lo había llamado vushivat.

Después de consultar varios libros, al fin comprendía por qué su maestro poseía tal habilidad. Solo algunos vampiros de sangre real lo heredaban. Y eso significaba...

—Condenado William... —siseó y el fuego de la vela amenazó con apagarse cuando su aliento chocó contra la llama.

Había servido a un vampiro casi diez años sin saber que en realidad estaba al servicio de un miembro de la realeza vampírica.

Eso, sin lugar a dudas, era un pecado más que añadir a su deshonra como desertor de la orden.

¿Exagero si pienso que quienes shippean a Wendy y William están flipando? Creo que este capítulo tiene mucha interacción suya y a quienes les guste esa pareja, seguramente disfrutaron leerlo. Pero si tu ship favorito es otro... Bueno, no pierdas la esperanza porque nunca se sabe cómo van a acabar los personajes hasta que termine la historia 🙃.

¿Cuál es tu ship favorito del libro? Comenta aquí 😍.

¿Y qué os ha parecido Raymond? Lo más intrigante de él es que debería ser un anciano y, sin embargo, solo aparenta 50 años. Cuando William lo conoció hace unos 40 años, estaba más joven que ahora, pero si hubiese envejecido a un ritmo normal, debería aparentar 70—80 años. Desde luego, es algo muy sospechoso y un problema porque no hay ningún human que odie más a los vampiros que él.

Las piezas se están moviendo en el tablero de Skhädell y parece que las cosas comienzan a cambiar...

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