Capítulo 12
El sol se alzó en el horizonte, bañando con su luz la habitación gracias al gran ventanal. Castel había apartado las cortinas y esperó a que su invitado, mejor dicho, invitada despierte.
—Joven Burjas, ya amaneció y Lord Morínigo esperaba que lo acompañara a cabalgar —escuchó a la ama de llaves al otro lado de la puerta. Ella había golpeado suavemente la puerta para hacerse notar y casi le dio un pequeño infarto al rubio.
—Buenos días señora, este... no estoy seguro de poder asistir. No sé cabalgar realmente —respondió al abrir la puerta sólo un poco, no era mentira y no quería dejar sola a Nathalie en la mansión—. Pero a mi hermano le encantará.
—Está bien, no olvide que puede llamar a los sirvientes cuando quiera desayunar —le recordó para luego alejarse.
Menos mal se fue. Pero tal vez Yamato ya le dijo quién soy, pensó el rubio. Esa era una posibilidad aunque primero se ocuparía de Fox. Como ella no usaba celular ni tenía ninguna identificación, tendría que preguntarle directamente quién era. Él notó que comenzaba a moverse y la muchacha despertó muy desorientada.
La morocha frotó sus ojos, se sentía un poco mareada pero extrañamente su cuerpo estaba más suelto. Se preguntó porqué estaba en una cama y quitó las sábanas mientras se sentaba. Inmediatamente su mirada se fijo en la persona frente a ella, el rubio le sonreía de una manera extraña y aterradora.
—¡Tú! —lo señaló mientras los recuerdos llegaban a su mente—. Estaba tratando de robar las joyas de tu prima, apareciste y luego, luego...
Ya veo, no recuerda su enfrentamiento con Samira, Yamato tiene poderes increíbles, pensó Castel para luego hacer una mueca. ¡¿Por qué Samir nunca los usó con Cyberex en lugar de pelear con una espadita?!, se cuestionó. Entonces salió de sus pensamientos cuando escuchó a Nathalie reír por lo bajo.
—¿Piensas que me atrapaste? Ingenuo —comentó, descolocando al rubio ya que nunca había visto a Natt expresar tantas emociones con naturalidad—. ¿No ves lo mal que es la situación para ti? Si no pagas por mi silencio les diré a todos que has estado con una mujer a solas en tu habitación sin estar casados.
¿Se supone que esa es una amenaza?, Castel arqueó una ceja, ella hablaba muy en serio.
—De hecho ya estoy casado —respondió al recordar que Siete le había dicho que en ese mundo la apariencia lo era todo al igual que la reputación.
—Es peor, hablaré con tu esposa entonces.
—Suerte con encontrarla —murmuró por lo bajo para luego suspirar—. Escucha, yo dejé que te llevaras las joyas pero la ama de llaves apareció y te persiguió.
—¿Qué? ¿La anciana?
—Es extraño... No eres como las demás damas —pensó él en voz alta.
—¿Las demás damas? Mis disculpas por no ser delicada y tener modales —respondió apretando los dientes—. Tampoco te comportas como los caballeros.
—Si, es como si no perteneciera a este mundo —comentó al sentarse a los pies de la cama.
—Entonces... sabes lo que se siente —murmuró ella bajando la mirada.
—¿Quieres hablar de eso? —preguntó mientras le entregaba su máscara de zorro y su espada.
—¡¿Quieres escucharme?! —exclamó sorprendida. Las únicas veces que había hablado con otras personas era porque se quejaban de su comportamiento o para callarla.
—Te lo dije, soy un amigo. Me llamo Matías.
—Si, ya lo sé. Siempre investigo a los habitantes de una casa antes de hacer un golpe —comentó sonriendo de lado.
—Bien pensado, ¿y de dónde aprendiste esgrima? —preguntó curioso. Animándola a que siga hablando.
—Fue gracias a mi padre... Provengo de una familia adinerada, mi madre murió durante el parto y mi padre me consintió al ser su única hija. Él me permitió practicar lo que me gustaba, esgrima, equitación y me permitió viajar al extranjero para asistir a una prestigiosa academia. Era la única mujer y todos me subestimaban, hablaban de mí a mis espaldas diciendo que no era femenina pero fui el mejor promedio de mi clase —comentó, viendo que Matías si estaba prestando atención a sus palabras.
—¿Y luego qué pasó?
—Me resigné a que nunca me casaría y regresé a casa, donde podría ser yo misma. Pero mi padre volvió a casarse. No me importó, estaba feliz por él pero al poco tiempo falleció y esa mujer comenzó a hacerme la vida imposible. Los modales, la etiqueta y costumbres... ¡Quería asesinarla con mis propias manos!
Ese es el Fox que conozco, pensó el rubio sonriendo.
—La anciana incluso arregló mi casamiento con un hombre adinerado para seguir manteniendo su estilo de vida, había gastado todas las riquezas de mi familia. Entonces huí de todo aquello, ella no podía vivir sin un hombre pero yo sí.
—Entonces por eso te convertiste en Fox fang —supuso Matías.
—Es mi personalidad favorita, porque Nathalie Fritz es una mujer sin modales y demasiado mayor e indigna para casarse —comentó mientras tenía la máscara entre sus manos.
¡¿Demasiado mayor?! Sólo tiene 25 años, pensó el rubio atónito.
—Si no tienes a dónde ir puedes quedarte aquí y trabajar para mi prima, como dama de compañía o algo así —propuso el rubio.
—¿Trabajar para una duquesa siendo una completa desconocida y sin tener familia? Mejor sigo saqueando.
—Sólo espera, Ayleen entenderá tu situación y te ayudaré —Cuatro salió de la habitación prometiéndole que pronto estaría contratada, no sin antes llamar a los sirvientes para que traigan su desayuno favorito. Como lo supuso, a Nathalie le encantó el dulce de leche.
Para el rubio no fue difícil encontrar a Ayleen, ella estaba haciendo bordados junto a la ama de llaves. Él saludó a ambas con una sonrisa y tomó asiento, esperaba que terminaran pronto para poder hablar con ella.
Un pasatiempo prehistórico, ¿eh?, pensó mientras las veía hacer arreglos florales en la tela sólo con hilos. Realmente parecía una obra de arte en producción, en unos minutos los arreglos por parte de Ayleen ya estaban hechos y Samira propuso dar una pausa para tomar el té.
—Luego quiero escucharla tocar el piano, sus padres dijeron que lo ha hecho desde pequeña —dijo la mujer, a lo que la rubia simplemente asintió. Cuando la ama de llaves se marchó, Cuatro aprovechó ese momento para hablarle.
—Ayleen, necesito tu ayuda. Por favor.
—Yo quiero morir —respondió, inmediatamente él reconoció su propia voz, era Siete.
—¿Qué pasó? No sabía que tenías estas manías —comentó confundido. Ni siquiera él se había dado cuenta del cambio ya que el vestido extravagante, sombrero y maquillaje ocultaba bien su verdadera identidad.
—Ayleen quería cabalgar con el Lord y pensó que la única forma de hacerlo era tomar mi lugar —le explicó en voz baja para luego suspirar—. La carita que hizo... no pude decirle que no.
—Somos manipuladora —comentó para luego soltar una risa—. Es muy noble de tu parte ayudarla y yo también intento ayudar a alguien —agregó, recibiendo una mirada seria de Siete.
—Se trata de tu amigo, ¿no?
—No tiene a dónde ir y pensé que trabaje aquí para Ayleen. La mansión es enorme y Nathalie dejaría de arriesgarse robando.
—La ama de llaves es la máxima autoridad de la servidumbre, ella debe contratarla —comentó pensativo—. ¿Qué sabe hacer Nathalie que sea útil?
—Fue a la universidad, sabe esgrima y es muy buen jinete.
—¿Seguro que tu amigo es mujer? Las damas en esta sociedad no hacen eso —cuestionó pensativo—. Ya te digo, Samira debe controlarla.
—Bien, creo que podré convencer a Nathalie de comportarse por lo menos en la entrevista.
—Ni de broma —se negó la pelinegra. Cuatro había regresado a su habitación y le comentó acerca del plan aunque ella tuvo una reacción completamente diferente a la que esperaba—. No voy a aparentar para darle el gusto a esa anciana.
—El bien es para ti, además no dudo de que te llevarás muy bien con mi prima —le aseguró el rubio.
—¿La señorita perfección? Seguro no cumplo los requisitos para ser su amiga —negó ella teniendo la boca llena. Estaba terminando de comer las últimas migajas del desayuno.
¿Perfección? Me juzgan sin siquiera conocerme, pensó Cuatro soltando un suspiro.
—Haz lo que quieras, ¿bien? Si no quieres mi ayuda no puedo hacer más —comentó al cruzarse de brazos—. Tu caballo está escondido en los establos, deberías irte antes de que la anciana te vea.
Tras decir esto Cuatro la guió a escondidas hasta dicho lugar, asegurándose de que nadie vea a la mujer porque originaría muchos rumores malintencionados. Ella lo siguió sin problemas, era una experta ocultándose y al ver a su caballo, rápidamente corrió hacia él para abrazarlo.
—Cometa, estás bien —habló mientras le quitaba las mantas que estaban ocultándolo. Ella estaba por decirle algo al rubio, pero él ya no estaba, sino que en su lugar encontró un morral con las joyas que le había prometido.
Por su parte Cuatro ya estaba fuera de los establos, por más que quiera ayudar, Natt era muy testaruda. Ella estaría bien y sólo podría esperar que esas joyas sean suficientes para dejar su vida criminal.
Justo en ese momento, es sacado de sus pensamientos cuando ve al Lord Morínigo cabalgando hacia allí. Venía sujetando las riendas de un cimarrón y parecía un poco desconcertado. Aunque su mirada cambió cuando vio al rizado.
—Buenos días joven Burjas —lo saludó serio, ahora parecía molesto por alguna razón.
—Buenos días Lord, ¿cómo estuvo el paseo? —regresó el saludo para un momento después quedarse paralizado. ¿Y si descubrió a Ayleen? ¿Se habrá dado cuenta del cambio?, esas preguntas se dispararon en su mente. Eso explicaría la actitud del hombre.
—Bien, supongo. Pensé que vuestro hermano tampoco sabría cabalgar.
—¿Y qué sucedió? —cuestionó nervioso.
—La próxima vez yo ganaré la carrera —aseguró, mostrándose determinado. Cuatro soltó aire, sintiéndose aliviado, además vio a Ayleen acercarse. Pero no estaba seguro de que si se trataba de ella o de Siete.
—Esposo mío, ¿cómo le fue en el paseo? —preguntó al llegar junto a ambos. Cuatro le sonrió y le quitó unas hojas que estaban en su cabello.
—Bien, iré a tomar un baño —comentó para luego llevar a los caballos a sus lugares.
Ayleen no podía ocultar su felicidad e inevitablemente soltó una risita.
—Gané, hicimos una carrera para ver quien era el mejor jinete y gané —le dijo al rubio en voz baja—. Me trató como un igual y pudimos conocernos mejor —agregó emocionada.
Cuatro estaba orgulloso de alguna manera, incluso notó un cambio en esos dos en su relación, ya no se trataban tan cordialmente y mecánicamente, todo era más natural. El rubio supuso que Siete estaría molesto así que dejó a la pareja solos, en su aburrido paseo frente a la mansión, para buscar a su otro yo.
Al llegar a la habitación de Siete, lo encontró quitándose el maquillaje de su rostro, inevitablemente soltó una risa pero se acercó para darle las buenas noticias.
—Nadie notó el cambio, Ayleen está muy feliz y el Lord parece más relajado.
—Genial, ya no soportaba más otra sesión de costura —gruñó mientras frotaba su rostro con una pequeña toalla—. ¡Es tan aburrido!
—¿Entonces ya podemos irnos? —preguntó con una sonrisa.
—Esta noche empezaremos la práctica —asintió—. ¿Y tu amiga, dónde está? —cuestionó al cruzarse de brazos.
—La dejé ir, no le pareció bien mi idea pero no importa... estará bien, sabe cuidarse sola —respondió un poco cabizbajo.
—Es la mejor decisión, no te sientas mal —lo consoló Siete.
—Ya está, ¿qué le pasó a tu Fox? ¿Dónde está? Dilo —insistió Cuatro en ese momento—. Llevo tiempo pensando en eso y es muy frustrante verme tan insensible hacia el único amigo que he tenido en mucho tiempo.
Siete simplemente soltó un suspiro y lo sacó de la habitación, diciéndole que se prepare y concentre en abrir la puerta.
Sea lo que sea lo que haya pasado, fue grave para que no quiera hablar del tema, pensó el rubio.
La noche cayó lentamente y la oscuridad cubrió la gran mansión con su manto, los sirvientes comenzaron a encender las luminarias de los pasillos y habitaciones principales. La cena ya había sido servida y todos se retiraron a sus habitaciones para descansar.
Por su parte, Siete esperaba a su otro yo en la puerta hacia el jardín trasero, cuando ambos rubios se encontraron, asintieron y se adentraron a la oscuridad. El jardín era como un gran campo con pastizales y árboles, sin duda nadie los vería además todos allí tenían la costumbre de acostarse temprano.
—Este lugar está bien, empecemos con la práctica —Siete se detuvo en un claro, la oscuridad los rodeaba pero la luna los iluminaba junto a las miles de estrellas. Él supuso que al no haber electricidad, las constelaciones podían verse perfectamente.
Él comenzó a explicarle a su otro yo, mostrándole la tablet de tecnología hevenziana. Mientras Cuatro observaba el objeto, el cual parecía el marco de un porta retrato, Siete le comentó que la doctora Díaz y su equipo diseñaron un portal portátil.
—La tablet actúa como el portal de tu mundo pero necesita que lo actives con nuestro poder, ósea que ésta es la puerta y nosotros somos la llave. Inténtalo.
—¿Sólo tengo que crear una burbuja en el centro? —preguntó a lo que Siete asintió, pero era más difícil de lo que pensaba y Cuatro lo comprobó. Cuando el marco se ajustó alrededor de la burbuja, él sintió que la tablet comenzaba a absorber su energía así que rompió la burbuja debido a que se desconcentró por el susto.
—No es tan fácil, ¿eh? —comentó Siete, alentándolo para que lo intente otra vez—. Voy por mi mochila y nuestra ropa, seguro que esta noche ya podemos irnos.
—¿Eh? —Cuatro lo vio alejarse, Siete confiaba en él pero no sabía si podía hacerlo realmente. Pero lo intentaría una y otra vez.
El otro rizado entró a la casa y fue a las habitaciones de ambos para recoger todas sus pertenencias, a esa hora los sirvientes ya estaban dormidos aunque las puertas no estaban aseguradas. La seguridad en esta época es un chiste, pensó el rubio imaginando que, si estuvieran en la Argentina de su mundo, ya los hubieran desvalijado.
En silencio caminó por los pasillos, con sigilo echó un vistazo en la habitación de los recién casados y quienes para entonces ya se encontraban dormidos.
—Te deseo suerte —susurró para luego cerrar nuevamente la puerta. Una vez en su habitación él creyó que desaparecer sin más iba a ser muy sospechoso así que tuvo la idea de escribirle una carta a Cast para despedirse, siendo tan amable y educada puede que se sintiera triste con su repentina partida.
Siete entonces tomó tinta, pluma y papel para escribir dos cartas, una diciendo que debieron irse porque surgió algo imprevisto, mentiras para el Lord y los demás, sin embargo la segunda carta le explicaba a Cast lo que realmente sucedió. Le deseó buena suerte y escribió que queme la segunda carta luego de leerla. Ya teniendo ambos escritos, él dejó la carta falsa sobre la cama de la habitación, mientras que la otra la escondió en el cajón del mueble con el espejo, donde ella pasaba tiempo arreglándose.
—El Lord no revisará, ahí sólo hay cosas de mujer, nada importante —se dijo el rizado mientras veía a la pareja dormir acurrucada en la cama.
Nadie lo vio entrar o salir, incluso se tomó el tiempo de cambiarse de ropa porque el traje y los pantalones ajustados no eran lo suyo. También se deshizo de las botas y disfrutó de sentir el césped bajo sus pies.
Todo su buen humor se vio interrumpido al ver que la puerta fue abierta pero no encontró a Cuatro por ninguna parte. Esperó un momento creyendo que era una broma, pero decidió cruzar, asegurándose de tener el control de la puerta para cerrarla luego de pasar.
—Cuatro es un imán de desgracias —murmuró mientras caía por ese vacío oscuro ya conocido. Pensó lo peor, así que se protegió con una burbuja al momento de aparecer en el otro universo. El claro en el jardín estaba cerca del punto donde la conexión entre mundos era más fuerte pero no pensó que Cuatro abriría la puerta en el segundo intento y se iría sin él. Algo estaba mal.
Al aparecer notó inmediatamente que se encontraba en un lugar en ruinas, era la mansión Burjas pero estaba completamente destruida, reducida a cenizas. Siete no tuvo tiempo de reaccionar y sintió una mano sobre su hombro, hace un momento no había nadie detrás del rubio y quedó paralizado por el miedo.
—¿Hay... otro? —La voz era la de un hombre, grave y baja como un susurro.
—¿Dónde está Cuatro? —cuestionó sin moverse, no quería parecer una amenaza y que el sujeto se ponga nervioso.
—¿Cuatro...? Entonces... hay más —murmuró, el tipo hablaba de manera pausada, como pensando cada palabra pero dedujo muy rápido que había más Matías—. ¿Qué número... soy? —tras decir eso dio unos pasos para quedar frente a Siete. Se trataba de una versión más oscura de él mismo, era Tres, el Matías de rizos negros y mirada muerta.
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