Capítulo 9
Mucho más confundidos que antes, ellos decidieron ayudarla. Se ocuparon de llevar al hombre trajeado a la habitación del matrimonio. Siete estaba perdido en sus pensamientos, hilando poco a poco cada dato que recibía de ese mundo para comprender lo que estaba sucediendo. Por su parte Cuatro observada a su versión mujer, no entendía porqué ayudaba a la persona que la golpeó, no una sino dos veces sin ninguna razón.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó, haciendo que ella voltee pero mantuvo la miraba abajo.
—Mi nombre es Maite Ayleen Amato —se presentó, incluso se inclinó como forma de saludo, muy educada—. Si no es molestia... Quisiera saber vuestros nombres, hermanos gemelos —dijo, esperando no incomodarlos, sin embargo el rubio sonrió.
—Somos Matías y Aarón Burjas, tus primos —se apresuró a responder Siete—. Somos extranjeros como suponías, venimos de visita.
—Lo sabía, estaba en lo correcto —se dijo así misma y luego abrió la puerta de la habitación para hacerlos pasar.
Los rizados tiraron al hombre trajeado en la cama luego de quitarle los zapatos. A ellos les daba igual pero también estaban ansiosos por saber cómo es que se habían casado con él. Mientras Siete buscaba respuestas en la habitación, observando cada libro y retrato que encontraba, Cuatro comenzó a charlar con Ayleen. Ella se encargaba de limpiar la sangre de la comisura del labio de su esposo con un pañuelo.
—¿Hace cuánto tiempo estás casada?
—Lord Morinigo y yo nos casamos ayer, él está molesto por mi culpa. No fui capaz de cumplir con mis deberes de esposa —respondió desviando la mirada.
—¿Deberes?
Carajo, murmuró Siete al estar escuchando la conversación. Desde los grandes ventanales él podía ver que la mansión se veía diferente, incluso su barrio había sufrido un cambio drástico.
—¿Señorita, qué sucedió? —alguien más entró a la habitación, resultando ser una mujer de vestido oscuro y delantal blanco. Ella vio con horror a su señor inconsciente y miró a la joven con severidad—. Sabía que usted no era buena para mi señor. ¿Quiénes sois estos hombres? ¿Por qué están en esta habitación?
—Oh... por... dios... —dijo Cuatro al reconocer a otro de sus compañeros de la iniciativa.
—Exacto, es una falta a las buenas costumbres y modales-
—Por favor, cálmese —intervino el rubio pues la mujer estaba atacando a Ayleen—. No es más que un mal entendido. Lord Morínigo se sintió mal, somos Aarón y Matías Burjas, los primos de la señorita y le exijo que se disculpe con ella ahora.
—¿Es cierto? —cuestionó, mirando a Ayleen.
—No sabía que vendrían de visita —contestó ella, sintiéndose un poco intimidada por la mujer mayor.
—¿Visitas? Tengo tanto que preparar, también llamaré al doctor. Mis disculpas señores Burjas, señorita, debo retirarme —ella hice una reverencia y salió de la habitación rápidamente, parecía ser una mujer muy ocupada.
—Cuatro, reacciona. Sólo era la dama de llaves —le susurró Siete al verlo tan distraído.
—Lo conozco, digo, la conozco —respondió en el mismo tono de voz.
—Lord Morínigo trajo a su ama de llaves pero no le agrado porque sólo soy la hija de unos burgueses —murmuró la rubia cabizbaja.
—No te preocupes, hablaré con ella —dijo Cuatro para tranquilizarla.
En ese momento Siete interrumpió la charla, diciendo que necesitaba hablar a solas con su hermano Matías. Ambos se alejaron de los recién casados, pero no dejaron la habitación.
—Esto es grave, estamos en 2021 pero las costumbres son de los 1830 de la época victoriana, el vestido, el casamiento a temprana edad, el tipo golpeador, ¿entiendes? Incluso el acento español con el que hablan, puede que América nunca se independizó de España —Siete le enseñó un libro de geografía que tomó de la biblioteca, lo hojeó rápidamente hasta encontrar un mapa. Su hipótesis fue confirmada, Argentina no existía pues se llamaba Virreinato del Río de la Plata.
—No jodas... Somos los únicos argentinos que existen en este universo —susurró Cuatro, no sabiendo cómo reaccionar exactamente.
—¿Esto te impresiona? En tu mundo hay extraterrestres —cuestionó Siete—. Mmm, esto está mal porque la moda vitoriana nace en Inglaterra aunque no es imposible que la moda se haya extendido a España y llegado hasta aquí. Pero, ¿qué pasa con la revolución industrial y el progreso? —se preguntó.
—No soy bueno en historia, no terminé mis estudios luego de escapar de casa —confesó Cuatro, ahora su otro yo ya entendía un poco más porqué eran diferentes a pesar de ser la misma persona.
Ellos dejaron la charla al escuchar las quejas del hombre, entonces se acercaron para verlo despertar. Cuatro estaba satisfecho al ver el moretón que quedó en su rostro.
—¿Cómo se siente? —le preguntó Ayleen.
—¿Qué sucedió? Yo...
—De repente se desmayó, señor y lo trajimos a su habitación para que se recupere —respondió Cuatro, intentando no reír en ese momento.
—¿Quiénes sois vosotros? —cuestionó un tanto desorientado. Él intentó sentarse pero al hacerlo de manera brusca, sintió una dolorosa punzada en su interior. Siete simuló su sonrisa al tapar su boca con la mano.
—Son mis familiares, están de visit-
—Silencio, estoy hablando con ellos querida —la interrumpió con severidad, haciendo que los rizados se miren entre ellos. Sin palabras sabían exactamente en lo que estaban pensando, querían moler a golpes al sujeto.
—Lord, voy a pedirle que deje hablar a la señorita Ayleen —le dijo Siete, simulando muy bien su enojo.
—Ellos son mis primos Matías y Aarón, están de visita. Yo desconocía que vendrían —explicó la rubia aunque mantenía la mirada baja todo el tiempo.
—Lo entiendo pero, ¿por qué estáis en mi hogar?
—Los señores Amato nos dieron permiso de quedarnos aquí, querían que conociéramos al nuevo integrante de la familia —comentó Cuatro con una media sonrisa, detrás de su amabilidad se ocultaba una rabia que crecía, no ayudó de nada que el hombre dijera que esa casa era suya.
—Escuche Lord, tal vez mis padres están poniendo a prueba vuestra hospitalidad. Reconozco que mis primos son bastante excéntricos y parecen ser personas mal intencionadas, ellos lo golpearon —le advirtió Ayleen en voz baja, sin embargo fue ignorada completamente por su esposo, quién le dijo que callada se veía más bonita.
—Mis disculpas caballeros. Os ruego que se sientan como en casa, esta misma noche daremos un baile para anunciar vuestra llegada a la ciudad —él miró a su esposa en ese momento—. Llama al médico, no me siento muy bien.
—Su ama de llaves ya fue a llamarlo.
—Bien, bien. Puedes retirarte.
Ayleen asintió y dejó la habitación siendo seguida por Cuatro y Siete. Luego de estar en un lugar cerrado como la habitación, ellos notaron un agrio olor mezclado con perfume floral, realmente desagradable.
—Necesito aire fresco —comentó Cuatro en voz baja.
—Si todo aquí es como en la época victoriana, las personas se bañan apenas dos o tres veces al año. Ella es la que apesta a zorrillo —respondió Siete, casi como un susurro imperceptible.
—¿Qué? Pero se ve muy linda y delicada —Cuatro y Siete vieron a la muchacha hablar con los sirvientes de la casa, preguntándoles si la ama de llaves ya envió la carta al doctor para que venga—. Ni siquiera hay celulares, ya me quiero ir.
—No podemos... Todavía tengo mucha hambre —le dijo al tocar su estómago—. Necesito un asado para sentirme mejor.
—Está bien, podemos visitar la cocina antes de irnos —propuso Cuatro. Al caminar por la mansión en busca de la cocina, vieron a los sirvientes trabajar.
Ellos se encontraban preparando el gran salón de la mansión para el baile, desbordaba elegancia y soberbia en los decorados y arreglos de flores. Claro, eran esenciales para opacar el hedor de las personas.
—Un poco más a la derecha —allí se encontraron con la ama de llaves nuevamente, ella le daba indicaciones a los demás con seguridad y firmeza—. Cambien esas cortinas, ¿ya enviaron a los sirvientes por los suministros? ¿Terminaron de preparar las habitaciones para las visitas?
—Un líder en todos los universos —se dijo Cuatro con una media sonrisa.
—Oh, señores Burjas. Sus aposentos estarán listos pronto —comentó ella al acercarse a los hermanos gemelos.
—Nos gustaría algo que comer, fue un viaje muy largo —habló Siete y su estómago gruñó de repente—. Lo siento.
—Por favor aguarden en el comedor mientras preparan el desayuno —ella comenzó a caminar para guiarlos al comedor, un gran salón con una mesa central, sin embargo Cuatro no tomó asiento como Siete.
—Puedo ayudar a los cocineros —se ofreció el rubio, aunque ella soltó una risa leve.
—Es impensable joven, ustedes no pueden poner un pie en la cocina, ese es el trabajo de los sirvientes —comentó la mujer para luego excusarse y dejar el comedor.
Siete le enseñó el asiento a su lado, sin embargo el rizado se cruzó de brazos. Si la higiene era escasa en esa época, no dejaría que ninguno de ellos tocara su comida. Él rápidamente caminó por la casa, buscando la cocina creyendo que la estructura era igual a su casa, para su suerte así lo era y vio a la ama de llaves apresurando a los cocineros y demás sirvientes para preparar el desayuno para los señores.
El rizado esperó que se marchara para luego acercarse, los sirvientes casi sufrieron un ataque al verlo allí. Eso lo asustó un poco pero tranquilizó a todos.
—Sólo vengo a hacer mi desayuno.
—Os ruego que nos disculpe, lo hacemos lo más rápido posible —le dijo uno de los sirvientes, parecía ser el chef o algo parecido—. Si la señora se entera de esto-
—¿La señora? Estás cometiendo una ofensa más grave al insinuar que no sé preparar mi propio desayuno —interrumpió el rubio, haciendo que el hombre sufra un ataque de nervios. Cuatro se reía internamente, pero debía verse serio—. ¿Dónde están los ingredientes? Les enseñaré a hacer un platillo de mis tierras.
Los sirvientes se movilizaron inmediatamente, buscando los ingredientes, aunque él les ordenó a todos que se lavaran las manos y que se recogieran bien el cabello.
Los minutos pasaron y Siete estaba pensando en ir a buscar a su otro yo, para que no se metiera en problemas. Sus tripas rugían con fuerza y comenzaba a ser doloroso. En ese momento sintió un aroma familiar y vio a los sirvientes traer grandes bandejas de plata con el desayuno.
—Salen dos expreso con medialunas y... dulce de leche —comentó Cuatro quien los acompañaba.
—Acabas de inventar el dulce de leche en este mundo, como si su origen ya no fuera confuso —le dijo su otro yo en voz baja mientras él tomaba el asiento a su lado. Al terminar de servir el desayuno los sirvientes se retiraron y dejaron a ambos a solas.
—Les encantó y me aseguré de que todo esté limpio —susurró con la misma discreción—. Todo esto me lo enseñó Natt... fue lo que aprendió a hacer en su primer día de trabajo.
—¿Estás bien?
—Es extraño ver a tu amigo morir y saber que sigue con vida en otro universo, sé que lo volveré a ver pero duele —comentó cabizbajo.
—Si, lo es...
—¿Tienes amigos? ¿Si no es Natt, entonces quién? —le preguntó curioso, provocando que Siete se atragante con su café.
—A-Ah... Concéntrate, tenemos que regresar. ¿O quieres vivir en esta sociedad por siempre? —cuestionó luego de toser un poco.
—No y el baile será horrible. —Cuatro quería evitar a toda costa las grandes multitudes en un espacio cerrado.
Propuso irse esa misma noche, pero Siete respondió que, según lo que había pasado, ellos podrían terminar en otro universo que no sea el de los espejos. No quería correr el riesgo de terminar nuevamente en el universo 6 son su versión malvada queriendo asesinarlos.
—Tengo otras puertas más para abrir pero si terminamos cara a cara con Seis yo no podré pelear. Te enseñaré a hacerlo y cuando estemos listos volveremos, así podremos abrir una puerta inmediatamente y huir. Él no podrá seguirnos —explicó mientras tomaba su celular, asegurándose que nadie esté cerca y procedió a llamar a su abuelo. Al pertenecer a otro universo no importaba que en ese mundo no existiera internet ni conexiones.
Ambos saludaron a su abuelo y le explicaron la situación, diciendo que tardarían un poco más en volver y que se encontraban bien. Sin embargo Maximiliano les hizo prometer que ayudarían a Ayleen, que se asegurarían que su esposo no vuelva a golpearla y no tuvieron otra opción más que aceptar.
—En la noche podemos hacer nuestras prácticas, no hay electricidad y nadie nos verá —comentó Cuatro y era una muy excelente idea así que Siete aceptó—. Ahora debemos concentrarnos en la maldita fiesta —su expresión cambió a una de completo desagrado.
—Ya sé, a mí tampoco me gustan —contestó.
Unas horas después, los hermanos gemelos estaban inspeccionando sus habitaciones. Ambas eran cuartos grandes con ventanales que dejaban entrar luz. Cuatro se arrojó sobre la gigantesca cama y vio a Siete entrar pues debía explicarle cómo comportarse en la dichosa fiesta para no llamar la atención. Entonces alguien golpeó la puerta de su habitación. Del otro lado se encontraba Ayleen y la ama de llaves acompañadas por un hombre trajeado y de sombrero.
—La señorita Amato me guió a sus aposentos para tomaros las medidas de vuestros trajes para el baile —dijo el hombre, quien comenzó a observarlos de pies a cabeza—. El estilo que portáis parece muy diferente a todo lo que he visto, quisiera saber de dónde provienen estos diseños si no es mucha molestia.
—Oh... Es ropa de nuestra ciudad natal en el extranjero. La compramos en la tienda de una costurera popular del lugar —respondió Siete.
—Se ven simples, casi como ropa interior pero la tela es resistente y esas costuras... Ambos diseños están personalizados para cada uno de vosotros. ¿Es cómodo y fresco? —cuestionó el hombre. Mirando con admiración el conjunto de pantalón buzo y camiseta grises que portaba Cuatro, al igual que la camiseta negra y pantalones de jeans de Siete. Este último se había quitado la parte superior de su traje de astronauta que le había dado el equipo de la doctora Díaz.
—No se acerque tanto, por favor —dijo Cuatro, soportando el desagradable hedor.
—Os ruego que disculpen mi entusiasmo, tomaré las medidas y veré si tengo trajes para ambos señores en mi carruaje.
—Maravilloso, nosotras nos retiramos. Tengo mucho trabajo que hacer con la señorita —comentó la ama de llaves para luego dejar la habitación junto a la muchacha.
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