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Mi mirada estaba dudosa. Lo que fue mi porte amable se estaba escabullendo, porque no había nada que detestara más que aquellos que se apropian de lo que no les corresponde. Por supuesto que eso es justo lo que hacen los piratas, ¡pero yo no lo había terminando de comprender!

El pasillo estrecho por el que nos llevaron soltaba un aroma a sal de mar, eso también me estaba irritando porque confirmaba la procedencia de todos todos esos objetos. No quería más que recuperar lo que era nuestro, pero ya estábamos ahí, con Roderique brillando por su ambición y yo por la ira.

Al final, había una pequeña puerta de madera. El hombre que me acompañaba la abrió y finalmente pude ver al coleccionista.

Lo que vi no era lo que esperaba. Después de aquello, creí que encontraríamos a un rufián como aquellos con los que solía viajar Roderique. Pero en realidad no fue así. Un pequeño y bonachón anciano estaba haciendo reparaciones a un juguete. Sacaba la lengua de lado por la concentración y tenía unos lentes diminutos.

Su nariz estaba sonrojada y la forma de bolita lo hacía lucir más adorable. En definitiva, no daban ganas de darle una patada en el rostro, como ya empezaba a planear, sino de escuchar una gran historia de ultramar junto a él.

—Veo que al fin regresaste —dijo el hombre sin quitar los ojos del juguete.

El tono también era tremendamente tranquilo, hacía parecer ridículo a Roderique que marcaba su mirada fuerte entre la cejas.

—Vine por lo que me corresponde.

Mis ojos estaban volando entre mi acompañante y el hombre. No tenía idea de qué era lo que iba a pasar así que me coloqué un poco más del lado del anciano, porque me transmitía más confianza.

Aproveché el juego de miradas, que estaba realizando Roderique a solas, para poder echar un vistazo a todo el sitio que rodeaba al anciano. Un montón de miralejos, botellas on mensajes, conchas de mar pulidas. Los artefactos daban una impresión diferente a las que recibían a los visitantes. Me pregunté por la intención de ese hombre, pero al final él mismo me respondió sin tener que rogarle por explicaciones.

—No te daré nada, Roderique, ya te lo dije —contestó el hombre con toda la paz que he visto en un humano—. Ese es mi trabajo, protejo todas estas reliquias de ladrones como tú.

El pirata me miró de reojo, quería asegurarse de que yo estuviera de su lado. Los artefactos empezaron a llamarme. Era como si estuviera conectada a cada uno y en verdad comencé a comprender mi propósito en ese lugar.

—Yo no soy un ladrón...

—¿Un pirata? —dijo el anciano riendo al tiempo que lo miraba por primera vez—. No me hagas reír. En realidad ustedes son la plaga más detestable de todos los mares y no, yo me niego a darte cualquiera de estas reliquias.

—Señor —pregunté cortando la tensión con mi propia voz—, ¿usted de dónde sacó todas estas cosas?

El anciano dejó de reparar el juguete para ajustarse los anteojos y mirarme con mucho más cuidado.

—Roderique, eso es bajo hasta para ti. ¿Trajiste a una sirena? —cuestionó el hombre meneando la cabeza y aclarando su garganta—. Disculpe, señorita. Yo soy un coleccionista de cosas que pertenecen al mar, un guardián. Espero no lo tome de manera negativa... ¿Ha venido aquí por su propia voluntad?

Estaba cerca de contestar que sí, pero en ese instante también me lo cuestioné. ¿Había ido ahí por voluntad propia? ¿Yo qué ganaba al recuperar la reliquia y permitir que Roderique dominara la marea?

—Eso pensé —concluyó el coleccionista y retomó su trabajo.

Roderique se acercó al pequeño escritorio de madera que cuidaba su figura, esa tremendamente similar a las que me había mostrado, y dio un pequeño golpe en el mueble.

—Yo los tenía primero, eso lo convierte a usted en un ladrón y de eso no queda la menor duda.

—¿Qué es lo que hace un coleccionista? —volví a interrumpir. En ese momento, mis dedos comenzaban a recorrer una divina figurilla hecha de algas marinas secas.

Alcancé a percibir la mirada tierna del hombre. Roderique giró los ojos y cruzó los brazos tan enfadado como podía estar.

—Bueno, es una pregunta muy interesante —respondió el hombre terminando de trabajar en el juguete de un solo momento.

No estaba a simple vista, pero el hombre se bajó de un pequeño banquito que tenía para quedar a una altura adecuada para trabajar.

Su estatura era diminuta, el porte era divino. Parecía que había vivido toda su existencia entre esos objetos y que les tenía un afecto especial como nadie.

—Un coleccionista, pequeña, es una persona que dedica su vid a colectar las reliquias marinas que han perdido el rumbo. Algunas son hurtadas por mequetrefes como este —expresó señalando a Roderique con la cabeza—. Otras llegan con las olas a tierra firme y necesito guardarlas, para que nadie quiera hacer mal uso de ellas.

—¿No las regresa al mar?

Nuevamente me miró como si yo tuviera tu edad, así que me sentí un poco avergonzada, aunque yo sabía perfectamente de lo que estaba hablando.

—Las estoy guardando porque alguien vendrá por todas ellas muy pronto y yo debo encargarme de que las cosas estén en orden.

—¿Es alguien de mi reino? —cuestioné. Por supuesto que esperaba una respuesta afirmativa. No había otra respuesta correcta más que aquella, porque nadie podía manejar mejor las cosas del mar, más que las mismas sirenas.

—Bueno, algo así.

El hombre caminó por toda la habitación y empezó a buscar algo entre sus cosas. En ese momento aproveché para mirar a Roderique, aquel empezó a hacerme señas y en ese instante terminé de comprender su plan. Seguramente, esperaba que yo fuera la que robara la estatuilla, para que él, simplemente, pudiera irse como si la misión hubiera sido fallida.

Apenas estaba por negarme a ejecutar aquello, cuando el coleccionista finalmente se giró con un objeto entre sus manos. Aquel era brillante, tenía un pequeño remolino y un océano miniatura que se movía al ritmo del real.

—Esta es su promesa, la promesa de que regresará, porque una vez me salvó y eso bastó para que yo le diera toda mi vida.

Me quedé observando el artefacto embelesada y suspiré al tener un poco de nostalgia por mi hogar.

—Pero el cómo llegó a a mi vida y me dejó este obsequio es una de las historias más hermosas e interesantes de toda mi vida.

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