Capítulo 10
Cuatro tuvo que soportar que el hombre se acerque varias veces, pero el mal momento pasó y ambos consiguieron un par de esos trajes antiguos, les serían muy útiles para no llamar la atención.
—El pantalón está muy apretado, siento que si me muevo mucho se romperá y... ¿para qué el bastón? —dijo Cuatro mientras se estaba mirando al espejo de la habitación.
—Es un accesorio como el sombrero de copa —explicó Siete—. No te preocupes por los pantalones, son telas de calidad —agregó al tomar su propio pantalón para estirarlo, demostrando que las costuras eran muy fuertes.
—Oh, menos mal.
—Aunque...
—¿Dónde vas? —Cuatro vio a Siete salir de la habitación, no dudó en seguirlo y comenzaron a caminar hacia los aposentos de Ayleen. El doctor había llegado hace unas horas y le recomendó al Lord descansar luego de rezar un par de padres nuestros, así que lo movieron a una habitación más tranquila para que pueda dormir plácidamente.
Al entrar vieron a Ayleen frente a un espejo grande y con marco finamente tallado, ella se sobresaltó pues la habían visto maquillándose.
—No debieron entrar sin golpear, sois unos maleducados —les dijo, mostrándose avergonzada y humillada, ya que nadie debía saber que usaba maquillaje, la norma era verse natural y sin imperfecciones.
—No voy permitir que te sigas envenenando por ignorancia —respondió Siete, arrojando el maquillaje al suelo sin una pizca de culpa ante las lágrimas de la muchacha. Ella se arrojó al suelo con dificultad a causa del vestido e intentó recoger los polvos y cremas.
—¡Siet... Aarón! —exclamó Cuatro—. No seas tan brusco.
—Créeme, estarás mejor sin esas cosas —le dijo el rizado, inclinándose para consolarla.
—¿A-Ahora cómo m-me veré hermosa... pa-para mi esposo? No soy digna p-para el Lord, la ama de llaves... t-tenía razón —se lamentó, sus lágrimas quitaban el talco que estaba aplicándose y un lunar bajo su ojo izquierdo quedó a la vista.
Somos hermosos como mujer, pensaron ambos en ese momento. También les daba pena verla llorar, así que la ayudaron a levantarse.
—Puta madre, si sigo oliendo eso voy a vomitar. ¿Por qué ella pesa tanto? —habló Cuatro cubriendo su nariz.
—Es su vestido, no es muy cómodo que digamos —respondió Siete, entonces ambos sintieron un empujón por parte de la muchacha. Ella los alejó ya que estaba muy asustada.
—Sois muy extraños, ese vocabulario es tan vulgar y mi maquillaje... Siento que os conozco pero al mismo tiempo siento escalofríos.
—Está bien, tranquila. Hay una razón por lo que sientes eso. Te explicaremos, eres inteligente y entenderás pero no puedes decirle a nadie más —le dijo Cuatro con una sonrisa—. Nosotros somos tú pero de otros mundos, existen unos espejos de cristal que muestran nuestros universos. Yo provengo del espejo 4, él del espejo 7 y tú perteneces al espejo 2.
—Realmente no somos gemelos, somos la misma persona —aclaró Siete—. Ambos nos llamamos Matías Aarón Burjas y, por si todavía no nos crees, estamos seguros de que cuando eras niña podía hacer algo como esto —él entendió su mano hacia ella haciendo aparecer muchas burbujas pequeñas, brillantes y transparentes.
Ayleen se sorprendió, por su mirada las había reconocido pero algo sucedió. Ella comenzó a jadear y se desvaneció, haciendo que ambos se apresuraran a atraparla.
—La verdad fue demasiado para ella —comentó Cuatro alarmado.
—¡No, es el vestido! —indicó Siete, ordenándole a su otro yo que tomara el cuchillo de caza que estaba en su mochila y cortara el corsé. Esa prenda estaba fuertemente ajustada alrededor de la cintura de la muchacha.
—Esta cosa está cortando su respiración —Cuatro se hizo paso entre las telas y quitó el armazón de hierro de la falda para finalmente cortar el corsé—. Carajo, esta época es muy peligrosa, ¿el maquillaje también tiene algo malo? —supuso mientras llevaban a Ayleen a su cama. Ella recuperó el color rápidamente.
—Si, está hecho a base de arsénico y plomo. Todo el maquillaje en esta época es tóxico, mercurio, plomo, amoniaco, etc. Incluso las telas, los tintes sintéticos tienen esos químicos en su composición—le advirtió mientras se disponía a deshacerse de cada polvo y labial dentro del precario baño que había en la habitación. El mismo contaba con un inodoro apestoso y una bañera, el agua parecía escasear por alguna razón, frente al espejo él encontró cientos de botellas elegantes repletas de arsénico y carbón con lo que ellos usaban para lavarse los dientes.
Cuatro se acercó a él y su mirada se torció a una de desagrado total al enterarse que usaban esas cosas y las ponían en sus bocas.
—El abuelo lo sabía, por eso nos hizo prometer que la cuidaríamos —murmuró el rizado pensativo—. Voy a darle un buen baño, no me importa lo que digas —agregó mirando a Siete, ya estaba harto de soportar la peste.
—No hay agua potable.
—La voy a conseguir de otro modo, si la revolución industrial nunca sucedió significa que los ríos y lagos no están contaminados.
—Te equivocas —respondió Siete en un tono serio, claramente estaba desafiando a Cuatro—. No existen las redes de desagües, toda la mierda y basura termina en los ríos, arroyos y en la calle.
—Que asco —el rizado hizo una mueca, sin embargo sacudió la cabeza para concentrarse. Iba a encontrar el agua más pura y limpia, aunque tenga que volar kilómetros de distancia—. Ya verás.
—Okey, ve... Qué piensas de esto, ¿si alguno tiene relaciones con Ayleen sería masturbación o sexo? —preguntó Siete, descolocando mucho a Cuatro—. Es broma, yo pienso que es masturbación al ser la misma persona.
—No jodas, tus preguntas hipotéticas se están saliendo de control.
Tiempo después la rubia despertó sintiéndose desorientada pero inmediatamente recordó lo que había pasado antes de desmayarse. Ella se sorprendió al estar en ropa interior, la cual consistía en un enterizo de tela fina con bordados, su vestido se encontraba destrozado en el piso y pensó lo peor.
Ella se encogió en su lugar al momento de ver a uno de los gemelos entrar en la habitación. Él parecía muy tranquilo mientras la rubia temblaba de miedo. Siete la miró, esperando que gritara o lo golpeara debido al malentendido pero eso no pasó, no la educaron más que para ser un complemento del hombre y cumplir sus deberes de esposa.
—¿Te sientes mejor? Te desmayaste —le preguntó sonriendo, a lo que Ayleen forzó una sonrisa por amabilidad.
—Si... Esto me sucede seguido. No se preocupe.
—El responsable es el corsé, al estar muy ajustado provocó falta de aire. Me deshice de todos al igual que tu maquillaje tóxico —explicó con calma, haciéndola temblar nuevamente—. Hey, parece que no pero lo hago por tu bien, tu salud mejorará a partir de ahora.
—No lo entiendo, por qué...
—Eres yo y no voy a permitir que me maltraten si no lo merezco —respondió, precisamente eso lo llevó a ayudar a Cuatro y terminó involucrado en los viajes multiversales—. Seguramente tienes muchas preguntas, ¿no?
Siete se acercó para sentarse en el borde de la enorme cama, ella mantenía la mirada abajo. Sus mejillas estaban sonrojadas por la vergüenza y le resultaba muy extraño el comportamiento del rizado.
—¿De verdad puedo? —preguntó en voz baja, insegura de hablar y por ello recibir un golpe. Siete asintió, dándole ánimos y confianza—. ¿Es brujería? Las burbujas... las vi.
—No, son habilidades otorgadas por mis bisabuelos. En mi universo existen los poderes y son heredados. Al combinar sus habilidades ellos vincularon nuestros mundos y por eso Cuatro y tú también los tienen.
—No... Mis padres dijeron que estaba maldita, ellos pensaron que me convertiría en una bruja —dijo confundida. Siete tuvo una idea, así que le mostró su celular, allí tenía fotos, memes y vídeos junto a su abuelo.
—El mundo de Cuatro y Seis son los más avanzados tecnológicamente pero el mío tiene lo suyo —comentó al dejarla manipular el mágico artefacto, eso era a los ojos de la muchacha.
Ella no sabía cómo usarlo y el flash la segó varias veces, incluso lo dejó caer cuando comenzó a sonar.
—No pasa nada, es una llamada del abuelo Maximiliano.
—¡¿Podéis hablar con los fallecidos?! ¿A-Abuelo?
—No, es el abuelo de mi universo. ¿Quieres conocerlo? —Ayleen no estaba segura pero la curiosidad la llevó a atender la llamada con indicaciones de Siete. Le pareció maravillosa la imagen que apareció en la pantalla, era como un portal que le mostraba la figura del hombre.
—Hola Matías, necesitaba verte —dijo Maximiliano sonriendo, aunque notó la diferencia un segundo después—. Mis disculpas señorita, ¿cómo te llamas?
—M-Maite Ayleen Amato —respondió, sintiéndose muy extraña—. Aquí usted se llamaba Maxine.
—Los dejaré hablar tranquilos —habló Siete para luego salir de la habitación. Planeaba ver el decorado del salón sin embargo chocó con Cuatro en el pasillo y sus frentes se golpearon.
—¡Ah! Me dolió —se quejaron. Entonces Siete le preguntó si había conseguido agua, Cuatro asintió pero había otro problema, era posible que los jabones también tengan sustancias tóxicas.
Siete siempre estaba un paso adelante y le enseñó que trajo consigo artículos de higiene personal como jabón, dentífrico, incluso desodorante. Cuatro sonrió en ese momento, y llevó todo lo necesario a la habitación de Ayleen, quien ya había terminado de hablar con Maximiliano. Ella lucía un poco más calmada y demostraba un semblante más alegre.
—Hora del baño —le dijo Cuatro.
—Y-Ya tomé u-un baño antes de-de la noche d-de bodas —respondió apenas, temiendo que la golpee.
—Apestas a zorrillo, no lo hueles porque ya estás acostumbrada pero yo no —Cuatro la llevó al baño, convenciéndola que quitando el maquillaje venenoso y la suciedad haría que ella se vería hermosa para su esposo.
—No sabía que tenía tendencias misofóbicas —comentó Siete, aguantando su risa burlona.
—Cuando termine con ella sigues tú, según mis cálculos llevas tres días sin bañarte —le advirtió y luego cerró la puerta, extrañamente Siete sintió escalofríos porque sabía que Cuatro hablaba muy en serio.
Entonces dedujo que había encontrado agua pura muy fácil y su demora era porque se estaba bañando. Si es cierto lo que dicen: uno no termina de conocerse, pensó.
Dentro del cuarto de baño Cuatro tenía problemas pues Ayleen entró a la bañera con ropa.
—¿Ya no tienes vergüenza? —cuestionó arqueando una ceja.
—Un poco pero hablé con la-el abuelo Maximiliano gracias a la magia tecnológica. Me explicó que podía confiar en vosotros, que me protegerían —respondió con una sonrisa. Esta vez era genuina.
—Él saca lo mejor de mí... —comentó Cuatro, aliviado al reconocer su sonrisa de felicidad de ella—. A ver, ¿se supone que así te bañas? —dijo cambiando su tono al ver que ella ya iba a dejar la bañera.
—Mi belleza se desgastará.
—Ah, creencias de gente pendeja —dijo al sujetarla y arrojar una gran cantidad de agua sobre su cabeza. Los rizos se alisaron por el agua y Cuatro vertió shampoo—. Mira, esto hace mucha espuma.
—Oh, huele muy bien —ella se distrajo con las burbujas flotar a su alrededor, se divertía juntando la espuma del shampoo con sus manos para darles forma—. Huele... huele a manzana, ¿no?
—Manzana verde por supuesto —respondió, desde que tuvo memoria ha utilizado ese shampoo y acondicionador para cuidar sus rizos. Ahora sabía que Siete también usaba el mismo tipo y marca—. Es jabón de otro universo, tállate bien porque no querrás que yo lo haga —más que un aviso era una amenaza. Ella asintió rápidamente y tomó la barra, debía apresurarse porque en unas cinco horas empezaría el baile y no tendría tiempo para prepararse.
—Ya estoy lista.
—No es cierto, tómate tu tiempo —respondió al sentarse en una esquina, dándole la espalda—. No miraré pero tampoco saldré de la habitación hasta lo que hagas bien.
—Oh... La señora se había esforzado mucho para arreglarme, aunque dijo que una campesina nunca se vería como una señorita noble —comentó desanimada.
—¿La ama de llaves? Yo me encargaré de ella, somos viejos amigos —la tranquilizó el rizado—. Supongo que aquí se llama Samira Zalazar.
—Es correcto, entonces la conoces —dijo Ayleen sorprendida—. ¿Es hombre también? ¿Qué tipo hombre es?
—Bueno... es difícil de explicar, pero ambos se ven igual de jóvenes. Creo que cumplirá 61 años pero se ve de 30 —respondió soltando una risa.
—¡¿La señora tiene 61 años?! —exclamó atónita.
—Si, puedes recordarle eso cuando te presione mucho —le aconsejó.
—Entonces todas las mujeres de mi mundo son hombres en el tuyo —murmuró pensativa—. ¿Cómo es el Lord Morínigo? ¿Estáis casados también? Debe ser una mujer noble muy educada.
—Que también me golpea —dijo Cuatro para sí mismo para luego responderle a Ayleen—. Eh, no. No nos casamos a temprana edad o más bien nunca, las personas le tienen fobia al casamiento.
—Nuestros mundos realmente son muy diferentes —Ayleen terminó de frotar sus brazos y sonrió—. ¡Terminé!
—Muy bien —el rubio volteó y vio la bañera rebosado de espuma, apenas alcanzaba a ver a Ayleen entre todas esas burbujas y no pudo evitar soltar una risa.
La voz se corrió rápidamente a través de los mensajeros, al ser un pueblo pequeño las personas de alta sociedad recibieron la invitación y enviaron sus respuestas con gusto. Sin tecnología, internet y difícil acceso a la información, los eventos sociales eran muy importantes para socializar con otras personas.
—Este pueblucho verá cómo son los bailes en España —se dijo Samira mientras terminaba de arreglar los últimos detalles del gran salón.
Las horas pasaron y la noche cayó, la mansión lucía espléndida y elegante a la luz de la brillante luna. Dentro los gigantescos candelabros con velas iluminaban el gran salón y los otros cuartos. Los invitados comenzaron a llegar en carruajes, siendo las damas quienes más llamaban la atención luciendo sus vestidos y peinados altos. Al contrario, los hombres usaban trajes con pantalones ajustados, botas y chaquetillas con bordados de hilos de oro.
Los invitados eran personas de alto estatus social y económico, estaban emocionados y tenían curiosidad por conocer a los familiares de la esposa del Lord Morínigo. Las doncellas sobre todo quería conocer a sus futuros esposos porque dos hermanos solteros de una familia tan adinerada como los Burjas eran excelentes candidatos. No tenían idea de cómo eran, cómo se veían o sus edades pero más de una de las jovencitas estaba decidida a conquistarlos. Obviamente sus familias estaban detrás, sobre todo los padres, quienes buscaban los mayores beneficios a cambio de la novia.
Mientras la multitud especulaba sobre los hermanos gemelos extranjeros, Lord Morínigo fue a buscar a su esposa a la habitación acompañado por su ama de llaves. Él ya se sentía mucho mejor aunque ignoraba que sólo eran golpes.
—¿Estáis lista, señorita Ayleen? —preguntó al abrir la puerta.
Vio a los gemelos presentes en su habitación, sin embargo no pudo reclamarles porque quedó sin palabras al ver a la muchacha luciendo un hermoso vestido azul con detalles morados. Ella se veía diferente pero no sabía qué era exactamente, sus rizos caían a los lados de sus hombros como cascadas doradas, su piel pálida resaltaba con la luz de la luna que entraba por los grandes ventanales.
—Estoy lista —respondió al acercarse elegantemente. Ella ahora podía moverse con gracia debido a que Siete le hizo unos cambios al vestido, por ejemplo se deshizo del corsé, del armazón de hierro de la falda y utilizó almidón para abultarla. Cuatro se encargó de peinarla y la maquilló con una base en polvo que encontró entre las cosas de Siete.
—Ese no es el vestido que elegí para usted, tampoco está usando corsé —dijo Samira confundida y un poco molesta.
—Querida... os veis radiante, preciosa como la luna de esta noche y ese perfume es tan embriagante —dijo el Lord al tomarla de la mano y besarla, cosa que sonrojó a la muchacha—. Vamos, los invitados están esperando. Los otros caballeros sentirán envidia al ver a mi hermosa esposa y las doncellas serán ignoradas porque nadie podrá apartar la mirada.
—P-Pero... —la mujer fue ignorada y la pareja salió de la habitación, olvidando que los supuestos hermanos gemelos estaban todavía allí.
—Golpeador y cursi, odio a ese tipo —comentó Cuatro en voz baja hacia su otro yo, luego se acercó a la ama de llaves—. Relájate Samira, es una fiesta.
—Le exijo que se dirija a mí con más respeto además, ¿cómo sabéis mi nombre?
—La señorita Ayleen nos lo dijo obviamente —respondió Siete para luego sacarla de la habitación—. Ahora debe acompañar a su Lord, nosotros iremos en un momento.
—Espero que esta noche no sea una catástrofe —comentó en un tono indignante para luego alejarse contoneándose con su extravagante vestido.
—Que loca mujer —comentó Siete—. Lord también es lo peor, irá a presumir a Ayleen como si de un adorno se tratase —masculló entre dientes.
—Oye, ¿por qué llevas una base en polvo? —cuestionó con una sonrisa burlona.
—La base oculta las imperfecciones y previene las espinillas, aparecen muchas cuando estoy estresado —le explicó mientras se colocaba la dichosa base del tono de su piel—. Me estresa ver al Lord.
—El abuelo ya lo dijo, en esta época si no estamos casados seremos considerados unos parias. La unión es para toda la vida y tuvimos mucha suerte de que el sujeto sea bien parecido y que la diferencia de edad sólo sean de 6 años. Lo único que podemos hacer es aconsejarle al Lord de cómo tratar a Cast.
—¿Cast? Me gusta, es muy elegante —asintió Siete.
—Digno de duquesas y ladies —agregó Cuatro, entonces una pregunta vino a su mente—. Primero Lady Hell y ahora este Lord, ¿por qué siempre me topo con gente así?
Cuatro notó un cambio repentino en el semblante de Siete, se veía mucho más pálido, como si hubiera visto un fantasma o una monstruosidad.
—¿Qué pasa? —preguntó preocupado, entonces Siete lo tomó de su ropa, apretando fuertemente la tela en su puño.
—El nombre de ese tipo es... Héctor Roman Morínigo —murmuró mostrando auténtico terror en sus ojos. Antes no le había tomado importancia hasta escuchar lo que dijo de Cuatro.
—Lady se convirtió en Lord.
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