Verdades dolorosas II

Alejandro llegó a su casa después de tantos meses ausente. Aquel tiempo en Arcadia lo hizo olvidar, al menos por un tiempo, que tenía una casa en algún lugar de Galea. Tuvo la esperanza de que su madre no lo encontrara y de poder alejarse de todo aquel pasado tormentoso para siempre, pero ahora que la tenía delante, deseosa de castigarlo por todo lo que había hecho, supo que acababa de regresar a su verdadera realidad.

—Vamos, entra. Tenemos muchas cosas que aclarar tú y yo.

El muchacho se encontraba parado en el umbral de la puerta sin decidirse a pasar. Su cuerpo temblaba instintivamente porque, aunque había sido capaz de enfrentarse a un montón de siervos y al mismísimo Rosman, continuaba temiéndole a su madre. Ella lo miraba con enojo y reproche a la vez, aquella expresión que significaba que tendría problemas. Sin atreverse a contradecirla, entró y cerró la puerta tras de sí. Apenas estuvieron solos su madre aprovechó para propinarle una cachetada que lo hizo tambalearse un poco. Alejandro se agarró del espaldar del sofá de la sala y esperó el próximo golpe que no tardó en llegar.

—Eres un mocoso desagradecido— le decía tras cada golpe.

Alejandro se cubría el rostro con las manos de forma involuntaria, pero sin atreverse a protestar ni a huir.

—Mírame cuando te hablo, mocoso. — Ella lo tomó por las mejillas para intentar encontrar sus ojos—. ¿Crees que lo que hiciste va a quedar impune?

Alejandro fijó su mirada en la de ella por primera vez. Se había propuesto quedarse callado y aguantar el castigo sin protestar, pero estaba demasiado dolido como para poder disimularlo. En sus ojos se podía deducir el desprecio que sentía.

—Eres un pedazo de mierda que no vale nada.

Su madre le gritó muy cerca de su rostro. Estaba cada vez más descontrolada. Alejandro le sostuvo la mirada y apretó los labios, impotente. Casi siempre sus palabras le resultaban mucho más hirientes que los golpes

—Peor que tu padre. Una basura inservible que solo llegó a este mundo para joderme la vida. Eso es lo que eres. Grábatelo en la cabeza, Alejandro— escupió tras clavar dos dedos en su frente. El muchacho se apartó un poco, pero continuó sin reaccionar—. Si no fuera por mí estarías pidiendo limosnas en la calle o viviendo en los basureros.

Alejandro respiró profundo. ¿Realmente era todo eso que ella decía? No, había descubierto que era mucho más. Tenía una novia que lo quería, amigos, personas a las que parecía agradarle. No podía continuar aguantando callado.

—Hubiese preferido eso mil veces a tener que soportar todo lo que tuve que soportar por tu culpa—respondió por fin con la voz ahogada. Los recuerdos comenzaban a abrumar su corazón y a debilitar su fortaleza. Ella lo miró sorprendida—. ¿Acaso olvidaste todo lo que me hiciste? Los castigos terribles que tuve que soportar siendo tan solo un niño.

—No digas estupideces, Alejandro—respondió la mujer tras señalarlo con el dedo índice—. Me he matado trabajando para mantener esta familia cuando tu padre y el padre de Marian decidieron desaparecer y dejarme sola con dos mocosos. ¿Cómo crees que comiste todo este tiempo?

Alejandro sintió que su garganta comenzaba a atorarse con un grueso nudo, por lo que no pudo responder.

—Tuve que hacer de todo para que ustedes no se murieran de hambre cuando bien podía tirarlos a la calle o dejarlos en un orfanato.

—¿Y crees que fue suficiente? —gruñó el muchacho, cada vez más exasperado—. ¿Crees que criar un hijo es darle de comer como si fuera un cerdo?

—Ten cuidado con cómo me hablas, muchachito—le advirtió la mujer. Alejandro la ignoró, ya no era capaz de callarse todo lo que llevaba guardado por diecisiete años—. Yo hice lo mejor que pude.

Alejandro soltó una carcajada indignada.

—¿Es en serio?

La mujer frunció el ceño como si no pudiera reconocer a su hijo. Él no solía hablarle con tanta audacia.

— ¿Acaso olvidaste las palizas que me dabas solo por orinarme en la cama o por no poder vender los dulces que me obligabas a vender en la escuela? ¿o las veces que me encerraste en el sótano porque supuestamente me porté mal, aun cuando sabías que es un lugar oscuro y lleno de ratas?

Ella tragó en seco, pero no pareció ablandarse con sus palabras.

—¿O cuando dejabas que tus amantes me golpearan y tú no hacías nada, solo te quedabas ahí, fumando un cigarrillo y bebiendo como siempre? ¿Acaso olvidaste la vez que me rompiste todos mis dibujos? ¿O cuando me dejaste sin comer casi dos días, tuvo Marian que llevarme comida al sótano para que no me muriera de hambre? ¿Eso para ti es hacer lo que se puede? —Alejandro estaba gritando y algunas lágrimas resbalaban por su rostro—. No, no hiciste lo que podías. Lo único que hiciste fue humillarme, maltratarme, tratarme peor que a un perro, mientras te emborrachabas y te acostabas con el primer hombre que se te pasaba por el frente...

La mujer levantó el brazo para intentar golpearlo otra vez, pero Alejandro lo retuvo antes de que pudiera impactar en su rostro.

—No vas a seguir golpeándome— gruñó, sus ojos cargados de ira la atravesaron, dejándola helada—. Eso se acabó.

La mujer se sacudió para liberarse de su agarre, estaba atónita. Nunca había visto tanta fortaleza en su hijo. Él siempre había sido sumiso y obediente, fácil de manipular.

—Voy a salir por esa puerta en cuanto tenga la oportunidad y no me volverás a ver, tampoco a Marian. — La miró con mucha más determinación que antes—. No dejaré que sigas atormentando nuestras vidas.

—¿Ah si? — la mujer soltó una carcajada —. ¿Eso harás? —preguntó con tono sarcástico —. ¿Y a dónde irás? ¿Vas a pedirle ayuda a tu padre? —sonrió con malicia —. Vas a buscar a ese bastardo que te abandonó sin importarle tu vida, o mejor aún. ¿Vas a ir donde tu madre? — Hizo una pausa, para evaluar la expresión sorprendida de Alejandro—. Tu verdadera madre.

—¿Qué dijiste? — exclamó Alejandro sin comprender. La mujer continuó sonriendo sin inmutarse —. .¡Respóndeme!

—¿Quieres saber la verdad? — rio, deseando revelar aquel secreto que llevaba guardado por años. Alejandro estaba jadeando, cada vez más asustado—. Tu padre te trajo cuando eras un bebé. Esa es la verdad. Él se apareció contigo con apenas tres meses de vida y te dejó, como un paquete, para que yo cuidara de ti, pues no sabía qué hacer contigo.

El muchacho quedó atónito con aquella información. Tantas cosas pasaron por su mente en ese momento, pero no fue capaz de emitir ningún sonido. Era como si su mundo se hubiera detenido para nunca más querer arrancar. ¿Toda la realidad que conocía era una mentira?

—¿Qué dices? — murmuró algunos segundos después, casi tartamudeando y sin poder poner del todo en orden sus pensamientos—. ¿Entonces tú...?

—Exacto, no soy tu verdadera madre y Marian no es tu hermana de sangre.

—¿Entonces por qué me criaste? —preguntó, mirándola directamente a los ojos. Estaba visiblemente consternado y con el ánimo en el suelo.

—Porque tu padre me lo pidió. Él era un hombre adinerado, así que me pagó una buena suma por tenerte unos meses, pero nunca más regresó a buscarte. Me había prometido encontrarte una familia mejor. — La mujer frunció el ceño con enojo—. Fui una idiota al confiar en su palabra.

Alejandro se tambaleó un poco, todavía conmocionado por toda aquella información. Caminó hacia un rincón de la habitación, mientras apoyaba su brazo en la pared y respiraba profundo. Ahora un montón de preguntas comenzaban a atormentar sus pensamientos. ¿Quién era él realmente?¿Dónde estaba su verdadera familia? y ¿por qué lo habían condenado a aquella vida de maltratos y humillaciones?

—Mi verdadera madre...—murmuró sin poder levantar la vista del suelo—. ¿Está muerta?

—Claro que no—se rio la mujer, cada vez más divertida por las expresiones devastadas de Alejandro—. Tu madre también te abandonó.

—No puede ser— respondió él, a punto de estallar en llanto. No era capaz de aceptar que su verdadera madre era peor que quien lo había criado todo ese tiempo.

—Ella era una de las tantas prostitutas con las que se acostaba tu padre y prefirió deshacerte de ti antes que cambiar de vida. — Alejandro negó con la cabeza, desesperado. Lágrimas caían por su rostro como una cascada—. Para ella también eras un estorbo, por eso se deshizo de ti.

—¡Cállate! — gritó sin poder contenerse.

Alejandro se dejó caer en el suelo. Se tapó el rostro con las manos y ahogó los sollozos que amenazaban con escapar de su interior. La mujer se agachó frente a él, sonriendo. Tomó de un tirón su barbilla y la levantó, para observar con júbilo su rostro colorado por las lágrimas.

—Entiéndelo Alejandro, no le importas a nadie. Solo me tienes a mí, te guste o no. —lo soltó de golpe—. Deja de llorar. Te ves patético— le ordenó con voz severa.

—Esto tiene que ser una mentira tuya—dijo Alejandro con la voz entrecortada—. No es posible que...

—¿Qué es lo que no es posible? — rio la mujer—. Que no le importes a nadie, que seas alguien insignificante que solo ha sobrevivido gracias a mi infinita bondad.

—Debiste dejarme morir—gruñó el muchacho, estaba comenzando ahogarse en su propio llanto—. Hubiese sido mejor que todo esto.

— ¿En serio crees que puedes tener algo mejor que esto?— se burló señalando a sus alrededores.

Alejandro escondió el rostro entre sus manos y ahogó un sollozo. Estaba destruido emocionalmente, totalmente indefenso ante el poder de aquella mujer que continuaba manipulándolo sin piedad. No sabía qué hacer, ni a dónde escapar. Tenía demasiados sentimientos encontrados.

—Tú perteneces aquí — le dijo ella con un tono más suave—. A la ciudadela, a esta porquería de casa, a mi lado. No tienes nada mejor, ni lo tendrás...

Alejandro comenzó a sollozar, desconsolado. Más pensamientos destructivos invadieron su cabeza, encogiendo su corazón. A su memoria vinieron todas las veces que fue humillado por sus jefes y la manera en que Antonella lo había tratado en la cafetería. Se vio a sí mismo cargando sus pocas pertenencias y huyendo, viviendo como refugiado en distintos lugares, primero con Noah, luego en Arcadia. Nunca en su verdadero hogar. Siempre solo, ocultando sus sentimientos, con las heridas carcomiendo su interior, pero sin atreverse a abrirse con nadie.

Necesitaba que alguien lo contuviera, que le dijeran que todo iba a estar bien, que su corazón sanaría tarde o temprano. Un impulso lo obligó a buscar los brazos de su madre, deseando que pudiera contenerlo y hacerlo sentir mejor, pero ella lo empujó enseguida.

—Escúchame bien — lo sacudió con violencia, obligándolo a mirarla a los ojos—. Quiero que te dejes de tonterías. Yo soy tu madre, te guste o no, ¿me escuchaste? — Hizo una pausa para evaluar la expresión decaída de su hijo, sabía que estaba a punto de volver a tenerlo en sus manos—. Me obedecerás siempre y nunca más volverás a hablarme como lo hiciste hoy, ¿está claro?

Alejandro asintió, resignado. Ya no tenía fuerzas para imponerse. Solo quería que todo terminara.

—¿Qué te he dicho sobre cómo debes tratarme?— insistió, atravesándolo con la mirada.

—Lo siento, yo no quería hablarte así, yo...— se disculpó con voz temblorosa.

Sintió cómo si hubiera regresado a la infancia de golpe. Su madre dándole sermones sobre cómo hablarle a ella y a sus parejas y luego, un castigo para que pudiera recordarlo siempre.

—Tranquilo, me aseguraré de que lo entiendas de una vez por todas.

La mujer se levantó del suelo y desapareció de la habitación. Alejandro sintió su corazón palpitar a toda velocidad. ¿Iba a castigarlo? Se preguntó, temblando, pero no se movió, sabía que no debía correr o el castigo sería peor. Se mantuvo alerta, con los nervios a flor de piel y un nudo obstruyendo su garganta, impidiéndole tragar con normalidad.

Finalmente ella apareció, tenía un cable que parecía de teléfono, aunque más largo. Avanzó unos pasos, lista para iniciar con la tortura.

—Quítate la camisa— le ordenó.

—Mamá, por favor, no— suplicó Alejandro, aterrado.

—Sabes cómo funcionan las cosas aquí. Si desobedeces, tendrás un castigo.

Alejandro tragó en seco, cada vez más asustado. Quiso escapar, pero no se atrevió, en el fondo sentía que merecía el castigo. Fue grosero y malagradecido. Aquella mujer había hecho más por él que sus verdaderos padres, lo mínimo que le debía era respeto y obediencia. Se desprendió de la camisa con lentitud, temblando como una hoja.

Un sudor frío comenzó a recorrer todo su cuerpo cuando observó con más detenimiento el cable. Aunque ya había sido golpeado antes por todo tipo de instrumentos de tortura, aquel era uno de los peores. Para colmo, su piel había quedado totalmente expuesta, por lo que no tardó mucho en sentir como el cable quemaba cada parte de su cuerpo. Hizo lo que pudo para no demostrar debilidad, pero estaba destrozado y el dolor parecía aflojar su voluntad tras cada azote.

—¿Quién manda en esta casa? — preguntaba su madre una y otra vez—. ¡Responde o te golpearé más fuerte!

—Tú mandas— masculló Alejandro.

—Habla alto. Quiero escucharte.

—¡Tú mandas!— respondió Alejandro a todo pulmón.

Aún así, ella no se detuvo, continuó torturándolo sin piedad. Alejandro apretaba los dientes para no gritar, pero cada azote lo hacía sobrecogerse y gruñir. Continuó cubriéndose con sus manos, pero no pudo evitar que los golpes laceraran su piel expuesta.

—No volverás a gritarme, no volverás a abandonarme— decía su madre, mientras le propinaba azotes cada vez más fuertes en las costillas, las piernas y los brazos.

—Lo siento, te dije que lo siento — suplicó cuando no pudo soportarlo más.

La mujer no se detuvo. Continuó pegándole sin importarle sus gritos de dolor y mucho menos sus suplicas. Quería que aprendiera la lección para que nunca más volviera a rebelarse.

—Vas a obedecerme, vas a tratarme con respeto— volvió a decir, luego de propinarle otros muchos azotes que abrieron la piel del muchacho, haciéndolo sangrar.

—Está bien, está bien— sollozó Alejandro, alzando las manos para intentar persuadirla de que se detuviera. Tenía el rostro colorado y lleno de lágrimas—. Haré lo que quieras, solo deja de pegarme, por favor.

La mujer se detuvo y lo observó unos instantes. Llevaba años sin verlo suplicar de esa manera. Se veía devastado e indefenso, como cuando era un niño. Sintió un poco de pena por él. Siempre le sucedía cuando terminaba de golpearlo, pero nunca lo demostraba. Necesitaba tenerlo bajo su control.

Se agachó otra vez para poder quedar cerca de su rostro.

—Eres mío, Alejandro— lo tomó por las mejillas con brusquedad—. Eres mío y puedo hacer contigo lo que quiera. Espero lo entiendas y dejes de soñar con imposibles.

Alejandro no respondió, estaba resignado a ese destino aunque no lo deseara. No se sentía merecedor de algo mejor. Su madre se había encargado de eso.

—Nunca más vuelvas a irte, ¿me escuchaste?

—No lo haré, lo prometo— le aseguró con voz ahogada.

—Buen chico.

La mujer besó su frente sudorosa y se marchó, dejándolo solo.

Alejandro rompió en llanto. Su cuerpo había perdido la fuerza, por lo que terminó acurrucado en el mismo rincón, hecho un ovillo. Sollozaba desconsoladamente. Ya no le quedaba nada, ni siquiera, la dignidad y el coraje que había preservado todos esos años. Solo quería escapar, pero no tenía un lugar en el mundo. Estaba solo, otra vez estaba solo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top