12. Caprichos de vieja

Ser arrastrado hasta una húmeda celda no era nuevo para Elliot.

Pensó en resistirse, pero no tenía forma de librarse de los dos guardias que lo custodiaban sin revelar que era un vampiro.

Después de encerrarlo en un calabozo excavado en la roca, se limitaron a vigilarlo sin decir palabra. El silencio era tan denso que solo se escuchaban sus respiraciones y el goteo del agua chocando contra la piedra.

Al cabo de unos minutos, apareció otro soldado con un mensaje:

—El vizconde ha sido informado de tu presencia. Bajará en breve.

Elliot se limitó a asentir y tomó asiento el camastro que era el único mueble dentro de la celda. Estaba mojado, pero era mejor que esperar de pie.

El tedio lo invadió a medida que transcurría el tiempo sin que ocurriera absolutamente nada. Se distrajo escuchando el golpeteo de las gotas de agua sobre el suelo, solo interrumpido por el ocasional correteo de una rata y la respiración de los guardias.

En el preciso instante en que se disponía a llamar la atención de uno de ellos, una voz grave surgió de la oscuridad:

—Dejadnos solos.

Los soldados realizaron una reverencia y abandonaron prontamente la prisión. Elliot se puso en pie de inmediato y se inclinó ante el que, suponía, era el vizconde Isley.

Esperaba encontrarse con un hombre regio dado su tono de voz; alguien parecido a su padre. En cambio, se sorprendió al descubrir un rostro juvenil, de facciones rectas y duras, como si las hubieran cincelado en piedra. Su cabello y ropajes oscuros se fundían con la penumbra de la prisión, dando la sensación de estar ante un rostro fantasmagórico, suspendido en el aire.

—¿Sois el vizconde Isley?

El rostro se sumergió en la oscuridad y volvió a emerger bajo la luz de la única antorcha que pendía de la pared. Ahora lo contemplaba desde el otro lado de los barrotes.

—¿Acaso esperabas a otro?

—Solo quería asegurarme, milord...

—¿Quién eres y qué intenciones te han conducido hasta mi castillo?

Elliot había tomado la decisión de ocultar su identidad. Aquel hombre formaba parte de la nobleza de Svetlïa y podría entregarlo para ganarse el favor de su padre.

—Soy Elliot, mi señor —contestó adoptando la postura y la forma de hablar de los sirvientes.

—¿Y tu apellido? —inquirió Isley, enarcando una ceja.

—No tengo, milord.

Un silencio tenso se apropió de la prisión. Elliot comenzó a ponerse nervioso hasta que al fin isley abrió la boca:

—¿Sabes? Hace años conocí a uno de los duques de Svetlïa. Era un hombre fornido y de gran astucia. Escuché que tuvo un hijo y que su esposa cayó enferma poco después. Su dolencia no le permitió volver a concebir.

El vizconde se paseaba en círculos frente a su celda mientras Elliot permanecía con la cabeza gacha; pero la rigidez de su cuerpo delataba su inquietud.

—Se decía que, si bien la duquesa concibió un varón, era débil, enclenque y tan parecido a ella que costaba trabajo encontrar algún rasgo del duque en su vástago. Llegó a rumorearse que la duquesa le había sido infiel...

—Mi madre jamás le fue infiel —le espetó Elliot, abandonando todo rastro de sumisión—. Nadina de Wiktoria se desvivió por su esposo. Acató todas sus órdenes e incluso aceptó la vergüenza que supuso que toda la corte supiera de los bastardos que mi padre engendraba con sus amantes.

Por un instante, podía jurar que los ojos del vizconde brillaron tanto como las antorchas.

—Vuestro padre debe de sentirse aliviado de tener bastardos para ocupar vuestro lugar... Vampiro.

Elliot retrocedió y su espalda dio contra la pared enmohecida. Buscó una salida sin éxito, pues los barrotes estaban bien anclados y los muros eran sólidos como una montaña.

Isley aguardó a que el joven recuperara el temple mientras lo evaluaba. Era un vampiro joven, de pocas semanas. Cuando los mirlaj mencionaron que habían atacado al hijo de los duques de Wiktoria, no aclararon que lo habían convertido. Eso complicaba las cosas.

—Os lo ruego, no me entreguéis a la Orden Mirlaj.

—¿Por qué no habría de hacerlo? —inquirió el vizconde, alzando una ceja oscura.

El joven lo miró suplicante.

—Como vos bien habéis señalado, soy un vampiro en territorio svetlïano. Mi presencia aquí viola el Tratado de Paz y los mirlaj me ejecutarán sin juicio. Incluso podrían confrontar a la reina de Vasilia y desencadenar otra guerra.

Esperaba disuadirlo, pero el rostro del vizconde se mantuvo impasible.

—¿Es esa guerra lo que os preocupa? —lo cuestionó, escéptico.

El eco de sus palabras recorrió las mazmorras. Elliot intentó tragar saliva, pero tenía la boca seca.

—No es lo único. No deseo morir —admitió—. Os lo suplico, no los llaméis.

Isley esbozó una sonrisa que le puso la piel de gallina.

—Podéis estar tranquilo. No tengo ni el más mínimo interés en atraer a los mirlaj hasta la puerta de mi castillo.

—¿Por qué?

El vizconde clavó sus ojos ambarinos en los del joven. Elliot sintió un extraño frío ascender desde sus pies como si una culebra reptara por sus piernas; al mismo tiempo, se apoderó de él un fuerte instinto que lo instaba a huir. Acorralado, gruñó enseñando los colmillos.

—Al menos vuestro instinto os sirve bien —comentó el vizconde.

—¡Sois un vampiro! —exclamó Elliot, aún con el rostro deformado.

—Lo soy y ahora mismo vuestra presencia en Svetlïa pone en peligro todo aquello por lo que he luchado en las últimas décadas —siseó.

A cada paso que daba hacia él, Elliot retrocedía dos. Al final tropezó con el camastro y cayó sentado sobre él. El vizconde tomó la antorcha y caminó hasta tocar los barrotes.

El fuego creaba extrañas formas ondulantes y contrastes sobre su piel pálida. Su mirada ambarina relucía en la oscuridad y resultaba aterradora.

—¿Qué asuntos tenéis con Sophie Loughty, mi ama de llaves?

Incapaz de apartar la mirada, el joven tembló.

—Yo mismo lo desconozco. Mi madre me indicó que la buscara aquí. Esperaba que ella me revelara cuál ha de ser mi siguiente paso —finalizó con cierta desesperación.

El vizconde parpadeó y al fin se liberó de su mirada. Elliot bajó la cabeza, aliviado, pero no le duró mucho, pues sintió sus ojos clavándose de nuevo en él.

—Miradme. Parecéis sincero —concluyó, casi parecía lamentarlo—. Ello me sitúa en una encrucijada. Podríais ser la solución perfecta a uno de mis problemas. Lamentablemente, aún me restan ciertos escrúpulos cuando se trata de sacrificar inocentes —suspiró—. Si al menos fuerais un vampiro asesino que hubiera abandonado por completo su humanidad...

Elliot lo contempló perplejo sin saber si sentirse aterrado ante las palabras "sacrificar" y "vampiro asesino", o si murmurar un sarcástico "vaya, lamento no ser el monstruo que estabais buscando".

—Os permitiré ver a la señora Loughty —anunció el vizconde—. Después decidiré qué hacer con vos.

El noble se alejó portando la antorcha y dejó a Elliot sumido en la oscuridad.

—¿Y bien? —inquirió Iván que lo esperaba al final de las escaleras que conducían a los calabozos.

—Es el hijo del duque de Wiktoria —contestó William con el ceño fruncido.

El joven dejó escapar un silbido de admiración.

—Se encuentra en lo más alto de la nobleza, solo por debajo de la familia real.

—Se encontraba —lo corrigió William mientras ambos atravesaban los corredores hacia su despacho—. No olvidemos que ahora es un vampiro.

—¿Creéis que su padre lo querrá de vuelta? —preguntó Iván con el ceño fruncido. Los instintos que le habían inculcado los mirlaj desde niño le empujaban a delatar al muchacho. Ya se había enfrentado bastante a ellos cuando formó una alianza con William. Un largo proceso a través del cual ambos habían trabado una extraña amistad. Sin embargo, quitándolo a él y, ahora, a Wendolyn, no creía poder mantenerse al margen si los vampiros comenzaban a campar a sus anchas por Svetlïa.

—¿Quererlo de vuelta? A estas alturas ya habrá una orden de búsqueda y captura contra el chico y estará presentando a su bastardo en sociedad.

Iván asintió con aire ausente. Era por este tipo de cosas que la Orden Mirlaj existía. Si no se les contenía, los vampiros volverían a extenderse como una plaga. Ilusamente, Iván había creído que el tratado los mantendría fuera del reino humano.

—¿Quién lo transformó?

—No lo he cuestionado al respecto.

Se detuvieron frente a los aposentos del vampiro y este se dirigió al soldado que estaba de guardia para que trajera a Sophie.

—Sé que este asunto pone a prueba tus ideales —continuó William una vez estuvieron solos—. Pero me temo que debo pedirte paciencia.

—¿Qué pensáis hacer con él? —preguntó Iván dejándose caer pesadamente sobre una de las sillas.

—A pesar de que trato de mantener las maneras y ser lo más civilizado posible, mi mente actúa por su cuenta —admitió.

—Sí, he sido testigo de las maquinaciones de vuestro brillante intelecto... ¿Qué haréis?

—No podemos olvidarnos de la orden. Están nerviosos y saben que hay más de un vampiro suelto en Svetlïa. Si logran seguir su rastro, este les conducirá hasta aquí...

—Entregarlo tampoco es buena idea.

—Lo sé. Podría delatarme. Además los mirlaj querrán encontrar al creador que convirtió a uno de los nobles más importantes de Svetlïa en vampiro.

—No quiero ser quien lo diga... Pero solo veo dos opciones: o acabáis con él o lo mantenéis encerrado. Vuestros súbditos os aprecian, pero están nerviosos por la presencia de Wendolyn. Otro vampiro empeoraría la situación.

William se mantuvo pensativo y al cabo de unos minutos abrió la boca para comunicarle su decisión final. Pero se vio interrumpido cuando abrieron la puerta y el rostro anciano de la señora Loughty asomó a la estancia.

—Adelante, Sophie —la invitó William.

La mujer entró caminando a grandes zancadas hasta sentarse en una silla junto a Iván. Se colocó la falda y se volvió hacia el vampiro con mirada perspicaz.

—¿Para qué querías verme? —preguntó, yendo directa al grano.

—Han encerrado a un joven que se ha presentado hace unas horas a las puertas del castillo. Es un vampiro creado hace unas semanas. La orden lo busca así que tal vez deba encerrarlo o...

—¿Y para qué me necesitas? —lo interrumpió, sorprendida.

Iván sonrió ligeramente y William suspiró exasperado.

—Déjame terminar —le advirtió. Sophie murmuró "cascarrabias", pero guardó silencio—. El muchacho pregunta por ti, dice que su madre lo envió en tu busca. Y no dejo de preguntarme, Sophie, ¿qué relación tienes con esa mujer para que mande a su hijo a verte cuando lo acaban de convertir?

La anciana se llevó una mano al mentón con aire pensativo.

—No recuerdo haberle revelado a nadie que eres un vampiro —puntualizó—. O tal vez sí lo haya hecho y estoy empezando a chochear —concluyó, encogiéndose de hombros.

A Iván se le escapó una carcajada, pero bastó una mirada de William para que guardara silencio de nuevo. Sophie se volvió hacia él y le guiñó un ojo.

—¿Qué relación tienes con Nadina de Wiktoria? —insistió.

La frente arrugada de Sophie se arrugó aún más cuando alzó las cejas sorprendida.

—¿Tienes a su hijo preso? —inquirió, repentinamente enfadada—. ¡Libéralo de inmediato! ¿Dónde está? Quiero verlo.

No era tarea sencilla sorprender a alguien como William pero, por primera vez en mucho tiempo, su rostro mostró verdadera perplejidad.

—Pero...

—¡Nada de "peros"! Pobrecillo, encerrado en esos fríos calabozos. Seguro que el zopenco de su padre le ha puesto decenas de trabas para llegar hasta aquí —siseó poniéndose en pie—. ¡Ay! Si pudiera agarrar a ese duque idiota... ¡Le apretaría el gaznate...!

Iván no era capaz de articular palabra y contemplaba estupefacto los aspavientos de la anciana. Fue William el que se recuperó lo suficiente para hablar.

—Nadie va a apretar el gaznate de nadie. Y no voy a soltar al muchacho, no hasta que me expliques qué relación tienes con él —le ordenó con mirada acerada.

Iván había visto cientos de voluntades flaquear ante la intensidad de la mirada del vampiro, pero Sophie ni se inmutó.

—Asistí a su madre en el parto y cuidé de Elliot durante un tiempo.

—¿Qué?

La anciana puso los ojos en blanco.

—Fue durante los años en que viajé fuera de Isley. El duque buscaba matronas para atender a su esposa y me eligieron. Nadina siempre fue de complexión débil y temían por su embarazo. ¡Y ni mencionar el parto!

—Eso sigue sin explicar por qué justo ahora que su hijo fue convertido, lo manda aquí.

Sophie suspiró.

—Ya te he dicho que Nadina era enfermiza. Durante el tiempo que pasé con ella, estuvo a punto de morir en varias ocasiones. Ni los mejores médicos de Svetlïa lograron curarla, por eso le sugerí...

—Dime que no lo hiciste, Sophie —la interrumpió William. Se masajeaba las sienes con los dedos como si padeciera un terrible dolor de cabeza.

—No le di nombres —se apresuró a decir la anciana—. Solo insinué que, tal vez, la única forma de sanar sería transformándose en vampiro.

—Diablos, Sophie...

—Nadina debió de pensar que yo sé cómo ayudar a su hijo y lo envió aquí.

William sacudió la cabeza como si con ello pudiera olvidar lo que acababa de oír.

—En fin, lo hecho, hecho está. Pero me temo que no cambia nada, no puedo soltarlo.

Sophie frunció el ceño y clavó sus ojos en los suyos.

—Vaya, desconocía que ahora te hubieras aficionado a coleccionar vampiros. Esa muchacha, Wendolyn, ocupa ahora la Torre Sur, ¿pretendes que el joven Elliot se instale en la norte?

—¡Ya basta, Sophie! —exclamó—. Ese muchacho es inestable y ya ha matado—. Vio que la anciana iba a replicar, pero no le dio ocasión—. Sé que Wendolyn se encuentra en la misma situación, pero ella es mi responsabilidad. Yo la convertí, yo debo hacerme cargo de las consecuencias. Pero ese muchacho...

—Ese muchacho es como el nieto que nunca tuve, William —lo interrumpió—. Así que si te atreves a dañarlo, los mirlaj serán el menor de tus problemas —le advirtió, apuntándolo con el dedo índice.

El encierro de Elliot se prolongó un día más. Fue poco tiempo, pero ante la incertidumbre, se le hizo eterno.

Los pasos sobre el suelo húmedo de la prisión, lo alertaron de su llegada. Cuando la luz de la antorcha bañó las sombras de la mazmorra, sus ojos se deslumbraron y tuvo que cerrarlos. Parpadeó hasta acostumbrarse y caminó hacia los barrotes. Se encontró con el vizconde y un individuo un par de años mayor que él.

Isley se adelantó y procedió a abrir la puerta con la pesada llave de hierro que sacó de entre los pliegues de su ropa negra. El quejido del mecanismo oxidado anunció la salida del joven que se detuvo a una distancia prudencial.

—Seguidnos —le ordenó Isley.

Comenzó a andar, pero su acompañante permaneció clavado en el sitio. Le hizo un gesto para que avanzara y comprendió que quería cerrar la marcha. No le agradaba en absoluto saberse rodeado, pero no tenía elección.

Se volvió una última vez hacia él antes de seguir al vampiro, pero se detuvo en seco cuando vio relucir algo en su cinto: un filo de ámbar que reconoció al instante.

Dejó escapar un gruñido y retrocedió de un salto a las sombras.

—¡Dijisteis que no alertaríais a los mirlaj de mi presencia!

—Iván ya no es un mirlaj —se limitó a contestar Isley.

—¿Un desertor? —susurró Elliot sorprendido; era la primera vez que escuchaba acerca de uno.

—Un desertor armado, vampiro —le espetó el joven—. Ahora caminad.

Pero él no se movió.

—Dejad de preocuparos, lord Elliot —intervino el vizconde, exasperado—. Hay alguien que vela por vos y a quien juré no mataros. Iván solo intervendrá en caso de que os descontroléis.

—¿A quién os referís?

—A la señora Loughty —contestó a regañadientes.

Sin darle tiempo a formular sus preguntas, reanudó la marcha. Como quedarse en la mazmorra en compañía de ese tal Iván y su daga mirlaj no lo seducía en absoluto, se apresuró a seguirlo.

El ascenso fue algo penoso para Elliot. Se sentía débil y temblaba de frío; sin duda la falta de sangre había mermado sus fuerzas. Pronto, comenzó a jadear por el esfuerzo y las escaleras se le hicieron eternas.

Al final, llegaron a una puerta que el vizconde se encargó de abrir. Daba a un corredor también de piedra, pero más trabajada y pulida. La iluminación seguía siendo escasa y provenía de estrechas ventanas por las que se colaban los rayos de luna. Así fue como Elliot supo que era de noche.

Caminaron hasta desembocar en más escaleras, esta vez de mármol. Elliot se sintió desfallecer cuando al fin alcanzaron el piso de arriba. Allí todo era muy diferente a los calabozos. De las paredes pendían tapices y el suelo estaba cubierto de alfombras. Las ventanas presentaban ricas vidrieras de colores que, junto a los candelabros, teñían la piedra gris de colorido.

—No os detengáis —le espetó Iván y el muchacho se apresuró a caminar, pues temía sentir el filo de la daga en su espalda.

Se detuvieron cuando lo hizo Isley ante un portón de madera oscura repleta de filigranas y relieves tallados. Elliot conocía esa iconografía y habría sido capaz de leer la historia que narraba en su superficie veteada si le hubieran concedido un par de minutos.

El interior era una amplia sala, al final de la cual ardía una gran chimenea de mármol. Una mesa alargada ocupaba gran parte de la estancia, donde solo había una persona.

La anciana que se puso en pie en cuanto lo vio.

—¡Bueno! Comenzaba a dudar al ver que tardaban tanto en traerte. Sabía que William cumpliría su promesa de no matarte, pero... —Miró de reojo al vampiro que la observó con una ceja enarcada—. Habéis crecido mucho, Elliot —cambió de tema.

—¿Lo lamento pero... os conozco?

Temía disgustarla, pero ella sonrió.

—¡Desde luego! Aunque erais muy pequeño. Soy Sophie Loughty, asistí a vuestra madre durante el parto.

Elliot la miró sorprendido, aunque no por ser incapaz de reconocerla, sino debido a una pregunta que no hallaba respuesta: ¿por qué su madre lo había enviado a buscar a una matrona? Esperaba dar con alguien que pudiera protegerlo o tal vez indicarle dónde refugiarse de los mirlaj y su padre.

—No lo entiendo... —se le escapó.

—Claro, claro —asintió la anciana—. Será mejor que hablemos una vez cenemos y hayáis descansado. Debéis de estar hambriento.

Más bien sediento, pero no se atrevió a corregirla. Tomó asiento en la silla que le señaló y aguardó. Entonces, la señora Loughty se dirigió al vizconde y a Iván:

—No os quedéis ahí mirando. Los cocineros han preparado comida para todos, la subirán enseguida.

Iván se sentó frente a Elliot para tenerlo siempre a la vista. Incómodo, el vampiro fijó la mirada en la vajilla de plata.

—¿Qué significa esto, Sophie? —inquirió Isley que permanecía de pie y contemplaba un quinto lugar preparado en la mesa.

—¡Oh! He pensado que ya era hora de que la joven Wendolyn se nos uniera. Iván, ¿por qué no vas a buscarla?

El aludido miró de reojo a su señor, pero este tenía los ojos clavados en la anciana.

—Claro.

Se puso en pie y abandonó el comedor donde comenzaba a respirarse un ambiente tenso.

—Sophie... —dijo William.

—Sé lo que estás pensando —lo interrumpió—. Por eso les di el día libre a los sirvientes y, en cuento nos sirvan la cena, no quedará ninguno en el castillo. Así no habrá contratiempos.

—¿Y qué hay de ti?

—¿Yo? —Sophie se echó a reír para desconcierto de Elliot, que contemplaba la escena asombrado—. ¡Oh, William! ¿Quién querría beber la sangre de una anciana reseca como yo? Absurdo. La pobre muchacha puede acompañarnos perfectamente.

A William no se le escapó la mirada curiosa de la mujer. Sabía que, desde que trajo a Wendolyn al castillo, Sophie se había preguntando quién era y por qué la convirtió. Al igual que Iván, no desaprovechaba la oportunidad para intentar sonsacárselo.

Tras intercambiar una larga mirada que la anciana le sostuvo sin parpadear ni dejar de sonreír, William cedió y tomó asiento frente a ella.

—Algún día, Sophie, dejaré de cumplir tus caprichos.

La mujer dejó escapar una carcajada quejumbrosa.

—¡Cuando me muera, podrás hacer lo que te plazca!

Sophie es una mujer que hace lo que le da la gana, y a estas alturas de la vida, William ya debería haberse acostumbrado 😂. Me encanta que ella sea uno de los personajes favoritos de la gente porque no suelo escribir personajes así y tampoco son los populares en novelas juveniles.

Como curiosidad contaré que Sophie tiene ese nombre por la protagonista de Howl's Moving Castle (el castillo ambulante / el castillo vagabundo). Me encanta esa película y fue mi pequeño homenaje.

En el siguiente capítulo titulado "furia" al fin veremos a todos los personajes juntos y saber qué pasa en esa cena 😅.

¿Os va gustando la historia?

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