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Cuando yo era un humilde marinero, mi mente estaba en una sola cosa. No era la que cualquiera pensaría para alguien que se dedicaba a viajar por los mares, lo único que yo quería era conocimiento. 

La reina había encargado a unos navíos que realizaran exploraciones para trazar nuevas rutas comerciales. Yo, como el académico que empezaba a ser cada vez más reconocido en el arte de la cartografía, fui encomendado a acompañar a la tripulación.

No me interesaba demasiado convivir con el resto de los marinos, no quiero que me malentiendan, por supuesto. No es que yo los viera a menos, simplemente sentía que nuestros intereses no estaban de la mano.

Ellos disfrutaban colocarse en la cubierta. Observar el mar chocando con el barco grande que nos dirigía hacia la aventura. Sí, lo sé, lo sé, Roderique. No era tan hermoso como el Sultán de Ultramar, pero sí era un barco que contenía muchos, muchos sueños. Yo, por otra parte, prefería pasar las horas en mi camarote, con el papel extendido en mi escritorio y las ganas de encontrar más y más a mi paso.

Como dije, mi principal objetivo era el conocimiento, por eso amaba las actividades tranquilas que me permitieran sumergirme en la mente.

La música estridente se escuchaba en cubierta, mientras que yo apreciaba el silencio de las olas que acompañaban mis horas de estudio y de trazado de mapas.

Hacer mapas para mí, era todo. Plasmar la realidad con cautela. Utilizar pequeños señalamientos,  flechas y con todo tipo de detalles que provocan al lector la emoción que vivían los marineros de arriba.

Algunas veces hubo aviso de piratas, pero a bordo no solo estaban personas de abolengo, sino también presos que negociaron su libertad a cambio de proporcionar seguridad a la nave.

Aquellos se alineaban a la perfección para poder intimidar a cualquiera que quisiera pasarse de listo.

Yo no quería prestar demasiada atención en eso. Pero notaba que había pequeñas expediciones secretas a plena luz de la luna. Escuchaba los pasos de los tripulantes que iban saliendo de sus camarotes, con prisa y emoción.

No sabía cuales eran sus intenciones, así que prefería voltearme al otro lado de mi cama y poner mi almohada sobre mis oídos, para que nada perturbara mi sueño.

Tampoco buscaba que mi curiosidad se viera alterada por aquello, ya que la mente la quería dedicar en absoluto a mi labor. Sabía que la reputación que acumulara con respecto a mi profesión, repercutiría fuertemente sobre mis futuros proyectos para el reino. Así que me esforzaba día con día para crear las mejores representaciones de las rutas que estábamos navegando.

A cierta hora del día, me colocaba en la proa para hacer una mejor observación de nuestra posición. Me llevaba conmigo cuadernos, para además completar la bitácora que llevaba rigurosamente. Quería que todo lo que estuviera a mi alrededor quedara correctamente plasmado.

Un buen día, toda la labor que había realizado empezó a mostrarse en los estragos del cansancio. Sentía que mi cuerpo no daba para más. Una de las líneas que estaba plasmando tan rigurosamente había quedado chueca y eso no podía permitírmelo. Miré por la pequeña y redonda ventana que se encontraba a un lado de mi escritorio y noté que todas las estrellas ya estaban sobre el firmamento.

Había pasado el tiempo demasiado rápido. Me tomó por sorpresa notar que era tan tarde, así que comencé a buscar mi pijama entre los baúles para disponerme a descansar.

Unos pasos se escucharon sobre mí. Eran de nuevo los marinos que ya estaban abandonando sus camarotes para escabullirse entre las penumbras. Me preguntaba qué tipo de cosa harían en medio del mar. Claramente, era algo que buscaban esconder, pero me parecía extraño, ¿de quién querrían ocultarlo?

Los camarotes que pertenecían a la corte de la reina estaban en el lado oeste del barco. Traté de aguzar mi oído, porque la curiosidad ya no podía vivir atrapada entre mis manos, así que noté que de ese lado no había movimiento.

Al principio, todo aquello era una simple distracción en lo que encontraba mi ropa de noche, pero poco a poco se llevó tanto de mi consciencia, que empecé a quedarme quieto para permitir que el sonido fuera claro para mí.

Cuando todo volvió a ser quietud, ya no pude fingir indiferencia. Ya ni siquiera recordaba que estaba buscando el pijama, simplemente quería resolver ese misterio.

No me atrevería a ir a cubierta con todos aquellos marinos y ex presos que estaban ahí arriba, así que procuré sentarme y poner mucha atención para ver si podía adivinar lo que hacían.

Al principio fue muy difícil. Porque se notaba que buscaban discreción. Sin embargo, no quería quedarme de brazos cruzados con esa incógnita y procuré retener hasta la respiración para que su quehacer pudiera ser audible.

Apenas empecé a percibir unos leves murmullos y a la distancia diferencié la maquinaria de pesca activándose. Me pregunté si estaba enloqueciendo y mirando maldad en donde no la había. Tal vez esos pobres marinos mal pagados, tan solo buscaban un poco de comida adicional que no tuvieran que compartir, o priorizar para los tripulantes de clase alta.

Sí, seguro era solo eso, así que permití que esa idea se quedara anidando en mi mente y dejé por un lado las sospechas. Finalmente, estaba en mí conservar la calma para no entorpecer mi crecimiento dentro de ese navío. Me quedé un segundo contemplando si debía hacer algo más, pero mi interior me indicó que no era momento y finalmente me dejé caer en la cama de nuevo para contemplar mi pijama que todo el tiempo estuvo guardada en la mesita del costado.

Me quedé dormido esa noche, pensando en el mucho tiempo que había desperdiciado con ensoñaciones y desperté a la mañana siguiente más fresco que nunca, con todas las ganas de comerme al mundo.

Subí a cubierta con mis planos y el miralejos bien pulido y ajustado. Quería que todo saliera excelente, así que me puse la mejor actitud y permití que la brisa marina me aliviara de cualquier duda que tuviera sobre mi misión ahí.

Aquel día fue estupendo. Tanto, que me pareció curioso el hecho de que el misterio de los marinos volviera a llamar mi atención en la noche. Ya estaba por cerrar los ojos por completo, cuando, en la ventana de mi camarote, vi el brillo reflejante de la máquina de pesca. En efecto, no tenía ni un solo pez.

El pequeño sentimiento que había surgido la noche anterior, volvió a hacerse notar. Escuché las pisadas de los marineros, y simplemente, no pude más. Tenía que saber qué estaban haciendo.

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