Vivir o morir I

Diana corrió todo lo que le permitieron sus piernas. La vida de Drake dependía de que tan rápido pudiera recorrer el desierto y llegar hacia donde estaban los otros Elegidos. Gracias a su poder, logró encontrar el camino de regreso con facilidad. Fue un alivio divisar la figura de sus compañeros a lo lejos junto a un grupo de crogol.

—¿Diana? — preguntó Camila, alarmada cuando logró acercarse a ella y sostenerla por los hombros—. ¿Qué sucedió?

—Drake...—Fue lo único que atinó a decir porque le faltaba el aliento debido a la carrera. Tomó varias bocanadas de aire para poder continuar explicando lo sucedido—. Está herido, no puede caminar. Necesita ayuda con urgencia.

—¿Qué le pasó? — preguntó Karla, aún más alarmada que Camila.

—Utilicé mi poder para intentar encontrar el cristal...—Diana hizo una pausa para organizar sus ideas y lograr dar una explicación rápida y clara—. Drake me siguió, pero cuando estábamos llegando al lugar, aparecieron Anemith y Rosman.

Los Elegidos ahogaron una exclamación de asombro y comenzaron a mirarse entre ellos.

—Tuve que decirles dónde estaba el cristal. Por suerte, pude tomarlo y escapar, pero hirieron a Drake.

—¿Tienes el cristal? —preguntó Leonarda, asombrada.

Diana asintió. Hubo un breve silencio. Todos estaban intentando procesar la información.

—¿Dónde está Drake? —preguntó Camila, preocupada por la seguridad del otro muchacho.

—Lo dejé oculto en la corteza de un árbol, pero tiene una herida profunda, no puede caminar.

—Debemos ir a buscarlo— intervino Alejandro.

Todos miraron a Camila, esperando que ella decidiera qué hacer. La joven se sintió presionada, normalmente era Noah quien tomaba las decisiones más complicadas, pero todavía no regresaba con el grupo.

—Alejandro. —Camila dirigió la mirada hacia el chico—. Irás con Diana a buscarlo y lo llevarán hacia el Óvalo. Allí está la salida del inframundo.

Alejandro se acercó a Camila y la tomó por las mejillas.

—No quiero dejarte aquí sola— confesó en voz baja.

—Estaré bien. —La joven acarició el rostro del muchacho y luego besó la comisura de sus labios—. Con tu poder ambos podrán llegar más rápido al escondite.

Alejandro asintió, resignado. Luego caminó hacia Diana.

—Súbete a mi espalda— le ordenó.

La joven dudó, pero terminó dando un pequeño brinco y agarrándose de los hombros del muchacho. Ambos echaron una última mirada a sus compañeros para luego marcharse a toda velocidad.

—Espero lo logren—comentó Jane, preocupada por la seguridad de los tres chicos.

—Creo que tenemos problemas más urgentes— opinó Lucas, atrayendo la atención del grupo.

Los Elegidos se encontraba sobre una pequeña colina, por lo que desde allí podían observar si alguien se acercaba. Lucas fue el primero en divisar al ejército de demonios que iba hacia allí, seguidos de Anemith.

—Estamos jodidos— exclamó Brayan con decepción.

—Si hay que luchar, lucharemos, no vamos a darnos por vencidos tan fácilmente— sentenció Camila con tono firme.

—Ella tiene el cristal celestial— le recordó Milena—. No podemos ganar.

Camila quedó en silencio, Milena tenía razón, pero, ¿qué otra opción había? Enfrentar al enemigo era mejor que darse por vencido ante la amenaza y resignarse a morir allí.

—Al menos Rosman no viene con ellos— comentó Lucas que continuaba observando hacia abajo con evidente nerviosismo.

En ese momento un presentimiento invadió a Camila. Quizás Rosman no estaba allí por una razón. Preocupada, avanzó hacia Karla y la tomó por el brazo.

—Necesito que vayas hacia el Óvalo— le pidió con desesperación—. Debes asegurarte de que Drake y Diana puedan escapar sin contratiempos. No podemos permitirnos perder el cristal oscuro.

Karla frunció el ceño, sin comprender el porqué de aquella petición.

—Vete y haz lo que te digo— insistió Camila—. Y, por favor, no dejes que Alejandro regrese por mí, que se marche con ustedes.

—Pero Petter...—se negó Karla, moviendo la cabeza.

—Lo encontraré, no te preocupes— le aseguró Camila, tomándola por los hombros con afecto.

Karla asintió, sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. Lo último que deseaba era dejar a su mejor amiga allí, sin saber si lograría vencer a Anemith o moriría en el intento.

—Cuídate, ¿sí? —Camila la abrazó, tomándola por sorpresa. Luego ambas se despidieron con una mirada de resignación.

Camila le ordenó a Lucas que acompañara a Karla. Si sus sospechas eran ciertas, Rosman podría estar camino al Óvalo. No quería arriesgarse a que Drake, Alejandro y Diana fueran sorprendidos por él, por eso prefirió tomar las precauciones necesarias. Luego observó el rostro de sus compañeros y supo que debía hacer algo cuanto antes, todos estaban desconfiados y muertos de miedo.

—Pase lo que pase lucharemos, ¿entienden? — gritó a todo pulmón, paseando sus pupilas por aquellos rostros agotados—. Somos los Elegidos, nunca suplicamos ni nos rendimos, así que les pido que luchen conmigo hasta su último aliento.

Al principio, los chicos se mantuvieron callados, procesando aquellas motivadoras palabras, pero finalmente asintieron y golpearon su puño cerrado contra el lado izquierdo de su pecho, encima del corazón.

Camila sonrió, orgullosa de sus compañeros. No sabía qué sucedería exactamente, pero tenía esperanzas de ganar.

Los demonios no tardaron en rodearlos y comenzar a atacar. Milena fue quien tomó la delantera utilizando varias clones de ella misma para poder destruir a la mayor cantidad de bestias posible. Leonarda los retenía creando cuerdas de espinas muy resistentes y Brayan los liquidaba con su colmillo de crogol. Así estuvieron por varios minutos. Por cada demonio muerto, aparecían tres más. Era una batalla perdida.

—Ella va a ganar— sentenció Brayan cuando el grupo se vio acorralado. Luego le dirigió una mirada temerosa a Camila—. Espero tengas un plan, de lo contrario nos hará trizas en poco tiempo.

Camila observó a sus alrededores. Jane acababa de hacer un tornado para poder alejar al grupo de demonios de ellos, pero eso no duraría mucho. Tenía que armar un plan cuanto antes. Intentó pensar, pero la tensión y el miedo a la muerte comenzaban a pasarle factura. No se le ocurría cómo podrían vencer al cristal celestial. Cerró los ojos e ignoró lo que sucedía a su alrededor. Tuvo que concentrarse unos instantes hasta que una idea tomó forma en su cabeza.

—César— llamó al muchacho que estaba a unos pasos de ella—. ¿Podrás usar tu poder contra Anemith?

César dudó. Desde que supo que era un Elegido tuvo que batallar con sus propios temores e inseguridades porque su poder era difícil de manejar y solía descontrolarse con facilidad.

—¿Cómo haré eso? —preguntó, preocupado—. Mi poder no puede vencer al cristal.

—Lo sé, lo sé— respondió Camila, al tiempo que se acercaba un poco más al muchacho para que nadie más escuchara—. Debes hacerlo cuando ella esté entretenida.

César intentó decir algo, pero los nervios lo invadieron.

—Yo me encargaré de distraerla, ¿está bien? — agregó Camila, decidida a llevar a cabo su plan—. Debes hacerlo cuando menos se lo espere y no lo dudes ni un segundo.

Camila intentó marcharse, pero César la tomó por la mano.

—No sé si podré hacerlo...—confesó, asustado—. No controlo bien mi poder.

Camila sonrió para intentar animarlo, luego le puso una mano en el hombro.

—Confío en tus habilidades.

La batalla continuó por unos minutos más. Los demonios eran cada vez más fuertes, no tenían posibilidades de vencerlos. Los Elegidos estaban heridos y muy agotados, tuvieron que dejar de pelear y rendirse.

Camila estaba al frente, como si intentara proteger al resto, pero para sorpresa de todos, las criaturas no los continuaron atacando. En vez de eso, se abrieron, dándole paso a Anemith que se acercó con determinación. Tenía una sonrisa en los labios y el cristal decoraba la entrada de su escote.

—Los Elegidos...—dijo con evidente desprecio—. Los favoritos de la diosa Leah, el pilar del mundo mágico, los héroes perfectos...

Ninguno de los chicos habló. Estaban inmóviles en su lugar, temblando ante el terror que le causaba aquella mujer que había sido capaz de lastimar a su madre y matar a su propia hija.

—La diosa tenía expectativas muy altas con ustedes, pero al final no son otra cosa que niños asustados— agregó, examinando a sus rivales con interés.

—Estos niños asustados te han pateado el trasero antes y todavía podemos hacerlo de nuevo— comentó Camila con voz firme, clavando sus pupilas verdes en las azules de la mujer.

Anemith se sorprendió un poco por su intervención, pero finalmente soltó una carcajada.

—¿La hija de Leinad? —preguntó, divertida—. ¿De la zorra que se acostaba con mi marido, mientras yo estaba en Arcadia?

—Mi madre fue secuestrada— volvió a intervenir Camila, indignada por aquel comentario tan despectivo.

—Eso no quita que fuera una zorra.

Camila apretó los puños, su fuego interior estaba decidido a salir, pero sabía que debía continuar con el plan. Así que tomó aire y respondió de la manera más ecuánime que encontró.

—Pero, Rosman la desea más a ella que a ti y eso te molesta.

La sonrisa que Anemith tenía en sus labios se desvaneció, siendo reemplazada por una mueca de desprecio. Avanzó unos pasos hacia Camila y la señaló con su dedo índice.

—Ten cuidado, pequeña, porque puedo arrancarte los ojos si lo deseo.

—Puedes intentarlo, pero eso no va a cambiar el hecho de que si Rosman pudiera elegiría mil veces a mi madre por sobre ti.

Anemith frunció el ceño, el comentario no le había hecho ni una pizca de gracia. No soportaba la idea de que Rosman babeara por Leinad. De hecho, no soportaba que ningún hombre babeara por otra mujer que no fuera ella. Intentó disimular sus celos sonriendo. Luego quedó en silencio unos segundos, meditando sus próximas palabras.

—¿Crees que no puedo conocer tus inseguridades? — preguntó—. Tengo el cristal del océano. Sé perfectamente que estás asustada, no solo por lo que yo podría hacerte a ti si no por lo que podría hacerle a tus seres queridos. — Una mueca deformó su rostro—. A ellos...— agregó señalando a los otros Elegidos.

Camila supo entonces que su plan para distraer a Anemith no resultaría. Ahora era ella quien estaba en sus manos. La observó caminar hacia el grupo y tomar por el brazo a alguien al azar. La escogida fue Milena, que ahogó un gemido cuando Anemith la empujó, dejándola a sus pies. Ambas se miraron intentando darse ánimos la una a la otra.

—La vida de todos ustedes está en mis manos— dijo con una sonrisa macabra, luego cortó con violencia el cuello de Milena. Todos gritaron, pensando que la joven acababa de ser asesinada, pero se sorprendieron al notar que ni una gota de sangre salió de la herida. El cuerpo solo se desvaneció como si nunca hubiese existido.

—¿Qué...?

Anemith estaba atónita con lo que veían sus ojos, pero no tuvo tiempo para reaccionar porque un golpe la dejó aturdida y la hizo caer de bruces al suelo.

La verdadera Milena estaba detrás. Con un movimiento rápido logró arrancarle el cristal del pecho, pero Anemith no le permitió huir. Utilizó su agilidad y su fuerza para tomarla por los cabellos y golpearla contra el suelo. Los Elegidos quisieron interferir, pero los demonios atacaron nuevamente, comenzando así otra batalla.

Milena comenzó a arrastrarse para intentar escapar, pero Anemith volvió a capturarla. La golpeó repetidas veces en el rostro con sus puños, dejándola inconsciente. Luego le arrebató el cristal de las manos y volvió a colocarlo en su cuello, aliviada de tenerlo de vuelta. Quiso terminar con su vida, pero algo caliente atravesó su brazo antes de que pudiera frenarlo siquiera. Camila la había atacado con su fuego.

—Maldita mocosa— gruñó. Luego se levantó, decidida a vengarse de su osadía.

Camila volvió a usar su fuego, pero esta vez Anemith logró esquivarlo con el poder del cristal celestial. Luego, cuando logró acercarse, la golpeó con violencia en el rostro dejándola inconsciente.

—No podrán vencerme— gritó mientras realizaba un hechizo de magia negra que envolvía a todos en un humo oscuro, impidiéndoles ver con claridad—. Yo tengo el cristal. Con él soy invencible.

Camila despertó en la oscuridad. Apenas podía ver lo que sucedía, pero escuchaba gritos y gruñidos. Estaba desorientada, así que solo atinó a gatear para lograr escapar de allí. Quiso levantarse, pero continuaba mareada, por lo que su cuerpo volvió a flaquear. Unas manos la sostuvieron, ayudándola a ponerse de pie.

—Vamos...

Reconoció la voz de César. Quiso preguntarle muchas cosas, pero su garganta se había cerrado debido al miedo.

—Debo llegar hacia ella y hacer lo que acordamos— le comentó al oído.

La niebla comenzó a disiparse. Los Elegidos luchaban sin darse por vencidos contra un grupo de demonios, mientras tanto, Anemith utilizaba el poder del cristal celestial para causar el caos. Hizo que la tierra se agrietara y comenzara a vibrar, cenizas cayeron del cielo y fuertes vientos agitaron al grupo. Estaba fuera de control. Deseaba probar su poderío a toda costa.

César se escabulló detrás de una roca, quedando bastante cerca de la mujer, que continuaba realizando un hechizo tras otro. Luego, agitó la mano para que Camila lo viera. La joven comprendió que era la señal. Debía aprovechar la distracción de Anemith para atacar con el brazalete, solo aquella reliquia tendría la fuerza necesaria para sorprenderla. Respiró hondo varias veces antes de activar su poder y lanzar una bola de fuego hacia la mujer. Anemith cayó de bruces, aturdida y sin saber qué la había golpeado.

—Hazlo, César, hazlo— gritó Camila, aprovechando la debilidad de su oponente.

Cesar corrió hacia la mujer para poder tocarla antes de que reaccionara. Pensó que no lo lograría, pero en cuanto rozó con sus dedos la piel de Anemith, ella dejó de estar en la batalla. Su mente se transportó a otro sitio.

Una visión estremeció a aquella temible mujer, haciendo que su piel se enchinara y su corazón comenzara a latir frenético. Lo primero que vio fue el rostro de su madre.

Anise estaba sentada en una mecedora dorada. En sus brazos descansaba una bebé de pocos meses que tenía hermosos cabellos negros y ojos tan azules como el cielo. La mujer lloraba mientras cantaba una dulce canción de cuna. Estaba recordando la visión que tuvo cuando la niña nació.

—Los astros dicen que tu destino es destruirme, pero no soy capaz de deshacerme de ti— confesó en voz baja—. Eres mi hija, la más pequeña de mis hijas, no puedo abandonarte y mucho menos lastimarte—suspiró, resignada—. Si el amor existe, el amor tendrá que curarte.

Anemith despertó de aquella alucinación con el corazón retumbando dentro de su pecho. La batalla se había detenido durante unos breves segundos y los Elegidos la observaban atónitos, como si también hubiesen sido capaces de presenciar lo mismo que ella. La mujer continuó estática, sin saber cómo reaccionar. ¿Aquel era un recuerdo o solo un truco de los Elegidos para confundirla? Optó por pensar lo segundo. Odiaba a su madre y eso jamás cambiaría, sin importar lo que ellos pudieran mostrarle. Encolerizada, intentó usar el poder del cristal para destruir a César, pero no fue capaz. Palpó su pecho, asustada. La reliquia ya no estaba allí. Luego una fuerza mayor la hizo salir disparada y caer a varios metros de distancia. Alguien acababa de atacarla con un poder extremadamente fuerte.

Aturdida, intentó levantarse, pero sin duda tenía algún hueso roto porque el dolor que sintió fue insoportable. Como pudo, logró abrir los ojos y se encontró con una figura conocida que la observaba con rabia. Era Camila. En su cuello estaba el cristal celestial. No lo podía creer, ¿cómo pudo usarlo si no era una descendiente?

—Este es tu final— dijo la joven. Tenía un colmillo de crogol y estaba dispuesta a asesinarla.

Anemith sabía que había perdido, no podría ganarle sin el cristal. Utilizó sus últimas fuerzas para recitar las palabras del ritual de sangre que había realizado horas antes, con eso su alma regresaría a Nelvreska.

Camila intentó atraparla, pero el cuerpo de la mujer se desvaneció antes de que pudiera acercarse siquiera. Los demonios comenzaron a desaparecer. Sintió enojo por no haber podido terminar con su vida, pero a la vez era un alivio que todos estuvieran a salvo. Luego otro pensamiento invadió su memoria. Había usado el cristal celestial sin ser una descendiente. Miró a sus compañeros, ellos tampoco comprendían qué había sucedido.

—Debemos irnos— anunció Jane cuando unas campanadas se escucharon, señal de que el tiempo en aquel lugar se estaba terminando.

Camila acarició la reliquia con pesadumbre y dio la orden para avanzar hacia el portal.

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