15. Angustia

Desde su llegada a Isley, Wendy se había acostumbrando al horario nocturno de los vampiros. Despertaba al atardecer y se retiraba a su dormitorio al amanecer; algo que sus ojos adaptados a la oscuridad agradecían. Además, era una forma de no coincidir con los pocos sirvientes que acudían para mantener el castillo en buenas condiciones y preparar la comida. Incluso pidió encargarse de limpiar sus aposentos para mantenerse ocupada.

Los únicos humanos que compartían su horario eran Iván y Sophie. El primero, porque debía atender las tareas que William le asignaba; y el ama de llaves porque afirmaba estar en su derecho de hacer lo que le diera la gana con los años que le quedaban. Ni siquiera William osaba llevarle la contraria.

Con todas sus necesidades cubiertas y viviendo entre lujos, su mayor preocupación era el tedio. Todas las noches eran iguales y, más allá de pasear por los jardines, comer y tratar de mantenerse ocupada, no tenía nada que hacer. Echaba de menos hasta las tareas que su madre le imponía cuando vivía en la aldea. ¿Era así la vida de los nobles? ¿Y la eternidad de los vampiros? William pasaba casi todo su tiempo en su estudio, leyendo sin parar. Tal vez entendería qué tenía de interesante si supiera leer.

El alba ya despuntaba cuando, resignada, subió las escaleras de caracol de su torre. Caminó directa hacia la chimenea y avivó el fuego antes de desvestirse.

Se libró primero de la capa que usaba incluso dentro del castillo debido al frío. Después de retirarse el vestido, pasó a la ropa interior. Lo primero que desató fue el corsé. Los cordones estaban en la parte delantera para no necesitar criadas que la ayudaran. Era una prenda que se usaba sobre todo en Vasilia y ella estaba acostumbrada a vestidos sueltos que no levantaban el busto y permitían mayor libertad de movimiento para trabajar. Sin embargo, la sola idea de vestirse como en la corte, la emocionaba y aceptó sin dudar los vestidos que William encargó para ella.

Después de quitarse la almohadilla que levantaba la falda alrededor de la cintura y desatar las enaguas, quedó solo con el camisón cubriendo su cuerpo. Se sentó sobre la cama para sacarse los zapatos y las medias.

En cuanto terminó, se metió de un salto en la cama y se arropó con las pieles. Sin embargo, no consiguió entrar en calor. Su mirada se dirigió al armario donde guardaba varias batas que seguro la ayudarían a calentarse. Renuente, abandonó el lecho y fue pisando solo la alfombra hasta detenerse delante del mueble.

Aún la fascinaba la cantidad de vestidos elegantes y caros que poseía ahora. No había tenido ocasión de probar los de gala y soñaba con la idea de asistir a un baile. En su aldea celebraban Festivales de la Cosecha pero nada comparable a un evento de la nobleza.

Rebuscó entre las prendas hasta dar con una bata de color azul noche, con lazos para atarla en torno a su cintura y pecho. Cuando tiró de ella, volcó una cesta y cayeron todos los paños y toallas que contenía. Los había guardado ahí a la espera de necesitarlos, pero terminó por olvidarse de ellos.

¿Se había olvidado de ellos?

Su respiración se convirtió en un jadeo angustiado al tiempo que sentía algo frío apoderándose de sus entrañas. Con la mente entorpecida por el miedo, Wendy hizo cuentas.

—No puede ser... —sollozó.

Volvió a repasar sus cálculos, pero el resultado fue el mismo: no sangraba desde varias semanas antes de su boda. No estaba segura de cuánto tiempo había transcurrido desde entonces pero sabía que debería haber sangrado al menos una vez.

Corrió hacia la puerta de su dormitorio y se lanzó escaleras abajo. Salió al corredor y continuó descendiendo hasta que se topó con tres criadas.

—¡Ayudadme!

Corrió hasta ellas, pero tuvo que detenerse cuando la luz que atravesaba las vidrieras se interpuso en su camino.

—Por favor, ayudadme —sollozó ante la mirada estupefacta de las mujeres.

Antes de que ninguna pudiera cuestionarla, oyeron el eco de unos pasos apresurados. A los pocos segundos, apareció William que corría hacia ella envuelto en su capa negra. Había escuchado los gritos desde sus aposentos y los abandonó asustado.

—¿Qué sucede aquí? —siseó. No olía sangre, por lo que se tranquilizó cuando se cercioró de que la vampira no había atacado a ninguna de las sirvientas—. ¿Wendolyn? —dijo, esta vez con un tono calmado.

—Ayudadme, por favor —le suplicó.

—Tranquilízate —le dijo mientras usaba su capa para protegerla del sol—. Tienes que calmarte o no podré ayudarte.

Los sollozos no dejaban de sacudir su pecho, dificultándole hablar; la angustia y el miedo habían tomado su rostro.

—Necesito... —comenzó, pero un hipido la interrumpió—. Necesito a la señora Loughty.

—Sophie está descansando —replicó William—. Dime lo que necesitas y yo te lo daré.

—¡No! —exclamó—. Necesito a la señora Loughty. Os lo suplico...

Estaba muy alterada, así no habría forma de razonar con ella. William suspiró y asintió.

—Llevad a la señora Loughty a mis aposentos —les indicó a las sirvientas que se apresuraron a cumplir su orden—. No quiero que Sophie suba más escaleras de las debidas, ¿estás de acuerdo?

Wendy asintió y se restregó las lágrimas contra las pecas de su rostro.

Despacio, asegurándose de protegerse del sol, fueron al estudio de William.

—Toma asiento —dijo, señalando la butaca.

Se agachó frente al fuego y usó un atizador para avivarlo. La miró de reojo mientras echaba dos troncos más. La estancia se tiñó de una luz cálida, pero Wendolyn continuaba temblando. Se acercó a ella y le colocó una manta sobre los hombros. La joven fue consciente de que tan solo vestía su camisón y se cubrió, avergonzada.

—Intenta calmarte. Estará aquí enseguida.

Cuando Sophie llegó renqueando a los aposentos, Wendy se puso en pie de un salto y corrió hacia ella. La anciana la miró sorprendida cuando la abrazó y comenzó a sollozar de nuevo.

—Diantres, William, ¿qué le has hecho? —preguntó estupefacta.

—No le he hecho nada —replicó tan sorprendido como ella—. Dice que quiere hablar contigo.

—De acuerdo, muchacha —dijo la mujer acariciando su pelo cobrizo—. ¿Te parece bien que nos sentemos junto al fuego?

Wendolyn asintió y ambas ocuparon las butacas frente a las llamas. William se quedó a un lado, sin dejar de observar el rostro de la vampira, intentando desentrañar qué le ocurría.

Cuando Sophie se acomodó la falda y dejó a un lado su bastón, tomó sus manos entre las suyas.

—Cuéntame, Wendy, ¿qué te ocurre?

La chica parpadeó y las lágrimas cayeron sobre su camisón. Abrió la boca para hablar, pero miró de reojo a William y permaneció en silencio.

—Entiendo —murmuró la anciana—. Tú, vete a dar un paseo —le ordenó al vampiro.

—Es de día.

—Como si eso fuera un problema para ti. Venga, largo —lo echó sin miramientos.

William se puso la capa por encima y se apresuró a abandonar la estancia, no sin antes dirigirles una mirada preocupada.

—Bien, ahora que ya estamos solas, cuéntame.

Wendy inspiró hondo y tragó saliva. Sin atreverse a mirarla, susurró:

—Creo que estoy embarazada.

Las cejas canosas de la anciana se elevaron creando arrugas en su frente.

—¿Por qué pensarías algo así, Wendolyn? —le preguntó cautelosa.

La chica agradeció que se mostrara tranquila, pero también se sorprendió de que no viera la gravedad de la situación.

—¿Sabéis cómo llegué a parar aquí, señora Loughty? —preguntó, aún entre susurros.

—Algo sé, muchacha —respondió pesarosa.

Wendy asintió, eso hacía las cosas más fáciles.

—Quedé inconsciente y... —tragó saliva—. No sé qué pudieron hacerme... Tuvo que ser en ese momento porque no recuerdo nada.

—¿Estás segura?

—Ha pasado más de un mes desde la última vez que sangré —confesó rompiendo a llorar de nuevo—. ¿Qué voy a hacer? No quiero eso... —murmuró, asustada.

Wendy enterró el rostro en el regazo de Sophie.

—Shh... Tranquila —susurró acariciando su melena—. Todo está bien. No estás embarazada.

Ella levantó la cabeza.

—¿Cómo estáis tan segura? —preguntó esperanzada.

—Porque los vampiros no pueden tener descendencia —contestó y le acarició la mejilla llevándose las lágrimas con los dedos.

—¿De verdad?

El alivio era palpable en su rostro y al fin había dejado de llorar. Sophie sonrió.

—De verdad.

Si Wendy se alegraba, no iba a ser ella quien le hiciera notar que, aunque pasaran los siglos, no podría tener hijos por mucho que lo ansiara. En cualquier caso, no era asunto suyo y tal vez ella no llegaba a desearlo nunca. Esperaba que así fuera.

Wendy se puso en pie y sonrió realmente aliviada.

—Gracias, señora Loughty. No sabía a quién más acudir.

—No tienes por qué darlas, jovencita. Ahora vuelve a tus aposentos, necesitas descansar después de tamaño disgusto.

Wendy inclinó la cabeza y salió de la habitación. No había pasado ni medio minuto cuando William entró a sus dependencias.

—Has estado escuchando —lo acusó en cuanto vio su rostro.

El vampiro se apoyó en el marco de la chimenea y suspiró contemplando el fuego.

—¿Y bien? —insistió la anciana.

—¿Y bien qué, Sophie?

—Ese hombre... ¿Se propasó con ella?

—No. La examiné cuando la encontré. Tenía contusiones y arañazos causados cuando opuso resistencia. La única herida grave fue el golpe en el cráneo que casi la mata, pero no había señales de abuso.

La anciana se llevó la mano al pecho y suspiró, aliviada.

—Menos mal...

—He sido descuidado. No he tenido en cuenta lo poco que sabe sobre vampiros. No he sabido prever la angustia que esto le ocasionaría —se reprochó.

—Bueno, por muy vampiro que seas, William, sigues siendo un hombre —se burló—. No te preocupes, ya se ha resuelto. Lo peor ha pasado.

Se puso en pie y recuperó su bastón.

—¿Quieres que te acompañe?

—No estoy inválida.

—No lo decía por eso.

Sophie sonrió y se volvió hacia él cuando ya estaba en el umbral.

—Descansa, William. Hasta tú necesitas dormir.

Wendy visitó a Sophie cada noche desde entonces. La presencia de la anciana era reconfortante y le recordaba al tiempo en que su abuela vivía. Habían transcurrido varios inviernos desde su muerte, pero aún la echaba de menos.

En cuanto atardeció, fue al comedor donde los sirvientes habían dejado preparado el desayuno. Tomó una bandeja y la llenó de fruta, huevos revueltos con salchichas, dos tazas de leche caliente y, por último, se dirigió a la fuente repleta de pashkis recién horneados. Olía delicioso y la mermelada escapaba por la masa.

A Sophie le gustaba que fuera ella quien escogiera su desayuno, así William no podía impedir que comiera dulces. Según la anciana, era un tirano con su dieta, así que decidió servir dos buñuelos para ambas.

Había cogido el primero cuando una voz a sus espaldas la sobresaltó.

—¿A dónde vas con tanta comida, Wendolyn?

La joven se detuvo en el acto y soltó el segundo pashki relleno de mermelada que rodó por el mantel manchándolo de mermelada. Se volvió y se esforzó por poner la expresión más inocente que pudo.

—Es mi desayuno...

El vampiro enarcó una ceja.

—Nunca te vi comer tanto.

—Hoy desperté con hambre...

Lo vio sonreír ante sus excusas y supo que no lo estaba engañando.

—También voy a llevarle el desayuno a la señora Loughty —admitió a regañadientes.

—Ah —dijo con los ojos brillantes—. ¿Te importa si miro?

Sin esperar respuesta, caminó hasta ella y se inclinó sobre la bandeja que sostenía. Lo primero que retiró fueron las salchichas y, tan rápido que no pudo impedírselo, le quitó el plato con el único pashki que había logrado coger.

—Dile a Sophie que no soy tan idiota como parece creer.

—Pero ese era para mí...

Vio que dudaba, pero no se lo devolvió. En cambio, depositó un cuenco con gachas.

—Si lo dejo ella te convencerá de compartirlo. Así aprenderás a no cumplir sus caprichos.

—Pero...

—Recuérdale que tome sus medicinas. Puedes irte.

La joven hizo una mueca, pero obedeció. Cuando llegó a los aposentos de Sophie, le explicó lo sucedido y ella se desquitó durante los siguientes dos minutos.

—¡Ese idiota! No sé cuántos años de vida me quedan, ¿acaso no puedo comer lo que me dé la gana?

Desayunaron en silencio, con Sophie insultando al vampiro entre cada cucharada de gachas.

—William también me pidió que tomaras tus medicinas —dijo cuando terminaron.

La anciana puso los ojos en blanco.

—Ese tirano...

—¿Estáis enferma, señora Loughty? —preguntó preocupada.

—En absoluto. Son estas lluvias que no le brindan ni un momento de descanso a mis huesos.

Usó su bastón para levantar la tapa de la tetera donde preparaba sus medicinas y suspiró.

—No queda agua...

—¡Iré a hervirla! —se ofreció Wendy.

—Gracias, muchacha.

Se puso en pie y tomó la tetera vacía. Bajó con rapidez a las cocinas que estaban vacías a esas horas. Se dirigió a los barriles de agua de los pozos del castillo y llenó la tetera.

Se dio la vuelta para encender el fuego de una de las chimeneas, pero se sobresaltó al descubrir a una mujer sentada sobre una de las mesas.

—Hola —la saludó después de darle un bocado a la manzana que sostenía. El jugo escapó por su comisura y lo lamió dejando sus labios brillantes.

Wendy se preguntó desde cuándo la observaba.

—Disculpa, no sabía que había alguien.

—Tenía hambre y bajé a comer algo rápido antes de volver con milord.

—Ah —no sabía qué más decir.

—Creo que no nos han presentado. Soy Senzana, sirvo al vizconde desde hace unos meses.

Sí, Wendy podía notarlo. La bella mujer llevaba su aroma impregnado en toda la piel. Absolutamente todo su cuerpo olía a él.

—Wendolyn Thatcher.

—Ah, sí. La vampira que regresó con William de su último viaje.

Se limitó a asentir y se agachó para encender la chimenea. En cuanto las llamas brotaron, colgó la tetera sobre el fuego.

—¿Y tú qué haces aquí? —preguntó Snezana.

—Vine a prepararle el té a la señora Loughty.

La humana soltó una carcajada cantarina.

—No me has entendido. Me refiero en este castillo.

A Wendy no le gustaba el tono de superioridad con el que se dirigía a ella, tal vez por eso su respuesta sonó más cortante de lo que pretendía:

—No es de tu incumbencia.

Senzana le dio otro mordisco a la manzana.

—Cierto, es a ti a quien debería importarle. —Se bajó de un salto de la mesa antes de seguir hablando—. Todos aquí cumplimos un propósito para William. Sophie es el ama de llaves; Iván su pupilo y sirviente leal; y yo... bueno, creo que intuyes el valioso servicio que le presto —dijo con una sonrisa petulante.

Wendolyn arrugó el rostro en una mueca.

—Los que no tienen nada que hacer se marchan de Isley, como el joven Elliot lo hará pronto. Así pues, ¿en qué le eres de utilidad?

La vampira la ignoró y se agachó para avivar el fuego aunque no hiciera falta.

—Ya lo suponía —dijo Snezana ante su silencio—. Deberías descubrir por qué te quiere William aquí antes de que sea tarde...

—Gracias por el consejo —le espetó.

Cuando al fin hirvió el agua, se apresuró a tomarla y regresar a los aposentos de Sophie. Sin embargo, esta vez no bastó su sonrisa cálida para animarla.

Siguió sus instrucciones y le preparó una infusión con varias hierbas que William le había recetado.

—Esto sabe horrible —dijo la anciana en cuanto lo olisqueó—. Sabría mucho mejor si ese condenado vampiro me permitiera ponerle aunque sea una cucharadita de azúcar.

Comentarios así solían sacarle una sonrisa a Wendy, pero cuando la vio igual de apática, supo que pasaba algo.

—¿Estás bien, muchacha?

—Señora Loughty, ¿hay algo que yo pueda hacer por William?

La anciana se atragantó y la miró sorprendida.

—¿A qué viene eso, Wendolyn?

—A nada. Pero quería agradecerle que me salvara la vida.

—No creo que William lo hiciera para que le debieras nada.

—Aún así... ¿Hay algo que necesite? ¿Está bien?

Ella la miró perspicaz.

—¿Por qué no iba a estarlo?

—No lo sé —balbuceó avergonzada—. Disculpadme, no he debido preguntar.

—No, muchacha. Hacerse preguntas siempre es bueno. Simplemente quiero saber por qué crees que no está bien. En ningún momento he dicho que lo estuviera.

—Entonces, ¿no lo está?

—No lo sé. ¿Tú qué crees? —le insistió.

Wendolyn creyó que se estaba burlando de ella, pero la seriedad en los ojos de Sophie le hizo pensar lo contrario.

—Creo que parece estar preocupado.

La anciana rio con voz cascada.

—Te confesaré algo: William siempre está preocupado. Siempre pensando en el futuro y ensombreciéndolo con el pasado...

—¿Es porque se encuentra en territorio humano?

—¿Por qué iba eso a preocuparle?

—Bueno, nunca había oído de ningún vampiro que poseyera tierras en Svetlïa.

—Ni lo oirás jamás. Los vampiros no pueden cruzar la frontera a Svetlïa. Es por ello que William os mantiene ocultos a ti y a Elliot.

—He oído que se marcha.

—Sí... —se lamentó Sophie—. Hubiera preferido que se quedara aquí, a salvo. Pero William cree que es demasiado arriesgado que haya tantos vampiros en Isley. En eso, debo darle la razón.

Tomó un trago de su infusión y no pudo reprimir una mueca de asco.

—¿Se va solo por eso? —preguntó Wendy.

—Bueno, él también quiere irse. Es hijo del duque de Wiktoria, tanto él como los mirlaj que lo buscan tienen su nombre y descripción.

Wendy intuyó que era un noble, pues William lo trataba con el respeto que correspondía a su estatus, pero no imaginó que estuviera en lo más alto. Había oído hablar de los siete duques de Svetlïa y el gran poder que ostentaban, pero nunca vio a uno.

—Ahora eso no importa —continuó Sophie, ajena a sus pensamientos—. Jamás recuperará lo que le corresponde por nacimiento, los vampiros no pueden ostentar títulos en Svetlïa.

—Entonces, ¿cómo puede William ser vizconde?

—Se debe a que no es el verdadero vizconde, pero nadie fuera de Isley lo sabe —contestó la anciana llevándose el dedo índice a los labios.

—¿Cómo puede ser?

—William ocupó el lugar del último vizconde tras matarlo y nadie se opuso.

Wendolyn se llevó una mano a los labios, horrorizada.

—¡Pero eso es un crimen! ¿Por qué nadie lo acusó?

—Porque es el mejor vizconde que hemos tenido —dijo con simpleza—. El último fue un hombre... cruel. William nos liberó de su tiranía y pidió a cambio una sola cosa.

—¿Qué?

—Que le permitiéramos tomar su lugar y no lo delatáramos. A cambio, juró protegernos. Y eso ha hecho durante décadas.

Sophie le guiñó un ojo y le dio otro sorbo a su medicina. Volvió a insultar a William, pero Wendy estaba tan ensimismada que no la oyó.

Ahora conocía mejor al vizconde, pero seguía sin saber en qué podía servirle.

Horas después, Wendolyn se encontraba ante las puertas de roble de la biblioteca. Había permanecido allí durante tanto tiempo, que había memorizado los intrincados tallados de la madera. Elliot se encontraba al otro lado, pero no lograba reunir el valor para presentarse ante él.

Su respiración se condensó ante su rostro a causa del frío que reinaba en los corredores del castillo y sus rizos se tambalearon cuando dio un paso adelante. Pero antes de rozar la puerta, se abrió revelando el rostro del joven.

—Os oigo respirar desde hace varios minutos. ¿Queréis algo? —preguntó, amable.

Wendy tragó saliva. Le sorprendía que un noble la tratara de vos, como si pertenecieran al mismo estatus. No sabía si fingía o no tenía ni idea de que ella era una campesina.

—Quiero entrar.

—Adelante —dijo y le cedió el paso.

Fue como entrar en un mundo totalmente distinto. Era una sala enorme, más que cualquier otra del castillo. Poseía grandes ventanales que seguro iluminaban la biblioteca durante el día.

pero lo más impresionante eran sus elevadas estanterías repletas de libros. Wendy jamás imaginó que podían existir tantos.

—Es magnífica, ¿verdad?

Elliot tomó el libro que estaba leyendo antes de su llegada y acarició la cubierta gastada por el uso.

—Siempre he sentido fascinación por los libros. Son una ventana que nos permite escapar a mundos sin límites y explorarlos sin movernos.

Wendolyn lo miró interesada; quizás por eso William leía tanto. Una vez más, deseó saber leer.

—¿Venís en busca de algo interesante? —inquirió el joven.

—No, bueno... Son demasiados, no sé cuál escoger —se corrigió, pues sería extraño ir a la biblioteca para algo que no fuera leer.

Elliot le dio la espalda y se volvió hacia uno de los estantes. Sus dedos revolotearon sobre los lomos hasta que se detuvieron en uno granate con detalles metálicos.

—Creo que este os gustará —dijo tendiéndoselo.

Wendy contempló la portada sin ser capaz de leer siquiera el título. Avergonzada, miró a Elliot y se mordió levemente el labio. Entonces, se inclinó en una elegante reverencia que su madre le había enseñado antes de su boda para impresionar a lord Lovelace.

—Oí que os marcháis.

—Así es.

—¿Por qué? Estaríais más seguro aquí.

Elliot hizo una mueca.

—Bueno, al vizconde no le entusiasma tener a otro vampiro en su territorio.

Wendy lo miró angustiada. Si ese era el motivo, significaba que ella también era un estorbo.

—Lo lamento.

—No lo hagáis. Además, no pretendía quedarme aquí. Solo quería descansar antes de continuar mi viaje —añadió al percibir su inquietud—. Es peligroso para un vampiro quedarse en Svetlïa. Aunque seamos monstruos allá a donde vayamos, lo somos menos en tierras habitadas por vampiros.

—Yo no me considero un monstruo —se defendió—. Gracias a mi conversión, no volveré a sufrir a manos de otros que sí lo son.

Elliot negó con la cabeza con una sonrisa amarga en los labios.

—Difiero y vos también deberíais. No os dejéis embaucar por la inmortalidad, el precio que ambos pagaremos por ella superará cualquier beneficio.

—Eso solo el tiempo lo dirá.

—Estoy de acuerdo. Pero hay un motivo por el que William abandonó Vasilia e intuyo que era para alejarse de los suyos.

Wendy soñaba con visitar el reino de los vampiros. Sentía una gran atracción por los lujos que allí prometían y, sobre todo, por no tener que esconderse. Fuera como fuere, no podía ser peor que la crueldad que conoció en su tierra natal.

—Gracias por el libro —murmuró y se marchó sin darle ocasión de despedirse.

Recorrió los corredores de vuelta a sus aposentos. Estaba en el último piso cuando una voz cantarina la sorprendió al torcer la esquina.

—He descubierto en qué puedes serle útil a William...

Se volvió y descubrió a Snezana apoyada contra una estatua.

—No tengo tiempo para adivinanzas —le espetó y continuó su camino.

Pero la humana la detuvo colocándose frente a ella.

—No es un juego, Wendolyn. Si quieres descubrir qué te tiene preparado William, te recomiendo una visita a la torreta del Ala Oeste.

Estaba muy cerca, casi sobre ella y cada vez que daba un paso para rodearla, volvía a interceptarla.

—Déjame pasar.

—¿Irás? —insistió.

—¡Aparta!

Su intención no era usar tanta fuerza, pero aún no controlaba sus nuevas capacidades como vampira. Cuando empujó a Snezana, ella cayó contra el suelo de piedra.

—¡Ah! —exclamó—. ¡Cuidado con lo que haces!

Se puso en pie para encararla, pero esta vez Wendy no se amilanó.

—Tal vez deberías ser tú la que tenga cuidado. Soy una vampira y tú solo una humana.

—Milord te castigará si me haces algo —siseó.

Las palabras salieron de la boca de Wendy como el veneno de una víbora.

—Soy su huésped, tú su sirvienta. ¿De veras crees que me castigaría?

No creía para nada en lo que acababa de decir, pero no iba a darle la satisfacción de creer que podía intimidarla.

La ira se apoderó de las delicadas facciones de Snezana. Apretó los puños dispuesta a lanzarse contra ella. Pero unos brazos fuertes la detuvieron a pesar de que Wendy no necesitaba que la defendieran de una humana.

—¿Qué ocurre? —dijo Iván.

—¡Me ha empujado! —gritó Snezana que luchaba por liberarse de su agarre.

El joven miró a Wendy en busca de una respuesta, pero ella solo apartó la mirada. Al final la soltó pero se interpuso en su camino cuando quiso lanzarse hacia la vampira.

—Yo hablaré con Wendolyn. Puedes retirarte, Snezana.

Obedeció, no sin antes lanzarle una mirada envenenada a la joven que se hizo la desentendida.

—Veo que a ti tampoco te agrada —dijo cuando se hubo marchado.

Iván la miró con el ceño fruncido.

—¿A qué ha venido eso?

—Ella no me gusta.

—Bueno, no es a ti a quien debe gustarle, sino a William.

Iván carraspeó y apartaron la mirada, ruborizados. Ahora se tenían más confianza como para que él dejara de tratarla de vos, pero no tanta como para hablar de lo que acontecía en la alcoba de William.

—Lo que quiero decir es que, sea lo que sea que te dijera, no debiste dejar que te provocara.

Wendolyn permaneció en silencio, aún sin mirarlo. Iván la rodeó para ver su rostro y se sorprendió al descubrir sus ojos anegados en lágrimas.

—¿Qué te ocurre?

—¿Crees que me echará de aquí?

—¿Quién?

—William. Si Snezana le dice que la ataqué...

—No lo hará.

—Pero él me dijo que no permitiría que atacara a sus súbditos...

—Snezana no es su súbdita.

—Pero es su... amante.

Ambos hicieron una mueca.

—No te preocupes, yo hablaré con él. Aclararé el malentendido, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Le pasó un pañuelo y ella se limpió las lágrimas, aunque aún parecía preocupada.

—Ella me odia.

—Eso no lo sabes. Snezana no tiene contacto con nadie de Isley aparte de William.

—Sí lo sé. Me mira igual que las mujeres de mi aldea. Ellas también me detestaban.

—¿Por qué?

Iván sintió que se estaba adentrando en terreno resbaladizo, pero ella parecía realmente afligida. Quizás le vendría bien desahogarse.

A Wendy no le gustaba recordar su vida humana. Creció creyendo que la belleza era su único atributo destacable. Gracias a ella, podría encontrar un buen marido y ayudar a su familia. Por eso su madre peinaba su cabello todas las noches y la bañaban con más frecuencia que a sus hermanos. Cuando el dinero de la panadería les permitía comprar un vestido, siempre era para ella.

—Me odiaban por mi belleza —confesó—. Lo supe cuando escuché a un grupo de chicas decir que los hombres estaban demasiado ocupados peleando por mí como para fijarse en ellas. Y Naya, la partera que me sacó del vientre de mi madre, me culpaba de que su nieta no encontrara marido. —Podía ver la lástima en los ojos de Iván, así que se apresuró a añadir—: Claro que no era cierto. El problema con la nieta de la vieja Naya era que siempre tuvo la nariz grande y los ojos saltones. No fue culpa mía que no se casara; ni debajo de las piedras lo habría encontrado marido —finalizó con un mohín.

Iván sonrió. El narcisismo tras el que se escondía resultaba hasta adorable, pero era triste. Buscó algo que decir para cambiar de tema y lo encontró en ella:

—¿Qué libro es?

Wendolyn se lo mostró.

—Mmm... Ese no lo he leído. ¿Es interesante?

—No lo sé.

—Bueno, cuando hayas avanzado, cuéntame qué te parece.

—No puedo... Yo no sé leer —confesó.

No quería admitirlo, ni siquiera delante de Iván, pero era más fácil hacerlo frente a él que William.

—En mi familia nadie sabía y tampoco había maestros en la aldea...

—No tienes que justificarte, Wendolyn —le dijo, al verla tan avergonzada—. No es culpa tuya, solo demuestra la desigualdad de Svetlïa.

Ella asintió.

—¿Te gustaría aprender?

La vampira levantó la vista y lo miró sorprendida.

—¿Podrías enseñarme?

—No soy buen maestro, pero buscaré a alguien que sí lo sea. ¿Qué te parece?

—Me encantaría.

Sus pestañas volvían a estar cubiertas de lágrimas, pero esta vez de alegría. Su sonrisa era amplia y podía ver todos sus dientes tras los labios carnosos. Iván comprendía por qué todos los hombres en la aldea de Wendolyn querían cortejarla, era realmente bella, sobre todo cuando sonreía.

Sacudió la cabeza y le devolvió el gesto.

—Te avisaré cuando encuentre a tu maestro.

—Gracias.

¡Otro capítulo totalmente nuevo! Ya dije que todo el arco que viene ahora está muy cambiado así que a partir de ahora, nadie sabe qué va a pasar. De verdad me alegra leer todos vuestros comentarios tanto los lectores nuevos que descubrieron la historia como los antiguos que se sorprenden con los cambios. Estoy muy contenta con el recibimiento que está teniendo la historia 🥰.

Estoy de vacaciones así que no pude hacer la imagen de diálogos que suelo poner al final del cap. La subiré cuando vuelva así que quería preguntaros: ¿qué escena os gustaría que representara? Tiene que ser un diálogo cortito como los que puse hasta ahora.

¡Nos leemos el miércoles!

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