Capitulo 11

A pesar de la impactante revelación, los Matías se calmaron y bajaron a la fiesta, después de todo eran la razón por la que todas esas personas estaban allí. Ambos vestían camisa blanca con el cuello levantado, rodeado por un pañuelo con lazada blanco, chaleco corto, pantalones largos muy ajustados y chaqueta de doble botonadura de bronce con faldón trasero de color azul oscuro.

Al bajar por las escaleras hacia el salón, ambos fueron el centro de atención inmediatamente. Las más encantadas eran las doncellas sin embargo no debían mostrar interés alguno, mantener las apariencias era lo más importante y debían mostrarse delicadas, indefensas y puras. Los hermanos gemelos fueron presentados a los invitados, quienes les hicieron preguntas acerca de su país natal y quedaron maravillados por su acento al hablar. Aunque extraño, era muy "elegante".

Siete aprovechó que allí se encontraban inventores autoproclamados para darles unas cuantas ideas. Como la electricidad, el automóvil, las redes de desagüe principalmente. Quien más lo pasó mal fue Cuatro al tener que estar dentro del salón, él no podía estarse quieto, huía disimuladamente de las personas y la peste, manteniéndose cerca de los ventanales y los arreglos florales.

Siete... él se fue afuera y me dejó aquí a propósito, se dijo entre dientes. Él evitaba que la gente se le acerque demasiado, sus alientos eran desagradables y comenzó a sentir náuseas.

También estaba el extraño comportamiento de las doncellas. Alguna de ellas mantenía la mirada fija en él de manera casi penetrante pero cuando él las miraba, disimulaban no estar viendo y movían sus abanicos siguiendo un patrón.

—¿Qué quieren decirme? ¿Qué clase de código morse es ese? —se preguntó así mismo, también se veía un poco desconcertado por las miradas llorosas y un tanto desorientadas de esas mujeres. Había recordado que Ayleen le dijo que se colocaba unas gotas de limón o belladona para lucir una mirada impactante pero él sabía que eso sólo irritaba los ojos, por supuesto se lo prohibieron porque terminaría ciega.

—¿Se encuentra bien, joven Burjas? —le preguntó uno de los invitados al verlo tan pálido.

—Sólo necesito un poco de aire —respondió para luego excusarse y huir hacia los pasillos. La peste estaba en todas partes—. Paciencia, pronto volveré a mi mundo o a uno que tenga desodorante y celulares —se dijo a sí mismo para tranquilizarse. Ya había pasado mucho tiempo sin su celular.

En ese momento escuchó el sonido de unos tacones por sobre el murmullo de la multitud en el gran salón, él miró a su alrededor, los pasillos estaban desiertos a excepción de una persona. Alguien que había pasado tiempo observando la mansión Amato y esperando el momento adecuado para actuar.

Ese momento había llegado, logró robar una invitación al baile y asistió vistiendo sus más elegantes ropas. Sin embargo, una vez que todos estaban distraídos ante la presentación de los hermanos gemelos, decidió actuar y buscar los aposentos de los señores de la casa. Se movía rápido por los pasillos y sin llamar la atención. En más de una ocasión se ocultó de los sirvientes detrás de las grandes cortinas y finalmente pudo llegar a la habitación de los señores.

Con cuidado abrió las puertas e ingresó al cuarto antes de que alguien más note su presencia. Una vez en el lugar, rápidamente buscó en la cómoda con el gran espejo y revolvió el contenido de los cajones.

—¿No hay maquillaje ni perfumes? Que extraño —murmuró, esperaba también tomar aquellos objetos para venderlos a un alto precio—. Preciosas —dijo al encontrar la joyería de la señorita Amato.

—Eso no te pertenece —una voz a sus espaldas hizo que volteara y encontró a uno de los gemelos recargado en el marco de la puerta.

Para entonces ya se había colocado su máscara en caso de que deba huir y no tendría que preocuparse de ocultar su identidad. Así que volteó luego de guardar un puñado de joyas en una bolsa.

—Oh, no os confunda joven Burjas. Sólo vine al baile para daros la bienvenida a su hermano y a usted pero terminé perdiéndome en la mansión —respondió, su máscara ocultando su sonrisa de burla. Los ricos siempre eran muy ingenuos.

—Ay ajá —soltó el rubio mientras alzaba una ceja de manera interrogativa—. Te perdiste y acabaste revolviendo el joyero de Ayleen, si claro.

—¿Y qué harás al respecto? —cuestionó al momento de desenfundar su espada como advertencia para el niño rico.

—Tranquila Fox, no hace falta amenazarme con una espada de esgrima —contestó, haciendo que ella frunza el ceño.

—Soy Fox fang, no sólo Fox.

—Está bien, baja el arma y puedes llevarte lo que necesites —dijo el rubio de manera calmada, dejándola completamente confundida.

—¿Cómo dices?

—Yo soy... Espero que esas joyas sean suficientes para que no arriesgues tu vida en otro asalto —comentó sonriendo.

—¿Dejarás que me lleve las joyas? ¿Cuál es el truco? —cuestionó, acercándose lo suficiente para apoyar la punta de su espada en el cuello del rubio—. Habla antes de que te calle para siempre.

—No hay truco, en serio.

Todo aquello le resultaba muy sospechoso a ella y tuvo que huir al escuchar la voz de la ama de llaves, quien buscaba al rubio en las habitaciones. Fox fang escapó saltando por los ventanales al momento que la señora abrió la puerta. Samira logró ver a la intrusa, sin embargo, en lugar de alertar a todos, corrió detrás de la ladrona sin percatarse de la presencia de Castel.

Cuatro sentía mucha curiosidad así que siguió a ambas sobre una de sus burbujas. Desde arriba logró ver que Fox fang tomó un caballo negro que la esperaba oculto cerca de la mansión, por su parte Samira tomó otro caballo para perseguirla por los extensos campos que rodeaban el terreno de los Amato. Eso era muy extraño ya que las mujeres no montaban a caballo al ser considerado una actividad masculina, Samira logró alcanzar a Fox fang, su caballo parecía ser mucho más rápido.

—¡Detente ahora! —exclamó.

—¡Alcánzame si puedes, vejestorio! —respondió Fox para luego adentrarse a las calles del pueblo, las mismas eran de roca y los cascos de los caballos resonaban con fuerza mientras la persecución continuaba.

Samira y Fox fang estaban muy cerca, entonces la mujer extendió su mano y logró tocar el caballo negro, en ese instante el animal frenó de golpe y lanzó a Fox de la montura.

—Carajo —maldijo Cuatro al verla caer, sin embargo se mantuvo al margen cuando Samira se acercó. Lejos de estar lastimada Fox fang se puso de pie y sacó su espada mientras la mujer desmontaba.

—No me agrada la hija de esos comerciantes pero ya es parte de la familia Morínigo y no dejaré que nadie dañe a mis señores —le dijo mientras se acercaba a pasos confiados.

—Eres como un perro leal, ¿morirías por tus señores? ¿Crees que ellos te recordarán una vez muerta?

—Entrega las joyas y no vuelvas a aparecer nunca por aquí —murmuró al extender su mano hacia Fox.

—¡Jamás! —la enmascarada atacó sin dudarlo, pensó que un corte en el cuello sería suficiente, sin embargo algo negro se interpuso en su camino. Reaccionó y dio unos saltos hacia atrás, viendo que aquello eran telas negras provenientes de su vestido—. Una bruja —dijo Fox fang sorprendida.

Ella ya no estaba segura de querer enfrentarla pues las brujas eran muy peligrosas, pero necesitaba las joyas. Fox miró a su alrededor y notó que habían atraído algunas miradas curiosas de los pobladores. Sin dudarlo acusó a la ama de llaves de ser una bruja y la atacó nuevamente para obligarla a defenderse.

Samira sujetó la espada con las telas de su vestido aunque Fox las cortó de un ágil movimiento. La mujer pasó a cambiar su estrategia y atacó, tratando de sujetar a la chica de la máscara de zorro, sin embargo era muy ágil y rápida, siendo capaz de esquivar sus ataques.

—Wow, Samir nunca mostró estos poderes —se dijo Cuatro, mientras presenciaba la pelea.

Los habitantes del pueblo comenzaron a rodear a la supuesta bruja, sin embargo Samira no parecía preocuparle eso.

—Vas a morir en el fuego, bruja —la amenazó Fox fang, quien ya estaba planeando su huida del lugar, aunque Samira soltó una risa.

—Nadie recordará esto, ni siquiera tú —declaró, un segundo después los presentes cayeron en un sueño profundo. Cuatro quedó atónito al ver aquello y escuchó un susurro en su oído con una orden.

—Duerme.

—Eso me dio escalofríos, ¿quién habla? —preguntó al cubrir sus oídos, sin embargo continuaba escuchando esa voz, pero a cada segundo se distorsionaba entre sonidos graves y agudos.

—Duerme, duerme, duerme... Un momento, ¿Castel?

—Si, soy yo.

—Interesante, al parecer puedes sobrevivir al viaje y pasar a otros universos.

—¿Quién eres? ¿Cómo sabes de los multiversos? —cuestionó el rubio. Mientras miraba como Samira recuperaba las joyas de Fox fang, quien estaba profundamente dormida al igual que los demás.

—Niño, desde el momento en que me encerraron, estoy presente en todas las realidades. Soy un dios.

—¿Hyrik?

—En tu mundo Samir me llamó Yamato y en éste ella me dice Yami-

—¿Si eres tan poderoso por qué estás atrapado en una piedrita? Samira también la tiene, ¿no? —lo cortó Cuatro, curioso por saber más de ese dios ya que Samir siempre fue muy reservado al respecto—. Si lo sabes todo, ¿cómo no sabías que yo estaba en este universo?

—Porque me parece un detalle insignificante. Es interesante cómo los humanos no pueden siquiera imaginar su final, suelo estar en todo tipo de lugares y en algunos si que fue divertido verlos morir, pero en otros es aún más gracioso ver cómo sufren.

—Entiendo... entonces eres el mismo ser que está atrapado en la gema de Samir, no tienes otras versiones.

—¿Por qué te lo diría? No eres importante o al menos la versión que quiero.

—No hace falta que me respondas, haré mis preguntas hipotéticas y los hechos lo harán —respondió el rubio para luego sacudir su cabeza para dejar de escuchar la extraña voz. Al regresar la mirada hacia el suelo, notó que Samira ya no estaba y supuso que regresó a la mansión a caballo.

Dejó a todos tendidos en la calle, pensó el rizado. Entonces bajó a la tierra para llevarse a Fox fang de ese lugar antes de que despertaran. Era una bandida así que si las personas la atrapaban la pasaría muy mal. Cuatro revisó las pertenencias en la bolsa de la montura de su caballo negro pero no había ninguna pista acerca de quién era o dónde vivía en ese mundo. Así que la llevó al único lugar que consideró que estaría a salvo. Él aprovechó que todos estaban distraídos en la fiesta para entrar a la casa y dejarla en su habitación.

Finalmente la velada terminó y los invitados se marcharon. Los sirvientes se encargaron de limpiar mientras que los señores de la casa se dirigían a sus aposentos. El Lord estaba muy entusiasmado y los Matías sintieron el peligro.

Debido a que la muchacha se adelantó a la habitación, ambos detuvieron al hombre, colocando cada uno su mano en los hombros de este.

—Sabemos perfectamente que lo que pasará es inevitable —comenzó Siete.

—Pero luego de consumar su matrimonio las cosas cambiarán, no volverás a golpear a la señorita —continuó Cuatro—. La escucharás, la cuidarás y amarás, ¿entendido?

—Es mi esposa, no podéis ordenarme qué hacer con ella, no tenéis derecho-

Cuatro lo cayó de una cachetada, así cómo él lo había hecho con Ayleen. El Lord estaba muy confundido, su orgullo herido, pero los hermanos todavía no habían terminado.

—Nuestras costumbres familiares son diferentes así que más te vale seguirlas al pie de la letra. Sino no volverás a ver a tu esposa —le advirtió Siete, mostrándole un papel con las reglas que debía seguir. El Lord miró el papel desconcertado, eso era irracional a su parecer, sin embargo no podía renunciar a una mujer tan hermosa como lo era la señorita Amato.

—Creí que luego del casamiento... ella ya era mía —murmuró pensativo.

—Esta es la última condición, ¿lo aceptas o no? —insistió Siete.

—Lo acepto —contestó con determinación al tomar el papel. Incluso después de leer las incoherentes y blasfemas reglas, no podía retractarse. No sería un caballero si faltara a su palabra, el honor era una virtud que debía mantener.

—Felicidades, ya puedes ir con ella —comentó Siete, quien se apartó de su camino pero Cuatro no lo hizo.

—Ella no lo dirá, pero si notas que le duele te detienes inmediatamente —le dijo el rizado, el tono que usó era claro y severo. Dejando implícita las consecuencias que podría llegar a sufrir si no cumplía con eso. El hombre tragó saliva por los nervios pero se mantuvo calmado.

—Comprendo, les doy mi palabra —respondió, entonces el rubio se apartó.

Los Matías lo observaron caminar hacia la habitación y la puerta se cerró detrás del hombre. Cuatro estaba inquieto por eso, aunque Siete le palmeó la espalda.

—¿No querías a Helena?

—Si, pero no así, ¡no así! —gritó en susurros para luego seguir a Siete hacia sus habitaciones—. Ahora que lo pienso él se parece mucho, pero todavía no puedo aceptar que Lady se haya convertido en ese tipo.

—Cálmate, el Lord no había estado casado antes, eso significa que es tan virgen como nosotros. Máximo le doy 5 minutos, estoy seguro no conoce los juegos previos ni nada —comentó Siete para tranquilizar a su otro yo.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo estuve investigando, los invitados conocían al Lord Morínigo —respondió al detenerse frente a su cuarto—. Él es hijo único del Duque de Rivadavia, sus padres murieron por una enfermedad y quedó sólo. Debió tomar las riendas pero necesitaba mucho dinero para mantener su estilo de vida por eso se casó con nosotros, la hija de burgueses asquerosamente ricos. Así el Lord obtendría seguridad económica y Cast el título noble.

—No me jodas, ¿Ayleen es una Duquesa de verdad? —murmuró Cuatro sorprendido, un momento después hizo una mueca al ver a Siete a punto de cerrar la puerta en su cara—. ¿Qué estás haciendo? ¿No íbamos a practicar abrir la puerta universal?

—Si, lo sé... Pero no he dormido bien en dos días, mañana lo haremos, ¿okey? —Siete se despidió mientras Cuatro aún estaba en los pasillos. El rubio contó hasta 3 y Siete abrió la puerta de golpe—. ¿Qué hace una mujer en mi habitación?

—Esa es mi habitación —indicó con una sonrisa.

—¡¿Qué haces con una mujer en tu cama?! —gritó en susurros mientras lo hacía entrar al cuarto para que nadie de la servidumbre los vea—. Es una de las invitadas, ¿accedió tan rápido?

—Deja de pensar lo que estás pensando, éste es Natt... Nathalie. Es Fox de este universo y la encontré robando unas joyas —le explicó a Siete mientras le enseñaba la máscara que ella estaba usando. Esta no parecía ser japonesa, sino que estaba pintada artesanalmente, tal vez fue hecha por ella misma.

—¿Y por qué está aquí?

—Samira, la ama de llaves, la durmió con sus poderes y no podía dejarla en la calle. Eso no lo haría un amigo.

—No es el amigo de tu universo, además la reputación de los Burjas quedará por los suelos si alguien se entera que tienes una mujer en tu habitación sin estar casados —Siete suspiró cansado y frotó su rostro con las manos.

—Menos mal que no pertenecemos a este mundo —comentó Cuatro quitándole importancia a eso.

—¿Por qué la ama de llaves tiene poderes? Ah, no importa... Hablaremos mañana —Siete dejó la habitación para ir a la suya, estaba muy cansado como para discutir con Cuatro así que sólo se fue a descansar. Por su parte, Cuatro se acostó junto a Fox en el lado disponible de la cama.

El rubio miraba el techo mientras pensaba que la situación era muy confusa, hace unas horas él estaba lamentando su muerte, pero ahora Fox estaba allí, respirando, aunque no sabía quién era él realmente, no eran amigos.

—¿Será mejor que la deje ir? El otro Natt murió luego de conocerme, Seis no está aquí pero alguien más podría causar su muerte —en ese momento vinieron a su mente los recuerdos muy vívidos de la pelea de Nathaniel y Seis. Rápidamente sacudió su cabeza para olvidar aquello antes de que sus lágrimas escapen—. Siete no lo entiende... ¿Algo le habrá pasado a su Fox? —él soltó un bostezo y se acomodó mejor. También estaba cansado así que cerró los ojos y al día siguiente arreglaría las cosas. 

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