2. Venganza
La oscuridad la había engullido por completo y un monstruo se había colado en su interior. Ahora Wendy era su hogar...
Cuando abrió los ojos, lo hizo de forma espasmódica. Tuvo que parpadear varias veces hasta lograr enfocar la vista.
Estaba sola en la cueva donde había muerto. ¿O no estaba muerta?
Sintió una piedra clavándose en su espalda y usó las manos para incorporarse. Su tacto era mucho más agudo que antes y podía notar cada piedrecita y gota de agua del suelo.
Intentó levantarse, pero se lo impidió la falda de su vestido de novia enredada entre las piernas. La apartó y contempló apenada el encaje manchado de barro y sangre. Una vez en pie, se sorprendió al no sentir dolor ni debilidad alguna.
Se asomó por la boca de la cueva y la brisa helada la recibió. Se estremeció de frío, pero al menos ya no llovía. El cielo ya no lloraba por ella.
Gracias a la luz de la luna que se colaba entre las ramas, pudo ver su piel. maravillada, comprobó que volvía a ser tersa y blanca, sin rastro de las marcas y heridas dejadas por el barón. Se llevó la mano a la cabeza, pero solo encontró la sangre seca y coagulada, ni rastro de la herida mortal que le había infligido su cruel señor.
Wendy sentía su cuerpo fuerte y sano; estaba convencida de que haría todo lo que se propusiera. Incluido su oscuro deseo.
Los rescoldos de la ira se avivaron cuando el ansia de venganza resurgió en su interior. Él iba a pagar lo que había hecho.
—Disfrutad de los últimos minutos que os restan de vida, milord Lovelace —susurró a la noche, esperando que la brisa le hiciera llegar su amenaza.
Con la luna guiándola, encontró el camino de vuelta al castillo. Oculta en la linde del bosque, observó sus murallas y la luz que titilaba en lo alto de la torre del homenaje, allí donde su presa aguardaba.
Caminó hasta la base del muro y no se amilanó al contemplar su altura: confiaba en su cuerpo, sabía que podía lograrlo. Estiró y contrajo los dedos de las manos. De un salto se aferró al primer saliente y fue agarrándose a cada piedra, hincando los dedos entre las juntas. La luna no podía alcanzarla allí y su figura delgada pasaba desapercibida en la oscuridad. Al fin, sigilosa como un felino, alcanzó las almenas.
Recorrió las murallas agazapada, temiendo ser descubierta. Pero solo se topó con un soldado borracho dormitando cerca de una de las torres. Parecía haber dado buena cuenta de su petaca para combatir el frío y le había pasado factura.
Era extraño que no hubiera nadie, ni se oyera nada en medio de la noche. Tal vez los soldados del barón hubieran salido a buscarla, una coartada perfecta para evitar las sospechas de su familia. Wendy se preguntó por cuánto tiempo buscarían a una plebeya, por muy bella que fuera.
Sacudió la cabeza en un intento por desprenderse de la tristeza, no la necesitaba, le bastaba con la ira para seguir adelante.
Corrió hacia la parte oeste del castillo, aquella que se encontraba incrustada en las faldas de la montaña bajo la que había sido edificado. Esa era su forma de llegar a la torre, aprovechando la altura y los salientes rocosos.
El viento aumentó, complicándole la tarea de aferrarse a la montaña, pero no se rindió incluso cuando sus dedos sangraron. Llegaría a lo alto de la torre del homenaje y le haría pagar su crimen. No le importaba lo que le ocurriera después. Solo podía pensar en alimentar esa ira que la devoraba desde dentro.
La sed de venganza y su tenacidad, obligaron a su cuerpo a moverse hasta que al fin pudo aferrarse al alféizar de la ventana más alta de la torre. A través del cristal, vislumbró la figura de lord Lovelace, recostada en la cama. Dormía apacible, sin una sola arruga en su rostro. Ese malnacido dormía como si no tuviera las manos manchadas con su sangre.
Wendolyn se llenó de una ira irracional, como si una bestia rugiera desde su pecho. Tomó impulso y empujó contra la ventana que se abrió de par en par cuando las bisagras cedieron bajo su fuerza. Cayó sobre la intrincada alfombra y se alzó de nuevo, con la vista clavada en el señor del castillo. Se había despertado y buscaba desorientado el origen de tal estruendo. Al fin dio con ella cuando la luz de las velas delató su presencia.
—¡Tú! —exclamó incrédulo.
Hizo ademán de levantarse, pero Wendy fue más rápida y de un salto se subió al lecho. Lo agarró del pelo canoso y tiró de él lanzándolo contra el suelo. Lord Lovelace rodó convertido en un lío de brazos y piernas. Mareado, la buscó en la penumbra para encontrarla cernida sobre él. Wendy tuvo la satisfacción de verlo palidecer.
—¿Qué os ocurre, milord? Parece que hayáis visto un fantasma —siseó con una sonrisa horrible en sus labios. Una mueca así jamás había deformado su bello rostro—. ¿No me reconocéis? Soy Wendolyn Thatcher, la campesina a la que intentasteis violar. ¿Acaso me dabais por muerta?
—Yo no... —tartamudeó.
—¿Qué? —lo interrumpió mirándolo desde arriba—. ¿Vos no me golpeasteis? ¿Acaso no me heristeis de muerte? ¿No ordenasteis a vuestros hombres que me abandonaran en el bosque? Los animales habrían devorado mi cadáver y nadie me hubiera encontrado jamás.
Sus ojos grises y tormentosos se encendieron como si los hubiera cruzado un rayo. Siseó y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano; no deseaba que la viera llorar. Lovelace aprovechó que lo soltó y retrocedió hasta que su espalda chocó contra la fría pared de piedra. Wendy caminó hasta él y lo acorraló.
—¡Confesad!
Lo agarró de la camisa para levantarlo y empujarlo contra la pared. Estaban tan cerca que podía ver las gotas de sudor corriendo por su frente y sentir su repugnante respiración en el rostro
—Sabéis a qué he venido, ¿verdad?
Lord Lovelace negó repetidamente mientras los temblores se apoderaban de su cuerpo. ¿Cómo era posible que un hombre tan miserable e insignificante hubiera sido capaz de infundirle tanto pavor y hacerle tanto daño?
—Te lo suplico... —balbuceó sin poder apartar la vista de su rostro inhumanamente bello a la par que aterrador.
Wendy no creyó que pudiera odiarlo más, pero el rencor continuaba llenándola como si fuera un pozo sin fondo.
—¿Me suplicáis? —siseó entre dientes—. ¿Y cuántas veces os supliqué yo que pararais?
—Por favor...
—¡No os atreváis a implorarme!
Esta vez su grito fue acompañado de un golpe. Wendy sintió los huesos astillarse bajo sus fuertes manos y el dolor se esparció cual veneno por el brazo de lord Lovelace. Soltó un alarido cuando los fragmentos se hincaron en su carne y la sangre brotó.
Había planeado continuar torturándolo para hacerle sentir aunque fuera una ínfima parte de lo que ella padeció, sin embargo, en el momento en que olió la sangre, su venganza cesó de importar. El barón perdió su identidad, nombre y rostro; ella misma dejó de ser Wendolyn. Solo sentía un ansia insaciable, la sed de un monstruo.
En el momento en que inspiró hondo y se dejó embriagar por el aroma de la sangre, sintió dos pinchazos agudos en su labio inferior: eran colmillos. Se inclinó sobre su cuello y los clavó con fuerza. Comenzaron a manar copiosas gotas carmesíes y pegó la boca a la piel para chupar. Saboreó el líquido en su lengua y sus papilas gustativas estallaron ante ese néctar escarlata. Su cuerpo vibró y se llenó de frenesí a medida que succionaba la vida de lord Lovelace.
Las heridas del barón continuaron sangrando hasta que dejó escapar un suspiro estertoroso y murió. Pero ella siguió bebiendo y solo cuando la bestia se sació por completo, Wendolyn recuperó la cordura.
Soltó a lord Lovelace que cayó al suelo hecho un guiñapo. Se limpió la boca con el dorso de la mano y escupió intentando comprender lo que acababa de ocurrir. Mas no tuvo tiempo.
Los soldados, alertados por los gritos de su señor, habían subido a lo alto de la torre e irrumpido en sus aposentos. Los cuatro frenaron en seco al toparse con semejante sangría y ella retrocedió hasta la ventana al verlos. Entre ellos estaba Philip que la contempló horrorizado.
—¿Wendolyn? —susurró.
Con solo verlo ahí, la ira se sobrepuso al miedo y lo único en lo que podía pensar era hacerle pagar por haberla entregado como una ofrenda al barón.
Gruñó, dispuesta a atacarlo, pero uno de los soldados reaccionó. Alzó su ballesta y disparó. Ella giró, evitando que le diera en el pecho, pero no fue lo suficientemente rápida y la flecha se clavó en su brazo.
—¡Es una vampira! —exclamó otro—. ¡Dad la alarma!
Wendolyn ni siquiera había tenido tiempo de detenerse a pensar en qué se había convertido. ¿Era una vampira? El cadáver del barón parecía confirmarlo.
Los soldados que portaban espadas se lanzaron contra ella y dejó de intentar comprender lo que le había sucedido. Se deshizo de dos de ellos empujándolos al otro lado del dormitorio, pero el tercero la pilló desprevenida y apenas pudo sujetar el filo con las manos. El acero se tiñó de rojo con su sangre.
De nuevo tenía a Philip cara a cara, pero esta vez no tenía intención de robarle un beso: pretendía matarla.
—Malnacido —siseó con lágrimas en los ojos.
Wendy soltó el filo y se apartó con rapidez. Lo sorprendió por la espalda y lo empujó. Lo vio perder el equilibrio y caer por la ventana. Cuando dos flechas le pasaron rozando, saltó tras él por su única vía de escape.
El vértigo la invadió mientras el viento se arremolinaba a su alrededor y su visión se tiñó de rojo cuando su pelo se enredó frente a su rostro. A duras penas logró aferrarse a uno de los salientes de la torre. Gritó de dolor cuando su mano herida chocó contra la piedra, pero no se soltó.
Desde lo alto, vislumbró el cadáver de Philip que no había podido frenar la caída y encontró su final en el suelo embarrado. Sintió que una parte de ella murió con él, la de una joven que soñaba con casarse y tener una familia.
Parpadeó para limpiarse las lágrimas y miró alrededor. Divisó el alféizar de una ventana, balanceó el cuerpo y se descolgó hasta allí. Volvió a mirar al suelo, ahora mucho más cerca y se dejó caer.
Flexionó las rodillas cuando sus pies chocaron contra el suelo del patio de armas que era un hervidero de actividad. La oscuridad de la noche aún la protegía, pero estaban encendiendo antorchas cuya luz la delataría.
Sin dirigir una sola mirada al que fue su esposo, se escabulló hacia las caballerizas.
Se ocultó entre los animales sin dejar de observar el portón del castillo. Era su única salida, pues no podía arriesgarse a volver a escalar hasta las almenas y quedar expuesta a los disparos.
Caminó agazapada hasta allí y vio el rastrillo que se interponía en su camino. Se encogió contra el muro de piedra. El pánico la dominaba por completo, paralizándola. Tardó cerca de un minuto en serenarse antes de volver a asomarse hacia la salida. Junto a las rejas, había dos guardias armados con lanzas que podrían ensartarla como a un jabalí.
Con pasos gatunos y silenciosos, se aproximó al soldado que tenía más cerca. Inspiró hondo y saltó sobre él. El hombre no tuvo tiempo de reaccionar. Gracias a una fuerza que jamás hubiera soñado poseer, lo empujó contra la pared. Se golpeó la cabeza y cayó al suelo. Wendy no se detuvo para comprobar si estaba vivo, se volvió para enfrentar a su compañero, mas ya era tarde. La había visto y corría a alertar a sus compañeros.
La joven tensó los músculos y aferró la manivela que había quedado desprotegida. Contaba con poco tiempo para alzar el rastrillo antes de que la rodearan. Sabía que era muy pesado y se necesitaban al menos dos hombres para levantarlo. Sin embargo, soltó un jadeo sorprendido cuando vio que podía girar la manivela con facilidad. Esperanzada, se movió con rapidez y, cuando lo elevó lo suficiente, corrió hacia allí con el tiempo justo para deslizarse por el barro y pasar por debajo antes de que la aplastara.
—¡Sí! —exclamó con la adrenalina corriendo por sus venas.
Se puso en pie y recorrió el túnel hasta el portón. Un travesaño de madera lo mantenía cerrado, pero tampoco supuso un gran desafío para su fuerza sobrenatural. Lo dejó a un lado y empujó el pesado portón. Vio un resquicio de luz y lloró de felicidad. Presionó con más fuerza. Contempló esperanzada el bosque donde había muerto y renacido, que esta vez le prometía protección.
Se disponía a correr hacia allí cuando las flechas de los guardias en lo alto de la muralla la detuvieron en seco. Al mirar arriba los vio asomados con las armas apuntando hacia ella.
Era un suicidio exponerse, pero no tenía tiempo. Tras ella, los soldados casi habían terminado de alzar el rastrillo y pronto la acorralarían.
—Vamos —siseó y se lanzó hacia amanecer que se asomaba sobre las copas de los árboles.
Aquella escasa distancia le pareció eterna, pero gracias a que los guardias habían descargado sus armas en el primer disparo y a la luz del sol que los cegaba, Wendy logró alcanzar la linde del bosque. Sin embargo, antes de internarse en la espesura, una flecha la alcanzó en la espalda. El dolor lacerante cuando destrozó su carne la hizo dar un alarido. Notó la sangre resbalando por su piel y sintió que iba a desmayarse. Tragó la bilis y se obligó a moverse. Oía los pasos de los soldados corriendo hacia ella y sabía que, si la atrapaban, estaría muerta.
Ya había muerto una vez esa noche, no estaba dispuesta a volver a hacerlo.
Se abrió paso entre la vegetación y observó preocupada la luz dorada que bañaba las copas de los árboles y los claros del bosque. Parpadeó, molesta ante su claridad y comenzó a buscar un lugar en el que esconderse o pronto la encontrarían. Tal vez podría regresar a la cueva...
Entonces le llegó el rumor de unos pasos y voces de hombres. El miedo volvió a atenazarla. ¿Por qué no la dejaban en paz?
Continuó moviéndose, ya solo con la idea de alejarse de las voces. Pero se detuvo en seco al sentir dolor en su mano.
—¡Ah! —exclamó. Se examinó el dorso y vio que una pequeña porción de su piel estaba roja y llena de ampollas. Parecía quemada.
Miró hacia arriba sin ver nada extraño. Tal vez se tratara de alguna sustancia de las plantas, algo venenoso que hubiera tocado. Siguió avanzando, pero volvió a detenerse al sentir el mismo dolor, esta vez en su hombro. Asustada, se alejó de las plantas y corrió hacia un claro que había más allá. Pero cuando salió de la espesura, todo fue peor.
Los rayos de sol lamieron su carne como hierros al rojo vivo. Su vestido se prendió y Wendy gritó, presa de la histeria. Su mente se había quedado en blanco y un solo pensamiento la ocupaba: ¡se estaba quemando viva!
Oyó el galope de un caballo muy cerca y de pronto sintió que flotaba. Apenas duró unos segundos antes de que el agua la bañara por completo. Las llamas se apagaron tan repentinamente como habían surgido y Wendy emergió en busca de aire.
Se encontraba en el interior de una pequeña laguna verdosa, con hojas y musgo enredados en el pelo. Asustada, se llevó los dedos al hombro, esperando sentir un terrible dolor y la piel rugosa, pero estaba tersa, aunque demasiado caliente.
—Podéis salir, milady.
Wendolyn alzó la mirada y se encontró con un joven poco mayor que ella en la orilla de la laguna. Con una mano sujetaba las bridas de un caballo y la otra la tenía extendida hacia ella.
—¿Quién eres? —tartamudeó.
—Me llamo Iván, no hay tiempo para más. Debéis venir conmigo antes de que los soldados os encuentren.
La muchacha reprimió un sollozo. ¡Se había olvidado de ellos!
—Rápido —la instó Iván.
—Pero el fuego...
—Era solo el sol. Tapaos con esto —dijo quitándose una capa negra de terciopelo—. Por favor, no tenemos tiempo.
Despacio, Wendy salió del agua y caminó hasta el joven que la esperaba en la sombra. Él le tendió la capa y apartó la mirada con un leve carraspeo. Ella bajó la vista y descubrió que ya no quedaba nada de su vestido, solo jirones ennegrecidos aquí y allá que no la cubrían en absoluto. La recorrió un escalofrío solo de pensar que se encontraba desnuda frente a un hombre. Tomó la capa y se tapó con rapidez, intentando reprimir los temblores.
—No voy a haceros daño —dijo Iván al ver su rostro asustado.
De un salto, montó en su caballo y le tendió la mano. Puesto que no tenía alternativa y los soldados de lord Lovelace pronto le darían alcance, la tomó. El joven tiró y ella aprovechó el impulso para saltar ágilmente al lomo de su montura.
—Agarraos y tened cuidado de que el sol no os toque.
Wendolyn asintió y revisó que no asomara ni un palmo de piel bajo la capa. Se ajustó bien la capucha y se aferró a Iván cuando espoleó al caballo.
Se movieron entre la espesura hasta alcanzar el final del bosque y llegar al camino que cruzaba las tierras del barón. Un poco más allá, Wendy divisó un carruaje negro sin ventanas.
—Bajad, por favor —le indicó, desmontando también.
Iván la guio hasta la portezuela del carruaje y dio dos golpes con los nudillos. Esta se abrió y una mano enguantada agarró a la joven y la arrastró a la oscuridad.
La portezuela volvió a cerrarse y Wendolyn quedó a solas con el vampiro que la había salvado y condenado.
¡Segundo capítulo y el sábado subiré el tercero! Aquí ya vemos alguna diferencia más respecto a la versión antigua, por ejemplo lo de Philip. De nuevo, espero que os haya gustado.
En el próximo capítulo veremos a Elliot (los antiguos lectores ya saben a quién me refiero 🖤) y tengo muchas ganas de que leáis su parte.
¿Os gustan las imágenes donde salen los personajes hablando? Mi idea es hacer una por capítulo a ver si puedo porque son ediciones que me llevan tiempo.
Como siempre, podéis encontrar más imágenes que estoy haciendo en Instagram y vídeos en tiktok.
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