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Dormir en el mundo humano es muy distinto, bueno, aunque claramente tú lo sabes. Dormir aquí es mucho mejor, porque siempre hay bienestar. Ustedes tienen demasiado frío, calor, viento y algunas complicaciones para mantenerse en esa tranquilidad que deberían.

Como sirena, tan solo puedo recordar hermosas noches plácidas en las que no había nada más que mi intención de descansar. Cuando eres un humano, tu mente no se calla. Sé que yo no era completamente humana en ese momento, porque me percibía así, pero algo que definitivamente pude experimentar es el caos de su mente.

Su mente, es como un pañuelo molesto en el que están depositadas las cosas que no deberían. ¿Por qué estaba repasando conversaciones y dudando si lo que hacía era correcto? Me parecía de lo más tonto y de lo menos útil que había vivido. Yo quería descansar, ¿por qué era que mi cerebro estaba empeñado en no dejarme hacerlo?

A consecuencia, desperté un poco cansada. Sentía los ojos secos y la piel partida, nunca me había percibido de esa manera, así que seguramente portaba un aura desagradable.

—¿Te mareaste con el barco? —preguntó Roderique con una sonrisa en cuanto me vio.

No parecía preocupado, sino más bien enternecido por mi presencia.

—Claro que no —respondí un poco ofendida. A las sirenas no nos marea el agua—. Es que no pude dormir tan bien, pero no importa.

Roderique asintió. En tiempos posteriores, tuve la oportunidad de reflexionar por qué siempre hacía ese tipo de gestos. La respuesta resultó dolorosa, pero finalmente era lo que necesitaba escuchar: Nunca me hacía caso.

¡Así es! Uno puede pensar que es imposible charlar solo o que es una locura seguir conversando con alguien que no te está haciendo el más mínimo caso, pero definitivamente uno puede encontrarse en esa situación.

En las conversaciones de Roderique, solamente existía él. Aunque, a mí me gustaba tanto que en realidad no me importaba. Me agradaba lo que contaba, resultaba toda una aventura. En ese día, el sol estaba brillando fuerte, así que aprovechó para agregar más dramatismo a su explicación.

Me llevó a cubierta y me sentó en un pequeño banquito lejos de todos.

—¿Sabes lo que es esto? —preguntó mostrándome un cofre.

—No.

Pareció un poco decepcionado con la respuesta, pero al final del día él tenía demasiada paciencia cuando se trataba de obtener lo que quería.

—Este es un cofre del tesoro. Contiene algo que necesito que identifiques. Por supuesto, con tu intuición lo lograrás, pero primero quiero que te familiarices con todo —explicó el hombre abriendo el enorme cofre.

El sol chocó contra las monedas de oro. El brillo me cegó por un momento, así que me llevé las manos a los ojos imaginando que aquello me haría algún daño.

—Mira, no te pasará nada —expresó el pirata moviendo las monedas como si se tratara de hermosa arena.

Me quité las manos poco a poco y al notar que no era peligroso, sino que se trataba de algo que revolvía de emoción la punta de mi estómago, me acerqué.

—¿Qué es esto?

Roderique me miró. Yo pensaba que me estaba mirando con amor, porque la mirada estaba abierta y repleta de brillo. Eso era lo mejor que yo podía pensar, era lo que yo quería imaginar. Pero en realidad su expresión era así porque se encontraba hablando frente al amor de su vida: la riqueza.

—Esto de aquí es oro, lo más hermoso que puedas encontrar en la vida —dijo levantando una moneda—, claro, hay otros tesoros interesantes en este cofre.

El hombre se arrodilló para comenzar a remover las monedas. Me pasó un collar de perlas que era tan largo que me pregunté cómo era que se usaría en el cuello. También me dio anillos, pequeñas estatuillas y monedas de oro que lucían un poco diferentes, como medallones.

—¿De dónde proviene todo esto? —pregunté con ingenuidad. Creía que era algún tipo de elemento exótico de la especie humana, así que me llevaba las monedas a la nariz para ver si olían a algo especial o las pasaba por mis manos para sentir su hermoso tacto.

El pirata tardó un momento en responderme, en parte era porque estaba pensando cómo decirme aquello sin desanimarme a participar en su aventura mercenaria, y por otra parte, también estaba demasiado inmerso en el contenido del cofre.

—Los piratas, mi estimada sirena, nos dedicamos a recolectar este tipo de cosas. Son hermosas, vamos, dime que no.

—Lo son, muy, muy hermosas...

—Entenderás entonces por qué quiero recuperar algo que me fue robado —soltó el hombre cerrando el cofre de manera repentina.

Yo di un pequeño salto porque apenas estaba regresando los anillos.

—Te voy a mostrar una de las piezas que necesito recuperar, me fue hurtada, lamentablemente.

Mi corazón se sintió conmovido por aquello que me estaba contando. No era posible que alguien se hubiera aprovechado de la infinita hospitalidad y bondad de Roderique y los marinos del Sultán de Ultramar.

—Eso es horrible, ¿cómo es que pasó?

Roderique borró la pequeña sonrisa que tenía, esa de astucia descarada, y después la cambió por otra expresión que me resultó tremendamente extraña en él.

—No quiero hablar de eso, fue robada y ya. Necesito que me ayudes a encontrarla.

Después de un tiempo me di cuenta de que aquello había significado una derrota para el pirata y él odiaba perder. No le gustaba hablar de las batallas en las que había resultado herido y despedazado por el enemigo. Él solamente se concentraba en las anécdotas en las que parecía algún tipo de héroe divino. Le encantaba mostrarse así.

Yo estaba mirándolo con la boca casi totalmente abierta. Cuando terminó de recordar su breve derrota, retomó la pose orgullosa y me dijo que me esperaba en su oficina para explicarme todo sobre la reliquia que tendríamos que rescatar.

No sabía por qué, pero estaba muy nerviosa mientras avanzaba por ese pequeño pasillo hasta donde se encontraba el pirata. Quería agradarle, ese era el factor que estaba dificultando mi felicidad.

Llamé a la puerta, como si en realidad no supiera que podía presentarme sin hacerlo, porque acabábamos de despedirnos; sin embargo, mi comportamiento no salió de los límites normales, porque Roderique también estaba en pose. Se encontraba leyendo un extenso mapa cuando yo entré en su oficina. Casi parecía que hacía un breve momento no estaba aventando monedas y casi hundiéndose en el cofre como un niño pequeño.

Los humanos, desde niños aprenden el amor a ese oro. Por esa parte, sigo contenta de ser parte de las sirenas. Bueno, por eso y por mucho, ¡mucho más!

—Esta de aquí es una estatuilla muy especial —me dijo mostrándome algo envuelto en una tela.

Me quedé admirándolo, sin encontrarle nada particularmente divino y él giró los ojos.

—Por supuesto que la reliquia está aquí debajo, pero antes necesito explicarte para qué sirve.

Levantó la tela de manera teatral y después clavó la mirada en mí, esperando algún tipo de reacción.

En realidad no comprendía bien lo que era, pero tenía la forma de una concha marina, eso era lo único que me quedaba claro. Era brillante, blanco. Muy llamativo.

—Esto, mi estimada sirena, es un artefacto mágico.

Sí, este humano también estaba obsesionado con la magia.

—Con él, y con los otros dos de ellos, se puede controlar la marea a voluntad.

A pesar de todo lo que sentía por ese hombre y la solemnidad que había mantenido hasta el momento, no pude evitar soltar una risa. Una parte de mí en realidad creyó que Roderique intentaba jugarme una broma, así que simplemente dejé que lo absurdo de aquella afirmación llenara el momento y me permitiera soltar una risa sincera.

Cuando noté que el pirata me miraba con una fuerte furia y me tapé la boca para parar de un momento a otro.

—Lo siento —dije recobrando la compostura—. No creo que se pueda controlar la marea.

—Lo siento yo, no te expliqué que eso me lo contaron los dueños de estas mismas reliquias. Tenía las tres, pero me robaron dos. Una ya la recuperé, pero desafortunadamente la otra la tiene otra persona que está en un pueblucho.

No sabía qué era un pueblucho, pero me preguntaba si entonces teníamos destino en tierra firme. La respuesta me fue dada de inmediato.

—Hemos fijado el rumbo hacia ese pueblo. Iremos antes de llegar a la isla Girasoles, ahí festejaremos porque nuestra primera parada es horrenda. Es un lugar tan poco especial que en realidad solo bajaremos por unos breves momentos —explicó él señalándome una parte del mapa, como si en realidad creyera que yo sabía de lo que hablaba—. Claro, necesito un poco de tus habilidades mágicas, para que puedas asegurarme que esa reliquia que consigamos es la real y no una réplica barata.

Asentí no más que confundida. Miré la estatuilla con mucho cuidado, en realidad no me despertaba ningún sentimiento. Me pregunté si entonces lo que me pedía era posible, por lo que hablaba, parecía que daba por hecho que todas las sirenas podríamos reconocer esas cosas, pero en realidad no es así.

Algo en mí me hizo callar. Quizá fue mi intuición o el mar que nuevamente me daba consejos.

—Prepárate, sirena, porque el destino está muy cerca.

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