14. La amante [+18]

En los días siguientes, no volvió a repetirse un desencuentro como el de la cena. En gran parte debido a que William apenas abandonó sus aposentos y nadie osó molestarlo.

Lo que más sorprendió a Elliot fue que le permitiera salir de sus dependencias, visitar la biblioteca y pasear por los jardines. Incluso a Sophie le costó ocultar su asombro cuando se lo comunicó en su nombre.

Aprovechó que el vizconde parecía de mejor humor y decidió tomar el aire en los jardines. Caminó hasta encontrar un rincón agradable junto a la fuente y tomó asiento en un banco de piedra. Todo estaba cubierto de una fina capa de agua y olía a lluvia, pero, por fortuna, la tormenta había cesado y disfrutaban de cielos despejados.

Inspiró hondo y abrió el libro que había sacado de la biblioteca. Le había costado escoger un título pues, aunque un vizconde pertenecía a la baja nobleza, su colección era superior a la que poseían los duques de Wiktoria.

Iba por el tercer capítulo mientras mordisqueaba una manzana, cuando escuchó un ruido que rompió la quietud nocturna. Pensó que sería algún animal correteando entre los matorrales, pero sonaba demasiado pesado para tratarse de un gato o un roedor.

Miró a su alrededor y al fin descubrió su procedencia. Suspiró y se dirigió a la silueta que se apreciaba tras la fuente.

—Veo que el vizconde te ha ordenado que me sigas.

—Creedme, lo hago encantado —dijo Iván, saliendo de su escondite.

—Ya me parecía extraño que de pronto gozara de tanta libertad. ¿He de suponer que debo regresar a mis aposentos?

—No, el vizconde quiere veros en los establos —le informó y señaló la dirección.

—¿Por qué?

Pero Iván permaneció en silencio y Elliot resopló. ¿Qué les costaba contestar a sus preguntas?

Caminó hasta salir de los jardines y llegó al muro este del castillo. Adosados a él, estaban los establos. Eran amplios para el número de corceles que guardaban, por lo que era de suponer que los habían construido en tiempos donde había más animales.

Elliot encontró al vampiro junto a Ratza-Mûn. Mantenía una distancia prudencial con su caballo y lo miraba con el ceño fruncido. Seguramente había intentado aproximarse y le intentó morder.

El joven sintió cierta satisfacción ante la idea.

—Es un caballo excepcional —comentó cuando Elliot se detuvo junto a él.

—Lo es.

—Quedan pocos de su raza y la mayoría se crían en Vasilia. Aunque no son capaces de recorrer tanta distancia como la raza svetlïana, son más rápidos y altos, lo que les otorga ventaja en la lucha.

—No sé si Ratza-Mûn sabría comportarse en el campo de batalla. Me temo que lo he malcriado desde que era un potrillo.

Le dio la manzana que no se había terminado y él la devoró gustoso.

—"Rayo de luna", es un nombre apropiado —susurró William—. Sois afortunado de tenerlo.

—Gracias, aunque no creo que me hayáis llamado aquí para hablar de él.

—No, tenéis razón. Os he ordenado llamar para haceros una pregunta.

Al fin, apartó la vista del corcel y lo miró.

—Vos diréis.

—No es ninguna nueva que os quiero fuera de mi castillo.

No lo era, pero Elliot se mantuvo en silencio.

—Sin embargo, le prometí a la señora Loughty que haría todo lo que estuviera en mi mano para ayudaros a escapar de vuestro padre y los mirlaj.

—Os lo agradezco.

—Agradécedselo a ella —dijo, cortante.

—Lo haré.

—Estos días le he dado vueltas a cuál sería la mejor forma de manteneros con vida sin que tengáis que continuar alojado en Isley ya que, tarde o temprano, llamaríamos la atención de la orden.

—Opino lo mismo. Tres vampiros juntos es demasiado. Además, no tengo intención de depender de nadie.

—Estamos de acuerdo. En ese caso, solo me queda proponeros dos opciones y depende de vos elegir.

—Bien, adelante.

—La primera es que crucéis la frontera a Vasilia. Los mirlaj no pueden buscaros en el reino vampiro. Pero deberéis aseguraros de que nadie descubra quién sois o puede que la reina os entregue.

—¿Haría algo así a pesar de ser uno de los suyos?

William soltó una carcajada.

—Anghelika es el pilar que mantiene en pie el Tratado de Paz, por increíble que os parezca —añadió al ver la sorpresa en sus ojos verdes—. Si considerara que entregándoos rebajaría las tensiones entre ambos reinos, lo hará con independencia de que no hayáis cometido crimen alguno.

Elliot lo meditó unos segundos antes de volver a hablar.

—¿Cuál es la segunda opción?

—Huir a la Mandíbula —dijo, refiriéndose a las tierras al sur del continente a las que se llegaba cruzando las Fauces—. Es el otro lugar donde los mirlaj no tienen jurisdicción.

—¿Y la reina no me perseguirá hasta allí?

—Anghelika solo puede buscarte en su reino. Además, el objetivo principal será la vampira que os creó pues es, a fin de cuentas, quien rompió el tratado. Si desaparecéis y no causáis más daños, os dejarán en paz. ¿Qué escogéis?

El joven no contestó de inmediato. Mientras evaluaba sus opciones, acarició de forma distraída a Ratza-Mûn. William tuvo el detalle de no interrumpirle y se limitó a observar su rostro con detenimiento. Fue así cómo se percató de que algo había cambiado en su mirada. Sus ojos se iluminaron, algo que les sucedía a los vampiros cuando sus emociones los sobrepasaban. Podría haber sido cualquier sentimiento, pero lo que vio fue ira.

—Si tanto los mirlaj como la reina están dispuestos a perseguirme sin haber cometido otro crimen que ser convertido en tierras humanas, ¿qué estarán dispuestos a hacer para atrapar a Gabriela?

—Ahora que hay testigos que conocen su rostro, pondrán en marcha todos los recursos a su disposición para atraparla.

—Entonces, ella también tendrá que huir de Svetlïa, ¿cierto?

—Sí, en caso de que no lo haya hecho ya.

Elliot asintió para sí.

—¿Y dónde es más probable que se encuentre ahora? ¿En Vasilia o la Mandíbula?

—La Mandíbula, sin duda.

El joven no tuvo que pensarlo dos veces; la decisión estaba tomada incluso antes de conocer sus propias opciones.

—En ese caso, iré allí.

William suspiró.

—Debo advertiros que es tierra de piratas.

—Lo sé.

—No, no lo sabéis. Gabriela está acostumbrada a cambiar de ambiente. Tan pronto goza de la atención de los nobles, como transita por los bajos fondos. Vos solo conocéis la cuna de oro en que os dieron a luz.

Elliot quiso contradecirlo, pero no halló cómo.

—Entonces es cierto que la conocéis —dijo, sin poder reprimir del todo el tono acusador.

William resopló.

—Solo me topé con ella una vez cuando buscaba a otra vampira.

El joven tragó saliva para ganar unos segundos y decidir la mejor forma de formular su petición.

—¿Podéis decirme qué sabéis de ella?

El vizconde se apoyó contra una de las puertas del establo y se cruzó de brazos.

—Por lo que he averiguado, tu ataque no es el primero que lleva a cabo. Al parecer, se interesa por varones de alta cuna, todos adultos y, con frecuencia, herederos. Sin embargo, tú eres el primero al que deja con vida y convierte. —Lo miró con un brillo de interés en sus ojos ambarinos—. Algo debisteis hacer para que cambiara su forma de actuar y corriera el riesgo de exponerse.

Elliot lo miró confuso y más perdido que la espada de la reina Mirla.

—No recuerdo haber hecho nada. —Literalmente, no había hecho nada con Gabriela aunque se le había insinuado como ninguna mujer antes.

—Bueno, si vais tras ella, es algo que os corresponderá a vos descubrir —dijo y se separó de la puerta—. Me encargaré de preparar todo para vuestra partida y os avisaré cuando esté.

—Gracias por permitirme elegir mis siguientes pasos.

—Las gracias no me sirven, pero al menos tened la deferencia de decirle a Sophie que os ofrecí ir a Vasilia.

—¿Ella quería que fuera allí? —se sorprendió.

—Pensó que os sería más fácil empezar una nueva vida allí que entre piratas.

—Bueno, vos seguramente entendáis mi elección.

—¿Yo? —preguntó el vizconde, divertido.

—Sois de allí, ¿cierto? Sin embargo, vivís en Svetlïa. Por algo será.

Todo rastro de humor había desaparecido del rostro de William.

—Mis motivos en nada se asemejan a los tuyos.

Elliot se mordió el labio; de nuevo había hablado de más.

—Lamento si os ha importunado mi comentario.

Realizó una reverencia y, para cuando alzó la mirada, el vizconde ya había abandonado los establos.

William inspiró hondo el vapor que emanaba del baño caliente. Rápidamente se desvistió y se sumergió en el agua. Sus músculos se relajaron aunque su mente continuó maquinando, como siempre.

Mientras meditaba, rozó distraídamente la cicatriz en forma de calavera de su pecho que le habían grabado a fuego en la piel. Esa marca representaba una vida pasada, lejos de las comodidades del castillo del vizconde Isley. A lo largo de los siglos había tenido distintos oficios y, en una de sus vidas, fue pirata.

Nunca creyó que volvería a servirse de sus contactos de aquella época, pero "nunca" era una palabra que carecía sentido cuando eres eterno.

Al igual que Elliot, William se vio obligado a huir de su tierra natal, Vasilia. Fue alrededor del año 585, cuando Drago inició su conquista de los reinos humanos. Estuvo en continuo movimiento pero permaneció más tiempo en la Mandíbula, una tierra sin ley que se mantuvo ajena al conflicto del resto del continente.

Alargó la mano para alcanzar la copa de sangre que había depositado sobre el borde de la bañera, pero sus dedos solo encontraron vapor.

—¿Hace cuánto estás ahí, Snezana? —susurró.

La bella humana de cabello rubio se dejó ver con una sonrisa en sus labios.

—Milord, estabais tan meditabundo que no quise interrumpir...

—¿Qué haces aquí? Ordené que el castillo quedara vacío —le preguntó William con el ceño fruncido.

La mujer tomó asiento en el borde de la bañera y le devolvió la copa.

—No creí que esa orden se refiriera a mí —dijo, fingiendo inocencia.

Introdujo las manos en el agua tibia y tomó una porción; la dejó caer sobre su pecho, acariciándolo. Cogió una pastilla de jabón y la restregó por su piel. El vampiro suspiró y cerró los ojos.

—En parte, me alegra... —reconoció.

—Estáis tenso —observó después de masajear sus hombros.

—Siempre lo estoy.

Ella dejó escapar una risita.

—Cierto.

Cuando los movimientos de Snezana se convirtieron en caricias sugerentes, decidió que el baño ya no lo seducía tanto. Se terminó la copa de un trago y la miró con ojos encendidos. Ella retrocedió para permitirle salir de la bañera. Cuando se levantó, el agua resbaló por su cuerpo tonificado en decenas de riachuelos.

—Pásame una toalla, por favor.

La mujer lo miró de arriba abajo sin disimulo.

—Yo os secaré, milord—dijo con una sonrisa encantadora.

William enarcó una ceja, pero se dejó hacer. Snezana fue minuciosa en su tarea y pronto no quedó ni una gota de agua recorriendo su cuerpo. Caminó hasta una percha de hierro y le tendió una bata negra. Pero, para ese entonces, ya no deseaba vestirse.

Aprovechó su cercanía para tomarla de la cintura y besarla. La sintió estremecerse entre sus brazos y suspirar contra su boca.

—Habéis estado tan ocupado que apenas os he visto —murmuró, pegándose más a él.

William sintió cada una de sus curvas contra su cuerpo; bajó con sus manos y las palpó a través de su vestido. Snezana se aferró a su espalda y se puso de puntillas para alcanzar su oreja. Mordió el lóbulo antes de susurrar:

—Vamos al dormitorio.

El vampiro accedió de buena gana. Tomó su mano y tiró de ella con suavidad para que lo siguiera.

La estancia estaba en penumbras, solo iluminada por el fuego de la chimenea. La guio hasta allí en busca de calor y la besó antes de situarse a su espalda. Snezana sintió sus dedos tirando del cordón de su corsé para deshacerlo. De vez en cuando, depositaba besos húmedos en la porción de piel que iba dejando al descubierto.

Había estado con otros hombres, pero ninguno supo complacerla como William, quien con una sola caricia era capaz de encenderla. Por supuesto, ayudaba lo apuesto que era, así como el cuerpo musculoso que pocas veces poseían los nobles que se abandonaban a la gula y la pereza en sus castillos. Pero, sin duda, ser un vampiro con varios siglos de vida era lo que le había otorgado tal experticia a la hora de tratarla en la cama.

En cuanto se libró de su corsé, la giró y procedió a desatar las enaguas. Después se arrodilló y desató las ligas. Lentamente, fue deslizando las manos sobre sus piernas para quitarle las medias sin dejar de mirarla.

Pieza a pieza, la liberó de toda la ropa hasta que solo quedó con su última prenda: un fino camisón de lino. Antes de que la desnudara por completo, Snezana se le adelantó y le quitó la toalla que aún cubría su cintura. Su mirada lasciva se clavó en su miembro y sus manos lo rodearon. Le propició caricias de la base a la punta, hasta que estuvo erecto. Aunque William se mordió el labio, no pudo evitar soltar jadeos de placer y ella sonrió.

Continuó con sus caricias hasta que él la detuvo, casi al límite. Tan rápido que no pudo hacer nada por impedirlo, la alzó en volandas y se apresuró hacia la cama. La dejó caer, boca abajo y se colocó sobre ella sin tocarla.

Su respiración jadeante chocó contra su nuca y era como un cazador acechándola. Snezana nunca olvidaba que estaba con un vampiro que, por encima de todo, deseaba su sangre. Y eso, lejos de aterrarla, la excitaba.

William pasó la nariz por su cuello, inspirando su aroma con parsimonia. Luego lo besó con los labios cerrados, apenas un leve roce sobre su piel blanca. Entonces los entreabrió y lamió, dejando a su paso marcas rosadas. Era como si apreciara el buqué de un buen vino en lugar de beberlo.

La giró y Snezana se arqueó contra él. Estiró el cuello y le ofreció su garganta. Sintió sus colmillos arañando la piel, mas no la mordió. Se apartó y, cuando abrió los ojos, vio su mirada brillando como el fuego en la penumbra. Leía en su rostro que quería probarla, pero sabía que no lo haría. Incluso en esos momentos de lujuria, se contenía.

—Hacedlo —dijo y ofreció su cuello de nuevo.

Sus ojos chispearon, llenos de deseo. Era el deseo de un monstruo que ansiaba devorar a su presa humana.

—No sabes lo que me pides.

—Sí lo sé —lo contradijo—. Hacedlo.

Él esbozó una sonrisa torcida dejando ver sus colmillos y se inclinó sobre ella. Snezana cerró los ojos, pero solo sintió sus labios suaves y blandos cuando depositó un beso húmedo justo sobre su yugular.

—No lo haré, Snezana. No vuelvas a pedírmelo —susurró contra su oído—. O no podré resistirme...

La mujer fue a protestar, pero él la acalló apoderándose de su boca. La exploró con la lengua y ella sintió sus afilados colmillos. Pronto, se le olvidó lo que iba a decir y no volvió a recordarlo.

William abandonó sus labios enrojecidos y bajó por su barbilla. Evitó apropósito su cuello y saltó hasta su clavícula. Continuó descendiendo hasta toparse con su ropa interior. Tan fina, que podía apreciar sus pezones erectos. Mordió uno de ellos a través de la tela y ella gimió sorprendida. Sintió sus manos viajar hasta el final del camisón y despacio lo alzó, revelando su desnudez.

La contempló desde arriba durante largos segundos, sin moverse. De pronto, Snezana sintió timidez ante su escrutinio. No importaba cuántas veces compartieran el lecho, aquella mirada penetrante la hacía sentirse como una virgen inexperta.

—Suéltate el pelo —le pidió.

Ella se incorporó y una a una se quitó las horquillas hasta que soltó su larga trenza. Bajo su atenta mirada, la deshizo y su melena rubia cayó sobre su pecho en suaves ondas. Nunca le había pedido eso, pero cuando descendió sobre su boca y enterró los dedos en su pelo, sonrió satisfecha.

Como antes, descendió hasta sus pechos que, desnudos, pudo degustar al fin. Mientras se deleitaba con uno de sus pezones, su mano descendió hasta su intimidad. Movió los dedos en círculos hasta impregnarlos con su humedad.

—Snezana... —jadeó contra su pecho.

—¿Qué? —suspiró ella, a punto de caer por el precipicio del placer que sus dedos le otorgaban.

—Date la vuelta.

Obedeció y, al hacerlo, su boca abandonó el pezón enrojecido. Con una mano, agarró su melena y la apartó de su espalda. Se inclinó y depositó besos aquí y allá, tan intensos que seguro le dejarían marca. Tendría que vestir más recatada en los próximos días, aunque no era un secreto en el castillo que era la amante del señor.

Cuando sintió su erección entre las nalgas, gimió y levantó las caderas, impaciente por que se hundiera en ella. Estaba dispuesta a suplicar, pero no hizo falta.

William entró despacio, soltando un largo jadeo en su oreja que se calentó con su aliento.

Empezó con un vaivén lento, entrando por completo y saliendo hasta que la punta rozaba sus labios hinchados. Era una dulce tortura y, cuando ella intentó mover sus caderas para ir más rápido, se lo impidió sujetándola por la cintura.

—Paciencia.

Ella era humana, claro que no poseía la misma paciencia que un vampiro.

—Más rápido —gimió.

Lo oyó soltar una risa resignada un instante antes de que acelerara el ritmo. Sus embestidas se hicieron más veloces y cuando sus pieles chocaban, se oía un chasquido.

Sus respiraciones se convirtieron en jadeos y la luz de la chimenea creaba la ilusión de sus cuerpos ardiendo.

El ascenso fue tan rápido que Snezana no tuvo tiempo de asimilarlo antes de que el orgasmo la partiera en dos como un rayo. De su boca escapó un largo gemido que terminó en un gorjeo.

Pero él no había terminado.

Snezana ya no podía sostenerse con los brazos y se dejó caer agotada sobre el lecho. William continuó embistiéndola sin piedad hasta que él también alcanzó el clímax. Ella lo vio cuando los músculos de su cuerpo se tensaron y arqueó la espalda. Cerró los ojos, perdido en la inmensidad de su vida inmortal.

Cuando volvió al presente, su rostro volvía a tener esa expresión inescrutable, pero sus mejillas estaban sonrojadas. Permaneció dentro de ella unos segundos más sin que a ninguno de los dos le importara. Era otra ventaja de ser la amante de un vampiro: no quedar embarazada.

Cuando salió, Snezana anheló su presencia y su calor. Antes de que se enfriara, William la arropó. Permaneció unos minutos en el lecho hasta recuperar la respiración. Luego se levantó, se vistió y salió a su estudio. Para ese entonces, Snezana estaba dormida.

Estaba concentrado en los preparativos para la partida de Elliot cuando llamaron a la puerta. Quedaba poco para el alba y solo había una persona que lo visitara a esas horas intempestivas.

—Adelante, Iván.

El joven entró y caminó hasta sentarse en la silla frente a su escritorio. Esperó a que terminara de escribir, pero el vampiro no separó la pluma del pergamino. Contempló su rostro y lo vio más demacrado que de costumbre.

—Parecéis sediento, ¿queréis que os sirva una copa mientras termináis?

—Acabo de terminarme el último vial de sangre.

—¿Tan pronto?

—No conseguí suficiente la última vez que salí.

Iván suspiró.

—Tal vez debáis empezar a beber de Snezana. Ella no es una súbdita a la que le debáis juramento.

Desde que había suplantado al vizconde, William jamás había herido a las gentes de Isley. No importó que hubiera voluntarios para entregarle su sangre en agradecimiento por la protección que les brindaba desde hacía décadas, él jamás les puso un dedo encima.

—Lo consideraré, pero ahora no. Está descansando.

La mirada de Iván se desvió hacia la puerta del dormitorio. La apartó con rapidez, ruborizado. No entendía por qué William la había traído al castillo hacía unos meses. Comprendía que consideraba a Wendy su responsabilidad por haberla convertido, pero no le debía nada a la humana. Si solo deseaba una amante, podría ser alguna sirvienta del castillo. Iván lo hubiera preferido, pues estaba seguro de que todos allí le eran leales. Snezana era una forastera que compartía su secreto, además de su lecho, pero no sabían nada de ella.

—¿La amáis? ¿Es por eso que no queréis beber de ella?

—El amor no tiene nada que ver. ¿Acaso tú te enamoras de todas las mujeres con las que estás?

—Sí. —William enarcó una ceja, burlón—. En cierta manera lo hago —se justificó.

—No, Iván. Si de verdad amaras a una sola, querrías compartir el resto de tu vida con ella.

—Soy demasiado joven para casarme.

—No lo eres... para ser un humano, me refiero.

Iván lo miró molesto, ¿acaso William quería que se casara?

—Mirad, aunque no entiendo vuestra relación con Snezana, no es asunto mío...

—Cierto, no lo es —lo interrumpió.

—Pero antes solo teníais que salir a buscar sangre para vos. Eran pocos los viales que debíais llenar porque, afortunadamente, controláis bien la sed. Pero ahora debéis proveer a Wendolyn, a Elliot de Wiktoria y a... —William le dirigió una mirada de advertencia—. Ya sabéis. ¡Es demasiado!

—Agradezco tu preocupación, Iván. Pero Elliot se marchará en breve.

—Eso no basta.

—¿Has ido a la torreta? —preguntó, cambiando de tema.

—Sí, de ahí vengo.

—¿Y?

—Todo está bien. Lo alimenté y probé otro antídoto. Mañana comprobaré si hizo efecto... Aunque lo dudo —dijo, desanimado.

—Nadie dijo que sería fácil.

Aunque William también estaba frustrado.

—Llevo ocho años a vuestro servicio y no hemos avanzado. Y vos lo intentáis desde hace cuarenta. Tal vez... Tal vez sea imposible.

—No es imposible —le espetó—. Y si lo fuera, ¿acaso dejarías de intentarlo?

Iván ya conocía la respuesta antes de que preguntara:

—No.

—Ve y descansa, Iván. Necesitas la mente despierta.

El joven realizó una reverencia antes de marcharse.

¡Este capítulo es totalmente nuevo! De hecho, todo el arco que viene ahora ha pasado por una reescritura y creo que ahora os gustará más y tendrá todo más sentido.

¿Qué os ha parecido la escena +18 🔥? No suelo escribirlas, pero poco a poco me estoy animando a incluir algunas en mis historias. Sé que no es de ningún ship que os guste 😅, pero igualmente quedó ¿sabroso? Jajajaja 🙈

Espero que os haya gustado. Me voy de vacaciones mañana unos días, pero igualmente actualizaré el sábado. Hoy me he retrasado porque tenía que hacer la maleta y todo eso 😕. También suelo retrasarme porque debo hacer las imágenes del capítulo, ¡así que espero que os estén gustando!

Os dejo aquí abajo mis redes sociales por si queréis pasaros

Instagram: marta_cuchelo

Twitter: CucheloMarta

Tiktok: martacuchelo

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top