Secuestro II

Los Elegidos aprovecharon aquellas horas de incertidumbre para darse un baño y descansar un poco. Petter, sin embargo, prefirió permanecer sentado en el mismo lugar, esperando las noticias de Diana. La joven se había marchado con Corazón de la Tierra para intentar aprovechar al máximo su poder. El mago no le permitió acompañarlos, dijo que estaba muy nervioso y eso afectaría la concentración de la Elegida. Así que solo tenía una opción: esperar.

Las horas pasaban de un modo arrasador, acrecentando su desesperación. Caminaba por el salón vacío, observaba por las ventanas y luego se volvía a sentar. Hizo esa rutina interminable cientos de veces hasta que el cansancio comenzó a pasarle factura. Terminó dormido con la cabeza apoyada en la mesa del Consejo.

—Hijo...— lo despertó Ernesto, tocando su hombro con suavidad.

Petter se enderezó, un poco asustado, pero al encontrarse con su padre respiró con más tranquilidad.

—¿Hay alguna noticia de Karla? — preguntó, esperanzado.

Ernesto sintió pena por él al notar sus ojeras violáceas y la tristeza en sus ojos. Le costó negar con la cabeza y matar la ilusión que todavía destellaba en su mirada.

—Lo siento, hijo.

Petter suspiró, para luego echar un vistazo al horizonte. Ya comenzaba a caer la tarde y todavía no sucedía nada.

—Lamento despertarte, pero quería comprobar que estuvieras bien— se disculpó Ernesto, apenado—. Te traje algo para que comas.

Petter suspiró y pasó la mano por su rostro somnoliento. Ernesto colocó una bandeja con comida frente a él y aunque llevaba horas sin probar bocado, sintió una opresión en el estómago. No era capaz de comer en esas condiciones.

—No tengo hambre...— negó con la cabeza y apartó la bandeja con su mano.

—Debes estar fuerte para lo que se viene— intentó animarlo Ernesto—. Vas a necesitar todas tus energías cuando debas enfrentarte otra vez a Rosman.

Petter asintió, pero no tenía ánimos para comer, así que continuó inmóvil. Ernesto apretó su hombro.

—Estoy aquí para lo que necesites, lo sabes, ¿verdad? — murmuró con voz suave—. Si quieres hablar o lo que sea...

—Gracias...— lo cortó Petter y aunque todavía sentía cierta incomodidad junto a su verdadera familia, no pudo evitar que aquellas palabras lo conmovieran. Ya no estaba solo como antes—. Gracias por estar aquí.

Alguien entró en la habitación, interrumpiendo la conversación. Petter se levantó, inquieto. Eran Diana y Corazón de la Tierra.

—¿Lograste encontrarla? — preguntó Petter, ansioso.

—No exactamente— negó Corazón de la Tierra—, pero hay buenas noticias.

Petter observó a Diana, necesitaba que hablara cuanto antes o se volvería loco.

—Está en un lugar extraño, algo así como un sótano— explicó la joven—. Hay frascos con líquidos de colores, libros, microscopios y cosas similares. Parece un laboratorio secreto.

—¿Ella está bien? — preguntó Petter, avanzando unos pasos hacia Diana—. ¿Pudiste verla?

Diana asintió para tranquilizarlo.

—La tienen atada a una silla, pero está físicamente bien.

Petter respiró aliviado, por fin pudo sentirse un poco en paz después de horas de angustia.

—¿No pudiste rastrear el lugar?

—No, hay alguna magia que bloquea el lugar y me impide ver mucho más que eso.

Petter quedó en silencio, intentando pensar en algún lugar de Nelvreska que coincidiera con aquella información, pero no había nada similar en su cabeza. Frustrado, caminó hacia su asiento y se dejó caer en él.

—Estamos como al principio...— masculló, enojado—. Podría estar en cualquier parte, es casi imposible que la encuentre por mi cuenta.

—Al menos ahora sabes que está bien y podrás pensar con más tranquilidad— lo reconfortó Ernesto.

—Sospecho que ellos se pondrán en contacto con nosotros muy pronto, así que no todo está perdido— dijo Corazón de la Tierra. Luego le dirigió una mirada apenada a Ernesto—. Voy a terminar los arreglos del funeral, nos vemos en un rato.

El anciano abandonó la habitación. Diana quedó parada en el mismo lugar un poco más. Se sentía algo frustrada por no poder ayudar a su amiga. Además, sus energías comenzaban a menguar, había forzado demasiado su poder para encontrar a Karla y llevaba horas sin dormir.

—Debo irme a descansar o voy a desmayarme aquí mismo— comentó con voz desganada y dio media vuelta para marcharse.

—Diana...— la retuvo Petter con voz dócil. Ella se giró para mirarlo—. Gracias por esto, sé que no es mucho, pero no sabes el peso que me has quitado de encima.

Diana asintió, una sonrisa triste se asomó en sus labios.

—No hay de qué. Karla es una gran amiga, no soportaría que algo le sucediera.

Petter la observó marcharse. Su mente continuaba maquinando una forma de encontrar a Karla, pero parecía que su cerebro comenzaba a apagarse producto del cansancio. Ernesto volvió a interrumpirlo.

—Hijo, necesito pedirte algo importante y sé que no es el mejor momento, pero...— se sentó a su lado para poder quedar más cerca de él.

—¿Qué pasa? — lo interrumpió Petter sin comprender.

—Quisiera que me acompañaras al funeral de Anise...

Petter negó con la cabeza, renuente.

—No tengo cabeza para asistir a una ceremonia puramente protocolar.

—Ella hubiese querido tenerte allí— insistió Ernesto.

Petter frunció el entrecejo, extrañado.

—¿Por qué?

Ernesto suspiró, resignado a contarle la verdad, aunque sabía que no era el momento adecuado para eso.

—Hijo, hay algunas cosas sobre mi pasado que nunca pude contarle a nadie, ni siquiera a tu madre— dijo con voz pausada—. Sé que los secretos han afectado mucho a esta familia, pero...— vaciló—. Creo que es momento de que todas las verdades salgan a la luz.

—¿A qué te refieres? — preguntó Petter, confundido.

—Anise era mi verdadera madre— dijo sin más preámbulos—. Lo supe con catorce años. Ella me trajo para Arcadia cuando mis padres adoptivos murieron y estaba en edad para enfrentar mi deber como Elegido. Por eso nunca me tomé bien esa noticia. De hecho— sonrió con dolor—, la odiaba un poco por haberme abandonado al nacer.

—Espera...— lo detuvo, Petter y se frotó las sienes para intentar mitigar su cansancio—. ¿Me estás diciendo que eres hijo de Anise, una diosa? — preguntó, incrédulo—. O sea, que soy un descendiente y Camila...—se detuvo, impactado—. Claro, por eso tiene ese extraño don.

—Así es y tú deberías tener uno también, aunque...— dudó—. Yo no heredé ninguno.

Petter se tomó unos instantes para procesar la información. Anise siempre había sido amable con él, aun cuando descubrió que era un traidor. Su muerte le parecía lamentable y totalmente innecesaria, pero, fuera de eso, no había ningún otro sentimiento hacia ella. Apenas se conocían.

—Vaya...— murmuró, asombrado por toda aquella revelación—. ¿Camila ya lo sabe?

—Sí, acabo de decírselo— respondió Ernesto—. No lo tomó demasiado bien, tal y como esperaba.

—Supongo que ella deseaba poder despedirse de Anise...— opinó Petter. Ya conocía bastante bien a su hermana.

—Sí, pero como te dije antes, Anise prefirió ocultar todo para protegerse. Cometió un delito grave al estar con un mortal y tener un hijo con él siendo la diosa suprema. Su sentencia podría haber sido la muerte o que le arrebataran su don mágico.

—Entiendo...— asintió Petter—. Y ahora que ella está muerta, ya no corre peligro, por eso decidiste contarlo.

—En realidad, lo hago porque ella deseaba hacerlo. Me lo dijo días antes de...— su voz se quebró un poco—. Me dijo que no le importaba nada más que disfrutar lo que le quedaba de vida en familia.

Petter se conmovió con aquellas palabras. Nunca había tenido una familia grande, ni siquiera sabía lo que era amar a una abuela y disfrutar de su cariño, pero pudo imaginárselo. Quizás Anise hubiese hecho un buen trabajo desempeñando ese papel si las cosas hubiesen pasado de un modo distinto.

—Está bien— asintió, resignado—. Iré al funeral, solo...— suspiró—. Espero que este sea el último pariente oculto que me quede por descubrir.

—Yo también tuve ese deseo cuando Anise me contó la verdad. Por desgracia, todavía no conocía del todo a mis parientes más problemáticos— bromeó Ernesto. Petter lo miró sin comprender—. Mi hermana Anemith, mi tío Samtines y...— una risita burlona escapó de sus labios—. Mi querido suegro.

Petter quedó boquiabierto al comprender que Anemith, aquella mujer tan desagradable, era su tía, pero mucho peor era saber que compartía sangre con Samtines, así fuera lejana.

—O sea que todo este tiempo tuve una familia disfuncional y no lo sabía— soltó tras un resoplido.

Ernesto volvió a reírse, luego le dio una palmadita en el hombro para animarlo.

—Tienes una familia, eso es lo importante— dijo con una sonrisa. Luego se despidió—. ¿Nos vemos allá?

Petter asintió y lo observó marcharse. Mientras tanto, su cabeza viajó al momento en que lo conoció. Pensó en cómo Ernesto lo había abrazado, mientras lloraba y lo estrechaba contra su pecho. Eso nunca podría olvidarlo. Ahora tenía un padre, alguien en quién confiar cuando se encontrara perdido y necesitara un apoyo.

—Espera...— dijo con voz cohibida. Él se giró para observarlo—. Gracias por todo...— titubeó, pero terminó diciendo aquella palabra que tanto le había costado pronunciar en todo ese tiempo— papá.

Ernesto sintió que su pecho se ensanchaba de orgullo y felicidad. A su memoria regresó la última vez que lo escuchó decirle así, fue horas antes de que Rosman los separara. Sus pupilas se cristalizaron y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no romper en llanto.

—Te quiero, hijo, nunca lo olvides.

....

Al caer la tarde, Arcadia se llenó de personas que deseaban ofrecer sus respetos a la antigua diosa suprema. Aquella mujer, que combatió junto a los Elegidos en la Guerra Atómica, exterminó a los Brujos Negros y fundó las cinco monarquías que dieron vida al nuevo mundo, merecía una despedida solemne.

Cada pueblo traía diferentes ofrendas que dejaron a los pies del cuerpo sin vida, mientras las sirenas cantaban y las hadas hacían crecer flores sobre su regazo. Varinia era quien se veía más afectada, permaneció junto al féretro todo el tiempo, llorando desconsoladamente. A su lado estaba Alina, que, aunque también se encontraba triste, no derramó ninguna lágrima.

Los Elegidos junto a Corazón de la Tierra, se encontraban a unos pasos del cadáver, en el lugar que siempre ocupaban cuando había un funeral. Solo Camila se atrevió a acercarse para despedirse de un modo más íntimo. Llevaba en su mano flores blancas que depositó entre los dedos rígidos de su abuela. Observó los moretones en su rostro y sintió un estrujón en su corazón. A pesar de sus errores, ella no merecía ese final y menos a manos de su propio hermano.

Ernesto se acercó también, seguido de Leinad y de Petter. Los cuatro permanecieron junto al cuerpo sin vida de Anise por unos instantes e hicieron los últimos honores para que su energía se fundiera con la del mundo.

—Descansa en paz, abuela— murmuró Camila con lágrimas en los ojos cuando el cuerpo de Anise comenzó a desvanecerse y su energía se mezcló con el viento.

Todos permanecieron unos minutos más debajo del sauce, observando cómo el sol comenzaba a ponerse en el horizonte. Nadie tenía ánimos para continuar con sus actividades diarias. El lugar había quedado sumido en una amarga tristeza.

—¿Cuánta gente más debe morir antes de que Rosman y Anemith sean derrotados? — se preguntó Noah en voz alta con una expresión desolada. Aquel funeral le traía recuerdos muy duros.

—No lo sé, pero algo me dice que el próximo será uno de nosotros— respondió Brayan con pesimismo.

Noah quiso contradecirlo, pero alguien se abrió paso entre la multitud de personas, intentando llegar a los Elegidos.

—¿Qué sucede, Braulio? — se preocupó Corazón de la Tierra.

—Samtines envió una esfera mensajera para los Elegidos.

...

Petter tomó la esfera mensajera en su mano, pero dudó antes de presionarla. La última vez había observado como Rosman cortaba el cuello de su madre sin piedad, temía lo que podría encontrar en esta ocasión. Cuando estuvo listo, su mente presenció los recuerdos enviados por Samtines.

Karla estaba allí, atada una silla. Tenía el rostro decaído y una mirada de miedo. Petter apretó los puños al leer su lenguaje corporal. Sabía que se estaba sintiendo totalmente indefensa y desprotegida en aquel lugar. La rabia comenzó a aflorar en su interior como un volcán a punto de erupcionar. Deseó poder meterse en la visión y liberarla. Luego observó como Samtines caminaba hacia ella y ponía una daga en su cuello.

—Si quieres volver a verla con vida entrega todos los cristales. Sin juegos, sin trampas, o lo próximo que verás será cómo le corto el cuello.

Petter respiró aún más acelerado, podía notar el terror en los ojos de Karla y eso le estrujaba el pecho. Debía encontrarla cuanto antes.

—Dentro de una hora deben estar en el parque de la zona abandonada— dijo con voz altanera—. Lleven los cristales con ustedes en un cofre protegido con un hechizo de clave. Si llegan a usar las reliquias en nuestra contra ella va a morir, ¿comprendes?

—Petter, tú puedes encontrarme...— murmuró Karla entre lágrimas, pero Samtines apretó la daga contra su cuello para obligarla a callarse.

Por consiguiente, la visión se cortó. Dejando a Petter en un estado de estupefacción que le duró algunos segundos.

—¿Qué sucede? — lo sacudió Camila, asustada—. ¿Karla está bien?

Petter asintió para alivio de todos.

—Samtines quiere que vayamos a la zona abandonada con los cristales, pero...— dudó—. Exigió que los llevemos en un cofre protegido con un hechizo de clave, de este modo evitará que podamos usarlos para defendernos.

Los demás Elegidos quedaron en silencio, intentando procesar la noticia. No usar los cristales era casi un suicidio, les dejaría en desventaja frente a los siervos de Rosman. Los magos, que también estaban allí, se miraron y negaron con la cabeza.

—¿Qué es eso? — preguntó Lucas, sin comprender. Solía olvidarse de la mayoría de los conceptos estudiados en clase.

Zulma dejó escapar un suspiro.

—Lo vimos hace unos meses— explicó, algo molesta—. Es un hechizo que solo puede romper una persona. Solía usarse para enviar cosas importantes a alguien, así nadie más podía recibir el mensaje o el objeto. En este caso, debe protegerse el cofre para que solo Samtines pueda abrirlo.

—Esto puede ser una trampa— opinó Justine con firmeza—. Seguramente les tenderán una emboscada para poder quitarles los cristales.

—No me importa— contradijo Petter—. Es la única oportunidad que tenemos para rescatar a Karla. No pienso arriesgarme a que le hagan algo.

—Excelente— se quejó Justine—. ¿Entonces tirarás a la basura el esfuerzo que hicieron para obtener los cristales? —lo señaló con el dedo índice—. ¿Debo recordarte cuál es tu deber como Elegido?

—Sé cuál es mi deber— respondió Petter sin inmutarse por sus palabras—, pero Karla también es una Elegida.

—Lo dices porque ustedes dos tienen una relación, pero, ¿qué opinan tus compañeros? — insistió Justine, levantando la mirada para observar a los demás—. ¿Están de acuerdo con esta locura?

Los otros Elegidos se tardaron unos instantes en dar su opinión, tenían muchas dudas al respecto. Aunque sabían que no podían dejar a Karla abandonada a su suerte, sospechaban que aquel encuentro era una trampa.

—Ella tiene razón— soltó Brayan—. Luchamos meses para recolectar esos malditos cristales y ahora resulta que debemos entregarlos así, sin más.

—Karla está en peligro, podrían matarla— le recordó Mariana.

—Lo sé y lo siento mucho por ella, pero, tampoco voy a caminar hacia la muerte por voluntad propia. Está claro que esos psicópatas no van a recibirnos con fuegos artificiales y confetis.

—Pensé que comenzabas a desarrollar algo de empatía, pero ya veo que me equivoqué.

Jane entornó los ojos con decepción. Hacía tan solo unas horas pensó que Brayan comenzaba a convertirse en un buen Elegido y ahora soltaba semejante opinión.

—Brayan tiene razón, probablemente nos maten a todos si vamos a esa cita— reconoció Drake—. No podemos actuar sin pensar.

—Bueno si no quieren venir no me importa, iré yo solo— se enojó Petter—. No los necesito.

—Espera, Petter— lo retuvo Camila antes de que pudiera abandonar la habitación. Luego echó un vistazo a los demás—. ¿En serio piensan abandonar a Karla? — dijo con desilusión—. ¿Cuándo nos hemos abandonado entre nosotros? A pesar de nuestras claras diferencias siempre nos hemos apoyado.

Un silencio incómodo invadió el lugar.

—Camila tiene razón— habló Noah—. Hemos enfrentado situaciones peores que esta y aquí seguimos. No vamos a acobardarnos ahora— miró a Petter con complicidad—. Iré contigo y entregaré mi cristal si es necesario.

Petter le agradeció con la mirada. Los demás, comenzaron a mirarse con cierta duda, pero deseando tomar la iniciativa.

—Yo pagué un precio muy alto para obtener el cristal de los inframundos. — Diana habló con evidente dolor en su mirada. Todos pensaban que se refería a la cicatriz, no sospecharon que había algo mucho peor detrás—, pero Karla es mi amiga y sé que ella haría lo mismo por mí, incluso, lo haría por cualquiera de nosotros. Así que estoy dentro.

Los otros Elegidos la miraron conmovidos y comenzaron a sumarse a la misión. Motivados por las palabras de Camila y la valentía de Noah y Diana. Corazón de la Tierra, que había observado todo desde la entrada del salón, sonrió con orgullo.

—Vamos, no perdamos tiempo— los apresuró Noah—. Cada minuto cuenta.

—Y aquí vamos de nuevo a exponer nuestras vidas por amor al deber— se quejó Brayan.

—De eso se trata ser un Elegido, entiéndelo de una vez— lo regañó Jane y le dio un leve empujón para poder marcharse del lugar.

Brayan sonrió con disimulo. Sí, de eso se trataba. 

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