Sorpresas inesperadas
Nota de autor: El capítulo está un poquito largo, pero prometo que vale la pena :). Por cierto, amé demasiado escribirlo. Dejen votos y comentarios, por faaa.
A la mañana siguiente, el colegio Ziraldo se llenó de limusinas y otros autos de lujo. Los choferes llegaban para recoger a los jóvenes pudientes que allí estudiaban y trasladarlos a sus respectivos hogares. Los estudiantes caminaban de aquí para allá llevando maletas y otros objetos personales. Muchos de los Elegidos tendrían que esperar a que todos los demás se marcharan para tomar el autobús del colegio que los dejaría en sus casas, a excepción de los pocos que pertenecían a la realeza o eran parte de la clase privilegiada.
—Te voy a extrañar demasiado mi turroncito de miel—se despidió Lucas de Marian por quinta vez, luego le dio otros dos besos pegajosos en la mejilla. Un claxon sonó, estremeciendo a todos los presentes—. ¡Ya voy, viejo cascarrabias!
—Oye, no le digas así a tu padre—lo regañó Marian tras darle un pequeño manotazo en el hombro.
—No es mi padre, es el chofer, un impertinente viejo aburrido y medio ciego, pero es todo un amor. Ya lo conocerás algún día.
Marian soltó una risita cohibida, luego le dio un pequeño beso en la mejilla a modo de despedida.
—Anda, anda, no lo hagas esperar más.
Marian observó con cierta tristeza cómo Lucas avanzaba hacia la fila de autos. Sabía que solo estarían separados dos semanas, pero de igual manera lo extrañaría muchísimo. Se había acostumbrado demasiado a sus efusivos abrazos y sus palabras románticas.
—Cuídate—murmuró tras devolverle el saludo. Quedó con la mano flotando en el aire unos segundos hasta que la imagen de Lucas desapareció entre la multitud. Alguien apretó su hombro, haciéndola sobresaltarse y ahogar un gemido de susto. Era Alejandro.
—Solo son dos semanas—murmuró el muchacho con voz queda. Él también intentaba convencerse de que el tiempo pasaría volando—. Podrán sobrevivir el uno sin el otro.
—¿Iremos a lo de Noah? —preguntó Marian con seriedad. Alejandro apretó los dientes, pero no respondió, se veía preocupado—. ¿Qué ocurre?
—Nada...—mintió, pero sabía que su hermana podía reconocer aquella mirada esquiva y sospechosa—. Noah debe quedarse en Arcadia, quiere intentar usar el cristal para ayudar a Mariana y a Brayan. Así que...
—No tenemos a donde ir.
—Podemos quedaron en Arcadia—sugirió Alejandro. Sabía que era la única opción, pero odiaba tener que plantearle aquello a Corazón de la Tierra y de paso exponer sus problemas familiares nuevamente.
—Sí, supongo que podemos—respondió Marian con pesadumbre.
En ese momento aparecieron Camila, Petter y Karla, los tres llevaban un bolso de tamaño mediano y ropa casual, estaban esperando sus respectivos transportes. Alejandro le dirigió una mirada cómplice a Camila, ya habían tenido tiempo para despedirse en privado así que permaneció un poco alejado para disimular. La joven frotó la cadena con una sonrisa en los labios, Alejandro sintió que el corazón se le llenaba de gozo. Nadie lo sabía, pero la princesa, la futura reina de Volcán, lo amaba, lo amaba de verdad, sin importar las clases sociales que los separaban.
—Voy a extrañarte demasiado—susurró Petter en el oído de Karla. Ella soltó una risita tímida y sus mejillas se tornaron carmesí—. No dudes que me escape y me cuele por la ventana de tu casa.
—El príncipe Cristopher de Volcán no puede hacer algo así—bromeó Karla, mirándolo a los ojos.
—Soy Petter, solo Petter, y puedo hacer lo que quiera.
Petter la tomó por la cintura y la atrajo hacia él con brusquedad, luego le dio un efusivo beso en los labios. Karla intentó resistirse, pero su voluntad siempre flaqueaba ante él, eso no había cambiado a pesar del tiempo que llevaban saliendo. Un claxon la hizo recordar que sus padres vendrían a buscarla, por lo que se apartó con vergüenza. Miró a sus alrededores, pero por suerte no eran ellos.
—¿Qué sucede? —preguntó Petter, alarmado por aquella reacción injustificada.
—Mis padres no saben de lo nuestro y prefiero que sigan sin saberlo—confesó Karla.
—¿Por qué?
Karla negó con la cabeza y apartó la mirada, no sabía cómo explicarle lo complicados que eran sus padres. Estarían furiosos si la vieran besando a un chico en público sin importar su rango o su clase social. Petter pareció comprender sus dudas, por lo que la tomó por la barbilla, obligándola a mirarlo a los ojos.
—¿Qué pasa?
—No suelo hablar con mis padres sobre mi vida privada. Ellos son demasiado estrictos y asfixiantes, prefiero que no sepan lo nuestro, al menos por ahora.
Petter asintió, pensaba respetar su decisión, aunque no la comprendía. Besó su mano y se apartó un poco para darle espacio, podía notar que ella se sentía nerviosa allí, probablemente debido a la presencia inminente de sus progenitores. Minutos después, Karla se despidió de todos y subió a un lujoso auto de color rojo. Petter la observó marcharse con una expresión seria. ¿Desde cuando Karla tenía los recursos para portar un vehículo tan caro? ¿Qué tanto sabía sobre la familia de su novia aparte del hecho de que su madre fue una Elegida? Muchas dudas invadieron su cabeza, pero no tuvo mucho tiempo para reflexionar al respecto.
Cinco autos negros se abrieron paso entre la multitud como si tuvieran el poder suficiente para aplastar a quien se pusieran por delante. Cada uno de ellos tenía un sello dorado en forma de fénix sobre la placa y la bandera del reino. Unos hombres con traje oscuro descendieron y formaron algo parecido a una barrera de protección, mientras les pedían a los estudiantes que se apartaran. Todos aprovecharon de sacar sus teléfonos para poder fotografiar lo que sucedería a continuación, mientras tanto, Camila y Petter observaban, extasiados.
Carlotta descendió de uno de los vehículos. Estaba vestidal con el modo elegante de siempre: pantalones de seda fina, chaqueta con botones de oro, perlas en el cuello, etc. Enseguida reparó en sus alrededores como quien busca un tesoro escondido.
—Amores míos—exclamó cuando se encontró con la mirada de sus nietos. Luego les hizo un gesto para que se acercaran—. Sé que no debí venir y causar todo este revuelo—se disculpó—, pero estaba tan emocionada de regresar a este lugar y yo misma escoltarlos al palacio.
—Gracias por venir, abuela— respondió Camila con amabilidad.
—Bueno, vámonos que estamos obstaculizando el paso de los demás—los instó Carlotta tras darle unas palmaditas en la espalda a ambos.
Petter y Camila se giraron para despedirse de los otros Elegidos que estaban en la entrada del colegio. Luego subieron a uno de los autos. Carlotta le susurró algo al oído a uno de sus escoltas, luego subió también al mismo vehículo de sus nietos quedando en el asiento del copiloto.
—Vamos Edgar—dijo para que el chofer emprendiera la marcha.
Algunos cláxones se escucharon, era una indicación para que todos se apartaran y dejaran pasar a los vehículos reales. Camila quedó pegada a la ventanilla con vidrio polarizado, no podía dejar de observar a Alejandro quien quedó inmóvil en su sitio con una mirada triste. Pronto lo perdió de vista debido a los estudiantes que se aglomeraron en la entrada para tomar más fotos y e intentar saludar a la reina. Un suspiro se escapó de sus labios, ignorando por completo que se encontraba junto a su familia.
—Tranquila, querida, tengo una sorpresa que estoy segura que te gustará—dijo Carlotta para intentar animarla.
—¿Qué cosa? —preguntó Camila con desgano.
—En realidad tengo sorpresas para ambos así que sonrían.
Petter y Camila se miraron, pero, aunque en el fondo se sentían demasiado tensos como para sonreír, terminaron haciéndolo de igual manera porque Carlotta sabía cómo animarlos en cualquier circunstancia.
...
Camila, Petter y Carlotta llegaron al palacio tras algunos minutos de recorrido. Esta vez no entraron por el patio principal donde se exponían las hermosas fuentes que daban gran atractivo al jardín, sino por una entrada un poco más privada que solo utilizaban los miembros de la familia real. Descendieron del vehículo en la entrada de una estancia cerrada, la cual era llamada "El Encanto". Dentro del lugar se encontraron con una pradera que tenía árboles, flores silvestres y algunas atracciones para pasar la tarde.
—Es hermoso...—exclamó Camila sin poder contenerse.
—El único lugar donde la familia real puede relajarse un poco sin tantas personas alrededor—comentó Carlotta con una sonrisa alegre.
Camila y Petter caminaron detrás de Carlotta. En todo ese tiempo apenas coincidieron con dos o tres sirvientes que se encargaban de darle de comer a los caballos en los establos y algún jardinero. Al parecer estaban seguros allí y en total privacidad.
Pronto divisaron un pequeño lago artificial donde nadaban algunos patos. Dos figuras esperaban ansiosos su llegada. Eran Leinad y Ernesto, sus rostros reflejaban orgullo y felicidad. Detrás de ellos había una mesa de madera decorada con un mantel blanco, encima se hallaba una torta de chocolate con velitas y otros bocadillos.
—¡Sorpresa! —gritaron los tres adultos, mientras dirigían su atención hacia Petter que estaba cada vez más atónito con lo que sucedía. Miró a Camila en busca de respuestas, pero ella estaba igual de desconcertada.
Alguien lo abrazó sin siquiera darle tiempo a reaccionar. Enseguida sus fosas nasales se impregnaron del olor a flores silvestres de su madre y sintió la misma sensación de paz que cuando estuvo en la enfermería de Arcadia.
—Felicidades, mi niño—murmuró Leinad sin soltarlo.
Estuvieron unos minutos así, abrazados, esta vez Petter no hizo ningún movimiento, aunque continuaba sintiéndose extraño, como si lo hubiesen confundido con otra persona. Ni siquiera entendía por qué lo felicitaban, pero no hizo preguntas. Cuando Leinad se apartó un poco notó que ella estaba llorando, pero lo disimuló pasando las yemas de sus dedos por su rostro.
—Feliz cumpleaños, hijo—dijo Ernesto, sacándolo de sus pensamientos. Luego le dio una palmadita en el hombro. Su rostro denotaba los mismos deseos de abrazarlo de su madre, pero mantuvo su postura firme en todo momento.
—¿Qué? —exclamó Camila, perpleja—. ¿Es tu cumpleaños?
Petter intentó decir algo, pero las palabras se atoraron en sus labios. No, no era su cumpleaños, al menos no el que recordaba como suyo, pero comprendía el porqué de aquella confusión. Su rostro perturbado llamó la atención de sus padres que enseguida entendieron que habían metido la pata otra vez.
—Ah, no me digas qué...—soltó Leinad, decepcionada por no haber calculado aquel detalle tan importante—. Lo siento, hijo, no nos dimos cuenta que...
—No importa—negó Petter con la cabeza. Observó el pastel con cierto anhelo infantil. Vivian no solía celebrar prácticamente nada así que en sus cumpleaños se limitaba a regalarle algún juguete y después armas para que pudiera continuar perfeccionando su arte con el combate cuerpo a cuerpo. Aquel gesto era demasiado para lo que alguna vez siquiera deseó—. Supongo que este es mi verdadero cumpleaños así que tendré que acostumbrarme—sonrió para intentar parecer tranquilo, aunque tenía un montón de sentimientos encontrados.
Hubo un silencio incómodo que duró algunos segundos, pero finalmente fue interrumpido por Carlotta.
—Bueno, bueno, vamos a celebrar porque no todos los días se cumplen dieciocho años, ¿verdad? —Leinad y Ernesto rieron nerviosos—. Ya eres todo un hombre, Petter.
Camila, Petter, Ernesto y Carlotta decidieron hacer un picnic con la comida que habían traído, por lo que se sentaron debajo de un frondoso árbol y devoraron los bocadillos hechos por las cocineras reales. Querían disfrutar lo más posible ese día en familia, por lo que aprovecharon de hablar sobre temas triviales y jugar algunos juegos. Por un momento todos los conflictos que alguna vez los separaron se habían esfumado casi por completo.
—Recuerdo tu primer cumpleaños—contó Leinad, un poco más animada. Hablar del pasado con su hijo le costaba, pero quería demostrarle que siempre fue importante para ella a pesar de las circunstancias—. Eras tan pequeño—añadió con una sonrisa atontada en los labios. Petter no respondió, solo bajó la mirada, un poco incómodo—. Empezaste a llorar porque querías comerte todo el pastel.
Ernesto se echó a reír, recordando también aquel gracioso suceso.
—Le diste una mordida al pastel, mientras intentábamos apartarte de él y luego quedaste con toda la cara llena de merengue azul.
Más risas se escucharon, esta vez Petter se permitió soltar una carcajada, aunque en el fondo estaba destrozado. El recuerdo de aquella vida que le arrebataron de golpe continuaba haciéndolo sentir impotente y miserable. ¿Qué hubiese sucedido si Rosman no lo hubiera separado de su verdadera familia? Quizás Emilio y Aylén seguirían con vida, esa idea lo perturbó aún más.
—Hijo. —Leinad le apretó la mano y lo hizo salir de sus pensamientos. Petter reaccionó y clavó sus pupilas color esmeralda en las de su madre—. Quiero que sepas que eres importante para nosotros y que, aunque las cosas no salieron como queríamos, te amamos muchísimo. Estamos aquí para ti...
—Lo sé. —Asintió con los ojos cristalizados por las lágrimas, luego intentó sonreír para no parecer triste, aunque en el fondo lo estaba.
—Bueno, hora de soplar las velas y cortar el pastel—informó Carlotta con voz entusiasta, en sus manos traía la torta de chocolate con dieciocho velitas prendidas que parecían formar un incendio de color dorado.
Petter tomó el pastel en sus manos y lo miró como si se tratara de un objeto extraño. En ese momento los mejores recuerdos de su infancia pasaron por su cabeza y lo hicieron sentir mareado y asustado a la vez. Ahora tenía una familia, gente que se había tomado el tiempo de preparar un pequeño cumpleaños y lo habían hecho sentir especial por unas horas. ¿Así eran las familias? Pensó en Vivian. La extrañaba, pero necesitaba dejarla ir si quería ser feliz en aquella nueva vida que recién comenzaba.
—Vamos, sopla y pide un deseo—lo animó Camila.
Petter cerró los ojos, todavía escuchaba la canción de feliz cumpleaños retumbando en sus oídos. No supo que deseo pedir, pues ahora lo tenía prácticamente todo, excepto la paz suficiente para poder disfrutarlo. Así que sopló, pero nuevamente los fantasmas del pasado aparecían para continuar recordándole que no merecía tanta felicidad.
...
Alejandro había sido interceptado por un guardia de la reina Carlotta quien le pidió amablemente que lo acompañara hasta el palacio. Tanto Marian como él quedaron aturdidos con aquella proposición, pero no hicieron preguntas, solo obedecieron. Casi una hora después, Florencia los recibió en la entrada de la zona de la servidumbre y los invitó a pasar a su habitación. Para sorpresa de ambos adolescentes era un lugar acogedor que contaba con un recibidor, luego un salón que servía de cuarto porque tenía dos camas bastante grandes, una pequeña cocina y un baño.
—¿Qué estamos haciendo aquí? —preguntó Alejandro sin animarse a soltar sus pertenencias.
—La reina Carlotta ha querido ayudarte, te ofrece un trabajo aquí en el palacio, comida y techo gratis durante tus vacaciones escolares, así podrás costear tus útiles y lo que necesites.
Alejandro no lo podía creer, no entendía la razón de aquella propuesta tan llamativa.
—¿En serio? —preguntó para cerciorarse de que no estaba soñando. Florencia asintió—. ¿A qué se debe?
La mujer titubeó, sabía que todo era un plan de Carlotta para poder acercarlos a ambos, así podría encontrar el momento justo para contarle la verdad, pero obviamente Alejandro no debía sospecharlo.
—Supongo que quiere agasajar un poco a nuestra futura reina, al fin y al cabo, eres importante para ella.
Alejandro sonrió, saber que significaba tanto en la vida de Camila lo hizo sentir un poco más feliz, aunque surgieron otras preocupaciones, ¿estando allí podría verla o eso también estaba prohibido?
—Esta es mi recamara, pero ustedes pueden quedarse aquí estas dos semanas.
—Gracias Florencia, pero no queremos quitarte tu comodidad, además hay muchísimo espacio—respondió Alejandro con cierta vergüenza.
—Tranquilo, estaré en una habitación más pequeña. Ustedes acomódense como gusten, voy a traer algo para merendar.
Alejandro y Marian quedaron solos, ambos no pudieron evitar sonreír ante lo bonito que era el lugar a pesar de tratarse de una habitación para empleados. Intuyeron que Florencia tenía privilegios especiales por ser la sirvienta principal de Carlotta.
—Camila debe dormir en una cama de oro—bromeó Alejandro tras dejarse caer sobre el mullido colchón y disfrutar un poco la comodidad del mismo.
De pronto, la puerta se abrió y ambos hermanos se sobresaltaron un poco. Florencia había regresado, pero su expresión cambió un poco. Miró a Alejandro con severidad y le hizo un gesto para que se levantara de la cama.
—Vamos, la reina quiere hablar contigo ahora—le informó con voz firme.
Alejandro frunció el ceño sin comprender para qué querría Carlotta hablarle. Ambos caminaron por los pasillos del palacio, esquivando a los sirvientes que iban de aquí para allá. Luego llegaron a un pequeño jardín donde había una casita totalmente cerrada que estaba custodiada por dos guardias vestidos con el uniforme real.
—Anda, la reina está adentro.
Alejandro ingresó al lugar. Tenía un salón con vidrios polarizados que impedían la mirada de cualquier intruso que quisiera observar desde afuera. Había algunas mesas con vajillas de porcelana y una pequeña cocina que se encontraba apartada del resto. Enseguida la figura de la reina lo hizo enderezarse un poco y tensar los músculos. Estaba sentada en una de las mesitas bebiendo una taza de café con leche.
—Ven, acompáñame —Carlotta le hizo un gesto para que ocupara un lugar en la mesa frente a ella. Alejandro no conocía demasiado el protocolo real, pero estaba seguro de que comer junto a la reina de Volcán no se le permitía a cualquier persona, pero de igual manera obedeció—. Es un placer conocerte, Alejandro.
—El placer es mío, señora, gracias por la oportunidad y por permitirme...
—Debes llamarme por mi título y también a Camila—lo interrumpió Carlotta con un tono implacable—, de lo contrario te meterás en problemas y levantarás sospechas entre los demás empleados. Aquí debes comportarte como un sirviente más.
—Sí, Majestad—corrigió Alejandro con nerviosismo, podía notar la mirada incisiva de Carlotta quemando su piel.
—Te hice llamar porque creo que es importante que dejemos algunos puntos claros—dijo por fin tras tomar otro sorbo de su café—. Conozco perfectamente la relación que tienes con mi nieta y quiero que sepas que no me desagrada y tampoco me sorprende, ustedes son jóvenes y es normal que estas cosas sucedan, sin embargo...—Su mirada se endureció un poco más, causando que Alejandro comenzara a ponerse nervioso—. Es importante que sepas hasta donde puedes llegar y cuando retirarte, ¿me entiendes?
Alejandro tragó en seco y frotó sus manos, un poco ansioso. No comprendía las verdaderas intenciones de la mujer.
—¿A qué se refiere, Majestad? —Los ojos azules de Carlotta continuaban clavándose en él cómo una ponzoña envenenada—. Camila es importante para mí, ella...
—Lo sé. Para ella también eres importante, es eso justamente lo que más me preocupa. —Alejandro frunció el ceño, un poco incómodo, pero no se atrevió a responder. Carlotta siguió hablando—. Camila no es cualquier persona, será la reina de Volcán, no puede cegarse y abandonar su deber por un amor adolescente.
Hubo un silencio incómodo. Alejandro intentó reflexionar aquellas palabras lo más rápido posible y llegar a alguna conclusión acertada, pero apenas podía pensar con claridad cuando sus sentimientos estaban dirigidos a Camila y a todo el amor que sentía por ella.
—¿Qué es lo que quiere que haga, Majestad? —preguntó por fin cuando logró poner sus pensamientos en orden.
Carlotta meditó unos segundos antes de responder.
—Disfruta este momento, hazla feliz todo lo que puedas, sé su sostén y su hombro para llorar, yo los apoyaré para que puedan verse sin que llamen la atención de Daniel. —Una inocente sonrisa iluminó el rostro de Alejandro, pero esta fue borrada de golpe con la siguiente frase—, pero cuando llegue el momento debes prometerme que te apartarás y dejarás que Camila cumpla con su deber como reina. Debes desaparecer y nunca más buscarla, no importa la excusa que debas inventar, tendrás que marcharte de su vida para siempre.
Alejandro quedó helado en su sitio como un prisionero cuando recibe la peor de las sentencias. Aquellas palabras sonaron tan frívolas que necesitó unos minutos para poder asimilarlas. Carlotta hablaba como si abandonar a la persona que amas fuera lo más sencillo del mundo cuando en realidad requería de una valentía casi sobrehumana. ¿Acaso él sería capaz de algo así? ¿Cómo podría prometer apartarse de Camila cuando había jurado jamás lastimarla? Un nudo le apretó el estómago y lo hizo desear salir corriendo de allí, pero no podía, tenía que ser fuerte y aguantar hasta el final como siempre lo había hecho.
—Yo no...—balbuceó con el corazón hecho trizas y las lágrimas picando en sus ojos. Sabía que no había otra alternativa para él. Nunca podría aspirar a ocupar un lugar junto a Camila.
—Debes hacerlo Alejandro, por el bien de Camila y de este reino.
—La amo—murmuró con voz queda, como si estuviera utilizando su último recurso para poder sobrevivir en un juego de vida y muerte.
Carlotta lo miró con lástima y extendió la mano para intentar alcanzar la suya, pero Alejandro se apartó, negado a aceptar a aquella realidad inevitable.
—Eres un chico inteligente y sé que comprendes el por qué de mi petición—insistió con voz dulce, una que Alejandro odiaría por el resto de su vida—. El amor entre ustedes nunca debió ocurrir y debe terminar. Tú decides si quieres que sea ahora o si prefieres disfrutarlo hasta que dure.
Carlotta se puso de pie. Alejandro ni siquiera se movió, el tiempo para él se había detenido por completo, dejándolo en un abrumador letargo. Pronto sintió unas manos calientes que rozaron su hombro y lo hicieron despertar de golpe. Continuaba allí, decidiendo cuándo era mejor abandonar a Camila y cómo hacerlo sin tener que arrancarse el corazón en el proceso.
—¿Crees que puedas, muchacho? —insistió la reina—. ¿Crees que puedas cumplir con la parte que te toca cuando llegue el momento?
Alejandro asintió, resignado y abatido, de sus labios se escapó un mustio "sí". ¿Qué otra cosa podría haber dicho?
—Entonces puedes contar conmigo para lo que necesites.
Carlotta estuvo a punto de marcharse, pero se quedó unos minutos más mirándolo con tristeza, como si recordara algún amor adolescente al que tuvo que renunciar para poder cumplir con su deber como reina. Alejandro intentó contener las lágrimas, pero algunas se escaparon de sus ojos y empaparon sus mejillas. Se sentía tan impotente y miserable, sin siquiera poder luchar por el amor de Camila. La única opción que le quedaba era callar y fingir que todo estaba bien.
—Si continúas jugando al romance imposible saldrás lastimado—interrumpió Florencia con voz seria. Alejandro secó las lágrimas que empapaban su rostro con rapidez, luego apartó la cara para que ella no pudiera verlo llorar—. Debes tener cuidado. Recuerda que nosotros, la clase baja, somos quienes salimos perdiendo siempre.
—No puedo apartarme, todavía no—tragó con dificultad y casi pudo sentir como la bilis quemaba su garganta—. Estaré a su lado mientras pueda y aguantaré todo lo que haga falta.
Florencia soltó un suspiró, pero no insistió. Su hijo era terco, casi tanto como ella, así que se limitó a ofrecerle un jugo de naranja para que pudiera sentirse mejor.
...
Camila pasó los tres días siguientes preparándose para la inminente coronación. Debía aprender demasiadas cosas en un tiempo record, por lo que estaba exhausta y muy estresada, por suerte su abuela y su hermano estaban allí para apoyarla en todo momento. Por las mañanas estudiaba el discurso que diría frente al pueblo, debía memorizarlo así que pasaba horas recitándolo en voz alta, luego recibía clases de danza con un profesor porque por supuesto la futura reina tendría que abrir el baile en el banquete real luego del acto de coronación. También la instruyeron en historia del reino para que pudiera mantener una conversación culta con embajadores y miembros de la prensa. La gente no debía notar la inexperiencia de la futura reina, era necesario borrar sus expresiones coloquiales y todo lo que la relacionaba con el pueblo. Debían convertirla en alguien nuevo, apto para desempeñar el papel que le había tocado jugar.
Una tarde, Carlotta la tomó del brazo y la llevó a otro lugar, apartándola de sus profesores. Juntas caminaron por la misma pradera donde habían celebrado el cumpleaños de Petter.
—¿A dónde me llevas, abuela? —preguntó Camila, ansiosa.
—Quiero que te encuentres con alguien.
Siguieron caminando, casi corriendo, hasta que pudieron divisar dos siluetas paradas a lo lejos. Según se iban acercando más fácil era reconocerlas, sobre todo para Camila que estaba familiarizada con aquel cabello color trigo y aquellos fornidos músculos. No lo podía creer, era Alejandro. Por un momento pestañeó varias veces, temía ser presa de una alucinación. Luego echó a correr por la pradera hasta lograr echarse en sus brazos e impregnarse de su olor a vainilla.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Camila sin dejar de abrazarlo. Él sobaba con delicadeza su cabello suelto y respiraba con agitación, como si aquel roce lo hubiese dejado agotado—. Te extrañé tanto—confesó con voz entrecortada.
Luego se apartó un poco para poder observarlo mejor. Estaba vestido con unos pantalones de color marrón que se usaban para trabajar, botas de cuero y una camiseta un poco descosida. A su lado estaba Florencia que observaba la escena con cierto recelo.
—Le ofrecí a Alejandro trabajar aquí en el palacio, pues supe que está necesitando el dinero para poder costear sus estudios y las cosas de su hermana. Por supuesto, él aceptó—explicó Carlotta con una sonrisa complacida.
—Gracias abuela. Eres la mejor...
Camila estaba feliz, todavía no había pensado en lo complicado que sería mantener la relación de ambos en secreto estando dentro del mismo palacio, su corazón solo podía regocijarse ante la idea de tenerlo allí.
—Bueno, ahora que ya se han encontrado, debo explicarles algunas normas para que esto funcione y no termine en otra desgracia—soltó la mujer con apremio, no deseaba permanecer allí demasiado tiempo. Los dos jóvenes la miraron con atención—. Primeramente, no deben saludarse, ni hablarse mientras estén aquí, las reglas básicas de la realeza impiden que un plebeyo le dirija la palabra a un miembro de la familia real, a menos que sea para cumplir con una orden o informar de algo relacionado con su servicio, ¿está claro? —Ambos asintieron obedientemente—. Solo podrán encontrarse donde yo les diga, pues deben tener cuidado, Daniel tiene ojos por todos lados así que solo confíen en Florencia y en mí.
—Lo que usted diga...—respondió Alejandro con respeto, pero enseguida se percató de su error cuando aquellos ojos azules volvieron a clavarse en su piel como agujas lacerantes—. Majestad.
Carlotta sonrió, un poco más tranquila, estaba segura de que Alejandro no causaría demasiados problemas y sería capaz de cumplir con lo acordado llegado el momento, así que intentó despreocuparse de aquel tema.
—Bien, ahora que los puntos están claros, podemos convivir sin problemas o eso espero. —Camila estaba sonriendo de oreja a oreja, como si hubiese recibido la mejor noticia del universo—. Bueno les daré unos minutos para que hablen, pero no se tarden, Camila debe regresar a sus clases.
Carlotta y Florencia se apartaron para darles privacidad. Los dos chicos comenzaron a caminar por la pradera tomados de las manos. Pasearon en silencio por algunos minutos, hasta que decidieron descansar debajo de un árbol.
—¿Qué te ocurre? —preguntó Camila de repente, apartando un pequeño mechón rubio de la frente de Alejandro—. No te ves feliz, ¿es que no quieres estar aquí?
Alejandro sonrió para intentar tranquilizarla, no deseaba que notara sus inquietudes tan pronto.
—Estoy un poco cansado, eso es todo. —Camila no se convenció a pesar de la sonrisa que Alejandro le estaba regalando, podía notar la tristeza en sus ojos color miel—. ¿Tú cómo estás?
—Estoy nerviosa—confesó Camila en voz baja, por un momento desvió la atención para dejar escapar sus propios tormentos—. La coronación, toda esa gente mirándome y esperando que sea lo mejor para el reino cuando ni siquiera conozco bien el protocolo real. Tengo miedo de equivocarme en algo y...
—Tranquila, lo harás genial. —Alejandro besó su frente. Ella suspiró con agotamiento—. El pueblo quiere un cambio, Camila, una persona que realmente comprenda sus necesidades y los escuche, no necesita más protocolos, ni ceremonias reales sin propósito.
—¿Crees que me quieran? —preguntó, un poco esperanzada, aunque en el fondo estaba segura que sería juzgada por la mayoría—. Mi abuelo ha preparado un discurso para que pueda dirigirme al pueblo, pero todo me parece tan vacío y superficial...
—Escúchame. —Alejandro la tomó por las mejillas para intentar obtener su atención—. No tienes que seguir el mismo camino que tu abuelo, puedes ser una buena reina y puedes ser querida por el pueblo sin necesidad de ejercer la violencia ni de recitar discursos vacíos, solo debes ser tu misma y dejar que ellos te vean como un ser humano normal.
Camila sonrió, un atisbo de alivio había invadido su sistema. Quizás Alejandro tenía razón, solo debía demostrar que sería diferente, de este modo se ganaría el aprecio del pueblo y también les regalaría un poco de esperanza. Ambos se abrazaron nuevamente.
—Me haces tanta falta—confesó, todavía acurrucada en su pecho—. ¿Desde cuándo estás aquí?
—Desde que terminaron las clases. Estoy trabajando como jardinero. Florencia ha sido muy amable conmigo y me dejó quedarme con Marian en su habitación así que estamos cómodos, no te preocupes. —Camila examinó sus manos, las tenía un poco callosas debido al arduo trabajo en el jardín—. Tranquila, estoy ganando bien, realmente necesitaba el dinero.
—Ya quiero regresar a Ziraldo—dijo Camila tras soltar un suspiro—, aunque allá nos esperan otros problemas. —Alejandro asintió sin saber que más decir—. ¿Has sabido algo de los demás?
—Noah me escribió, Mariana y Brayan ya están bien, aunque Selene se encuentra desaparecida todavía, quizás escondiéndose de la furia de las sirenas.
Camila se alegró muchísimo con la noticia, pero cuando iba a responder escuchó la voz de su abuela que la llamaba.
—Debo irme—informó, resignada. Alejandro asintió e intentó parecer tranquilo, aunque en el fondo odiaba volver a separarse de su novia—. ¿Vas a verme en la televisión al menos?
—Claro que sí, estaré siempre contigo—respondió y señaló hacia la cadena como si aquel objeto tuviera parte de su propio corazón en él. Ambos se besaron a modo de despedida—. Recuerda lo que te dije, serás una increíble reina.
Camila asintió y fingió una sonrisa, luego se marchó junto a Carlotta. Alejandro quedó en el mismo lugar por algunos minutos más, con los puños apretados y el alma hecha pedazos. De niño había escuchado que el amor verdadero duraba para siempre, que sin importar la distancia o los problemas era capaz de sobrevivir. Él siempre creyó que se trataba de un mito, de una fantasía sin fundamento, jamás pensó que podría amar así y mucho menos ser correspondido, pero, ahora estaba allí, al alcance de su mano, alejándose de la manera más cruel.
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