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Todo lo que aseguré antes de irme a dormir, lo cumplí al pie de la letra. Yo siempre he sido de palabra.
Me levanté muy temprano, ayudé con el desayuno y asistí a la escuela con la mejor de las actitudes. Vestí del ánimo más brillante. Imaginaba que mi nueva amiga estaba a mi lado, observando todas las tareas que realizaba. Quería impresionarla, porque era su única amiga humana y eso me hacía sentir muy orgullosa.
Aquello, por supuesto, puso de muy buen humor a mis padres. Estaban contentos de que al fin estuviera rindiendo bien en el puesto de frutas.
Lo bueno de un trabajo bien hecho, mi pequeña Angie, es que en definitiva, puedes disfrutar mucho más todo lo que hagas posterior a este. Ese día no fue una excepción. Salí corriendo al malecón, el resfriado también había respetado todo el ánimo con el que me desperté aquel día, así que no supuso ningún problema para poder reunirme con Amea.
Llegué a tiempo, de hecho un poco antes, como a todos los lugares a los que uno se muere de ganas por llegar. Me senté en la pequeña roca que se encontraba ahí, frente al mar, y después saqué un envase que tenía un poco de mango picado.
Me había preguntado si es que a las sirenas les gustaría la fruta humana. Concluí que sería increíble poder decir que yo le había dado a probar a una nueva especie de mi delicioso mango, así que guardé los últimos trocitos.
*ೃ༄
La tarde empezaba a enfriar nuevamente, mis pies ya se habían arrugado un poco por haber estado tanto tiempo sumergidos en el agua y mi amiga aún no se veía a la distancia. El sol también estaba empezando a cansarse, así que ya declinaba en fuerza, dejándose cobijar por el océano, como siempre.
Por mi corazón pasó la breve duda de si mi amiga me dejaría plantada. No quería perder la esperanza, pero es que quizá ya había encontrado a su hermana, o qué tal que los bibliotecarios delfines habían prohibido que leyera los ejemplares que hablaban sobre los remedios.
Bajé la postura firme que tenía, estaba empezando a emular al sol, porque poco a poco quedé en una postura encorvada y nada cómoda para esperar a alguien. Picaba de vez en cuando mi mango y, como no había nada más que hacer, me dediqué a comer un poco de lo que había guardado. Claro, la sirena no sabía cuánto le había traído, así que no iba a darse cuenta de que estuve robando de la comida que le iba a regalar.
El vaso ya estaba casi vacío, cuando pensé que era mejor irme a mi casa. Qué tristeza que aquella aventura no pudiera darse, pero también era importante saber perder y en ese caso yo no podía hacer nada más que rendirme.
Piqué todos los mangos que sobraban y me los comí de una sola vez, mientras las lágrimas iban escurriendo por mi infantil rostro. De pronto, un sonido externo a las olas de mar que habían estado golpeando las rocas, se escuchó. ¡Era ella!
Quise devolver todos los mangos, pero aquello era imposible, ahora sobre mi mano solamente había un vaso de plástico vacío, junto con su tenedor blanco. Salté de rabia, porque ahora mi amiga sirena no podría probar los mangos veracruzanos por mi impaciencia.
—¡Rosie! ¡Rosie! —decía cada que su cara salía de la superficie. Se introducía en el agua de vez en cuando para alcanzar mayor velocidad.
Repitió esa acción hasta que se encontró en la orilla y se sentó en la misma roca del día anterior.
—Perdona la tardanza, fue muy difícil llegar hasta acá —me dijo intentando recuperar la respiración.
Me pregunté si las sirenas también se cansaban cuando nadaban demasiado, como nosotros cuando corremos y si también sentían ese molesto dolor en el estómago si lo hacían con la boca abierta.
—¿Por qué fue difícil? —pregunté al tiempo que me acomodaba a su lado.
Lo hacía con menos emoción que en el día anterior. Finalmente, sí que estaba un poco molesta porque hubiera tardado tanto, pero no podía dejarla ir así y mucho menos ahora que sabía que estaba sufriendo por la ausencia de su hermana.
—Las cosas allá abajo son muy diferentes. Esta zona es muy difícil de encontrar, porque tiene demasiadas cosas alrededor. Las personas se han olvidado un poco de cómo es la vida en el mar.
—¿Las personas? ¿Quieres decir los seres humanos?
—Claro que sí —respondió ella soltando una risa—. No creas que salimos de la nada, por supuesto que teníamos que ser sus antecesores.
—¿No los cavernícolas? —pregunté casi cayéndome de mi roca.
—Oh, Rosie, tienes mucho que aprender.
La risa de la sirena acompañó la espuma de mar que en ese momento se iba difuminando con nuestros asientos. No lo había notado, pero aquella tenía una pequeña bolsa de algas tejida. De ahí, sacó un recipiente que se parecía bastante a un vaso.
Noté mi vaso de plástico en la mano y me dio vergüenza de nuevo. No quería que ella supiera que no supe esperar.
—Estuve ayer en la biblioteca toda la noche. Busqué remedios que pudieran servir en alguien tan pequeño como tú —expresó sacando de otro compartimento, un frasco que tenía un líquido verde y muy poco apetecible.
—¡Ugh! ¿Qué es eso? —pregunté con genuino asco.
La sirena miró lo que tenía en las manos y tan solo meneó la cabeza al tiempo que sacaba un tercer frasco con un líquido transparente y lo soltaba en el vaso, para después verter el contenido verde y empezar a mezclarlo con su dedo
—¡Qué asco! Huele horrible, como a caño —expresé tapándome la nariz en cuanto me extendió la bebida.
—Rosie, si no lo tomas no podrás acompañarme —dijo la sirena levantando las cejas—. ¿O es que pasa algo más? ¿Acaso tienes miedo?
Aquellas palabras nunca lograban perturbarme, pero en esa ocasión especial, sí que lo hicieron. Me quedé mirándola desafiante, era como si el mismo destino me estuviera preguntando si estaba lista para lo que seguía.
—Nunca.
Terminé de recibir el vaso y me tomé aquel líquido de un solo trago.
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