21. Vokul

Las olas acariciaban el casco de la nave, pero se estrellaban con fuerza contra la costa de La Mandíbula.

Elliot no podía dejar de contemplar aquella tierra salvaje, tan diferente a la sociedad ordenada que conocía. La única ley que imperaba era un escueto código pirata con alarmantes lagunas morales y legales.

Pero también era una tierra de oportunidades, un lugar donde los mirlaj no podrían alcanzarlo y nadie lo reconocería. Ya no era Elliot heredero del duque de Wiktoria, ahora era libre de escoger su destino. Resultaba reconfortante que el camino que se abría ante él dependiera enteramente de sus pasos.

El navío atracó en los muelles malolientes de Prava, una pequeña población asentada en la costa suroeste de La Mandíbula. El capitán fue el primero en desembarcar y se dirigió hacia un hombre tuerto que cubría su ceguera con un parche.

Ambos intercambiaron varias palabras mientras el hombre escribía en un pesado cuaderno la hora de llegada y las existencias del navío. Entonces, el capitán se volvió hacia su tripulación y, tras una señal, los marineros procedieron a descargar la mercancía. Elliot se apresuró a ayudarles y así cumplir su parte del trato.

Las botellas tintinearon en el interior de las cajas de madera mientras la tripulación las transportaba hasta un almacén. Parte del cargamento se quedaría allí, en Prava, pero la mayoría sería distribuido por las caravanas al resto de poblaciones de La Mandíbula y quién sabía dónde más.

—Eres fuerte para ser tan enclenque.

Elliot se volvió hacia el capitán que lo miraba con aire crítico mientras transportaba él solo una de las cajas mientras que el resto debían ser llevadas por al menos dos hombres.

—Está medio vacía —se limitó a contestar dejándola apilada junto al resto.

—Acompáñame —le ordenó secamente.

Elliot se sacudió las manos y caminó tras él hasta una puerta desvencijada del almacén. Tras ella estaba el hombre que los había recibido en el puerto.

—Este es Goran, el encargado de distribuir la mercancía de mi cliente en La Mandíbula. Este es el muchacho del que te hablé —los presentó—. Va a prestarte el caballo a cambio de viajar en tu caravana.

Elliot asintió. Era lógico que la red de contrabando implicara a algo más que un capitán corrupto y su barco. Seguramente el alcohol viniera de alguna finca de un noble venido a menos que veía en aquel negocio turbio una forma de hacer dinero. El capitán solo debía transportar el cargamento hasta La Mandíbula, a partir de ahí se encargaría otro de distribuirlo. Seguramente ocurriría lo mismo con los esclavos o drogas como el néctar blanco.

—La verdad es que andamos un poco justos de animales para tirar de los carros —asintió el hombre mesándose la barba rubia—. Añadiré unas monedas en el pago por este trayecto —le dijo al capitán—. Y tú —dijo dirigiéndose a Elliot— prepárate para partir.

El joven asintió y se retiró sin decir nada. Caminó de vuelta al muelle y subió al barco para sacar a Ratza-Mûn. En cuanto abrió la puerta tras la que había pasado el viaje, tuvo que echarse a un lado porque el condenado caballo lo recibió con una coz.

—¡Ey! ¡Que he venido a sacarte de aquí!

Ratza-Mûn bufó pero permitió que lo ensillara.

—Eres increíble —murmuró tirando de él para que bajaran por la rampa de madera hasta el muelle—. La próxima vez te dejo en tierra.

Condujo a su terco compañero hasta el almacén donde ya habían terminado de cargar el alcohol en las carretas. No parecía contento con la tarea de tirar de una de ellas, pero supo comportarse.

Goran se paseó entre la caravana y comprobó que todo estuviera en orden.

—¡Bien! ¡Nos ponemos en marcha! Pararemos durante la noche, pero recordad que aún tenemos un largo camino hasta la siguiente población y no quiero quejas. El que no pueda mantener el ritmo, se quedará atrás y tendrá que vérselas con las bestias.

Elliot se preguntó a qué bestias se refería al ver el gesto grave de todos los contrabandistas. Tal vez fuera un peligro solo para humanos que no le afectaría a él; no creía que hubiera ningún animal al que no pudiera enfrentarse. Aunque eso no explicaba que los hombres al servicio de Goran fueran armados hasta los dientes.

El sol brillaba en lo alto a pesar de que el clima era frío y el vaho se concentraba frente a su rostro. Elliot había desarrollado la mala costumbre de comprobar cada dos por tres que el brazalete estuviera bien sujeto a su muñeca, sobre todo cuando estaba preocupado.

Guiaron a las mulas y caballos hacia el noreste, siguiendo una ruta que atravesaba los páramos hasta Trebana. A medida que pasaban las horas y el sol descendía, Elliot entendía mejor la jerarquía entre los contrabandistas. Algunos podían montar a caballo durante cortos periodos para descansar y otros, como Goran, no pisaban siquiera el suelo.

Se detuvieron cuando el sol estaba a punto de desaparecer en el horizonte.

—Pararemos aquí —anunció el jefe señalando un conjunto rocoso guarecido del viento.

Se escucharon algunos suspiros de alivio. Los mozos desataron a los animales y los guiaron hasta una zona especialmente protegida donde colocaron balas de pasto y recipientes con agua frente a ellos.

Un muchacho poco más joven que Elliot se acercó a Ratza-Mûn para desatarlo del carro y llevarlo con el resto de animales. Sin embargo, el vampiro se interpuso cuando el caballo se giró hacia él con ferocidad.

—Será mejor que me dejes encargarme de este —intervino colocando una mano sobre el cuello de su corcel—. No le gusta que otros que no sean yo le toquen y lo más seguro es que te dé una coz —le advirtió.

El mozo retrocedió y asintió sin decir palabra. Mientras Elliot guiaba a su montura hasta el pasto, observó con aire crítico su actitud nerviosa y las ropas andrajosas que llevaba. Lo más probable era que se tratara de un esclavo que realizaba las tareas más penosas de la caravana.

Le bastó un breve vistazo para identificar a al menos una docena de ellos. Le fue fácil porque todos tenían un aspecto débil y desnutrido. Tal vez Goran no tuviera el dinero suficiente para permitirse esclavos fuertes que realizaran tareas pesadas. Aunque era extraño porque un hombre joven y enérgico valía mucho más que aquel grupo de humanos esqueléticos.

En Svetlïa la esclavitud estaba prohibida, pero en Vasilia era de lo más común. La Mandíbula era un enlace entre ambos reinos por lo que era esperable que compartiera sus bárbaras costumbres.

—Descansa —le susurró a Ratza-Mûn—, aún tenemos mucho que recorrer.

Elliot tomó asiento sobre una roca cubierta de liquen y se abrigó mejor con su capa.

—Ten —le dijo Goran acercándole una cantimplora.

La tomó agradecido, deseoso de calmar el escozor de su garganta. Le dio un largo trago, pero apartó la boca y tosió con fuerza. Era marardiente, pero el más fuerte que había probado jamás.

Goran se rio y varios lo secundaron.

—Aquí decimos que no eres un hombre hasta que pruebas el marardiente de La Mandíbula.

—Ya veo —replicó el joven y se secó una lágrima. Beber con el estómago vacío nunca había sido su fuerte—. Gracias, supongo.

—Bueno, tu caballo ha hecho un buen trabajo, no creas que no lo he visto. Es fuerte y está sano, a diferencia de mis mulas que han visto mejores días.

—No está en venta —dijo Elliot, adivinando lo que iba a proponerle.

—Una pena que solo nos acompañes hasta Trebana—suspiró, sentándose a su lado.

—Sí, una pena.

—¿Qué buscas allí?

—Alistarme en una tripulación. —Tras una breve vacilación añadió—: Y a un vampiro.

¿Quién sabe? Tal vez Goran podría darle pistas acerca de Gabriela.

—¿Alguno en concreto?

—¿Hay muchos?

Goran volvió a reír.

—Bastantes. La mayoría están para supervisar a los esclavos que se llevan a Vasilia, pero eso es más al norte, en Puerto Esclavo. En Trebana suelen ser capitanes.

Elliot lo miró verdaderamente sorprendido. No esperaba que hubiera tantos vampiros en La Mandíbula y que los humanos no le dieran mayor importancia.

—Veo que te extraña —dijo el contrabandista al ver su expresión—. Aquí no nos importa el tratado; tenemos nuestra propia ley. Los vampiros nos dejan en paz porque podemos proporcionarles esclavos. En realidad, eso es algo que debemos agradecerle a la paz y a la reina de Vasilia. Gracias a que ella prohibió el secuestro de humanos en Svetlïa, tenemos un buen negocio aquí.

Elliot lo miró sin molestarse en ocultar el desprecio que sentía.

—¿Y qué opina la reina de que ignoréis lo firmado?

—Bueno, el pacto solo atañe a Svetlïa y Vasilia. Como los esclavos vienen de La Mandíbula... —sonrió enseñando sus dientes amarillentos—. Digamos que nos movemos en un vacío legal que la reina, muy amablemente, decidió no contemplar.

—Creía que Anghelika era la principal defensora del Tratado —dijo Elliot recordando lo que William le había contado.

—Y lo es, pero tampoco es estúpida. Sabe que la nobleza vampírica se le echaría encima si cortara el suministro —volvió a reír atronadoramente—. Ocurre lo mismo con el rey de Svetlïa que prefiere ignorar que parte de sus habitantes son secuestrados y vendidos en Puerto Esclavo. Incluso he oído que el principal suministro viene de prisioneros y prostitutas. ¡Nada que su majestad vaya a echar de menos!

La sed de sangre seguía quemándole por dentro, pero Elliot cada vez encontraba menos motivos por los cuales contenerla.

—¿Habéis oído hablar de una vampira llamada Gabriela?

—No me suena...

—Es la que convirtió al hijo del duque de Wiktoria —insistió.

—Ni idea, muchacho.

—Yo he oído hablar de ella —intervino uno de sus hombres que masticaba un pedazo de carne en salazón—. La buscan tanto en Vasilia como Svetlïa.

Elliot lo miró y se percató de que la mayoría se habían vuelto hacia ellos, pendientes de su conversación.

—¿Y bien? —preguntó Elliot, esperando.

—Dicen que huyó aquí. Lo más probable es que esté en Trebana. Es la población más grande y si la reina la busca, es mejor que no aparezca por Puerto Esclavo: está demasiado cerca de la costa vasiliana.

—Eso son suposiciones... —le espetó Elliot decepcionado. Lo que él quería eran hechos.

—Los vampiros son escurridizos —dijo el hombre encogiéndose de hombros.

—Díselo a los mirlaj que dejaron que una vampira se colara en su reino y atacara a los nobles —se mofó Goran—. ¡Y encima la dejan escapar!

Sus hombres corearon sus risas, pero al cabo de unos segundos, todos volvieron su atención a la cena. Elliot no volvió a hablar y se retiró para descansar. El suelo estaba húmedo, pero era preferible a las rocas.

Al alba reiniciaron la marcha por aquel paraje monótono. Como el día anterior, descansaron solo lo indispensable. Aquello agotó a los esclavos que caminaban al final de la caravana, sin poder seguirles el ritmo.

Se detuvieron al anochecer cuando llegaron avistaron una charca rodeada de vegetación. Elliot distinguió tiendas de campaña pertenecientes a otra caravana.

Goran cabalgó hacia el que parecía el jefe e intercambiaron unas palabras. Parecieron llegar a un acuerdo porque ordenaron a sus hombres apostarse para vigilar el perímetro del campamento y levantar una barricada.

Elliot guio a Ratza-Mûn junto con el resto de animales sin perder detalle. ¿Qué peligros acechaban en La Mandíbula para que dos contrabandistas sin honor unieran fuerzas?

Observó el campamento de la otra caravana en busca de su mercancía pero no encontró cargamento alguno. Fue entonces cuando se percató de que eran esclavistas. A diferencia de los enclenques esclavos de Goran, estaban bien alimentados.

Pero ahí acababa todo el cuidado que recibían.

A Elliot le hervía la sangre al verlos encadenados, sucios y con ropas harapientas. Eso lo habían provocado los vampiros y los humanos más ruines sacaban tajada de ello. Le daba igual que Goran dijera que eran delincuentes para limpiar su conciencia y la de sus hombres. Ahí había inocentes y, aunque no los hubiera, nadie merecía convertirse en esclavo de sangre.

Con la rabia envenenando sus venas, se dejó caer sobre el pasto y se arrebujó en su capa aferrado a su espada. Sabía que no lograría dormir, pero esperaba poder calmar los impulsos que lo empujaban a saltar sobre Goran y desgarrarle el cuello. Por una vez, su esencia de vampiro y la humana estaban de acuerdo.

Sin embargo, la quietud de la noche se interrumpió unas horas después cuando un contrabandista gritó:

—¡Vokul!

Había tanto terror concentrado en una sola palabra, que Elliot saltó con Radomis desenvainada, buscando el peligro en la oscuridad. Y cuando unos aullidos corearon el grito, supo de dónde provenía.

El campamento se convirtió en un hervidero de actividad. Los hombres corrieron hacia la barricada con sus armas listas para ser utilizadas.

—¡Defended el perímetro! —gritó el jefe de los esclavistas.

Elliot se unió a ellos en el muro de rocas, sacos y troncos que levantaron antes de acampar. Agazapado, oyó gruñidos y aullidos salvajes, además del ruido de decenas de fuertes patas hundiéndose en la tierra.

Los estaban rodeando pero aún no lograba verlos. No fue hasta que, como luciérnagas, comenzaron a surgir ojos que brillaban en la oscuridad. Amarillos y encolerizados, avanzaron hasta ellos, cercándolos.

Los humanos aún no eran capaces de verlos, pero Elliot sí. Su cuerpo era peludo, tenían hocicos alargados y afilados dientes asomándose en una mueca de locura. Al principio los confundió con lobos, pero estaban a medio camino entre un humano y un animal. Si bien iban a cuatro patas, sus garras parecían tener dedos.

—¿Licántropos? —preguntó sin poder creérselo.

—Peor —contestó el contrabandista a su lado que mantenía la pistola firmemente sujeta, listo para disparar.

No tuvo tiempo para hacer más preguntas. En cuanto los vokul fueron visibles para los humanos, abrieron fuego. Alcanzaron a varios especímenes en la primera línea, pero la gran mayoría continuó avanzando sin detenerse.

Elliot se echó a un lado cuando uno de ellos saltó hacia él y clavó su espada en su vientre peludo. A su alrededor, los contrabandistas habían tomado armas de corta distancia y peleaban contra las bestias vertiendo sangre sobre la tierra.

—¡Dejad la mercancía! ¡Salvad a los animales! —gritó alguien.

Elliot reaccionó y echó a correr hacia Ratza-Mûn que se revolvía aterrado atado a un árbol. El muchacho alzó su espada y de un solo movimiento cortó la cuerda. Saltó sobre su lomo y, al no tener silla ni bridas, se vio obligado a agarrarse a sus crines. Por primera vez en su vida, el caballo no protestó.

Desde la altura, blandió a Radomis dando mandobles a diestro y siniestro. La sangre chorreaba por su filo pero nada podía compararse al macabro espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos.

Los vokul cazaban humanos y los devoraban en el sitio arrancando la carne con sus afilados dientes.

—¡Retirada! —gritaron.

Los hombres comenzaron a retroceder y Elliot apremió a Ratza—Mûn para que hiciera lo mismo. Sin embargo, unos gritos ensordecedores y llenos de dolor lo detuvieron cuando ya se había alejado de la charca. Al girarse, vio a los esclavos de Goran atados a los árboles siendo despedazados por las bestias mientras los contrabandistas se batían en retirada, salvando a los animales antes que a ellos. En ese instante, comprendió por qué esos esclavos eran tan enclenques y sin valor: su función era convertirse en cebos mientras los demás huían.

Echó otro vistazo y vio que los esclavos del otro jefe de caravana sí habían sido rescatados pues eran mercancía valiosa.

Hecho una furia, Elliot saltó de su montura.

—¡Vete, Ratza-Mûn!

A pesar de lo aterrorizado que estaba, el caballo se detuvo sin intención de abandonarlo. Al ver que los vokul clavaban sus espeluznantes ojos en él, Elliot desató la vaina de su espada y la utilizó para golpearlo en los cuartos traseros. El animal se sobresaltó y galopó alejándose de allí.

El joven se giró hacia la manada de bestias y extrajo uno de los viales de sangre de su cinto. Lo bebió de un trago para fortalecerse. Sin mirar atrás, corrió de vuelta a la charca y saltó la barricada. Remató a un vokul que se agitaba en el suelo aún dispuesto a morderle. Esquivó a otro y corrió hacia los árboles donde una de aquellas criaturas estaba devorando a una esclava frente a los horrorizados ojos de los demás.

Elliot saltó hacia delante y cayó sobre su lomo peludo. Sin detenerse, clavó a Radomis en el cuello musculoso y retrocedió cuando su mandíbula ensangrentada estuvo a punto de cerrarse sobre él. La bestia se debatió unos segundos más antes de morir y al fin pudo llegar hasta los esclavos.

Con un tajo certero, cortó las cuerdas que los inmovilizaban y se dio la vuelta con rapidez para defenderlos de otro vokul. No fue lo suficientemente rápido y este recorrió su torso con sus garras. Gritó de dolor, pero no soltó a Radomis. Se agachó y asestó un nuevo mandoble que vertió las tripas a la bestia. Sin detenerse un solo instante, recogió una jabalina del suelo y la arrojó contra otro vokul que amenazaba con acercarse a ellos.

—¡Manteneos detrás de mí! —les ordenó Elliot a los esclavos.

Despacio, fueron avanzando hasta la barricada mientras el vampiro lograba a duras penas mantener a raya a la jauría.

Su herida había sanado parcialmente gracias a su poder de regeneración, pero aún sangraba, y los movimientos bruscos no hacían más que abrirla una y otra vez, complicando su recuperación.

Algunos esclavos fueron alcanzados por las garras de los vokul, pero muchos lograron saltar la barricada y alejarse corriendo.

Elliot volvió a adentrarse en lo que quedaba del campamento esquivando los cadáveres de ambas especies. Agarró una antorcha y la zarandeó frente a tres bestias que amenazaban con rodearlo. Esperaba con toda su alma que aquello sirviera para ahuyentarles como ocurría con los animales salvajes. Vio que retrocedían un tanto, pero continuaron acechándolo mientras avanzaba hasta otro grupo de esclavos en la otra orilla de la charca.

Enarboló de nuevo a Radomis y realizó un movimiento circular que alcanzó a dos vokul pero había demasiados.

Por el rabillo del ojo, vio los carros con la mercancía de Goran y lanzó la antorcha sobre uno que estalló en llamas. Aquello hizo retroceder a las bestias y le permitió liberar a los esclavos que quedaban.

—¡Huid!

Debilitado y sin estar seguro de poder hacer mucho más, se dispuso a saltar la barricada cuando vio algo que lo detuvo de nuevo.

Había alguien más luchando. No podía verla con claridad a causa del humo, pero supo que era una mujer. Se estaba enfrentando a un vokul monstruoso, el más grande de todos.

El fuego resplandeciente y la humareda no le permitían distinguir los detalles, pero creyó ver cómo ella lo alcanzó en el vientre. Aprovechó su debilidad para atravesar su cráneo con una espada.

El fuego comenzaba a rodearlo y la sangre continuaba manando de sus heridas. Cayó de rodillas y vio a varios vokul cerniéndose sobre él. Alzó a Radomis, pero su fuerza flaqueó; iban a despedazarlo.

Entonces, un aullido se alzó entre el humo. Esas bestias presa de la locura, respondieron y... se retiraron. Elliot las contempló estupefacto unos segundos antes de caer derrotado sobre la tierra. Lo último que vio antes de perder la consciencia fue la silueta de la mujer sobre él.

Un aroma delicioso y excitante llenó sus fosas nasales; un líquido tibio y denso humedeció sus labios. Elliot abrió la boca y saboreó el ansiado gusto de la sangre fresca. Bebió varios tragos hasta que reaccionó. Cerró la boca de golpe y abrió los ojos con rapidez.

Se topó con un rostro ovalado donde las pecas se mezclaban con las manchas de humo y sangre. Su pelo era tan rubio que rozaba el blanco y sus ojos negros parecían estar rodeados de escarcha.

—Bebe —gruñó mientras apretaba la muñeca de un hombre contra su boca.

Pero Elliot mantuvo los labios firmemente cerrados y apartó el rostro con una mueca de desagrado.

—Estúpido vampiro —siseó la joven dejando caer el cadáver sobre él.

El muchacho lo apartó de un empujón y se puso en pie tembloroso. Tenía el cuerpo cubierto de sangre y no sabía si era suya, del cadáver del que se había alimentado o de los vokul que había matado.

Echó un vistazo a su alrededor. El fuego se había apagado, aunque había consumido gran parte de la vegetación. En el suelo, los cadáveres de bestias y humanos se mezclaban unidos por su sangre. De entre los cuerpos, Elliot distinguió a varios esclavos y apretó los puños con rabia.

—Salvaste a muchos —le llegó la voz salvaje de la joven.

La miró confuso y vio cómo se sentaba y cerraba unos grilletes alrededor de sus muñecas.

—¿Qué haces? —atinó a preguntar.

—Soy una esclava.

—Deberías aprovechar para escapar.

—Y tú deberías alimentarte hasta que sanaran tus heridas —replicó ella—. Yo no me meto en tus asuntos, tú no te metes en los míos —resolvió, dándole la espalda.

Antes de que Elliot lograra decir nada más, oyó el ruido de cascos contra el suelo pedregoso.

—¡Muchacho! —exclamó Goran que regresaba sano y salvo a lomos de su caballo.

Sus hombres lo seguían y, en cuanto pusieron un pie en el campamento, comenzaron a recoger las cajas de alcohol y a evaluar los daños.

Goran se detuvo ante él y descendió de su montura sonriendo.

—¡Un vampiro! ¿Quién iba a decirlo? Ha sido impresionante el modo en que te has enfrentado a esa jauría.

Elliot vio que no tenía un solo rasguño. Probablemente habría sido el primero en huir junto con el otro jefe mientras dejaba a sus hombres instrucciones de luchar y atar a los esclavos.

—Nunca había visto una manada de vokul tan grande. ¡Qué desafortunado! —exclamó mirando las botellas rotas y el alcohol desparramado.

Elliot cerró los puños y, sin previo aviso, se lanzó contra él. Era la primera vez en su vida que atacaba a alguien deseando hacerle verdadero daño. Le asestó varios puñetazos en el rostro sin que nadie se atreviera a intervenir. Lágrimas se desprendieron de sus ojos y se mezclaron con la sangre adherida a sus mejillas.

Su parte humana y vampírica se movían en una aterradora armonía. Ambas esencias se fundieron por unos segundos hasta que Elliot se obligó a apartarse del contrabandista.

—Ahora sí parece que hayas luchado en esta carnicería, cobarde —le espetó jadeando.

Se puso en pie y se topó con un corro de contrabandistas paralizado mientras contemplaban la escena sin atreverse a intervenir. La única que no parecía asustada era la esclava que le dirigió una mirada curiosa desde el suelo.

Sin sentirse mejor, Elliot caminó hasta la barricada donde lo esperaba Ratza-Mûn que había regresado. El caballo no movió un músculo cuando se acercó a él ensangrentado, ni siquiera cuando lo acarició y manchó sus crines plateadas.

Ratza-Mûn no se movió, convirtiéndose en su roca por unos segundos mientras Elliot terminaba de llorar.

Subo este capítulo como poco tiempo. Estoy de viaje y no pude crear las imágenes, pero no quería dejaros sin capítulo. En mi instagram estoy enseñando por stories donde estoy porque es como un castillo antiguo y me inspira mucho para esta novela!

Ahora una pregunta para los nuevos lectores, ¿qué pensáis que son los vokul si no son licántropos?

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