-3-
Cuando bajé cerca de las rocas, su mirada se encontró con la mía. A la luz de la luna tan breve, podía notar que su belleza era mayor a la que había imaginado. Tenía el cabello tan divino que me parecía estar viendo un sueño, uno del que no quería despertar.
Me acerqué corriendo, pero con una calma particular, porque no quería ahuyentar a la sirena de la nada. Me fijé que no hubiera nadie a nuestros alrededores y en realidad no lo había, era como si el mundo estuviera ocupado haciendo cosas absolutamente triviales, en lugar de encontrarse ahí, presenciando la existencia de un ser mitológico que creíamos imaginario.
Cuando llegué a su lado, ella me extendió la mano. No estaba segura de lo que pasaría, pensaba que quizá me sumergiría con ella, pero no sabía cómo es que saldría de aquello si es que yo no podía respirar bajo el agua por demasiado tiempo.
Dudé un poco, pero estaba dispuesta a vivir la aventura que estaba reservada para mí, así que finalmente tomé su mano. Comencé a sentir que algo recorría todo mi cuerpo.
Toda persona a la que le he contado esto dice que estoy loca, pero tú, mi pequeña Angie, sé que sabrás apreciar los matices de la verdad. Cuando terminé de percibir aquella corriente, la mano de la sirena me soltó y escuché finalmente palabra de ella.
—No te haré daño —expresó en una melodiosa voz.
Estaba sorprendida, pero en ese preciso instante comprendí qué era lo que había hecho. Un hechizo de una u otra forma había logrado que yo comprendiera su idioma y ella el mío.
Me senté en la roca más cercana y sonreí a más no poder al tiempo que dejaba que mis pies se mojaran con el agua las olas que nos saludaban de vez en cuando.
—Quiero saber todo de ti.
La sirena volvió a generar un rostro de sorpresa. Quizá ella tenía otra idea sobre mí. Muy probablemente creía que yo me dispondría a gritar o a buscar una explicación lógica para lo que estaba pasando, son muy pocas las personas que están listas para la aventura.
—¿Cuál es tu nombre, pequeña? ¿Qué haces aquí tú sola, explorando la playa?
—Mi nombre es Rocío, pero todos me dicen "Rosie". Estoy aquí porque esto es lo que hago todos los días. Me gusta pasear y me gusta el mar... ahora me gusta mucho más porque sé que existes.
La sirena me sonrió con ternura, supongo que en su mundo, la inocencia de los niños también es bien reconocida.
—Es un gusto conocerte, Rosie. Mi nombre es Amea. A mí también me gusta mucho el mar.
Las palabras sonaron tranquilas, así como las olas que estaban rodeándonos en ese momento. Aquellas mantenían empapada a la sirena y también creaban un ambiente espléndido para cuando tuviera la oportunidad de contar esta historia, como ahora, precisamente.
—¿Y tú qué haces aquí? —decidí preguntarle a la sirena.
—Yo estoy buscando a mi hermana. Tenemos varias semanas sin verla —aclaró cambiando su rostro. Ya no reflejaba calma, sino una angustia imperdonable.
—Lo siento mucho, ¿puedo ayudarte a buscarla?
La sirena parecía querer contestar que "no" de inmediato, pero de un momento a otro se detuvo a pensar. Me miró fijamente y después me examinó, como si estuviera evaluando la posibilidad de integrarme en su aventura.
—Bueno, tengo una sospecha de dónde está y tu tamaño sería perfecto, pero no creo que puedas aguantar tanto la respiración.
Inflé mis cachetes de una sola vez y empecé a contar con los dedos para demostrarle todo lo que podía retener en mis pulmones. La cantidad no fue impresionante para ninguna de las dos, pero seguramente lo fue mi determinación, porque en ese momento, aplaudió riendo.
—Eres una niña muy especial, Rosie... Mira, no quiero que nadie se entere de esto, porque las personas me verían mal en mi mundo —comenzó a decir en susurros—. Pero... está bien, acepto que me ayudes a buscar a mi hermana. Mañana mismo iré a la biblioteca del palacio para saber cómo ayudarte a aguantar más tiempo la respiración y después iremos a buscarla.
Cerramos aquellas palabras con un apretón de manos y después nos quedamos charlando solo un rato más sobre lo que más nos gustaba del océano. Resultaba que teníamos muchas cosas en común. Ella también adoraba la manera en la que se pintaba como un cuadro, en la que se mezclaba con el cielo, como te dije.
Cuando el viento estaba desentonando demasiado con el frío del agua, la sirena se despidió, prometiendo regresar al siguiente día con la fórmula para que la pudiera acompañar.
Yo estaba confiada en el corazón, porque había visto en su mirada ese toque de esperanza que hay en los ojos de alguien cuando verdaderamente piensa cumplir su promesa.
Mis padres me regañaron por llegar tan tarde, no eran horas para estar fuera y yo solo me presentaba así, en la casa, sin nada más que toda mi ropa empapada y algunos cuantos estornudos.
Mientras las palabras volaban a mi alrededor, la mente se me estaba yendo a cada rato. Imaginaba cómo es que sería la biblioteca de la que había hablado Amea. Probablemente estaba llena de perlas o de conchas marinas, quizá incluso los delfines eran los bibliotecarios y los demás peces llevaban en sus aletas los ejemplares que apilarían para todos los visitantes del sitio.
—¿Cómo es que un libro puede mantenerse intacto bajo el agua? —dije de la nada mientras mis padres me regañaban.
—¡Ay, esta chamaca ni si quiera nos estaba pelando! —soltó mi madre dando un manotazo en la mesa—. ¡Váyase a dormir ya!
Ambos se dieron esa mirada que hacían de vez en cuando. Aquella que seguramente recitaba que no tenían más remedio que mantenerme a su lado, aunque fuera un ser humano muy, muy extraño. En realidad, aquello era lo que pensaba cuando era una pequeña, pero cuando tuve a tu padre, supe el verdadero significado de esa mirada. La de saberte que quizá no puedas lograr el reto que tú mismo te has puesto como padre.
Me fui a dormir con una sonrisa enorme sobre mi rostro, otra vez la imaginación volando hacia el reino de Amea; pero me prometí que al siguiente día me concentraría el doble en mis tareas antes de ir con la sirena. Ya sabía que ella me esperaría, así que no tenía ninguna prisa.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top